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Karl Marx ✆ Avendanyo |
Por estos días un lector me envió un mail preguntándome por
mi posición frente a la crítica del profesor Néstor Kohan al marxismo
“objetivista” y “determinista”. El tema está vinculado a la cuestión de si
existen leyes objetivas, sociales, en el modo de producción
capitalista. Kohan es un exponente de los marxistas que sostienen que no
existen tales leyes objetivas. Ha escrito un libro sobre El Capital, de
mucha influencia en Argentina y en América Latina, en el que defiende esta
postura. John Holloway, a quien Kohan cita extensamente, tiene un enfoque
similar. Mi punto de vista es muy distinto.
En esta nota reproduzco un artículo
que escribí en 2007, de crítica al libro de Kohan. Ahora he modificado el
título y varios pasajes. El determinismo en el marxismo lo trataré más
específicamente en otra nota, aunque la cuestión ya está contenida en la
discusión sobre las leyes objetivas. Aquí va entonces el escrito.
En resumen, el tema es criticar toda lectura que quiera ver
en El Capital un estudio de leyes objetivas de funcionamiento del
capitalismo. Por ejemplo, y según el enfoque de Kohan y Holloway, el propósito
de la ley del valor de Marx es explicar la posibilidad de las crisis, y “no
comprender esto constituye una equivocación fundamental del marxismo
funcionalista que termina incorporando a la teoría del valor de Marx en El
Capitaluna visión infundadamente armonicista del orden social…” (Kohan, p.
361). Pensamos que este abordaje de la obra de Marx sólo se puede mantener a
costa de a) una tergiversación de las categorías fundamentales; y b) una
caricaturización de las posturas de lo que Kohan llama “marxismo objetivista”.
Sostenemos también que esta lectura no ayuda a avanzar en la lucha teórica
contra la ideología burguesa; y tiene consecuencias políticas graves.
Leyes objetivas, base
de la política revolucionaria
A pesar de lo que digan los críticos de las lecturas
“tradicionales” de El Capital, es un hecho que Marx sostuvo, una y otra
vez, que existen leyes de funcionamiento del capitalismo. Por ejemplo, habló de
la ley del valor, a la cual consideraba la “ley fundamental de la economía
política moderna”, en tanto que “conexión interna y necesaria” entre el valor de
las mercancías y los tiempos de trabajo socialmente necesarios. También habló
de la ley general de la acumulación, de las leyes de la apropiación
capitalista, o de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Siempre se refirió a estas leyes como leyes “objetivas”. Por “objetiva” Marx
entendía que son leyes que derivan de las relaciones sociales y del
accionar de los seres humanos, pero que éstos no dominan. Por eso la
cosificación de las relaciones sociales implica que se trata de un mundo social,
pero que domina al ser humano.
Se trata entonces de leyes que gobiernan el funcionamiento
del sistema, su reproducción, y que a través de su dialéctica interna encierran
la dinámica de las crisis, del estallido de las contradicciones. Proporcionan por
eso el campo para la acción revolucionaria, para la intervención de los
explotados en la resolución definitiva de las contradicciones. De ahí que sea
necesario conocer este aspecto sistémico del capitalismo, a fin de que la
crítica llegue “al hueso” y se entienda que los males de la clase obrera
no se van a acabar cambiando personajes o gobiernos, sino acabando con la
propiedad privada del capital. Insistimos, para sacar esta conclusión hay que
entender el aspecto sistémico, objetivo, reproductivo de estas leyes del
capital. Pero precisamente esto es lo que niega la lectura de El
Capital que propone Kohan, siguiendo a Holloway.
Por ejemplo, la ley del valor regula, como tendencia, las
partes del trabajo total social que deben destinarse a la producción de
diversos valores de uso. Este concepto es explicado en el capítulo 12 del tomo
I de El Capital, donde se sostiene que las diversas esferas de la
producción procuran mantenerse constantemente en equilibrio, en el sentido que
cada productor debe producir un valor de uso que satisfaga alguna necesidad
social. Por esta razón debe establecerse un nexo interno que articule estas
diversas masas de necesidades, y este nexo interno es la “ley del valor”.
Esta tendencia de las diversas esferas de la producción a mantenerse en
equilibrio sólo se manifiesta, a su vez, como reacción contra el desequilibrio
constante. O sea, la ley del valor actúa como una reguladora anárquica de la
producción, con independencia de lo que los seres humanos puedan desear. Es una
ley que se impone de forma objetiva social.
Cualquiera que tenga un mínimo de cultura en economía y lea
esto en El Capital, se dará cuenta de que esta concepción está muy
alejada de la teoría burguesa del equilibrio general. Pero también entenderá
que la ley del valor de Marx no tiene como único objetivo explicar la
posibilidad de las crisis, sino mostrar cómo en el capitalismo se comparan,
distribuyen y regulan los tiempos de trabajo. Esto no quiere decir que Marx
tuviera una concepción “armonicista” del sistema capitalista. Por el contrario,
la ley del valor se fundamenta en una contradicción que es insalvable del
sistema, la que existe entre el carácter social y privado del trabajo. Por lo
tanto, lo que está mostrando Marx es cómo el sistema puede reproducir en
escala ampliada esta contradicción a través de la acción de la ley del valor.
Para lo cual debe establecerse cierta regulación, cierta ley interna del
mercado. Constituye un planteo no dialéctico pensar que la existencia de la
contradicción o del desequilibrio niega el momento de la identidad, de lo
sistémico, de lo que se reproduce en escala ampliada. Es no entender el ABC del
asunto.
De la misma manera, la ley de la tendencia decreciente de la
tasa de ganancia trata de demostrar cómo, a pesar de la acción consciente de
los capitalistas por elevar la tasa de ganancia, se produce una caída
tendencial de la tasa de ganancia. Se trata de nuevo de una ley de
funcionamiento, que revela el carácter contradictorio del proceso de producción
capitalista. La caída de la tasa de ganancia precisamente se da porque existe
una ley de la acumulación capitalista, que se manifiesta en ciertas
regularidades tendenciales; por ejemplo, la tendencia al crecimiento de C/V. Lo
importante es que estas tendencias operan en la realidad y en la historia del
capitalismo. No se trata solo de especulaciones abstractas. En particular, las
crisis se descargan como fenómenos objetivos, por encima de la voluntad de los
participantes. Es absurdo que la quiebra de Lehman o de Bears, de Enron o
World.com, las desvalorizaciones masivas de capital que se precipitan con las
crisis, sean manejadas o preparadas por los mismos capitalistas. Son fenómenos
objetivos-sociales.
En otros pasajes Marx todavía es más explícito, si se
quiere, acerca del carácter objetivo de estas leyes, al tiempo que señala las
contradicciones implicadas. Por ejemplo, en el capítulo 22 del tomo I
de El Capitalsostiene que el desarrollo de la producción capitalista
convierte “en ley de necesidad” el incremento constante del capital invertido,
y que la competencia impone a todo capitalista individual “las leyes inmanentes
del régimen de producción capitalista de producción como leyes coactivas”
(énfasis añadido). Lo cual encierra una crítica al capitalismo “humano” y “bondadoso”,
con el que sueñan muchos utópicos. Incluso en ese mismo capítulo habla de una
dialéctica “interna e inexorable” que hace que la ley de la
apropiación, o ley de la propiedad privada, se transforme en su
contrario, en la ley de la apropiación del producto del trabajo ajeno
sin equivalente. Existe una dialéctica, esto es, una dinámica objetiva, que
conduce al ahondamiento de la contradicción entre el capital y el trabajo, pero
a través de un funcionamiento que es sistemático.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con el “armonicismo”,
con la “mano invisible” de Adam Smith? Respuesta: nada, no tiene nada que ver.
En Marx se trata de leyes objetivas, que operan a partir de contradicciones
sociales fundamentales. En Smith no hay ni rastros de esto. Además, ¿por qué
tiene que deducirse de este enfoque de Marx que el trabajo no tendría
potencialidad revolucionaria, o que estamos ante un “fetichismo completo”, si
precisamente siempre está presente en el planteo la contradicción y el
conflicto? Contra lo que afirma Kohan, es evidente que las “lecturas
tradicionales”, que advirtieron que El Capital plantea la existencia
de leyes objetivas, no se equivocaron. Pero además, las consecuencias políticas
que se derivan de esto, nunca estuvieron, ni están, mecánicamente determinadas.
Es que al demostrar Marx que existen estas leyes, está diciendo que, en
tanto subsistan las relaciones sociales de producción, habrá explotación,
desocupación, y crisis económicas. Por lo tanto, este planteo constituye
un poderoso llamado a la clase obrera para encarar políticas revolucionarias y
para poner un tope a las ilusiones reformistas sobre lo que puede conseguir
dentro del sistema capitalista. A la inversa, el planteo de que no existen
leyes objetivas puede alentar proyectos utópicos y reformistas, esto es, la
idea de que todo se puede cambiar con luchas y presiones dentro del sistema,
porque ninguna posibilidad está descartada. Como veremos, más que en la
existencia de leyes objetivas del sistema, este último fue el argumento central
en que basaron sus orientaciones políticas la mayoría de las corrientes
reformistas y reaccionarias dentro del movimiento obrero y socialista.
Tergiversan lo
elemental
Los planteos de Kohan y Holloway solo se mantienen a costa
de desconocer, de forma grosera, cuestiones elementales de la crítica marxiana
de la economía política. Por supuesto, todo el mundo tiene el derecho a
discrepar con tal o cual aspecto de la teoría de Marx; además, es claro que hay
interpretaciones diversas sobre muchos pasajes, y también cuestiones que deben
reexaminarse, a la luz de nuevos desarrollos teóricos, o de la evolución del
capitalismo. Por caso, personalmente he planteado que con los supuestos que
plantea Marx no se puede demostrar la caída tendencial de la tasa de ganancia, como
lo demostró el teorema de Okishio. La lectura de Marx, o de cualquier otro
autor, debe servir para interpretar la historia y el presente. La crítica y el
espíritu moderadamente escéptico son esenciales. Sin embargo, esto no autoriza
a decir cualquier cosa para que los textos encajen en lo que queremos que
quieran decir. Pero esto es lo que hacen Holloway y Kohan, mediante el sencillo
procedimiento de ocultar todo lo que no les conviene, e inventar libremente lo
que se les ocurre. La cosa llega al extremo que ni siquiera aciertan en el
concepto de capital. Y lo grave es que esto pasa por “alta teoría”, que
supuestamente abriría el camino al estudio de Marx.
Por ejemplo, Holloway afirma que “lo que constituye valor y
valor de uso es el trabajo humano” (p. 436). Sin embargo, la realidad es que el
trabajo humano sin los medios y objetos de trabajo no puede constituir el valor
de uso, como explica Marx, tanto en el capítulo 1 de El Capital, como en
la Crítica al Programa de Gotha. La desposesión de los medios de
producción permite al capital establecer su dominio sobre el trabajo. Pero
Holloway está empeñado en exaltar el “poder del trabajo”, para poder concluir
que el capital “depende” del trabajo. Está en su derecho, pero eso no lo
autoriza a inventar citas de Marx. Es que Marx consideraba que eran los
burgueses los que estaban interesados en “atribuir al trabajo una fuerza
creadora sobrenatural”, para ocultar el hecho que el obrero, desprovisto de los
medios de producción, solo podrá trabajar con el permiso del propietario de las
condiciones materiales de trabajo. Por eso, Marx insiste en que “la naturaleza
es la fuente de valores de uso… ni más ni menos que el trabajo, que no es más
que la manifestación de una fuerza natural…” (Crítica al Programa de Gotha). Holloway,
sin embargo, pone en boca de Marx la afirmación opuesta, para sostener en
seguida que el capital depende totalmente del trabajo (p. 437). ¿Qué quedó en
el camino? Pues que el trabajador depende de la voluntad del propietario de los
medios de producción de comprar su fuerza de trabajo en el mercado. Esta es una
cuestión objetiva –son relaciones de producción estabilizadas y
reforzadas por el aparato político jurídico represivo- de la cual no se puede
hacer abstracción a la hora de hablar del dominio del capital. Si se hace
abstracción de esto, se cae en el voluntarismo político, sin bases
materialistas. O se cae en la ilusión de que basta ser un rebelde – apagar el
despertador y no ir a trabajar, como llega a proponer Holloway- para cuestionar
el dominio del capital. ¿Qué trabajador real puede seguir este consejo?
Ninguno, porque son abstracciones propias del que se ha abstraído de la
realidad “objetiva” del modo de producción capitalista, del poder de la
propiedad privada. Y esto se quiere hacer pasar por “espíritu revolucionario”,
inspirado en El Capital.
Las afirmaciones de Kohan sobre Marx discurren por los
mismos carriles de falta de rigurosidad que los de Holloway. Cuando le
conviene, hace decir a Marx cosas que éste jamás ha dicho, y en temas que son
cruciales. Así, sostiene que Marx dijo “en varias partes de su correspondencia,
en la Contribución… y también en El Capital ‘yo descubrí esta doble
dimensión del trabajo humano’ (p. 280). No sabemos en qué carta o lugar
de El Capital afirmó semejante cosa. Pero en la Contribución a
la crítica de la Economía Política señaló que Steuart establecía “una
aguda distinción entre el trabajo específicamente social, que se manifiesta en
el valor de cambio, y el trabajo real, que tiende a la obtención de valores de
uso” (p. 43, edición Siglo XXI). Esto está muy alejado de la afirmación que
Kohan atribuye a Marx. Lo menos que se hubiera esperado es que Kohan discutiera
la afirmación de Marx sobre Steuart, y brindara alguna explicación de por qué
afirmó lo que afirmó. Pero eso brilla por su ausencia. ¿Qué opinará Kohan de la
afirmación de Marx sobre que la base de toda crítica es el rigor? Por otra
parte, si hubiera examinado a fondo esta cuestión del trabajo abstracto, le
hubiera sido bastante difícil probar que, en la teoría de Marx, el trabajo
abstracto “es lo que otorga carácter de mercancía a los productos del trabajo”
(p. 352). ¿De dónde saca Kohan este nuevo disparate? ¿No hay límites para este
“marxista no objetivista”?
Ni siquiera el
concepto de capital
Pero el colmo de los desatinos es no entender qué es capital
para Marx… en un libro dedicado a El Capital.Escribe Kohan: “[e]l capital
es trabajo muerto… porque es trabajo pretérito” (p. 279). Pues bien, Marx no
dice esto. Marx dice que el valor es trabajo pretérito, no el capital. Es
imposible que el capital sea trabajo muerto. El dinero con que el capitalista
paga el salario del obrero encarna valor, trabajo muerto. Pero una vez que se
ha realizado la operación D – F de T, el capitalista ya no dispone simplemente
de valor (o sea, de trabajo muerto), sino de “una mayor cantidad de trabajo que
el necesario para reemplazar el valor de la fuerza de trabajo” (El
Capital tomo 2, cap. 1). Por eso, en ese mismo capítulo Marx dice que la
actividad productiva de la fuerza de trabajo (o sea, el trabajo vivo, no muerto)
tan pronto se pone en combinación con los medios de producción, pasa a formar
parte del capital productivo. Esta idea la repite en el capítulo 8 del mismo
tomo. Durante el proceso de trabajo el capitalista no consume los medios de
consumo del obrero, sino su fuerza de trabajo en acción. Esto significa
que durante el proceso de trabajo el capital variable existe bajo la forma
de trabajo vivo. Si el capital fuera “trabajo muerto”, como dice Kohan, no
podría ser “valor en proceso de valorización”. Precisamente, el trabajo muerto
(valor) se valoriza mediante la incorporación de su opuesto, el trabajo vivo,
al proceso productivo. Y en esto reside la contradicción interna del capital.
Pero Kohan no problematiza ni discute estas cuestiones. Simplemente escribe:
“Marx dice que el capital es trabajo muerto”. No acompaña su afirmación de
referencia alguna a la obra de Marx. No es tampoco una afirmación ambigua,
porque luego insiste en que el capital es trabajo “pretérito”, “cristalizado”,
“cosificado”, “solidificado”, mientras que la actividad humana es algo
presente. Kohan presenta la oposición de manera rígida, como si en la
contradicción no debiera haber también unidad, identidad. Pero… ¿cómo existe el
capital variable durante el proceso de trabajo si no es bajo la forma de
trabajo vivo? Kohan no da respuesta a esta pregunta que alude a la cuestión
central que le ocupa, la relación entre la objetividad y la subjetividad en la
relación capitalista.
Incoherencia
Kohan sostiene que si se sigue el orden de lectura propuesto
por Marx el lector está condenado a no ver las diferencias entre la “mano
invisible” de Adam Smith y la posición de Marx. De ahí que proponga iniciar la
lectura por el capítulo 24. Es un absurdo. ¿De dónde saca Kohan que si se
empieza por el capítulo 24 se entiende la crítica a la “mano invisible” de
Smith, pero si se empieza por el capítulo 1 “se está condenado” a no
entenderla? De ser así, habría que concluir que ninguna persona que llegó al
capítulo 24 luego de haber pasado por los 23 capítulos previos,
entendió El Capital. Hubo que esperar a que Kohan empezara por el capítulo
24, para que iluminara a la humanidad acerca de dónde reside el secreto de la
crítica marxiana a Smith. Es que todo aquel que hubiera llegado al 24 por el
camino tradicional, ya no tenía manera de entender que había que haber empezado
por el 24, porque estaba “desbarrancado”. ¿Cómo hizo Kohan para empezar por el
24, para darse cuenta de que si no empezaba por ahí, se desbarrancaba?
Misterio. ¿Cómo sabe que no hay otra lectura científica empezando por cualquier
otra parte, y siguiendo lecturas “a los saltos”? Otro misterio. Pero convertir
a El Capital en Rayuela da para escribir sesudos tratados
dedicados a descalificar a todo aquel que no accedió a la llave del entendimiento:
empezar por el capítulo 24. Toda esta docta tontería, naturalmente, no
merecería siquiera tratamiento, si no fuera porque semejantes dislates se
siguen explicando en cátedras y cursos, como si fueran “ciencia
revolucionaria”.
Crear “muñecos de
paja”
La falta de rigurosidad de Kohan se extiende al tratamiento
que dispensa a los autores que critica. Para dar un caso, citemos la ley de la
tasa decreciente de la tasa de ganancia. Sobre esta ley se ha discutido mucho
durante años, en particular a partir de la crítica de Okishio y de los
neoricardianos. Pero Kohan no menciona estas polémicas; no examina las
respuestas de los marxistas “ortodoxos”, ni penetra en los argumentos. Ni
siquiera menciona los problemas que pueda haber en la ley. Sin embargo, acusa a
los marxistas que analizaron o discutieron la ley, de ser “objetivistas” y
partidarios de la tesis del colapso automático del capitalismo. Recordemos que
entre esos marxistas encontramos a Mandel, Dumenil, Levy, Shaikh, Freeman.
¿Cuál de estos autores defendió alguna vez la idea de un fin “automático”, de
un día de “juicio final” inevitable del capitalismo a partir de la acción de
esta ley? Ninguno. Aunque todos piensan que la ley es objetiva (en el sentido
de objetividad que hemos discutido antes). En lugar de examinar sus posiciones,
Kohan les atribuye una estúpida tesis que, por supuesto, no defienden.
Construye así un “muñeco de paja”, que luego puede quemar fácilmente.
Comprensión y crítica
ideológica
El problema es que desconociendo estas polémicas, pasando por
alto las dificultades teóricas, e inventando categorías, no se avanza un
milímetro en la comprensión del capitalismo contemporáneo, ni en la crítica de
la ideología dominante. No basta con repetir “El Capital es un arma de
lucha”, que estamos en contra del sistema capitalista, y que todo otro planteo
le hace el juego a la burguesía, porque en última instancia nos lleva a
examinar cómo funciona el sistema capitalista, y sus leyes objetivas. Es un
discurso que sólo convence a los convencidos. Repetir que el dinero es una
categoría recorrida por la lucha de clases, como hace Holloway, no responde a
los que dicen que la teoría monetaria de Marx es anticuada. Ni ayuda a
comprender las cuestiones monetarias reales de hoy. La teoría burguesa ha
elaborado, y mucho, desde que Marx escribió, y estas elaboraciones convencen a
mucha gente. La teoría neoclásica, el keynesianismo, los kaleckianos,
influencian –de manera directa o indirecta- sobre millones de seres humanos.
Esto hay que encararlo con argumentos. La cuestión afecta a la lucha ideológica
en el sentido más propio del término, esto es, en el sentido en que lo planteó
Engels. Hoy mucha gente reconoce que el capitalismo genera miseria, que hay
desocupación y hambre, pero cree que estos males pueden explicarse y remediarse
a partir de teorías heterodoxas (esto es, no-neoclásicas), dentro del sistema.
Esta influencia hay que contrarrestarla con algo más que decir “viva el Che y El
Capital“. La necesidad de responder a la teoría burguesa, o a variantes
heterodoxas burguesas o reformistas, obliga a profundizar en las categorías de
Marx, y a mejorar los análisis. Por ejemplo, cuando se profundizaron y
ampliaron las críticas a la transformación de valores a precios de El
Capital, la respuesta de muchos marxistas fue algo así como “tenemos razón
porque Marx lo dijo”. Pero con esto, por supuesto, no se contestaba a los que
se basaban en las soluciones de la transformación “a lo Bortkiewicz”. Hubo
entonces que entrar en la argumentación específica de esas soluciones y criticarlas
desde su lógica interna. Y esto a su vez permitió profundizar en la comprensión
de la teoría del valor y los precios de Marx. Todo esto es imposible de encarar
desde las interpretaciones “libres”, carentes de cualquier rigurosidad, “a lo
Kohan o Holloway”.
El marxismo como
ciencia, y consecuencias políticas
El enfoque que estoy cuestionando se sustenta, en última
instancia, en la idea de que basta con tener una postura política correcta para
tener el método correcto. Es algo común en algunos sectores de la izquierda. Se
piensa: “mi método está garantizado a partir de que tengo una política
correcta”. Una afirmación que es incoherente, porque ¿cómo sé que tengo la
política correcta, si para tenerla necesito el método correcto, y éste sólo me
es proporcionado por la política correcta? La posición política puede ser una
condición necesaria para tener un método correcto en el análisis del
capitalismo, pero no es condición suficiente, ni nos da la clave del
método de Marx. Si así fuera, ya hubiera habido gente antes de Marx que hubiera
encontrado “la clave” del método; después de todo Marx no fue el primero en
oponerse al capitalismo. Esta es una cuestión que me separa del criterio que
defiende una parte de la izquierda, que considera que basta proclamarse revolucionario
para estar habilitado a defender cualquier postura a la ligera. Pareciera que
muchos se sienten autorizados a ello en nombre de “los ideales de la clase
obrera y el socialismo”, rechazan la “teoría estéril”, y enfatizan que lo
importante es la lucha. Una idea que niega que el marxismo haya constituido una
ruptura con el “socialismo sentimental, utópico y zopenco”, y se asuma como
ciencia. Acertadamente Engels, en carta a Lafargue, de 1883, escribía:
“Marx protestaría contra el “ideal político, social y económico” que usted le atribuye. Cuando se es “hombre de ciencia” no se tiene ideal, se elaboran resultados científicos y cuando se es otro diferente, hombre de partido, se combate para ponerlos en práctica. Pero cuando se tiene un ideal, no se puede ser hombre de ciencia pues se tiene un partido, tomado por adelantado”.
Esta cuestión está, y estuvo, en el centro de las mayores
divisiones en el campo de la izquierda. No es casual que Bernstein acusara,
durante los debates en la Segunda Internacional, a Rosa Luxemburgo de
“teoricista estéril”, y afirmase que “el movimiento es todo”. También el tema
estuvo en el centro de la polémica de Lenin con el economicismo. Y así siguió
la temática “anti-teoría” hasta hoy. La práctica se erige en el criterio
supremo de verdad, considerándose “práctica”, de hecho, un pragmatismo
oportunista, no guiado por teoría alguna. A partir de negar la existencia de
leyes objetivas en el capitalismo, a partir de postular que todo lo resuelve
“la voluntad y la lucha” y minusvalorar el momento del análisis (porque el
marxismo sería “grito de guerra”), se abren las puertas para cualquier política
reformista, y en última instancia para una adaptación “rebelde”
–individualista- al sistema. El desprecio de las constricciones objetivas
estuvo en la base de planteos reformistas, utopistas, nacionalistas y hasta
reaccionarios dentro del movimiento socialista. Los casos de Bernstein, del
economicismo, son clásicos. Como también lo fue el proyecto stalinista de
construir el socialismo en un solo país, al margen de las restricciones
objetivas que imponía el atraso tecnológico (¡el trabajo por sí solo no genera
valores de uso!). Aquí no había “objetivismo”, sino voluntarismo nacionalista.
No es casual tampoco que el maoísmo también haya recusado al “economicismo” y
al “objetivismo”, y haya pretendido construir el socialismo a fuerza de
“movilización revolucionaria”, con las consecuencias nefastas que están a la
vista.
En el centro del debate con los críticos del marxismo “objetivista”
está implicado el estatus de la teoría para la práctica política de los
marxistas. Negar que existan leyes sociales objetivas, inventar categorías a
gusto, sin el menor rigor, postular que todo depende de “actitud
revolucionaria”, solo lleva al callejón sin salida del reformismo burgués
(rebelarse apagando el despertador, y pavadas semejantes). La teoría sin
práctica es estéril, pero la práctica sin teoría no constituye el camino para
el éxito de los movimientos obreros y socialistas. Y la elaboración teórica
exige rigurosidad y atención a los argumentos. En una palabra, exige ciencia.
Es un mensaje central para la clase trabajadora y los socialistas, que se
desprende de la obra de Marx, y en primer lugar de El Capital.