La conexión entre proceso histórico y formación del
concepto, aunque por los raíles idealistas de la reflexión hermenéutica, es un
tema que Hans G. Gadamer desarrolla con gran amplitud en su
obra, Wahrheit und Methode, su
extensa investigación culmina en una fórmula: que la relación hermenéutica se
determina como «fusión, entrecruzamiento de horizontes», de modo que la
interpretación se constituye en el espacio, que por su
propia «historicidad» abre el presente interpretador.
Claro que el contenido específico de esa formulación, aunque
atiende a la «historicidad del concepto», no puede en manera alguna
asimilarse a la tesis histórico-materialista de la determinación de la
racionalidad en el seno de la práctica social. En esta última, la abstracta y
evanescente «historicidad» es examinada en su configuración
histórico-concreta, y se elucida no sólo como «temporalmente situada»,
sino en tanto que complejo de relaciones socioprácticas.
«La forma característica que en Alemania adoptó el liberalismo francés, apoyado en intereses materiales, volvemos a encontrarlo en Kant. Ni él ni los burgueses alemanes percibieron que a los pensamientos teóricos les subyacen intereses materiales y una voluntad (Wille) condicionada y determinada por relaciones materiales de producción; por eso (Kant) separó la manifestación teórica de los intereses que expresaba y transformó las determinaciones de la voluntad burguesa por intereses materiales, en autodeterminaciones puras de la «voluntad libre», de la voluntad, en y para sí, de la voluntad humana, y las cambió de esa suerte en determinaciones puramente ideales y en «postulados morales» (Marx-Engels, Ueber Kunst und Literatur, Dietz, Berlin, Zweiter Band, p. 7).
Como se ve el análisis no consiste en una equiparación
término a término, sino en el establecimiento de relaciones entre la dinámica
práctica real y la configuración teórica que se examina. Ni materialismo
vulgar, ni sociologismo; para estudiar la correspondencia hay que captar
primero el nudo del proceso real —las relaciones de producción—, también la
arquitectura última de la teoría (el peculiar idealismo moral-kantiano).
De todos modos, el pensamiento marxista nunca, sino en
contadas y hoy superadas deformaciones teoricistas y académicas,
cuyos resultados a la vista están en nuestro país, ha olvidado el enraizamiento
y determinación histórico-social de la conceptualidad; repito, para evitar que
se me interprete de manera oblicua, no al modo hermenéutico de la idealista
«fusión de horizontes», sino en tanto que conceptualidad encastrada y, como
tal, forjada en procesos y articulaciones práctico-sociales.
La reflexión de Gadamer, no obstante, no debe
arrumbarse simple y precipitadamente, desde un racionalismo abstracto, tan
burgués como el idealismo hermenéutico, aunque se atavíe de cientificismo, y
que está levantando la cabeza en ciertos espacios periodísticos, con el fin de
arrimar el ascua a la sardina del poder real, que no confundo con el atuendo
inmediato que viste en tanto que «gobierno»; distinción importante para no
equivocarse de puerta ni de objetivo, la oligarquía financiera tiene, al
mismo tiempo, varios hierros a la lumbre.
La relación y la diferencia
entre «historicismo» y «materialismo histórico» debe
tematizarse con suma atención, para que el último no se desfonde en análisis
histórico burdamente empiricista, por un lado, y sociologismo miope por el
otro.
Por todo esto, el desmantelamiento del mundo
del «socialismo real» no representa sólo un gran descalabro
histórico, la ocasión de la involución político-social que estamos sufriendo;
además, como toda derrota (Lenin en uno de sus escritos aducía un
agudísimo refrán ruso: «hombre derrotado
vale por dos»), es también —dialéctica obliga— ocasión de una
reflexión más atenta y profunda. Los campeones del occidente capitalista
conocen hoy con toda crudeza el sabor amargo de los fastos y precipitados
jolgorios de las veladas de victoria.
Desde el principio, con justeza y gran capacidad de
síntesis, Engels, refiriéndose a la sustancia de la obra de su amigo,
escribe: «Los temas investigados en el libro I, a saber la transmutación
del dinero en capital», pasaje que creo conveniente resaltar, para poner en
claro la índole dialéctica del estudio: la transición de las categorías
(Geld-Kapital], (fue no se reduce a una cuestión puramente histórica, sino a la
articulación teórico-dialéctica de los procesos empírica mente
rastreables» (K. Marx, Das Kapital, ZweiterBand, Dietz, Berlín, 1981,
p. 8).
La transmutación en las categorías, dinero en capital supone
transformaciones empíricamente comprobables, pero transformaciones sólo
perceptibles, en tanto que tales, a una neta distinción teórico-dialéctica de
las mismas; de lo contrario la investigación bruta no encuentra más que
el continuum procesual indiferente, pero el dinero a secas no es todavía
capital, aunque constituye una de sus precondiciones. La relación del capital
no se agota en el numerario, supone explotación del trabajo, extracción de
plusvalor.
Pero lo esencial estriba, y Engels lo subraya, en
la transmutación (Verwandlung), es decir, no tanto y sobre todo no sólo en el
encadenamiento de las dos categorías, o en la secuencia temporal de las dos
fases, sin o en el nexo dinámico interno por el (fue la una deviene la
otra, la precondición el condicionado. Ese es precisamente el nexo dialéctico
que permite pensar el devenir.
La Verwandiung de Geld en Kapital trata
de una transformación en el proceso, del proceso mismo de transformación que,
lógicamente, se encapsula en la noción dialéctica central deWerden, de manera
que puede afirmarse con contundencia: es porque deviene, no deviene porque
es. Según esto, el libro I se centra en la transformación interna que liga y en
que subsisten los diferentes.
De la colocación teórica central de este teorema depende la
comprensión del centro de interés de El Capital (Lenin ya había
indicado que quien no ha comprendido la lógica deHegel no puede
entender El Capital de Marx; habría que añadir que lo que no puede
entender es el marco lógico que determina su cientificidad
—cf. I. I. Rubín, «Ensayos sobre la teoría del valor»,
en Cuadernos de Pasado y Presente, n.° 53, Akal, 1974, en particular
«Advertencia»—: «Estamos aquí frente al problema de una nueva cientificidad,
que rompe con las abstractas categorialidades del pensamiento burgués [...].»).
En cierta manera o, de manera cierta, la tematización dialéctica de ese devenir
interno de la entidad capitalista, en y por sus diferencias, preside a la
articulación propiamente histórica; y dialécticamente también, en su origen,
en Hegel, la reflexión del proceso histórico empujó hacia la reflexión
lógico-dialéctica (cf. W. Dilthey,Gesammelte Schriften, Teubner,
1925, IV Bd. y G. Lukács, El joven Hegel, Grijalbo).
Este rasgo central —el devenir del capital— Engels lo
recalca en el mismo lugar, cuando explica: «Las páginas 973-1.158
(cuadernos XI hasta el XVIII) —de los manuscritos utilizados para la
elaboración del libro II, M. B.— tratan del capital, capital y beneficio, tasa
de beneficio, capital comercial, capital dinero, es decir, de los problemas que
más tarde se desarrollarán en el manuscrito para el libro III», y para mayor
claridad, indica que estos temas no se «agrupan» ni analíticamente se separan,
sino que se abordan en eldespliegue de una investigación dialéctica, en la que
se conectan, como momentos de la teoría.
Los temas reaparecen procesualmente en una investigación —
la de Marx— ni empírica ni secuencial en cuanto a su forma, sino
conforme al pulso del despliegue de la teoría.
Esto que a primera vista parecería confortar alguna de las
tesis del teoricismo abstracto, es exactamente su rechazo y refutación
palmarios; no sólo porque ese despliegue responde a la maduración
histórico-real del sistema (cf. Engels, Umrisse zu einer Kritik, MEW,
I, y Marx, Theorien der Mehrwert), sino porque en esa tematización y
articulación dialéctica va implícita la conexión de la teoría y del movimiento,
sin que por ello hayan de identificarse. Pero es éste un punto de vista que se
le escapa a la abstracción teoricista, académica.
Un segundo punto teórico abordado por Engels en
estas densas y transparentes páginas es nada menos que la determinación del
problema cuyo esclarecimiento emprendió Marx y también la manera de
hacerlo; todo ello con motivo de someter a crítica las pretensiones
deRodbertus: que Marx había recogido la idea del trabajo como
sustancia del valor, de sus propios escritos, sin mencionarlo.
Engels, buen conocedor y colaborador teórico íntimo
de Marx, para empezar escribe: «El
(Marx) comenzó sus estudios económicos en 1843, empezando con los grandes
ingleses y franceses» —no estaba todavía enfrascado en las reflexiones
crítico-antropológicas de Feuerbach sobre Hegel,- ya había pasado a
otro punto, determinante de su teorización—. A continuación, Engels emprende
una apretada síntesis del desarrollo de la noción de plusvalor, ligándolo como
va a verse al proceso de crecimiento del sistema: «El primer enfoque (Ansicht) fue el que surgía de la práctica comercial
inmediata, que el p.v. surge como adición al valor del producto (aus einem
Aufschlag auf den Wert des Produkts). Era el que predominaba entre los
mercantilistas; pero ya entonces James Steward vio que lo que uno
gana, otro necesariamente debe perderlo», de manera que el enfoque acerca
de un incremento de valor en la esfera del intercambio comercial era
inservible.
Engels añade inmediatamente: «A. Schmidt supo ya de dónde surgía el p.v. de los capitalistas»;
en efecto, ese autor situó el espacio de creación del plusvalor y de la
riqueza social en el trabajo.
¿Entonces? Es ahora cuando Engels la cede le
palabra a Marx: «Y no
obstante, Schmidt no ha separado la categoría propia de plusvalor, de
las formas particulares que reviste en tanto que beneficio o renta de la
tierra. Por eso en él, como en Ricardo, se dan muchos errores e
insuficiencias en el curso de la investigación.»
Recapitulando: el desarrollo teórico, tal
como Engels ya había expuesto en Umrisse —1844—, acompaña
el desarrollo real del sistema. Marx expondrá, mucho más tarde con
brillantez y precisión en Theorien
der Mehrwert, el proceso de desvelación del trabajo como sustancia de p.v.;
una vez más, dialécticamente, como reflexiona Ernst Bloch en Sujet-Objet (Gallimard, París,
1977), el pensamiento crece con el crecimiento del ser, no por la
multiplicación de seminarios o de universidades de verano o de invierno.
En ese proceso histórico-dialéctico de esclarecimiento
teórico, A. Schmidt ya conoce el trabajo humano como espacio de
producción del p.v. Pero ni él, ni Ricardo han conseguido especulativa-teóricamente
separar y, por ende, acuñar, la categoría fuera de las formas inmediatas que
presenta en el plano empírico de su realización; por ello encubren el proceso
de creación de p.v., detrás de la noción y de la práctica de su apropiación
privada como «beneficio». El proceso de explotación del trabajo, a pesar
de haber sido entrevisto, queda sepultado tras la pantalla de la rentabilidad
del capital.
No nos importa aquí denunciar ese escamoteo-ocultación
ideológico, evidente en los dos grandes clásicos del pensamiento económico
burgués, que tropiezan en el umbral de la«verdad» —aquí sí que vale la
pena, sin pedanterías, traer a cuanto la palabreja aletijeia
—desvelación— y que ante la puerta de la bodega secreta de Barba Azul pierden
de repente la llave de oro. Es importante examinar el mecanismo teórico de la
gran manifestación ideológica: ni Schmidt,
ni Ricardo desgajan, en su pureza teórica la categoría de sus
formas empírico-inmediatas de presentación; por ello no sólo encubren el proceso
de creación de p.v., que ya han descubierto; el proceso de creación de p.v, que
ya han descubierto; además asumen de manera acrítica, en las nociones
de «beneficio y renta» las prácticas de la sociedad burguesas.
He aquí una brillante y profunda crítica, no sólo
epistemológica, sino socioideológica del inmediatismo empiricista
hoy tan recomendado y ensalzado por tirios y troyanos, es decir, desde los dos
lados de la muralla.
Esa determinación teórica del p.v. exige separarlo,
purificarlo de las adherencias inmediatas oscurecedoras; eso no tiene nada que
ver con el teoricismo —luego desligado— de la «escuela francesa», es
solamente la clara conciencia dialéctica de la diferencia
entreWesen y Erscheinung, que el empiricismo niega y ha negado
desde Berckeley y Hume.Esa tensión y diferencia en el seno de lo
real, que constituye el meollo de la reflexión dialéctico-revolucionaria.
Pero el prólogo que comentamos nos interesa no sólo por esas
derivas teóricas fundamentales que involucran planos de reflexión
dialéctico-epistemológicas, sino también porque da entrada a las páginas en
que Marx, una vez más desde su escandalosa obsolescencia, aborda
problemas de la más apremiante actualidad.
En el curso del análisis de la circulación del capital
(dinero) escribe: «Hemos visto que la producción capitalista, una vez
establecida, en su desarrollo no sólo reproduce la “separación” (Trennung del
trabajo y de las condiciones de trabajo, los medios de producción), sino que la
expande en perímetros cada vez más amplios, hasta convertirse en la
circunstancia social determinante» (Das Kapital, II, 39).
La «mundialización» es de nuevo un eufemismo de escamoteo y
de geográfica trivilización; el concepto de Marx va mucho más lejos y
más hondo, ya que no se refiere a una simple expansión más o menos vulgar y
cuantitativa, sino a una cualitativa y que incide en todos los
espacios de la vida social: en lo moral, en lo cultural y en lo político.
Primero, señalemos que,
cuando Engels redacta el libro II, utilizando notas, esbozos y
fragmentos que Marx dejó al morir (por esto mismo, por su
factura, la obra es abierta, no una suma conclusa, redonda, perfecta, en
sentido propio de «acabada» (cf. Engels, Etudes sur le Capital, Ed.
Soc., París, 1949), Engels utiliza por su cuenta o encuentra en los
manuscritos de Marx, como característica central del sistema,
la Trennung, del trabajo y de los medios de producción. Ha de recordarse
que este concepto de Trennung —en clases!!— es el que aparece ya en
los Manuscritos de juventud, en tanto que punto determinante y rasgo
central de la formación social; «separación» que luego veremos manifestarse en
las «polaridades»: trabajo/ocio, vida/cultura, política/ética, representados/representantes,
y entrando en el espacio socio-cultural, a la española: élites que «va
\en/plebe y masas «que los pobres, no valen».
Esa separación estructural del sistema no sólo se expande,
como acabo de indicar por todo el organismo social, además se trata de un
fenómeno sin paliativos, ni atenuantes o solamente analgésicos. La
separación fundamental debe ser tratada enérgicamente si se quieren evitar sus
ramificaciones «morales», «humanas».
Esta concepción trágica de la fatal expansión del sistema
del capital, con sus deformaciones degradantes, no es el punto final de la
reflexión de Marx. Dialécticamente también, y en ese progreso de la
abyección Marx apunta a la posibilidad de mejor combatir contra el
sistema, la de enfrentarse con él con un proyecto «alternativo»
de transformación social racial, contrarios a la integración en las
exigencias y necesidades del sistema:
«La producción capitalista no sólo produce mercancías y plusvalor, los reproduce y en un perímetro cada vez más ancho reproduce la clase de trabajadores asalariados, transformando a la inmensa mayoría de los productores inmediatos en asalariados» (II, 39).
En este pasaje de El Capital, Marx lleva a término la
reflexión iniciada en el libro I, acerca de la noción de trabajo productivo que
no implica necesariamente die Hände auslegen —meter las manos en la
masa— ni se agota en la figura del obrero industrial tradicional, sino que
engloba todas las actividades que intervienen como parcelas
del Gesamtarbeit (del trabajo social global), y Marx, a
continuación, aduce como ejemplo el trabajo delSchulmeister —maestro de
escuela— que interviene en la formación de la fuerza de trabajo y, por tanto,
en la elevación de su eficacia y de su productividad, sin hablar de su labor en
la preparación del ciudadano crítico, autónomo, «verdaderamente libre» en vías
de desarrollo.
En ese mismo libro I, ya había escrito: «Por proletariado no ha de entenderse sino el trabajo asalariado [...]
la acumulación del capital, por tanto, es incremento del proletariado» [Das
Kapital, I, p. 642, nota 70). Recordamos todo esto para poner de relieve la
incipiente mala fe y deshonestidad intelectual de quienes, para mejor apuntalar
su diatriba antimarxista, pasan por alto —o desconocen—estas puntualizaciones
teóricas.
Pero además, y es prueba de rigor y de consecuencia en la
teorización de Marx y de Engels, estos pasajes anuncian el célebre
prefacio de Engels a la Lucha de clases en Francia, de 1895,
donde ya se enfoca el sufragio universal como uno de los instrumentos
políticos en la lucha por el cambio social, y donde por vez primera se habla
de revolución de la mayoría [i].
Nota
[i] Todo
ello en la óptica de la lucha de clases.
Marx desde Cero / Publicado en el Nº 168
de Utopías / Nuestra Bandera, 1996, págs. 189-194