En realidad, se puede prever "científicamente" la lucha, pero no sus momentos concretos, los cuales sólo pueden ser el resultado de fuerzas contrastantes, en continuo movimiento, jamás reductibles a cantidades fijas, porque en ellas la cantidad deviene calidad. Realmente se "prevé" en la medida en que se obra, en que se aplica un esfuerzo voluntario y, por lo tanto, se contribuye concretamente a crear el resultado "previsto". La previsión se revela, por consiguiente, no como un acto científico de conocimiento, sino como la expresión abstracta del esfuerzo que se hace, el modo práctico de crear una voluntad colectiva.
¿Cómo podría la previsión ser un acto de conocimiento? Se
conoce lo que ha sido o lo que es, no lo que será, que es un "no
existente" y, por lo tanto, incognoscible por definición. La previsión es,
por ello, un acto práctico, que no puede, en cuanto no sea una futileza o una
pérdida de tiempo, tener otra explicación que la expuesta más arriba. Es
necesario ubicar exactamente el problema de la previsibilidad de los
acontecimientos históricos para estar en condiciones de criticar en forma exhaustiva
la concepción del causalismo mecánico, para vaciarla de todo prestigio
científico y reducirla a un puro mito, que quizás hubiese sido útil en el
pasado, en el período primitivo de desarrollo de ciertos grupos sociales
subalternos.
Pero el concepto de "ciencia", como resulta del
Ensayo popular, es el que hay que destruir críticamente; éste se halla
totalmente prisionero de las ciencias naturales, como si éstas fuesen las
únicas ciencias o la ciencia por excelencia, según el concepto del positivismo.
Pero en el Ensayo popular (la obra de Croce) el término ciencia es empleado con
muchos significados, algunos explícitos y otros sobreentendidos o apenas
indicados. El sentido explícito es el que tiene "ciencia" en las
investigaciones físicas. Otras veces, en cambio, parece indicar el método. Pero
¿existe un método en general? Y si existe, ¿qué otra cosa significa, sino la
filosofía? Podría significar otras veces solamente la lógica formal. Pero ¿se
puede llamar a ésta un método y una ciencia? Es preciso fijar que cada
investigación tiene su método determinado y construye su ciencia determinada, y
que el método se ha desarrollado y elaborado junto con el desarrollo y la
elaboración de dicha investigación y ciencia determinadas, formando un todo
único con ella. Creer que se puede hacer progresar una investigación científica
aplicando un método tipo, elegido porque ha dado buenos resultados en otra
investigación con la que se halla consustanciada, es un extraño error que nada
tiene que ver con la ciencia. Existen, sin embargo, criterios generales que,
puede decirse, constituyen la conciencia crítica de cada hombre de ciencia,
cualquiera sea su "especialización", y que deben ser siempre
vigilados espontáneamente en su trabajo. Así, se puede decir que no es hombre de
ciencia aquel que demuestra poseer escasa seguridad en sus criterios
particulares, quien no tiene un pleno conocimiento de los conceptos que maneja,
quien tiene escasa información e inteligencia del estado precedente de los
problemas tratados, quien no es cauto en sus afirmaciones, quien no progresa de
manera necesaria, sino arbitraria y sin concatenación; quien no sabe tener en
cuenta las lagunas existentes en los conocimientos alcanzados y las soslaya,
contentándose con soluciones o nexos puramente verbales, en vez de declarar que
se trata de posiciones provisionales que podrán ser retomadas y desarrolladas,
etcétera.
Una recriminación que puede hacerse a muchas referencias
polémicas del Ensayo es el desconocimiento sistemático de la posibilidad de error
de parte de cada uno de los autores citados, por lo cual se atribuye a un grupo
social, del cual los científicos serían siempre los representantes, las
opiniones más dispares y las intenciones más contradictorias. Esta
recriminación se vincula a un criterio metodológico más general: no es muy
"científico", o más simplemente, "muy serio", elegir a los
adversarios entre los más mediocres y estúpidos; y tampoco, elegir de entre las
opiniones de los adversarios las menos esenciales y las más ocasionales, y presumir
así de haber "destruido" a "todo" el adversario porque se
ha destruido una de sus opiniones secundarias e incidentales; o de haber
destruido una ideología o una doctrina porque se ha demostrado la insuficiencia
teórica de sus defensores de tercero o cuarto orden. Sin embargo, "es
preciso ser justos con los adversarios", en el sentido de que es necesario
esforzarse por comprender lo que éstos han querido decir realmente, y no
detenerse maliciosamente en los significados superficiales e inmediatos de sus
expresiones. Ello siempre que el fin sea elevar el tono y el nivel intelectual
de los propios discípulos, y no el de hacer el vacío en torno a sí mismo con
cualquier medio y de cualquier manera. Es necesario colocarse en este punto de
vista: que el propio discípulo debe discutir y mantener su punto de vista,
enfrentándose con adversarios capaces e inteligentes, no sólo con personas
rústicas y carentes de preparación, que se convencen
"autoritariamente" o por vía "emocional". La posibilidad de
error debe ser afirmada y justificada, sin menoscabo de la propia concepción,
puesto que lo que importa no es la opinión de Tizio, Cayo o Sempronio, sino el
conjunto de las opiniones que se han tornado colectivas, un elemento de fuerza
social. A éstas es preciso refutarlas en sus exponentes teóricos más
representativos, y aun dignos de respeto por la altura de su pensamiento y
también por "desinterés" inmediato, sin pensar que con ello se ha
"destruido" el elemento y la fuerza social correspondiente (lo que
sería puro racionalismo iluminista), sino solamente que se ha contribuido a: 1)
mantener y reforzar en el propio partido el espíritu de distinción y de
separación; 2) crear el terreno para que los propios partidarios absorban y
vivifiquen una doctrina original, correspondiente a sus propias condiciones de
vida..."
Extractos
de Cuadernos de la Cárcel, Il materialismo storico e la filosofia di Benedetto
Croce / Buenos Aires, Nueva Visión, 2003, p. 143)