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Aristóteles ✆ Raffaello Sanzio [Rafael] |
Especial para Gramscimanía |
De los filósofos clásicos griegos, Platón (428 a. C./427 a.
C. – 347 a. C.) fue quien ocupó un sitio dominante en la escena intelectual
europea sobre todo a lo largo del período histórico conocido como Alta Edad
Media. Los rastros de sus teorías pueden encontrarse en las doctrinas de los
principales pensadores de la época ya sea porque inspiran nuevas ideas o porque
llevan a cuestionar o resignificar las viejas.
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J.A. Gómez Di Vincenzo |
Resulta paradójico que las obras del más destacado de los
discípulos de Platón, Aristóteles de Estagira (384 a. C. – 322 a. C.), no
estuvieran disponibles sino hasta el siglo XIII. En efecto, no se conocen los
detalles precisos pero se sabe que gracias a sus comentadores musulmanes,
Avicena y Averroes, su obra se mantuvo vigente en Oriente y que fueron
precisamente los árabes quienes reintrodujeron los textos aristotélicos en
Europa Occidental.
Sea como sea, parece que todo ocurrió en Oxford y en París, ciudades donde funcionaban fecundas universidades, sitios privilegiados donde la obra del estagirita recobró fuerza durante la primera década del siglo XIII.
Sea como sea, parece que todo ocurrió en Oxford y en París, ciudades donde funcionaban fecundas universidades, sitios privilegiados donde la obra del estagirita recobró fuerza durante la primera década del siglo XIII.
Aristóteles atrajo rápidamente la atención de los filósofos
por las buenas y por las malas. Por las buenas, porque proveía una
importante cantidad de herramientas para el descubrimiento y la ampliación del
conocimiento dentro del ámbito de la filosofía de la naturaleza. Por las malas,
puesto que, sobre todo en París, la difusión del pensamiento aristotélico
encontró dificultades desde el principio.
Por entonces, se decía que muchos docentes estaban enseñando
la doctrina del panteísmo, la idea de que Dios se identifica con el universo,
inspirados en las tesis del estagirita. Una asamblea de obispos dictó en
1210 un decreto que prohibía la difusión de la filosofía natural de Aristóteles
dentro de la Facultad de Artes de la Universidad de París. Comenzaba así una
saga de prohibiciones que apuntaban directamente a la filosofía natural
elaborada por el pensador griego, seguramente, justo esta la parte de su
filosofía que más atraía a las mentes curiosas de la época.
En 1931, el Papa Gregorio IX se involucró en el problema
aceptando la prohibición de 1210 y sosteniendo, como reza el Chartularium
Universitatis Parisiensis según los historiadores Denifle y Chatelain,
que “puesto que las otras ciencias deberían servir a la sabiduría de las
Sagradas Escrituras, los fieles deben apropiárselas en la medida en que se sepa
que se conforman a la buena voluntad del Dador”. En pocas palabras, sólo debe
aceptarse de Aristóteles, la parte de su filosofía que no contradecía el
principio de autoridad. Tal criterio se constituía como una de las notas
características del conocimiento en la Edad Media. Según este principio o
criterio se admitía como verdadero lo sostenido por ciertas autoridades (la Biblia,
los teólogos de la Iglesia, los filósofos aceptados por la institución) por el
sólo hecho de que eran éstas quienes afirmaban tales cosas. En consecuencia,
como sostenía el mismo Gregorio, había que eliminar “todo lo que es erróneo que
puede causar escándalo u ofender a los lectores de modo que cuando las materias
dudosas hayan sido eliminadas, el resto pueda ser estudiado sin demora y sin
ofensa”.
Ahora bien, era tal la enigmática atracción que los
intelectuales sentían por los tópicos tratados por Aristóteles en su filosofía
natural (no sólo ella sino también sus tratados sobre arte) que muchos trataron
de defender las tesis aristotélicas o ajustarlas a la teología católica. La
impronta y el interés que la obra del estagirita causaba en vastos sectores del
clero y la intelectualidad es inteligentemente tomada y puesta en escena
por el gran Umberto Eco en su fantástica novela “El nombre de la Rosa”. Allí da
cuenta de cómo el influjo de Aristóteles llevaba a los clérigos a transgredir
las normas de la abadía para leer un libro que se creía perdido, el segundo
libro de la Poética de Aristóteles. El libro había sido copiado con
tinta envenenada para causar la muerte del lector y así asegurarse la no
difusión de la obra. El sacerdote franciscano Guillermo de Baskerville y su
discípulo el novicio benedictino Adso de Melk habían llegado a la abadía
benedictina ubicada en los Apeninos italianos para organizar una reunión entre
los delegados del Papa y los líderes de la orden franciscana, en la que se
discutiría sobre la supuesta herejía de la doctrina de la pobreza apostólica.
Los protagonistas ven amenazado el éxito del encuentro por las muertes que se
producen allí y que los supersticiosos monjes consideran obra del demonio. Es
por esto que se lanzan a resolver racionalmente los enigmas cual antecesores
del moderno Sherlock Holmes.
Como quiera que sea y volviendo a las proscripciones, lo
interesante es que Gregorio no deja fuera la posibilidad de tomar ciertos
rasgos de la doctrina aristotélica dejando una puerta abierta a la
investigación y producción de conocimiento. La historia es que la
comisión que Gregorio había nombrado para purgar la obra del estagirita tampoco
llegó a consolidarse puesto que uno de sus miembros principales, el teólogo
Guillermo de Auxerre, murió antes de lograr reunir los miembros de la comitiva.
Así fue que nunca se plasmó en un texto la versión purgada de la obra
aristotélica siendo el conjunto total, una versión no censurada de su obra, la
que continuó circulando en las universidades.
Aún así, las prohibiciones crecían como hongos. A las de
1210, 1215 y 1231 se agregaron las más radicales de 1270 y 1277. Su fuerza
radica en el hecho de que entre la década del 40 y la del 70 del siglo XIII se
da un vertiginoso incremento de lecturas del estagirita en las universidades.
Esto es así porque las primeras prohibiciones habían perdido fuerza, entre
otras cuestiones, por lo que mencionábamos más arriba. Varios eran los puntos
conflictivos en la obra aristotélica: al ya mencionado panteísmo hay que
agregar la cuestión de la eternidad del cosmos, la imposibilidad de la
existencia de vacío, el fuerte determinismo de su metafísica que iba en contra
de la doctrina del libre albedrío y la omnipresencia divina y el problema de la
naturaleza del alma dado que para el filósofo griego, ésta era la forma o
principio organizativo del cuerpo y no tenía existencia independiente de la
materia.
En síntesis y para no abrumar al lector con detalles, lo
cierto es que la revuelta intelectual causada por la reintroducción de los
textos aristotélicos en Europa Occidental provocó un sinnúmero de problemas
para una cantidad de pensadores inquietos derivando en un floreciente
movimiento de ideas que llegan a su punto culminante en el siglo XIV, antes de
que la peste negra hiciera estragos en el continente, poniendo así freno a la
tremenda aceleración que las ideas habían tomado. Lo que vino después es otra
historia, una que habrá que contar en un futuro encuentro.