
Hacia el final del Prólogo de la Contribución de la
crítica de la economía política, de 1859, Marx se refiere a la actitud a
adoptar en la investigación científica. Luego de explicar que sus puntos de
vista son el resultado de años de “investigación escrupulosa”, sostiene que “al
entrar en la ciencia, así como en la entrada al Infierno, debe formularse esta
exigencia: ‘Abandónese aquí todo recelo/Mátese aquí cualquier vileza’ (Dante)”. En
esta breve nota presento algunas reflexiones sobre el contenido e implicancias
políticas de este imperativo ético que, hasta donde alcanza mi conocimiento, es
uno de los pocos que encontramos en la obra de Marx.
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Rolando Astarista |
Es importante aclarar que cuando Marx se refiere a la necesidad de matar todo recelo, no está diciendo que la investigación deba abordarse con la mente en “tabula rasa”, o desde un enfoque que haga abstracción de valores, o posiciones de clase. Marx está muy lejos del positivismo comtiano, y similares. Así, en varios pasajes se refirió a las limitaciones del pensamiento burgués para indagar la naturaleza de la plusvalía, o los orígenes históricos de la sociedad de clases y del mercado.
Además, era consciente de que la indagación científica se hace siempre a partir de categorías y teorías, que delinean las problemáticas a responder y hacen visibles (o no) los objetos de estudio. Por eso, lo que está afirmando Marx en el pasaje del Prólogo de 1859, es que en el trabajo científico hay que dejar de lado intereses subalternos, y seguir lo que nos dicta el estudio de los datos, y el razonamiento. Esto significa no anteponer a la verdad científica la defensa de “verdades de partido”, de dogmas y tradiciones intelectuales, y no subordinarse a los poderes establecidos. Si llegamos a una conclusión, hay que atenerse a ella, y solo modificarla cuando confrontemos otros argumentos lógicos, y consistentes con datos, que sean convincentes. El escritor, o el científico, no debe ocultar sus convicciones porque éstas no agraden a los “jefes”, a las instituciones, o a la opinión pública.
Todo esto parece elemental, pero es lo que muchas veces se
deja de lado, por las más diversas razones. En mi vida militante he conocido
gente que no se atrevía a sostener tal o cual cosa porque iba en contra de una
“verdad” consagrada; por ejemplo, en el marxismo, porque contradecía lo que
había dicho alguno de los “padres fundadores”. O personas que temían, y temen,
enfrentarse a los líderes de tal o cual partido o movimiento. También hay gente
que primero ausculta el “estado de opinión”, antes de animarse a decir lo que
piensa sobre alguna cuestión. Es una actitud que muchos mantienen en las más
diversas circunstancias Por ejemplo, hay intelectuales de izquierda que están
convencidos de que el régimen de Assad está asesinando al pueblo sirio, pero
temen cuestionar públicamente el apoyo de Chávez, o Castro, a la dictadura. En
algunos casos puede ser simple “vileza” (todo sea en aras de estar “bien
considerado”). Y en otros, se trata de cobardía política. Pero nada de esto es
ciencia, ni pensamiento crítico.
En la tradición del
Iluminismo
La actitud ante la ciencia, a la que animaba Marx, se
encuentra en las tradiciones del pensamiento burgués en ascenso, con su llamado
a someter al juicio de la razón todo lo existente. En la Enciclopedia de
las ciencias filosóficas Hegel escribe que “todas las presuposiciones y prejuicios han de ser abandonados cuando
se ingresa en la ciencia”; y agrega que esta exigencia “se lleva a cabo propiamente en la decisión de querer pensar con toda
pureza, decisión que lleva a cabo la libertad”. Hegel no está diciendo que debemos pensar sin categorías previas,
sino que hay que pensar con libertad. Para ello, debe haber una decisión
de hacerlo. Este ideal de una “investigación científica libre” también es
reivindicado por Marx en el Prólogo a la primera edición de El Capital.
“Libre” porque el estudioso debe ir hasta el fondo en la indagación, y
mantenerse firme en las conclusiones a las que llegue.
También encontramos esta idea en “¿Qué es la Ilustración?”,
de Kant. En este texto Kant explica que la Ilustración es la salida del hombre
de la minoría de edad, y esta última es la incapacidad de “servirse del propio
entendimiento, sin la dirección de otro”. Alguien está en la minoría de edad
cuando le falta la decisión y el ánimo para servirse del entendimiento con
independencia, sin la conducción de otro. “Sapere
aude (“atrévete a pensar”, Horacio) ¡ten valor de servirte de tu
propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración”. Hay que superar la
pereza y la cobardía para pensar por sí mismo, agrega Kant. “Los grillos que
atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas:
instrumentos mecánicos de un uso racional…”. Hay que animarse a pensar, a sacar
conclusiones, a desafiar “reglamentos y fórmulas”.
Crítica
revolucionaria
El llamado a pensar por sí mismo, a someter al propio juicio
lo establecido, o lo que viene como “mandato” (del tutor o conductor de turno),
tiene consecuencias revolucionarias. Tal vez por este motivo Kant matizó el
“atrévete a pensar” con la distinción entre el uso público y privado de la
razón (ver el texto citado). Pero en Marx, el atreverse a pensar es clave para
la crítica, con sus consecuencias subversivas para el orden burgués. En la “Introducción a la Crítica de la filosofía
del derecho de Hegel” escribía:
“Cierto es que el arma de la crítica no puede suplir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que ser derrocado por el poder material, pero también la teoría se convierte en un poder material cuando prende en las masas. Y la teoría puede prender en las masas a condición de que argumente y demuestre ad hominem, para lo cual tiene que hacerse una crítica radical. Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo. (…) La crítica de la religión desemboca en el postulado de que el hombre es la suprema esencia para el hombre, y por consiguiente, en el imperativo categórico de echar por tierra todas aquellas relaciones en que el hombre es un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable…”.
Es la crítica para mover al ser humano “a pensar, a obrar y
a organizar su sociedad como hombre desengañado que ha entrado en razón, para
que sepa girar en torno a sí mismo y a su yo real”. Quitar las cadenas, liberar
el pensamiento y que “broten flores vivas”. Pero no puede haber flores vivas
del pensamiento donde hay discurso monocorde, donde “los jefes” piensan, y
deciden, por todos. Es por este motivo que Marx critica al “comunismo tosco”,
en tanto éste “niega siempre y donde quiera la personalidad humana” (véase
losManuscritos económico-filosóficos de 1844). Pero no se trata de reivindicar
la personalidad para caer en el individualismo, sino como fundamento de un
hombre social, desplegando sus capacidades en un mundo social. Si no hay
desarrollo del pensamiento libre, caeríamos en una sociedad en la que se
anularía la existencia subjetiva. Y el objetivo es “una sociedad pensada y sentida”,
conformada a partir de la actividad consciente de los que producen y se
organizan a sí mismos. Por esto, “debe
evitarse, sobre todo, volver a plasmar la ‘sociedad’ como abstracción frente al
individuo” (ídem).
Atreverse a pensar y
conducciones “estratégicas”
En tiempos en que tanto se habla de animar a la juventud a
la militancia política, tal vez no esté de más contraponer esa exhortación a
pensar por sí mismo, con la lógica de las conducciones de tipo stalinista, o
bonapartistas-nacionalistas, o combinaciones de éstas. Dado que en otras notas
de este blog me he referido a la lógica stalinista, en lo que sigue me baso en
la relación líder/movimiento del peronismo. Lo central que quiero destacar es
que se trata de una misma mecánica de fondo, consistente en eliminar la
diferencia de pensamiento en lo que importa, en el pensamiento acerca de las
estrategias y los problemas de fondo. José Pablo Feinmann resume bien esa
lógica: el punto de partida es que el conductor es el estratega que conduce al
conjunto de las fuerzas. En este encuadre, las líneas tácticas tienen que
aceptar esa conducción estratégica, la cual totaliza desde un esquema de poder.
Para que todo esto sea digerible, la imagen de la guerra es muy conveniente.
Escribe Feinmann:
“En la conducción de la guerra no hay la libertad que Sartre encuentra en la praxis dialéctica. Perón asume la estrategia jerárquica del conductor. Él es quien decide cuándo totaliza, o cuándo no, a qué línea táctica otorga prioridad, cuál avanza, cuál retrocede, y hasta cuál muere por no tener ya el respaldo, el reconocimiento de la conducción estratégica. El conductor asume el papel de la astucia de la razón hegeliana” (Peronismo. Filosofía de una persistencia argentina, I, p. 109).
Más claro, imposible. Estamos en guerra (y dado que siempre
habrá conflictos, siempre estaremos en guerra), y por lo tanto no existe la
“libertad de la praxis dialéctica”. Dicho en lenguaje llano, aquí desaparece el
“atrévete a pensar”, o cualquier estímulo a desarrollar la capacidad crítica
frente a “la conducción”. De hecho, ahora todo pasa por convencerse de que el
Jefe (o la Jefa, porque no somos machistas) encarna la “astucia de la razón”,
que nos llevará a la tierra prometida de la liberación “nacional y social”, sin
importar cuán extraños y paradójicos nos parezcan los caminos elegidos. Y a
partir de aquí, nos tragamos cualquier “sapo” (llámese Insfrán, Boudou, Barrick
Gold, lumpen enriqueciéndose sin límite, etc.). En lugar de gente que está
pensando por sí, se promueve la aceptación pasiva de la conducción
“estratégica”. Hay un abismo entre esto, y el proyecto del marxismo; al menos,
del proyecto “a lo Marx”. Es que la crítica de la explotación, y la denuncia
del ser humano que es dominado por poderes que no domina, implica un proyecto
de sociedad distinto de raíz de lo que promueve la visión burocrática del
“alguien piensa lo estratégico por ustedes”. Inducir a la juventud a adherir a
esta última perspectiva, bajo la excusa de “promovemos la militancia
cuestionadora”, es puro cinismo. La realidad es que hoy, desde las esferas del
poder, se promueve la adhesión pasiva a una sociedad asentada en la
explotación, y en la degradación de millones de seres humanos.
En conclusión, no estamos ante diferencias “tácticas”, o de
política coyuntural, sino de fondo, ideológico-estratégicas. La sociedad
capitalista conduce al extrañamiento del ser humano, a la mutilación de sus
potencialidades. El hombre no está consigo mismo en su trabajo, ni se reconoce
en el producto de su labor, porque es explotado y depende de un poder que le es
ajeno y extraño. Pero este extrañamiento también se da en la política, y en
todas las otras esferas. Por eso, la crítica militante real es la
crítica a este mundo de la enajenación, de explotación y humillaciones sin fin.
Es la crítica a la propiedad privada del capital, al dominio del mercado y del
Estado burgués, y a la civilización burguesa que se levanta sobre la
explotación. Frente a la aceptación pasiva de las “conducciones establecidas”,
el “atrévete a pensar” será la piedra sobre la que se levante una militancia
socialista, crítica y libre.