![]() |
Foto: Slavoj Žižek |
—A 20 años de la recuperación de la democracia en la Argentina, se afianzaron las libertades, pero la mitad del país se hundió en la pobreza. Este contraste no es sólo local ¿A qué atribuye esta tensión contemporánea entre libertad e igualdad?
—Si lo que entendemos
por democracia es su variante liberal, hoy dominante, la triste conclusión es
que en general está produciendo mayor desigualdad. Las razones son complejas.
Tras la desaparición de la izquierda como fuerza política que pretendía un
cambio de sistema social surgió una nueva izquierda, que en Europa se denominó
"tercera vía" (con Blair, Schröeder y otros). Irónicamente, se basa
en lo siguiente: el capitalismo ganó, por eso no nos tenemos que meter con la
economía. Recuerdo que en una época se hablaba del socialismo con rostro
humano; ellos ofrecen un capitalismo con rostro humano. Dicen que pueden
mejorar la salud, por ejemplo, sin perturbar el funcionamiento del mercado.
Esta nueva izquierda es la que mejor representa los intereses del conjunto del
capitalismo.
En contraste, y para decirlo de manera tosca pero cierta, por lo
común la nueva derecha sólo representa los intereses de ciertos sectores del
capital. En EE.UU. es evidente que Clinton fue mejor vocero del interés general
del capitalismo que los republicanos, quienes están mucho más vinculados a
ciertas industrias de visión mas conservadora. Aunque para llegar al poder
estos conservadores deben también apelar a algunos sectores de los
trabajadores; "vamos a proteger a nuestros obreros, al trabajo nacional
contra los inmigrantes". Esta es actualmente la primera gran paradoja. En
la segunda paradoja ustedes, los argentinos, no son una excepción sino la
regla. La democracia, para volverse popular, tuvo que flirtear un poco con
cierta forma de populismo autoritario. Esta fue la experiencia que ustedes
tuvieron hace medio siglo con Perón. Si se quiere ir un poco más allá en las
reivindicaciones populistas, incluso cuando sean apenas demágogicas, surge de
inmediato una tensión con la democracia liberal. Creo que el mundo está
llegando de nuevo a esa situación. Ya logramos la democracia liberal estándar,
pero esto no conduce de manera automática a una mayor igualdad. Desde una
mirada histórica, pareciera que las reivindicaciones sociales —un mejor sistema
de salud y demás— se conquistaron de un modo algo más violento y muy raramente
mediante la formas normales de la democracia. Esto no descarta a la democracia.
Sólo quiero señalar que, para mí, la experiencia latinoamericana es crucial, y
que la igualdad no es un componente esencial del proyecto liberal de
democracia, como lo es, por ejemplo, la libertad individual.
—En el socialismo real, según escribió usted, el ideal era la construcción de un "hombre nuevo", pero quienes creyeron honestamente en él terminaron siendo considerados como individuos peligrosos por el sistema, que en realidad exigía ciudadanos complacientes.
—Claro. Hay gente que
cree que en este sentido el socialismo fue un enorme fracaso. Nadie se tomó en
serio el verdadero propósito. No fue un fracaso: verdaderamente querían eso.
Eslovenia es un pequeño país, una especie de pueblo grande donde nos conocemos
todos. Dos o tres personas próximas a mí perdieron su trabajo en el comité
central del partido por tomarse demasiado en serio el ideal de "hombre
nuevo".
— ¿Y cuál sería el ideal humano que corresponde a nuestra democracia liberal y a su cultura posmoderna? ¿Y qué es lo que se pretende con ese ideal?
—Está muy de moda
decir que la desintegración del comunismo en 1989 significó el fin de la utopía
y el ingreso a un mundo "post-ideológico". Sin embargo, los años 90
señalaron el surgimiento de una auténtica utopía. Con el capitalismo liberal ya
tenían la fórmula. Todo lo que necesitaban entonces era difundir una actitud posmoderna:
nada de identidades fijas. Esa fue la utopía. Si el 11 de setiembre de 2001
tiene un significado simbólico, es justamente el de marcar el final de esta
utopía. De manera que, para mí, la verdadera utopía fue la de los años 90.
Teníamos todas las respuestas. Debíamos olvidar la revolución porque vivíamos
en el mejor sistema posible. Lo que nos hacía falta era más tolerancia,
multiculturalismo, libertad sexual. Esto terminó el 11 de setiembre. Pero hay
otro aspecto importante. Muchos izquierdistas, bajo la influencia del
posmodernismo, piensan que estos valores —multiplicidad, libertad para elegir y
reinventarnos a nosotros mismos— constituyen actitudes subversivas y
revolucionarias, como si el poder defendiera aún valores conservadores.
—¿Y no es verdad?
—No. Para decirlo de
una manera pasada de moda, todos esos valores posmodernos son los de la
ideología dominante: olvídate de los viejos objetivos políticos, ahora eres
libre de dedicar tu vida al sólo propósito de realizarte a todo nivel, desde
llenarte de dinero hasta hacer el amor más seguido, pero también en un sentido
espiritual. Miremos un poco hacia el campo del arte: ¿Adónde quedaron aquellos
buenos tiempos en que el arte oficial era conservador y la vanguardia se
dedicaba a provocar a la gente? En la colección Saatchi de Londres, que integra
el circuito cultural establecido, se pueden ver obras perturbadoras como videos
de colonoscopías, mierda, lo que se nos ocurra. Mi ejemplo preferido es el de
esa pequeña ciudad estadounidense, cuyo nombre no recuerdo, donde domina una
izquierda que defiende esa idea de potenciar todo tipo de deseos personales.
¿Es que acaso los necrófilos no son víctimas de una clara marginación? ¿No es
nuestro deber como sociedad facilitarles ciertos cuerpos para su placer? Esta es
una falsa permisividad en mi opinión. Falsa en dos niveles. Primero, resulta
evidente que en nuestra vida personal somos libres de hacer lo que nos venga en
gana, pero ¿qué decisiones son las que realmente importan?
— ¿Y cuáles son?
—Por ejemplo, si tratamos
de nacionalizar un banco descargarán sobre nosotros los peores insultos:
populistas, comunistas, es decir que no serán tan permisivos en ese plano.
Segundo, ¿no hay acaso en esta supuesta permisividad un mandato oculto
proveniente de lo que en psicoanálisis llamamos el "super yo"? Se
trata de una verdadera obligación: "¡debes gozar!". Se impone la
diversión, porque de lo contrario nos sentimos culpables. Es como una moral
kantiana al revés. En otros tiempos la obligación moral era llevar una vida
"decente". Si traicionabas a tu esposa, te sentías culpable por
buscar el placer. Ahora se trata de lo contrario, si no buscas el placer, si no
estás dispuesto a gozar, te sientes culpable. Y no estoy hablando de una
hipótesis abstracta. Me encuentro todo el tiempo con psicoanalistas que me
dicen que ésa es la razón por la cual la gente acude a la consulta. Se sienten
culpables de no gozar lo suficiente. La gran paradoja es que el deber de
nuestros días no impone la obediencia y el sacrificio, sino más bien el goce y
la buena vida. Y quizá se trate de un mandato mucho más cruel. Probablemente el
discurso psicoanalítico es el único que hoy propone la máxima: "gozar no
es obligatorio, te está permitido no gozar". La paradoja de la sociedad
permisiva es que nos regula como nunca antes. Yo no confío en esa idea liberal
según la cual el Estado fue superado por el mercado, por las grandes compañías.
Nunca antes un aparato estatal fue más fuerte ni tuvo un control más absoluto
sobre su propia población que el de EE.UU. hoy. No digo que sea tan malo como
el estalinismo, sino que dispone de nuevas tecnologías. ¿Sabe cuál era el
problema del estalinismo? Aplicaban un terror ciego porque el gran trauma de
los dirigentes era que no sabían lo que estaba pasando, no lo podían controlar
todo. De allí la demanda por encontrar traidores y hacer purgas todo el tiempo.
Se hallaban en pánico permanente; en los años 1930 se encontraban en medio del
caos total y por eso aplicaban el terror arbitrario. No hay necesidad de algo
así en EE.UU., porque saben qué está pasando. Encuentro un poco ridículo todo
ese discurso sobre la desaparición del Estado. Desde luego que desaparecen
algunos servicios, como el de salud por ejemplo, pero el aparato represivo, la
inteligencia, la policía son más fuertes que nunca.