
Francisco Fernández Buey
Barcelona: Crítica, 2004
Barcelona: Crítica, 2004
Luis Roca Jusmet
Especial para Gramscimanía |
Hace unas semanas murió Paco Fernández Buey.
Desgraciadamente no tuve ocasión de conocerle ni tampoco la oportunidad de
leerle. Esto sí he podido corregirlo y lo he hecho siguiendo el consejo de mi
amigo José Luis Moreno Pestaña que considera este libro como uno de los mejores
de la filosofía española de los últimos años.
El libro lo escribió el año 1991 y se reeditó en edición de
bolsillo el año 2004. Aunque el tema es actual y por ello en los años
posteriores han habido novedades importantes, me parece que es un texto
excelente y continua siendo un buen punto de partida para el tema sobre el que
reflexiona. Se trata de un análisis sobre el movimiento crítico que se generó
en la filosofía de la ciencia en los años 60, a partir de los escritos de Thomas
Kuhn y Paul Feyeraben.
Si en los años 50 el llamado Círculo de Viena había
intentado estructurar un método científico definitivo, en los años siguientes
lo cuestionaron radicalmente. El método consistía en diferenciar entre contexto
de descubrimiento y contexto de justificación. Éste último marcaría
el criterio normativo definitivo para demarcar las prácticas científicas de las
que no lo son. Es un momento de buscar el consenso metodológico. Kuhn y
Feyerabend cuestionan esta posibilidad, el primero desde un análisis histórico
y el segundo desde una reflexión metodológica. Es la época del desacuerdo, del
cuestionamiento de la posibilidad de una metodología segura y general. Es el
final del sueño dogmático, acontecimiento que Fernández Buey valora siempre que
no conduzca a excesos retóricos. Lo que plantean Kuhn y Feyeraben es
interesante y estimulante, aunque requiere ser contrapesado. A veces son ellos
mismos los que lo hacen, como en el caso de Khun. Pero lo interesante es que
esta crítica al neopositivismo aparece dentro de la propia tradición analítica
anglosajona. En el libro se reivindica la figura de Otto Neurath, que política
y filosóficamente es suficientemente interesante para diferenciarlo del tópico
general referido al neopositivismo. También hay un largo debate con Popper que
no tiene desperdicio. Otro pensador al que se refiere el autor del libro es a
Egard Morin, que plantea un horizonte a explorar dentro de lo que llama las
ciencias de la complejidad. Hay una referencia muy interesante al relato que
hace James Watson de uno de los grandes descubrimientos científicos de los
últimos tiempos. El de la doble hélice. Este capítulo permite concretar y
precisar muchas de las cuestiones que aparecen en un plano más teórico.
Contiene el libro también otras reflexiones sugerentes, como la del papel de la
metáfora en el discurso científico.
¿Conclusiones? Por supuesto, siempre dentro del estilo claro
y riguroso, matizado aunque sin ambigüedades. La ciencia como discurso, como
práctica existe y lo hace de una manera consistente y contrastada. Hay que
defender, por tanto la ciencia del relativismo del todo vale. Ahora
bien : hay que recoger también toda una tradición de escepticismo moderado que
arranca de Hume y que nos permite una defensa crítica de lo científico. Como
dice uno de los capítulos del libro, hay que desconstruir pero no demoler. No
hay un metalenguaje que pueda justificar lo que es científico y lo que no. Este
sería el primer sentido de la palabra ilusión: la de encontrar un
método que sea el criterio externo a la propia investigación científica. Hay
aquí un planteamiento jerárquico que Paco Fernández Buey, muy adecuadamente
rechaza. Y ya anticipa en sus escritos un concepto que posteriormente hará fortuna:
la idea de red abierta por encima de la de estructura cerrada. Hay
que ser sistemático pero no hay que construir un Sistema. Este Método con
mayúsculas es una ilusión en el sentido negativo de espejismo. Pero también hay
que recoger otro sentido de la palabra ilusión, que es positivo, que es el del
entusiasmo que nos impulsa a buscar el método, el camino que siguen los científicos.
La historia y la sociología deben estar presentes en la comprensión y la
valoración del propio discurso científico, que nunca es puro.
¿Deben ser los filósofos los que reflexionen sobre la
ciencia? Manuel Sacristán, maestro reconocido de Paco Fernández Buey decía que
no, que son los propios científicos los que deben reflexionar sobre su
práctica. Nuestro autor dice que está sólo parcialmente de acuerdo porque
también es bueno el diálogo entre el científico y el filósofo (que aunque no
sea un experto tiene que saber de lo que habla). Los científicos tampoco deben
evitar las cuestiones filosóficas, sean epistemológicas o sean ontológicas. El
encuentro puede ser, y muchas veces lo es, fecundo. Lo que sobra, por supuesto,
es arrogancia por cualquiera de las partes.
Quizás se encuentre a faltar una mayor profundización en el
tema de las ciencias sociales. Pero tampoco se puede abarcar todo. Me parece,
de todas maneras, muy certero la diferencia que hace entre la axiología, que
seguramente es inevitable porque siempre tenemos una perspectiva, y el discurso
social normativo, que debería excluirse de la ciencia. Siempre con el matiz es
que esta perspectiva del científico social ha de ser transparente, explícita.
Si no. hace trampas.
¿Ha cambiado el panorama de la filosofía de la ciencia desde
entonces? En la nota introductoria que escribe el año 2004 (casi quince años
después de escribir el libro y hace ahora ocho años) Fernández Buey señala dos
acontecimientos, uno positivo y otro negativo. La buena noticia es la aparición
de una inmensa y buena literatura científica de divulgación que ha actualizado
más estos temas. El ciudadano mínimamente ilustrado puede conocer muchas de las
cosas que dice hoy la ciencia y que tiene múltiple interés para cualquier ciudadano
inquieto y reflexivo. La mala noticia es que los excesos retóricos contra los
que el filósofo nos prevenía se han cumplido : el llamado postmodernismo ha
llevado las críticas de Kuhn y Feyerabend al peor de los escenarios :
considerar la ciencia como una ficción ideológicamente legitimada. Me gustaría
añadir que esta ciencia de la complejidad de la que hablaba Fernández
Buey recogiendo a Morin, ha tenido un desarrollo muy interesante a través de
Ilya Prygonine. Insisto en ello porque además este camino encaja con este
vínculo, señalado positivamente en el libro, entre las ciencias de la
naturaleza y las ciencias sociales. Lo hace a través de Immanuel Wallerstein
que es, para mí, un científico social imprescindible. También me parece que a
Fernández Buey y los lectores del libro les puede interesar la llamada corriente
del realismo crítico (Roy Bhaskar, Rom Harré, Ian Hacking).
Bien, en todo caso sea este comentario mi pequeño homenaje a
Paco Fernández Buey, al que no conocí pero que ya he tenido la oportunidad de
leer.