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Vacaciones al futuro ✆ Artem Kostyukevich |
La reciente serie documental de Adam Curtis, All Watched Over By Machines Of Loving Grace [Todo
supervisado por máquinas de gracia amorosa], sostenía que los discursos de
auto-organización, que habían sido previamente asociados con la contracultura,
estaban ahora asimilados en la ideología dominante. La jerarquía era mala; las
redes eran buenas. La organización en sí—considerada como sinónimo de “control
de arriba abajo”—era opresiva e ineficiente. Es evidente que los argumentos de
Curtis son elocuentes. Prácticamente todo el discurso político dominante mira
con sospecha y escepticismo al Estado, la planificación y las posibilidades de
cambio político organizado. Este discurso se integra en el marco ideológico que
he llamado realismo capitalista: si el cambio sistémico nunca podrá
producirse, lo único que podemos hacer es sacar el mejor partido del
capitalismo. <><> Read
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No hay duda de que la derecha ha sido capaz de sacar provecho de identificar a la izquierda con una versión supuestamente superada de la política “de arriba hacia abajo”. El neoliberalismo impuso un modelo de tiempo histórico que sitúa a la centralización burocrática en el pasado, en contraposición con una “modernización” que es considerada como sinónimo de “flexibilidad” y “elección individual”. Más recientemente, la tan criticada idea de la Gran Sociedad resulta ser, de hecho, una versión de derechas del autonomismo. El trabajo de Phillip Blond, uno de los arquitectos del concepto de la “Gran Sociedad”, está saturado de la retórica de la auto-organización. En el informe “The Ownership State” [el estado de propiedad], que escribió para el think-tank ResPublica, Blond habla de “sistemas abiertos” que “reconocen que la incertidumbre y el cambio vuelven ineficaz al comando-y-control tradicional”. Mientras que las ideas de Blond han sido consideradas por muchos como una turbia justificación para la agenda de privatización neoliberal, el mismo Blond las emplaza como críticas del neoliberalismo. Blond señala una paradoja que yo también discuto en mi libro Capitalist Realism [realismo capitalista]: en vez de eliminar la burocracia, tal como prometió que lo haría, el neoliberalismo ha llevado a su proliferación. Dado que los servicios públicos no pueden funcionar como mercados “apropiados”, la imposición de la “solución de mercado” en la sanidad y la educación “genera una burocracia enorme y costosa de contadores, examinadores, inspectores, asesores y auditores, todos interesados en garantizar la calidad y asegurar el control que dificultan la innovación y la experimentación y que mantienen elevado su costo”. Tales sistemas, escribe Blond, son “orgánicos en lugar de mecanicistas y requieren de una mentalidad de gestión completamente diferente para dirigirlos. La estrategia y la retroalimentación de las acciones son más importantes que la planificación detallada (‘¡Fuego – listos – apunten!’ como escribió Tom Peters); las jerarquías dan paso a las redes; la periferia es tan importante como el centro; el interés propio y la competencia son equilibrados por la confianza y la cooperación; se requiere de la iniciativa y la inventiva en lugar de la obediencia; se eleva el nivel de inteligencia en vez de bajarlo”. Puesto que la derecha está ahora preparada para hablar en estos términos, resulta claro que las redes y los sistemas abiertos no son suficientes en sí mismos para salvarnos. Más bien, como Gilles Deleuze sostuvo en su crucial ensayo “Post-scriptum sobre las sociedades de control”, las redes son simplemente el modo en que opera el poder en las sociedades de “control” que han reemplazado las viejas estructuras “disciplinarias”.
¿Significa todo esto que las ideas de autonomía y
auto-organización habrían de ser inevitablemente apropiadas por la derecha y
que ya no ofrecen ningún potencial político para la izquierda? Definitivamente
no—lejos de indicar cualquier deficiencia en las ideas autonomistas, la
apropiación de estas ideas por la derecha muestra que siguen teniendo
potencia—. Ver lo que está mal con la apropiación del autonomismo por parte de
Blond y los de su calaña también nos dice algo acerca de cuál podría ser la
diferencia entre la derecha y la izquierda en el futuro.
Curtis tiene razón en que la principal forma en la que las
ideas autonomistas han sido neutralizadas es usándolas en contra de
la idea misma de la organización política. Sin embargo, las teorías
autonomistas siguen siendo fundamentales porque nos dan algunos recursos para
la construcción de un modelo de lo que la organización política de izquierda
puede ser en las condiciones post-fordistas de flexibilidad obligatoria,
globalización y producción justo-a-tiempo. Ya no podemos tener ninguna duda de
que las condiciones que hicieron surgir a la “vieja izquierda” se han
derrumbado en el Norte global, pero debemos tener el coraje de no sentir nostalgia
por el desaparecido mundo fordista del aburrido trabajo de la fábrica y un
movimiento obrero dominado por trabajadores industriales varones. Tal como
Antonio Negri ha planteado potentemente en una de las cartas recopiladas en el
recientemente publicado Arte y multitud, “Tenemos que vivir y sufrir la
derrota de la verdad, de nuestra verdad. Tenemos que destruir su
representación, su continuidad, su memoria, su huella. Todos los subterfugios
para evitar el reconocimiento de que la realidad ha cambiado, y con ella la
verdad, tienen que ser rechazados. … La propia sangre de nuestras venas había
sido sustituida”. A pesar de que se ha exagerado el cambio hacia el llamado
trabajo “cognitivo”—sólo porque el trabajo implique hablar no significa que sea
“cognitivo”; el trabajo de un teleoperador repitiendo mecánicamente las mismas
frases rutinarias durante todo el día no es más “cognitivo” que el de alguien
en una cadena de montaje—Antonio Negri tiene razón en que la liberación del
trabajo industrial repetitivo sigue siendo una victoria. Sin embargo, como
Christian Marazzi ha planteado, los trabajadores han sido como los judíos del
Antiguo Testamento: liberados de la esclavitud de la fábrica fordista, ahora
están varados en el desierto. Tal como Franco Berardi ha demostrado, el trabajo
precario trae consigo nuevos tipos de miseria: la presión del estar
siempre-presto que posibilita la tecnología de telecomunicaciones móviles
significa que la jornada laboral ya no tiene fin. Una población siempre-presta
vive en un estado de depresión insomne, incapaz de desconectar.
Pero lo que debe diferenciar a la izquierda de la derecha es
un compromiso con la idea de que la liberación yace en el futuro, no el pasado.
Tenemos que creer que el sistema de realidad neoliberal actualmente en colapso
no es la única modernidad posible; sino que, por el contrario, es una forma de
barbarie ciber-gótica, que utiliza la última tecnología para reforzar el poder
de las más antiguas élites. Es posible que la tecnología y el trabajo sean organizados
en formas completamente diferentes a cómo se configuran actualmente. Esta
creencia en el futuro es nuestra ventaja sobre la derecha. Las instituciones en
red de Phillip Blond pueden tener un brillo cibernético, pero él sostiene que
deben estar situadas en un entorno social que está re-dedicado a los “valores
tradicionales” que provienen de la religión y la familia. Muy por el contrario,
tenemos que celebrar la desintegración de estos “valores” como la necesaria
condición previa para nuevos tipos de solidaridad. Esta solidaridad no va a
surgir automáticamente. Necesitará de la invención de nuevos tipos de
instituciones, así como de la transformación de los viejos organismos, como los
sindicatos. “Una de las cuestiones más importantes”, escribió Deleuze en el
ensayo sobre “Control”, “será la tocante a la ineptitud de los sindicatos:
atados a la totalidad de su historia de lucha contra las disciplinas o al
interior de los ámbitos de encierro, ¿lograrán adaptarse o cederán el paso a
nuevas formas de resistencia frente a las sociedades de control? ¿Podemos ya
distinguir los contornos borrosos de las formas que vienen, capaces de
intimidar a los placeres del marketing?” Tal vez los rasgos de ese futuro
pueden verse en América Latina, donde los gobiernos de izquierda facilitan los
colectivos gestionados por trabajadores. La cuestión ya no es abandonar el
estado, el gobierno o la planificación, sino hacerlas parte de los nuevos
sistemas de retroalimentación que se han de basarse en la inteligencia
colectiva—y constituirla—. Un movimiento que puede sustituir al capitalismo
global no necesita centralización, pero sí requerirá de la coordinación. ¿Qué
forma adoptará esta coordinación? ¿Cómo pueden las distintas luchas autónomas
trabajar juntas? Estas son las preguntas cruciales que debemos hacernos
mientras comenzamos a construir el mundo post-capitalista.