
Timothy Snyder
Un espectro se cierne sobre la Convención Nacional
Republicana, el espectro de la ideología. La novelista Ayn Rand (1905-1982) y
el economista Friedrich von Hayeck (1899-1992) son los dioses del hogar de
muchos libertarios americanos, de gran parte del Tea Party y de Paul Ryan en particular. Ambos
pensadores eran muy diferentes, sujetos a muchos malentendidos y, en el caso de
Hayek, más frecuentemente citado que leído. Sin embargo, tal como se han
popularizado, sus argumentos proporcionan en conjunto la piedra de toque
intelectual para Ryan y muchos otros del ala derecha del Partido Republicano,
personas cuyo entusiasmo Mitt Romney necesita.
La ironía actual es
que estos dos pensadores, en su lucha contra la izquierda marxista de mediados
del siglo XX, se basaron en algunos de los mismos supuestos subyacentes al
propio marxismo: que la política es cuestión de una simple verdad, que el
Estado con el tiempo deja de importar y
que se necesita una vanguardia de intelectuales para alcanzar una utopía que se
puede conocer de antemano. El resultado paradójico es una fórmula en el Partido
Republicano que abraza una ideología obsoleta, tomando algo de lo peor del
siglo XX y presentándolo como un plan para el siglo XXI.
La elección por parte de Romney de un ideólogo como
compañero le proporcionó cierto sentido. Romney el financiero hizo cientos de
millones de dólares en una aparente y exclusiva búsqueda de rendimiento de la
inversión; pero como político ha sido
menos notable por sus profundos principios que por cambiar convenientemente sus
posiciones. La biografía de Romney estaba necesitada de una trama, y su visión
del mundo requería una moral. En la medida en que es un hombre de principios,
el principio parece ser que los ricos no deben pagar impuestos. Su fidelidad a
este principio es irreprochable, lo que plantea ciertas cuestiones morales. El
pago de impuestos, al fin y al cabo, es una de nuestras pocas obligaciones
cívicas. Al negarse a mostrar sus declaraciones de impuestos, Romney
probablemente está tratando de mantener su vergonzoso impuesto oculto al
público: sin duda, comunica a personas ricas de ideas afines que él
comparte su compromiso de no hacer nada que pudiera ayudar al gobierno de
Estados Unidos. Lo que la ideología de Ryan ofrece para este comportamiento
antipatriótico es que gravar a los ricos obstaculiza el mercado. Más que
activismo político, como el rescate de
General Motors o de las escuelas públicas, nuestra principal responsabilidad
como ciudadanos estadounidenses es dar paso a la magia del mercado y aplaudir
cualquier injusticia asociada cuando sea necesario y, por tanto, bueno.
Aquí es donde entra en juego Ryan. Romney proporciona la
práctica, Ryan la teoría. Romney tiene un montón de dinero, pero nunca ha
conseguido presentar la historia de su carrera como un triunfo moral. Ryan, con
su credibilidad como político de ideas, parece resolver el problema. En el
anarquismo de derecha que surge de la unión de Rand y Hayek, la riqueza de
Romney es la prueba de que todo está bien para el resto de nosotros, ya que las
leyes de la economía son tales que el capitalismo sin restricciones,
representado por chiringitos como Bain, al final debe ser bueno para todos.
El problema con este tipo de determinismo económico es que
es marxismo a la inversa, con los problemas de origen. La planificación de las
finanzas capitalistas sustituye a la planificación por parte de la élite del
partido. El viejo sueño de Marx, la “extinción” del Estado, es la pieza central
del presupuesto de Ryan: reducir los impuestos a los ricos, afirmar que la
reducción de las funciones del gobierno y el cierre de vacíos legales no especificados equilibrará
los presupuestos y, por tanto, hará que el Estado se encoja. Al igual que los
marxistas de otra época, la pareja republicana sustituye el pensamiento mítico
sobre la economía por la lealtad a la nación.
El intento de añadir lastre a la carrera intelectual de
Romney arrastra a la pareja hacia la
ideología del siglo XX. El Camino de Servidumbre de Hayek, que en sus mejores
pasajes es un canto a la modestia en la economía, es leído por los más
señalados republicanos como la fórmula que muestra cómo la intervención en el mercado
libre conduce al totalitarismo. Esta es una bella historia, bien segura de sí
misma, con más de un parecido superficial con la bella y confiada historia
marxista de que un mercado libre sin intervención llevaría a la revolución. Al
igual que el marxismo, la ideología de Hayek es una teoría de total, que tiene
una respuesta para todo. Al igual que el marxismo, permite a los políticos que
aceptan su teoría predecir el futuro, utilizando su pretendido conocimiento
total para crear y justificar el sufrimiento de los que no tienen poder. Ayn
Rand es atractiva de una forma más privada, porque ella celebra el desenfrenado
capitalismo anárquico: magnifica la
desigualdad, da placer a los ricos, que se lo merecen por ser tan maravillosos,
y dolor a las masas, que se lo merecen por ser tan estúpidas. Hayek creía que deberíamos dudar a la hora de intervenir
en el mercado, porque la certeza en materia económica era imposible; Rand creía
que la ley de la selva en sí era una cosa bastante buena (y sexy).
A pesar de que ahora prefiere discutir a Hayek, Ryan parece
haber sido más profundamente afectado por Rand, a la que reconoce inspirar su carrera política. Es probable que la
combinación de ambos -la teoría del todo y la glorificación de la desigualdad-
sea lo que le da su alegre y misteriosa confianza. Hayek y Rand son una
compañía intelectual cómoda, no porque expliquen la realidad, sino porque, como
todos los ideólogos eficaces, eliminan la necesidad de un contacto real con
ella. Ellos estaban reaccionando a la experiencia histórica real, Hayek ante el
nacionalsocialismo y Rand frente al comunismo soviético. Pero precisamente
porque estaban reaccionando, recurrieron a interpretaciones extremas. Así como
el capitalismo sin ataduras no trajo la utopía proletaria, como los marxistas
pensaban, la intervención y la redistribución no trajo el totalitarismo, como
los antimarxistas como Hayek afirmaban.
La Austria natal de Hayek era vulnerable al radicalismo de
derechas en la década de 1930, precisamente porque se siguieron las mismas
políticas que recomendó. Fue uno de los estados menos intervencionistas de
Europa, lo que dejó a su población enormemente vulnerable a la Gran depresión y
a Hitler. Austria se convirtió en una democracia próspera después de la Segunda
Guerra Mundial debido a que sus gobiernos ignoraron el consejo de Hayek y
crearon un Estado de bienestar. Como comprendieron los estadounidenses del
momento, las provisiones para los ciudadanos necesitados es una forma eficaz
para defender la democracia de la derecha y la izquierda extremas.
Los republicanos ricos como Romney, por supuesto, son una
pequeña minoría en el partido. No mucho del electorado republicano tiene
interés económico en votar a favor de una pareja cuya plataforma es demostrar
que el gobierno no funciona. Como Ryan entiende, deben ser informados de que
sus problemas no son simplemente un contraste sin sentido con los dorados
placeres del hombre que encabeza la lista republicana, sino parte del relato
mismo, un drama histórico en el que el bien triunfará y el mal será vencido.
Hayek proporciona las reglas del juego: todo lo que hace el gobierno al
intervenir en la economía sólo empeorará las cosas, por lo que el mercado,
dejado a sus propios recursos, nos debe dar lo mejor de todos los mundos posibles.
Rand suministra el elitismo discreto pero titilante: esta distribución del
placer y el dolor es buena en sí misma, porque (y esto no se puede decir en voz
alta) la gente como Romney es brillante y las personas que van a votarle no lo
son. Rand comprendió que su ideología solo podía funcionar como sadomasoquismo.
En sus novelas, el sufrimiento de los estadounidenses comunes (“parásitos”,
como se les llama en La rebelión de Atlas) proporciona el contrapunto a los
placeres extraordinarios de los heroicos capitanes de la industria (que
describe en extraños términos sexuales). El logro de una ideología eficaz
funciona como puente entre el dolor de la gente y el placer de la élite, que
apacigua a los primeros y confiere poder a esta última.
En la campaña presidencial de Romney/Ryan, a los
estadounidenses que son vulnerables y están aislados se les dice que son
independientes y fuertes, por lo que van a votar a favor de políticas que les
dejan más vulnerables y aislados. Ryan es un buen comunicador y un hombre lo
suficientemente inteligente como para presentar la inversión del marxismo en un
discurso de campaña o una entrevista de televisión. Pero como política nacional
sería una tragedia autodestructiva. La parte autodestructiva es que ninguna
nación puede sobrevivir mucho tiempo colocando los relatos sobre la necesidad
histórica por encima de las necesidades palpables de sus ciudadanos. La trágica
es que el argumento en contra de la ideología ya ha sido ganado. Las defensas
de la libertad contra el marxismo, sobre todo la defensa del individuo frente a
los que dicen representar el futuro, también se aplican al marxismo invertido
de la pareja republicana.
Los grandes pensadores políticos del siglo XX han
desacreditado los sistemas ideológicos que dicen poseer un perfecto
conocimiento de lo que está por venir y presentan a los políticos como los
científicos del futuro (recordemos que el plan presupuestario de Ryan nos dice
lo que va a pasar en 2083). El camino a la prosperidad nacional en el siglo XXI
es sin duda pensar no ideológicamente, reconocer que la política es una
elección entre constricciones y bienes más que una historia acerca de un único
bien que triunfaría solo si la gente mala le permite funcionar sin
restricciones. El mercado funciona muy bien para algunas cosas, el gobierno es
algo desesperadamente necesario para otras, y los relatos que despachan a
cualquiera de ellos no son nada más que
ideología.
Publicado y traducido por Anaclet Pons en Clionauta