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Franz Kafka ✆ Hossein Safish |
Resulta arduo enjuiciar la filosofía sobre el Derecho de
alguien que no intentó ostensiblemente filosofar sobre él. Los datos aquí
obtenidos son resultado de una interpretación orientada a un fin, y si alguna
crítica hay que hacer es a la interpretación, para lo que el intérprete carece
de perspectiva. Tampoco el sistema metafísico general de Kafka se presta
fácilmente a la crítica; como toda metafísica hecha desde el individuo,
mediante una mirada subjetiva y particular, conserva una validez inatacable,
imposible de cuestionarse salvo que se cuestione al individuo mismo.
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No hay que perder de vista que, en efecto, se trata de una
obra literaria. Como tal, su valor vendrá dado por su mérito como edificio
artístico, y éste será tanto mayor cuanto más intenso sea su asalto a la
sensibilidad del lector. Aquí tratamos de obtener resultados
filosófico-jurídicos, y con esta mira, habrá que advertir que no es posible
exigir al texto kafkiano la exactitud empírica que cabe reclamar a la obra
científica (Kafka no fue un escritor naturalista, afortunadamente). El cuadro
que Kafka traza puede parecer desde un punto de vista científico desproporcionado
o excesivo, no tanto por el tono de su discurso (siempre contenido) como por
las realidades reflejadas. Sobre ello diremos que no conviene olvidar la
finalidad eminentemente estética de una obra literaria, para la que llevar las
cosas a su radicalidad es un recurso legítimo; de otra parte, en lo que de
trasunto de la realidad que le rodeaba tiene la obra de Kafka (un trasunto no
literal ni servil porque sus novelas no son realistas, en el más ramplón
sentido del término), su ámbito es más ambicioso que el estrictamente jurídico.
Pero, hechas estas salvedades, no puede ocultarse que el conjunto de la obra de
Kafka parece sugerir la dramática duda: ¿no será todo, en verdad, así de
minuciosamente terrible? Como incertidumbre que mueve a la reflexión, también a
lo jurídico podría aplicarse este interrogante.
Ya hemos descrito anteriormente la verosímil repercusión que
tiene el Derecho y su experiencia de él en la literatura de Kafka, y el alcance
limitado que cabe dar a los símbolos relacionados con lo jurídico que en ella
hay. Entonces delimitamos el sentido que pueden tener las conclusiones de este
estudio: el de hipótesis, no del todo improbable, no del todo segura tampoco.
Conjugando esta regla de actuación con las que impone el carácter literario de la
obra aquí tratada, parece admisible clasificar los resultados registrables y
más útiles del análisis en dos aspectos fundamentales, ya en el terreno
filosófico-jurídico: el axiológico y el crítico. Tales son, en nuestra opinión,
las dos riquezas más considerables de la obra de Kafka a los efectos aquí
buscados. Sintéticamente, se expondrán a continuación los ejes principales que
en ambos campos deducimos de cuanto antecede.
Perspectiva axiológica.
Aquí se aprecia una ambivalencia clara, aunque descompensada
hacia uno de los valores en liza. No hay duda de que la preocupación kafkiana
se inclina hacia el valor seguridad jurídica. Desde múltiples enfoques. Por un
lado, la constante alusión a la ley desconocida, secreta, es una queja no menos
continua hacia la inseguridad del sujeto, que no sabe qué conducta seguir para,
en unos casos, acceder a lo que cree que ha de dársele, y en otros, librarse de
acusaciones para cuyo surgimiento nada siente haber hecho. El Derecho ha de ser
cierto, así lo juzgan los personajes kafkianos, y sus peripecias revelan las
funestas consecuencias de un orden en el que esa certeza se ve negada,
enmascarada bajo el misterio que custodian organizaciones que no rinden
cuentas. Otra manifestación de esta preeminente aspiración axiológica viene
representada por la solución que explícitamente se nos ofrece en Sobre la
cuestión de las leyes y sugiere el Dr. Huld en El proceso: la resignación, la
adaptación del sujeto al orden inicuo aferrándose a aquello que éste puede
presentar como su único contenido positivo: la certeza de la dominación. Es la
única certeza, es a todas luces un desafuero, pero como cosa cierta es en sí un
bien, una referencia a la que hay que asirse desesperadamente. Esta concepción
de la seguridad jurídica podría llevar a interpretaciones totalitarias, pero
además de impresentables serían muy irrespetuosas con el ideario que Kafka
proclamó siempre suscribir; una vez más hay que acotar que más que de una
proposición pretendida, se trata de una rendición impuesta por la desproporción
del combate. Kafka es un autor esencialmente pesimista, para el que la
salvación o la liberación no son más que un espejismo y por tanto no pueden
perseguirse. No es una vocación, la de someterse, sino un mal menor entre males
inmensos. Y hay algo que puede darnos que pensar respecto a la actitud final de
Kafka, aun hecha esta posibilista y decepcionante elección racional: Josef K. y
K. mueren, empeñados en su guerra perdida. Podrá criticarse al pensamiento
kafkiano el que no ofrezca alternativas (quizá ésta sea su máxima
insuficiencia, aunque habría que tener presente que le estamos haciendo jugar
fuera de su terreno, que la literatura no tiene el deber de resolver nada),
pero no, por cierto, que la sumisión a la injusticia quede como la apuesta
única. Lo que ocurre es que la apuesta de perseverar no lleva más que a la
destrucción. Kafka advierte sobre ello, no engaña, y al final se destruye,
movido por un impulso que él mismo ha caracterizado como insensato pero que no
deja de seguir. No parece ni mucho menos ajustado despreciar a K. como
conformista.
Esta preocupación por la seguridad tiene antecedentes,
aparte de en su experiencia personal (no es ocioso recordar su padecimiento del
arbitrario poder del padre, o que su actividad profesional se desenvolvió en el
área de los seguros de accidentes de trabajo), en pensadores como Kierkegaard,
en cuya Escuela de cristianismo, se lee: "Dirigíos al orden establecido,
adheríos al orden establecido y tendréis medida. (...) El orden establecido es
el racional; feliz si te atienes a las condiciones de relatividad que te son
asignadas..." Sobre este fragmento, Guido Fassò comenta: "El orden
establecido proporciona, en definitiva (...) aquel bien que se quiere conseguir
con el Derecho y que los juristas llaman certeza..." Más adelante el
profesor italiano hace una afirmación que bien vale para Kafka: "Del mismo
modo que, frente a la identificación entre lo absoluto y lo humano realizada
por Hegel, Marx reaccionó reduciendo la realidad únicamente a lo humano, así
Kierkegaard lo hace atribuyendo valor solo a lo Absoluto, a lo divino."
También en Kafka el individuo sucumbe ante el Absoluto, si bien esto está dicho
con un talante más hostil a este destino que el de Kierkegaard, lo que le
confiere las posibilidades críticas que mas adelante se enumerarán y de las que
el filósofo danés carece (véase en Temor y Temblor el panegírico de Abraham:
"...sabía que aquel sacrificio (el de Isaac) era el más difícil que se le
podía pedir, pero también sabía que no hay sacrificio demasiado duro cuando es
Dios quien lo exige, y levantó el cuchillo.") Igualmente resulta de
interés la observación que Fassò hace sobre Dostoievski, algunas páginas
después en su "Historia de la Filosofía del Derecho", resumiendo así cierto
pasaje célebre de Los hermanos Karamazov: "...Cristo, a quien el Gran
Inquisidor, es decir, la Iglesia, y mucho antes la sociedad organizada, le
reprochará el haber dado a los hombres la libertad, don que los hombres no
quieren, ya que los hombres no quieren la libertad sino la seguridad, aun a
costa de ser esclavos, y su naturaleza de hombres reclama la autoridad."
Como se recordará, Kafka leyó mucho y con admiración a Dostoievski y a
Kierkegaard.
El otro valor que aparece en la obra de Kafka, con un
reflejo más disperso, dado por el lamento más o menos enérgico por su ausencia
en las organizaciones que retrata, es el valor justicia (que podría comprender
los valores dignidad y libertad). Es una justicia ideal, anhelada con
desesperanza, que se simboliza en limitar la culpa a aquello de lo que se
siente responsable el sujeto, en el otorgamiento a éste de lo que cree merecer.
La justicia sería así el ajuste entre la conciencia ética individual y el orden
objetivo externo que en la obra kafkiana tan sistemáticamente ignora esa
conciencia. A veces con timidez, otras con rabia y dureza ("un solo
verdugo podría sustituir a todo el tribunal") Kafka reclama ese valor cuya
realización parece inusitadamente impensable. De nuevo, el pesimismo kafkiano
es exhaustivo.
Perspectiva crítica.
Tal vez sea aquí donde la reflexión kafkiana, puesta en
relación con el Derecho, se revele como un instrumento más eficaz y de mayor
vigencia. Ya su contenido axiológico entraña una denuncia, de una contundencia
tan apreciable como repugnantes son los sistemas que nos pinta, que no deben
recluirse a priori en la categoría de hipérboles inverosímiles y por ende
inocuas. Aceptable es que, como obra literaria, desborde a veces
manifiestamente la realidad, pero esto, que es verdad en un plano externo, deja
de serlo un tanto si atendemos a la significación profunda de las cosas. Uno de
los mayores logros de Kafka es sacar a la luz lo horrible de lo cotidiano, de
lo que aprobamos o desaprobamos sin conmovernos cuando a menudo deberíamos
echarnos a temblar. Las diferencias puramente exteriores no han de impedirnos
apreciar la perspicacia de su llamada de atención acerca de los falsos hábitos
mentales que son generalmente asumidos. Quizá nuestra renuencia a admitir que
todo sea tan absurdo como Kafka asevera no es sino el fruto más acabado de esos
falsos hábitos. Aquí surge la perspectiva crítica.
Parece opinable que las deficiencias denunciadas por Kafka,
al referirlas como estamos haciendo al Derecho y a su realidad actual, lo sean
tan absolutamente como él las formula. Una estimación prudente obligaría a
restarles hierro. Pero no queremos hacer aquí nuestra ninguna apreciación, ni
temeraria ni comedida. El grado en que la crítica sea válida es cuestión sobre
la que cabe moverse, según el propio criterio, de uno a otro extremo de la gama
de posturas posibles. Con la intensidad que se quiera, pues, y recapitulando
parte de los elementos analizados durante estas páginas, la crítica de Kafka
nos desvela insuficiencias entre las que destacamos:
- El Derecho como orden ajeno a los sujetos, insensible a
ellos. En una época en que todas las constituciones políticas se abren con la
inflamada proclama de que "la ley es expresión de la soberanía",
"la soberanía reside en el pueblo" o "la justicia emana del
pueblo", tal vez debiéramos aún pararnos un minuto a meditar si el
tribunal, o el castillo, o la ley con su portero, o la nobleza que es ella
misma la ley, son o no algo más que patrañas urdidas por un checo débil
aplastado por un complejo de inferioridad ante su padre.
- El Derecho como herramienta ignota manejada sólo por
iniciados inaccesibles, a través de procedimientos incomprensiblemente
complejos, ante la mirada perpleja del individuo que quiere saber cuál es su
posición y no lo averigua nunca. ¿Puede reírse de este panorama quien viva en
un país con más de un centenar de tipos de procesos civiles, quien asista al
frecuente desconcierto ante el tecnicismo de aquellos a quienes afecta una
resolución judicial que siempre ha de traducirles un experto?
- La distorsión introducida en el Derecho por las
estructuras administrativas creadas por él y destinadas a su aplicación, que
acaban adueñándose de la norma y suplantándola por sus reglas internas de
funcionamiento burocrático, praeter legem en el mejor de los casos; si es que
ante tal estado de cosas puede decirse que exista una lex previa y distinta a
lo que resulta de su aplicación por los órganos que tienen encomendada su
tutela. Cuando puede amenazarse con, por ejemplo, el retraso en la
sustanciación de un recurso para forzar una transacción que la ley permitiría
rehusar, ¿no surge un Derecho paralelo debido al simple hecho de las
estructuras creadas para hacer eficaz el presunto Derecho objetivo?
- Las lagunas del Derecho, la anomia subyacente al sistema
que se pretende perfecto, y que sólo se muestra como tal en su faceta de
imperio sobre el individuo inerme.
- El Derecho como imposición de un poder, al margen de
criterios de justicia, sobre los que ese poder no da explicaciones. En este
punto, la crítica kafkiana, producto de su época, analizada desde la
perspectiva de su vigencia actual, queda desfasada por cierto importante
detalle: los sistemas jurídicos actuales "cuidan más su imagen"; no
usan, salvo excepciones que corresponden a estadios de evidente incivilización,
de una brutalidad tan descarnada como la del tribunal que manda ejecutar a
Josef K. Pero, y esto es, naturalmente, una opinión, el Derecho es en última
instancia fuerza, y la fuerza, simplemente sea por congruencia y por las leyes
de la física, sólo nace de la fuerza. No siempre el Derecho es fuerza, pero ha
de poder serlo, para ser Derecho. Luego lo indispensable para que un sistema
jurídico funcione como tal es disponer de un poder que lo respalde. La justicia
y la racionalidad son ingredientes deseables, exigibles por el sujeto, pero sin
los que desdichadamente un derecho puede, al menos dentro de ciertos límites
(que vendrán dados por la magnitud de la fuerza que lo sustenta) funcionar
("No, no hay que creer que todo sea verdad; hay que creer que todo es
necesario", dice el sacerdote a K. en El proceso). La advertencia kafkiana
sería utilizable en el sentido de prevenirnos frente a la ingenuidad de no
considerar que algo tan grave pueda suceder. Es una llamada a desconfiar de la
liturgia y los ornamentos (de esas mecánicas fórmulas al uso que requieren
acríticamente nuestro respeto a las decisiones judiciales), a buscar la
justicia mas allá de las togas, porque nada asegura contra todo riesgo que las
togas no sirvan al absurdo, como los jueces de El proceso. La inseguridad
kafkiana alumbra a este respecto una crítica tan acerba como ella misma es.
Podrían recogerse otros muchos argumentos de esta índole,
que de uno u otro modo han sido apuntados a lo largo de estas páginas. Es en
esta vertiente crítica, insistimos, donde la obra de Kafka, síntesis exquisita
de radicalidad y equilibrio en el trasunto de esa radicalidad, ha de dar más
juego; su rigor y profusión pueden proporcionar una infinidad de objeciones
contra el orden instituido de la realidad convencional. Aquí hemos pretendido
catalogar algunas, en lo que aplicarse pueda a la realidad jurídica. Puede
desazonar la falta de propuestas de acción concreta para remediar el statu quo
desfavorable que Kafka nos ilumina. Sabemos por su vida y su obra que quiso
plegarse; que no lo hizo. Eso nos impide considerarle un inmovilista, pero poco
más.
En un artículo publicado hace unos años, Pablo Sorozábal
Serrano, con indudable acierto, denominaba a la de Kafka "La sabiduría del
no". Ésta es la especie de teoría crítica que late en la obra kafkiana, la
de la pura negación; no la utópica (basada en una afirmación antitética), de la
que tantos practicantes almacena la historia del pensamiento. Kafka no da
solución, pero tiene sobre los utópicos la ventaja de ahorrarse el salto en el
vacío, sin fundamento, en que casi inexorablemente la utopía termina
incurriendo. Sorozábal Serrano vincula esta sabiduría del "no"
kafkiana con la influencia humana recibida a través de los cursos de filosofía
impartidos por Anton Marty a los que Kafka asistió en su juventud. Quizá esta
afirmación sea algo demasiado intrépida en la seguridad con que se produce,
pero en modo alguno resulta disparatada. En efecto, las teorías de Hume
ilustran muy oportunamente la obra de Kafka. Sobre todo, en lo referido, como
Sorozábal apunta, a la relación causal, que Hume niega (más propiamente, lo que
niega es la posibilidad de acceder a un conocimiento de la misma). La mera
costumbre de asociar ideas y percepciones es para Hume el único modo de dar fe
del principio de causalidad. Por decirlo con las propias palabras del filósofo
escocés: "En resumen, la necesidad es algo que existe en el espíritu y no
en los objetos, y no es posible para nosotros formarnos ninguna remota idea de
ella, considerada como una cualidad de los cuerpos. O bien no tenemos una idea
de la necesidad o la necesidad no es mas que la determinación del pensamiento
de pasar de las causas a los efectos y de los efectos a las causas..." De
aquí se derivan un agnosticismo radical y un nihilismo y un escepticismo no
menos radícales. Kafka también es un escéptico y un nihilista. Escribe
Sorozábal. "A fuerza de repetirse y afirmarse, la tiniebla de la negación
kafkiana se vuelve luz absoluta." Y añade, más tarde: "La negación es
negación de la trascendencia, negación de la causalidad (Hume), de la cosa en
sí (Kant). Más exactamente, negación de la posibilidad de su conocimiento. De
ahí que Kafka no ofrezca salvación, no proponga redención..." Kafka nos
arrebata el por qué y como consecuencia, nos deja caer en el vacío. Apreciamos
de cuánta magnitud es el arma epistemológica blandida por la mano temblorosa y
fría del checo en su empresa crítica: la refutación de la causa. Kafka nos
mueve a revisar todo lo que creemos asentado en un fundamento previo que lo
determina. ¿Es que tenemos una constancia suficiente de la relación entre los
datos que nos brinda la realidad y su presunto fundamento? Se nos incita a
descubrir el absurdo, allí donde la convención da por sentado que la causalidad
existe. La causalidad no es cierta ni forzosa, es angustioso admitirlo, pero es
posible que, aunque no haya nada que lo explique, uno se levante una mañana y
descubra que es un escarabajo que agita sus patas en el aire. Es posible que la
ley acuse al sujeto sin culpa, que le imponga la culpa incluso. Descartarlo nos
da tranquilidad, pero una tranquilidad engañosa.
Su traductora y corresponsal Milena Jesenská escribió para
Franz Kafka un hermoso elogio fúnebre. Sus palabras son el mejor cierre que
alcanzamos a concebir para estas páginas.
"Era un hombre clarividente, demasiado sabio para poder vivir, demasiado débil para querer luchar; pero su debilidad era la de los hombres nobles y rectos, que son incapaces de luchar contra el miedo, la incomprensión, la falta de amor y la hipocresía, y que conocedores de su incapacidad, prefieren rendirse avergonzando así al vencedor.
"Su conocimiento del mundo era extraordinario y profundo. Él mismo era un mundo extraordinario y profundo.
"Sus libros (...) poseen una auténtica desnudez que queda expuesta con más naturalidad aun cuando se expresa por medio de símbolos. Tienen la ironía seca y la sagacidad sensitiva del ser que supo mirar el mundo con una lucidez tan sutil que no pudo soportar su espectáculo y tuvo que morir.
"Y es que Franz Kafka no quiso hacer concesiones y comportarse como los demás, que se refugian en espejismos intelectuales, a veces muy nobles, verdaderamente.
"Sus obras se caracterizan por la expresión de un sordo temor por los secretos desconocidos y la evidente inculpabilidad de la culpa entre los hombres. Fue un artista de conciencia tan escrupulosa que supo permanecer alerta donde los otros, los sordos, se sentían seguros."