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Foto: Francisco Fernández-Buey |
Empezó su actividad docente en la Universidad de Barcelona
en 1972. Eran tiempos extraños. Él impartía un curso para estudiantes de los
cursos tercero a quinto. El objeto central de la enseñanza era la obra del
filósofo italiano Antonio Gramsci, pero la asignatura se llamaba algo así como
Teoría y Sociedad, no fuera a ser que las autoridades se inquietaran. Y se
inquietaban mucho. El propio Fernández-Buey les resultaba inquietante. Las
autoridades eran, sobre todo, las políticas, las académicas habían empezado a
cambiar gracias, también, a una generación de estudiantes a la que pertenecía
el propio Paco Fernández-Buey.
Como estudiante formó parte del SDEUB (Sindicato Democrático
de Estudiantes Universitarios de Barcelona) y, como representante del mismo, asistió
al encierro que se produjo en el convento de los Capuchinos de Sarrià, en
Barcelona, conocido como la capuchinada. Fue una presencia que le supuso un
servicio militar mucho más incómodo de lo que ya era esa obligación para la
mayoría de españoles varones.
Terminado el periodo de conscripción militar, Paco se
incorporó a la Universidad de Barcelona. Aportaba la influencia de tres grandes
maestros: Manuel Sacristán, José María Valverde y Emilio Lledó, quien lo acogió
en su departamento. A su lado había un grupo de jóvenes profesores que, con el
correr de los años, han marcado buena parte de la actividad filosófica en
España: Eugenio Trías, Jacobo Muñoz, José Manuel Bermudo y Miguel Candel, entre
otros. Casi todos ellos compaginaron en un momento u otro de sus vidas la
actividad académica con la política y la militancia en el, entonces, partido
con mayor presencia social en la universidad y en la sociedad catalana: el PSUC
(Partit Socialista Unificat de Catalunya), equivalente catalán del PCE. En la
universidad fueron los creadores del movimiento de los PNN (profesores no
numerarios) que entonces batallaban por la democratización de la universidad y
por la apertura de la misma a los contratos docentes de tipo laboral, que veían
más estimulantes que obtener la plaza con carácter vitalicio.
La carrera académica de Fernández-Buey no fue fácil. Tras
una primera etapa en Barcelona tuvo que instalarse en Valladolid y tardó años
en disponer de una plaza en Cataluña. Cuando la obtuvo, no fue en la Facultad
de Filosofía, sino en la de Económicas, la misma que había acogido
temporalmente a Manuel Sacristán. Hubo que esperar aún a la creación de la
Universidad Pompeu Fabra para que se le ofreciera una cátedra en la nueva
Facultad de Humanidades. Por cierto, se reencontró allí con compañeros de su
época de estudiante y de PNN como Trías y Rafael Argullol.
En materia filosófica se caracterizó por centrar su
ocupación tanto en la filosofía de la cultura, en la línea marcada por Gramsci,
pero con impronta propia, como en cuestiones de metodología, en especial en el
ámbito de las ciencias sociales. Su obra se plasmó tanto en diversos libros:
Ensayos sobre Gramsci, (1977); La ilusión del método, (1992), y Ética y
filosofía política, (2001), como en una multitud de artículos, a la vez
analíticos y militantes, convencido, como estaba, de que la sociedad es el
resultado de la acción de los individuos que la componen. Escribió
abundantemente en EL PAÍS y en publicaciones como Zona Abierta, El Viejo Topo
y, sobre todo, Mientras Tanto, en cuya fundación colaboró junto a Manuel
Sacristán y Juan-Ramón Capella.
Estuvo siempre al lado de los vencidos de la historia y
defendió que no solo no hay ética sin estética; tampoco hay política al margen
de la moral. Una moralidad que no pierda de vista que defender la felicidad de
los más débiles es preferible a acumular riqueza en beneficio de uno mismo. Por
eso era comunista, es decir, partidario de disminuir al máximo aquello que
produce infelicidad, por la vía de la redistribución de la riqueza, de evitar
el sufrimiento que la necesidad acarrea.