
La cuestión del poder en Marx es una de las más debatidas de
su pensamiento desde una perspectiva o retrospectiva actual. Antes de
abordarla, no será superfluo adentrarse en el terreno más general de la
naturaleza del poder. Siguiendo un viejo uso conceptual, digamos primero lo
que, a nuestro juicio, no es el poder. No es una cosa o la cualidad de un
objeto en sí que se conquista, posee o mantiene. Tampoco es la cualidad o
capacidad de un sujeto en sí, ya que éste sólo dispone de ella en virtud de un
conjunto de condiciones o circunstancias que hacen posible su poder. Y esto
puede documentarse tanto con el ejemplo de personalidades históricas
excepcionales (un César, un Napoleón o un Lenin) o el de un individuo
francamente mediocre como Luis Bonaparte, que, de acuerdo con el retrato que de
él trazó Marx en El 18 brumario…, parecía negado personalmente para
alcanzar el poder que efectivamente alcanzó. Así pues, el poder no es propio de
un objeto ni de un sujeto en sí. Sólo existe en relación con lo que está fuera
de él: circunstancias históricas, condiciones sociales, determinadas
estructuras, etcétera. El poder no es inmanente. Algo exterior a él lo hace
posible, necesario y lo funda. Pero el poder no sólo se halla en relación sino
que él mismo es relación. ¿Entre qué y qué?; no entre los hombres y las cosas,
aunque el dominio de aquellos sobre éstas, sobre la naturaleza, determina
ciertas relaciones de poder entre los hombres. El poder es una peculiar
relación entre los hombres (individuos, grupos, clases sociales o naciones) en
la que los términos de ella ocupan una posición desigual o asimétrica. Son
relaciones en las que unos dominan, subordinan, y otros son dominados,
subordinados. En las relaciones de poder, el poder de unos es el no poder de
otros. Dominación y sujeción se imbrican necesariamente. En la dominación se
impone la voluntad, las creencias o los intereses de unos a otros, y ello
independientemente de que la sujeción se acepte o se rechace, de que se
obedezca o desobedezca interna o externamente, o de que la desobediencia
externa adopte la forma de una lucha o resistencia. La aceptación o el rechazo
de la dominación, la desobediencia o la resistencia a ella, caracterizan modos
de asumir las relaciones de poder, pero ni en un caso ni en otro se escapa a su
inserción en ellas, o a sus efectos desiguales y asimétricos.
Las relaciones de poder no sólo se dan en una esfera exclusiva de la realidad humana (económica, política e ideológica) ni se localizan o centralizan en un solo punto (el Estado), sino, que se diseminan como ha puesto de relieve Foucault en Vigilar y castigar por todo el tejido social. Pero esto no significa que los poderes así diseminados (en la familia, la escuela, la fábrica, la cárcel, el cuartel, etcétera) no se relacionen con ciertos centros de poder y que, a su vez, entre aquellos y éstos, y entre los centros mismos, no se dé cierta relación e incluso una jerarquización en sus fundamentos y consecuencias. De acuerdo con esta concepción general del poder, el poder político, por importante que pueda parecer, no es sino una forma, modalidad o tipo de poder. Ahora bien, este tipo de poder es para nosotros, en este momento, la pieza en el tablero en que ha de jugarse la partida anunciada: Marx y el poder. Pues bien, ¿qué encontramos de fecundo o infecundo en Marx: para una teoría del poder, entendido éste como poder político o poder estatal, dos expresiones marxianas con razón o sin ella intercambiables?.
Las relaciones de poder no sólo se dan en una esfera exclusiva de la realidad humana (económica, política e ideológica) ni se localizan o centralizan en un solo punto (el Estado), sino, que se diseminan como ha puesto de relieve Foucault en Vigilar y castigar por todo el tejido social. Pero esto no significa que los poderes así diseminados (en la familia, la escuela, la fábrica, la cárcel, el cuartel, etcétera) no se relacionen con ciertos centros de poder y que, a su vez, entre aquellos y éstos, y entre los centros mismos, no se dé cierta relación e incluso una jerarquización en sus fundamentos y consecuencias. De acuerdo con esta concepción general del poder, el poder político, por importante que pueda parecer, no es sino una forma, modalidad o tipo de poder. Ahora bien, este tipo de poder es para nosotros, en este momento, la pieza en el tablero en que ha de jugarse la partida anunciada: Marx y el poder. Pues bien, ¿qué encontramos de fecundo o infecundo en Marx: para una teoría del poder, entendido éste como poder político o poder estatal, dos expresiones marxianas con razón o sin ella intercambiables?.
¿Existe una teoría
del poder en Marx?
Pero antes de adentramos en dicha teoría, hay que tomar
conciencia del carácter problemático con que se nos presenta, ya que, fuera y
dentro del marxismo, se ha puesto en cuestión que exista en Marx, o en el
marxismo clásico, una teoría del Estado o del poder político. Así, fuera del
marxismo, Foucault ve en Marx ante todo al teórico de la explotación y niega
que haya elaborado una teoría del poder. Norberto Bobbio subraya que, al
centrar Marx su atención en el sujeto del poder, deja a un lado como
consecuencia el problema de cómo se ejerce el poder. Asimismo, al partir de una
concepción negativa del Estado no prestaría atención a las formas de gobierno
ni delinearía un Estado alternativo, socialista, frente al Estado
representativo, burgués, puesto que en definitiva todo poder estatal sería
transitorio y estaría destinado a desaparecer. Este problema y el de su
conquista estarían en el centro de su atención. De ahí derivarían las
insuficiencias de la concepción de Marx del poder, al que, por otra parte, no
dedicaría ninguna obra expresamente. Desde dentro del marxismo se ha
cuestionado asimismo la existencia de una teoría política marxiana, y
especialmente del Estado. Así lo entiende Lucio Colletti al reducirla a los
principios roussonianos de la crítica del Estado representativo, a la
democracia directa y a la desaparición del Estado, aunque esta crítica la
suaviza en su “Entrevista” de New Left al reconocer que no es
válida “en el campo de la estrategia revolucionaria”, y al afirmar no
tanto la inexistencia de una teoría política marxista como su debilidad, en
virtud de que“tanto Marx como Lenin consideraron la transición al socialismo y
la realización del comunismo a escala mundial como un proceso extremadamente
fácil y próximo” . Por su parte, el marxista inglés Perry Anderson ha
sostenido que “Marx no dejó una teoría política de la estructura del
Estado burgués o de la estrategia y la táctica de la lucha socialista
revolucionaria por un partido obrero para derrocarlo”, semejante puntualiza
Anderson a la “teoría coherente y elaborada acerca del modo de producción
capitalista” . Anderson considera asimismo reafirmando lo que Bobbio
critica que lo fundamental, como subraya Lenin, es la conquista del poder, con
respecto a la cual corresponde precisamente a Lenin la creación de Ios
conceptos y los métodos” para llevarla a cabo. Por ello, concluye con la mirada
puesta en Marx : “Antes de Lenin el dominio político propiamente dicho
estaba prácticamente inexplorado dentro de la teoría marxista”. Finalmente,
Louis Althusser, aunque no niega abiertamente la existencia de una teoría
política marxista, señala en ella una laguna teórica “o la falta en Marx
de un análisis de cómo el Estado asegura su dominación de clase, así como el
silencio de su teoría sobre el Estado, la política y las organizaciones de clase
en virtud de un límite teórico “con el cual Marx se habría tropezado como si
estuviera paralizado por la representación burguesa del Estado, de la política,
etcétera, hasta el punto de repetirla bajo una forma absolutamente negativa. No
todas estas críticas dan en el blanco, como tendremos ocasión de ver al
ocuparnos de los conceptos políticos fundamentales de Marx relativos al poder
estatal. Sin embargo, hay que reconocer de entrada: a) con Foucault, que Marx
es ante todo el teórico de la explotación y no del poder; b) con Bobbio, que en
Marx falta una teoría alternativa del Estado socialista; c) con Colletti, que
Marx consideró la transición al socialismo y al comunismo “corno un proceso
extremadamente fácil y próximo”; d) con Anderson, que no hay en Marx una teoría
del poder burgués y de las vías para derrocarlo, semejante a su teoría del modo
de producción capitalista, y, finalmente, e) con Althusser, que falta en Marx
el análisis de cómo asegura el poder estatal su dominación de clase. Ahora
bien, no obstante este reconocimiento, sigue en pie no sólo la cuestión
apuntada de por qué las críticas mencionadas no dan en el blanco sino también
la del porqué de las debilidades, limitaciones o insuficiencias y para algunos
la inexistencia de su teoría política, como teoría del poder. Queda en pie,
sobre todo, la cuestión fundamental de en qué consiste el viraje del
pensamiento de Marx, ignorado, silenciado o negado en estas y otras críticas,
en la esfera del poder, de la política. Las dos cuestiones pendientes que acabo
de formular la del desnivel teórico entre el pensamiento político y el
económico de Marx y la del viraje que imprime en la teoría política y, más
precisamente, en la teoría del poder se hallan íntimamente relacionadas, pues
justamente este viraje explica a su vez el lugar que lo económico y lo político
ocupan en su pensamiento.
Lugar teórico de lo
económico y lo político en Marx
En una primera fase de su actividad teórica la atención del
joven Marx se concentra en el Estado, en el poder político. En la sociedad
moderna, el Estado separado de la sociedad civil, así como la política, tienen
para él un carácter negativo, como esfera de la enajenación del hombre real y,
por tanto, opuesta a la emancipación humana. Lo “político” en expresiones como
“hombre político”, “Estado político”, “emancipación política” tiene justamente
ese carácter o, al menos, un alcance limitado. De ahí la necesidad de superar
la negación del Estado, que no sea la simple inversión o cambio de contenido, a
que se refiere Althusser. El descubrimiento de lo que Hegel mistifica, a saber:
las verdaderas relaciones entre Estado y sociedad civil, conduce a Marx al
hallazgo del fundamento real del Estado en la esfera social, dividida,
desgarrada bajo el imperio de la propiedad privada. Con ello se revelan a Marx
los límites teóricos de la teoría hegeliana del Estado y la necesidad de pasar
a la crítica del fundamento real de la división social y del poder político, o
sea: la economía. Y esta crítica balbuciente aún en los Manuscritos del
44 culmina en su obra inconclusa El capital, que no es una obra
puramente económica, desvinculada de la política. Y no sólo no lo es porque
explica el fundamento real de la política, sino también porque ésta debía
encontrar un lugar propio en su crítica de la economía. Así lo demuestra
su prólogo a la Contribución a la crítica de la economía
política (1859), donde al trazar el plan general de El
capital el Estado forma parte de su examen de la economía burguesa. Y lo
demuestra asimismo un texto posterior (su carta a Engels del 30 de abril de
1868) en el que se ve que su proyecto inicial dejaba un espacio no cubierto en
su obra inconclusa a la teoría política, a la lucha de clases “a donde
viene a desembocar todo el movimiento [ ...]“Pero, no obstante los planes teóricos
de Marx, lo cierto es que, al realizarlos, su atención se concentra en la
crítica de la economía política, aunque ésta haya sido precedida de una crítica
de la política, y aunque Marx nos haya dejado ciertos conceptos políticos
fundamentales y algunos textos propiamente políticos. Es innegable, pues, que
en Marx no hallamos una teoría política y, dentro de ella, una teoría del
poder, comparable como apunta Anderson con su teoría económica. El lugar
teórico del Estado, del poder, de la política en Marx responde al lugar que
ocupan para él en la vida real. Si lo político se funda en lo social, cuya
anatomía es lo económico, no puede haber una crítica autónoma de la política,
sino crítica política fundada en la crítica de la economía. Pero, esta relación
entre lo político y lo económico en la sociedad no excluye el papel activo de
la política, o como dice Engels en carta a Schmidt del 27 de octubre de
1890 “[ ... ] de la nueva potencia política que aspira a la mayor
autonomía posible y que, una vez constituida, está dotada de un movimiento
propio[...]“. Así, pues, si la atención de Marx se concentra en el modo de
producción capitalista como clave de la sociedad burguesa, esto no excluye para
él la importancia dadas su autonomía y especificidad del Estado, del poder
político, aunque se trate de instancias que no se fundan ni se bastan a sí
mismas. Ahora bien, la importancia de la política y por tanto de la teoría
correspondiente reside no sólo en su autonomía relativa dentro del todo social,
sino también en su existencia como práctica, como lucha de clase que aspira
-como dice Engels “a la mayor autonomía posible” en la conquista, el
mantenimiento, transformación y desaparición del poder político. Este poder es
precisamente el objetivo de la práctica política, o con palabras de
Marx: “El movimiento político de la clase obrera tiene como objetivo final
la toma del poder político” (carta a Bolte, 29 de noviembre de 1871).
Pero, si en la relación entre lo político y lo económico como instancias del todo
social, la atención principal como clave explicativa la concentra Marx en la
base económica y no en la supraestructura política, cuando se trata de la
conquista del poder determinado económicamente, la primacía corresponde a la
práctica política, a la lucha política de clase sobre otras formas de lucha de
clase: la económica y la ideológica. Ahora bien, si esta práctica política es
esencial y prioritaria, ello se debe a que el poder político como instancia
social, contra lo que sostiene una interpretación economicista de Marx, no es
un simple epifenómeno de la base económica sino que tiene una autonomía
relativa. Ciertamente, la práctica política sería innecesaria si la toma del
poder o su transformación se dedujera mecánicamente de los cambios en la base
económica, aunque éstos no pueden ser ignorados.
Conceptos políticos
fundamentales
De este modo, si por un lado la teoría económica es decisiva
y la teoría política se presenta fundada en ella, por otro, la teoría política
del poder y de la práctica para conquistarlo o transformarlo también lo es.
Marx, por consiguiente, no podía ignorar la necesidad de una teoría del poder y
de la práctica que hace de él su objetivo. Y de ahí que haya dejado una serie
de conceptos y tesis, relativos a uno y otro aspecto, aunque no bastan para
constituir una teoría semejante, como subraya Anderson, por su coherencia y
elaboración, a la que dejó acerca del modo de producción capitalista. En
consecuencia, contra lo que Anderson afirma también, lo político no es en Marx
un dominio virgen e inexplorado. Veamos, pues, esos conceptos o tesis
fundamentales que, después de la clarificación y crítica necesarias, podrían
servir de base, en, la medida en que sigan siendo válidos, a una verdadera
teoría política marxista. De acuerdo con la doble vertiente de la política que
hemos señalado, tienen que ver con el origen, naturaleza, función y destino
final del poder político, as! como con la estrategia destinada a conquistarlo,
transformarlo y extinguirlo. A grandes rasgos, esos conceptos medulares son los
siguientes:
Necesidad del poder
político
El primero se refiere a la naturaleza del poder político, o
poder del Estado. Engels la expresa en los siguientes términos:
[ ... ] es un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del “orden”[ ... ]
Aquí se encuentran varias ideas que Marx y Engels subrayarán
y enriquecerán en otros textos: a) que el poder político se hace necesario en
la sociedad dividida por antagonismos irreconciliables; b) que el poder
político es el lugar del orden, de la conciliación de esas contradicciones que,
de no resolverse, conducirían a la destrucción de las fuerzas en pugna, y c),
que el poder llamado a cumplir esta función, sólo aparentemente, se sitúa por
encima de la sociedad, de las fuerzas en conflicto. En estas tres ideas no todo
en ellas es original. La primera o sea la idea de que el poder se constituye
necesariamente en una sociedad dividida por intereses opuestos recorre el
pensamiento político burgués de Maquiavelo a Hegel pasando por Hobbes. Ya sea
porque se considere que “el hombre es el lobo del hombre” (Hobbes) o
porque la sociedad es un “campo de batalla” o “la guerra de
todos contra todos”, como sostienen Adam Smith y Hegel, el poder es
necesario para poner “orden”, conciliar o equilibrar los intereses opuestos. La
originalidad de Marx está en haber señalado el carácter de clase de las fuerzas
en pugna y de los intereses opuestos. Y consiste asimismo en haber señalado que
el orden, equilibrio o solución de las contradicciones sólo en apariencia
tienen un carácter universal; es decir, se halla situado por encima de los
intereses particulares, de clase. Marx acepta, pues, la idea que recorre el
pensamiento político burgués de la necesidad del poder en una sociedad
dividida, pero con el correctivo fundamental de que la función de “orden”,
“amortiguamiento” o “conciliación” de los intereses antagónicos no la cumple
ese poder universalmente sino en interés de una de las fuerzas o clases en
pugna. De aquí el segundo concepto medular que queremos subrayar.
Naturaleza de clase
del poder político
El poder político, estatal, no tiene un carácter universal
como sostiene sobre todo Hegel sino particular, de clase. ¿De qué clase? De la
clase dominante. Esta tesis básica del marxismo clásico se formula
inequívocamente, con respecto a la sociedad burguesa, en el pasaje
del Manifiesto comunista que dice así: “El gobierno del Estado
moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la
clase burguesa”. Si pasamos por alto y por ahora el carácter limitativo y
simple de ese “no es más que” y atendemos a su contenido fundamental,
veremos que para Marx el poder estatal no existe para administrar o velar por
el interés de toda la sociedad sino por el de una parte o clase social de ella.
Existe para velar por sus negocios comunes o interés fundamental de toda la
clase. El poder político es, pues, el poder de toda la clase y, por
implicación, no de esta o aquella fracción de esa clase o de un burgués en
particular. Así, pues, la naturaleza del poder reside en su vinculación con la
clase a la que sirve administrando sus intereses o “negocios” comunes. No
reside, por tanto, en el personal gobernante o los administradores estatales
que lo ejercen directamente. La clase que en la sociedad moderna, burguesa, da
su coloración política al poder es la misma que domina material,
económicamente. Y su dominación política está destinada, en definitiva, a
mantener y reproducir las condiciones generales en que se lleva a cabo su
explotación económica; es decir, las relaciones capitalistas de producción.
Cualesquiera que sean las formas del poder político burgués cuya diversidad
admite Marx, aunque, como subraya Bobbio, no se haya ocupado especialmente de
ellas , no puede darse una contradicción de fondo entre el poder político y la
estructura económico social correspondiente. O, dicho en otros términos, la
clase que, desde el poder, domina políticamente, no puede volverse contra la
dominación económica que ejerce por el lugar que ocupa en las relaciones de
producción.
Límites de la
autonomía del poder político
Cabe preguntarse entonces: ¿qué margen de autonomía queda al
poder político? En términos marxianos, no hay margen de autonomía absoluta,
entendida como propia de un poder que actuara contra los intereses de la clase
dominante, puesto que, en definitiva, el poder se ejerce en el marco de
determinada estructura social, de clase. La autonomía estatal absoluta o
estructural contra los intereses de la clase dominante o por encima de la
estructura social, de clase, existente, es inconcebible en términos marxianos.
Pero sí hay cierto margen de autonomía, o autonomía relativa, que, lejos de
excluir, supone el carácter de clase del poder, en una de estas dos formas que
se desprenden claramente de los textos de Marx. Primera: autonomía como
posibilidad de adoptar diversas formas de poder o de gobierno que
históricamente van desde las más autoritarias a las más democráticas burguesas
para servir mejor, en condiciones históricas y sociales determinadas, a los
intereses de la clase dominante. Segunda: autonomía respecto de la clase. La
experiencia histórica del régimen bonapartista en la Francia de mediados del
siglo pasado lleva a Marx a concebir esta forma de autonomía en la que se pone
de manifiesto una relación más compleja entre el poder político y la clase
dominante. Las reflexiones de Marx sobre el hecho histórico del bonapartismo
francés vienen a reafirmar su tesis básica del carácter de clase del poder
estatal, pero reafirman a su vez la idea que Marx no ha desarrollado de que la
clase no ejerce el poder directamente sino a través de sus administradores o
representantes. Y con base en esta experiencia histórica comprende asimismo que
la clase dominante no es un bloque monolítico,, sino que se halla dividida en
fracciones que tienen sus propios intereses, no obstante su interés común,
fundamental, de clase. Puede ocurrir es lo que le hace ver la sociedad francesa
de mediados del siglo Xix , que esas fracciones impulsadas y cegadas por sus
intereses particulares luchen entre sí y pierdan de vista su interés común. Surge
entonces la necesidad de un poder político que, sin dejar de ser de clase o
justamente por ello, se autonomice respecto de la clase dominante, o, con más
exactitud, respecto de sus fracciones y representantes, y sirva a los intereses
de la burguesía contra los burgueses mismos. Cuando la burguesía se muestra
incapaz de defender sus intereses a través de sus instituciones y partidos,
dado su fraccionamiento interno, surge un poder político con cierta autonomía
pero como subraya Marx “dentro de la sociedad burguesa” , y, por
tanto, sin trascender sus límites estructurales de orden económico y social. Se
trata, pues, de una autonomía relativa, o apariencia de autonomía, ya que el
carácter de clase del poder se mantiene no obstante que éste como en el caso
del bonapartismo francés se presenta como independiente y neutral con respecto
a las distintas fuerzas de la sociedad civil. Ciertamente, en este caso como en
el anterior, Marx tiene en cuenta la forma de autonomía del poder político en
las condiciones del capitalismo europeo, maduro, de su época el que
correspondía a su visión eurocéntrica de la historia y la sociedad. No podía
por ello tener presente una forma de autonomía estatal que se daría
posteriormente en el capitalismo no europeo, periférico, en el que el poder
político se autonomiza al aliarse con clases subordinadas obreros y campesinos
y sectores progresistas de los intelectuales y profesionales sin rebasar los
límites del contexto capitalista en que dicho poder se ejerce. Es el tipo de
autonomía que encontramos en los años treinta en México bajo el gobierno del
general Lázaro Cárdenas, experiencia que arroja nuevas luces sobre las
condiciones sociales que facilitan la autonomía estatal y sobre SUS límites,
aunque confirman la tesis marxiana nacida de experiencias históricas anteriores
de que, dado el carácter de clase del poder, se trata de una autonomía
relativa.
Poder y violencia
Un pasaje muy conocido del Manifiesto
comunista nos permite subrayar otro rasgo del poder político relacionado
con la forma en que se ejerce: “El poder político, hablando propiamente,
es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra”. Este pasaje
y otros semejantes en la obra de Marx constituyen uno de los blancos favoritos
de críticas llevadas a cabo por las interpretaciones instrumentalistas de su
concepción del poder político. Y no les falta razón si la violencia se entiende
sólo como función represiva y, además, exclusiva. Pero no se trata en este
pasaje del ejercicio de la violencia como función exclusiva o entre otras, sino
de lo que está en la entraña misma del poder. El poder político es ya antes se
ha dicho dominación de clase y ahora se especifica este ser suyo como
dominación violenta. Es violencia organizada en el sentido de que,
independientemente de cómo se ejerza en mayor o menor grado, efectiva o
potencialmente e incluso aunque no se ejerza , existe una relación intrínseca
entre poder y violencia, pues todo poder político descansa en la fuerza.
Tampoco aquí Marx está inventando nada, salvo que la violencia o el poder del
que es inseparable tiene un carácter de clase. Ya Maquiavelo había visto que el
poder es fuerza, y después de Marx, un teórico burgués contemporáneo, Max
Weber, introduce este elemento en la definición misma del Estado, al caracterizarlo
por el monopolio de la violencia legítima. Ciertamente, porque la fuerza, la
violencia, está en la entraña misma del poder político, Marx ha podido
caracterizar a todo Estado como dictadura, y no sólo esto sino conjugar lo que
para el pensamiento político moderno, atenido al concepto de dictadura como
poder despótico, no sujeto a ninguna ley, es inconjugable o inconciliable:
dictadura y democracia. Y, en términos marxianos, se conjugan tanto en el poder
democrático burgués como en el Estado de transición del capitalismo al
comunismo que Marx llama “dictadura del proletariado”.
¿Conquista violenta o
pacífica?
Otro aspecto importante de la concepción marxiana del poder
político tiene que ver con su conquista, ya que la transformación radical de la
sociedad pasa forzosamente por ella. Sólo una lectura economicista de Marx
puede menospreciar su necesidad e importancia y, con ella, la de la estrategia
que hay que seguir para dicha conquista del poder político. Aunque ciertamente
éste es uno de los terrenos menos cultivados por Marx, no se puede ignorar que
traza una línea general estratégica congruente con su concepción del poder como
dominación violenta. Al conquistar lo que se asienta en la violencia aunque con
diferentes grados de aplicación de acuerdo con las condiciones históricas , no
se puede prescindir de la violencia, trátese de la violencia efectiva o
potencial e incluso de la amenaza de la violencia. A esta tesis Marx y Engels
no renuncian nunca, aunque no pueden ignorarse sus referencias escasas en el
primero a la posibilidad de una conquista no violenta del poder. Ahora bien, en
aparente contradicción con ella, Engels, al final de su vida, en lo que se
conoce como su “Testamento político” impresionado por los éxitos
electorales de la socialdemocracia alemana, habla de la entrada en acción
de “un método de lucha [...] totalmente nuevo”, a diferencia
del “método de las barricadas”. Pero aunque Bernstein vio en este texto la
piedra angular de la estrategia reformista, de lucha legal, pacífica, Engels no
descarta en él la lucha violenta, impuesta no por el proletariado sino por la
burguesía, ya que ésta sería la primera en romper la legalidad conquistada
recurriendo a la violencia. Sin embargo, lo que ha dominado durante largos años
en el pensamiento marxista revolucionario es la tesis de la conquista violenta
del poder aunque sin descartar la vía pacífica. Tal es la tesis fundamental
adoptada por Lenin y la III Internacional frente a la tesis opuesta de la II
Internacional. Ahora bien, la aplicación de una y otra estrategia vendría a
mostrar que, donde se ha conquistado violentamente el poder no se ha instalado
un verdadero poder socialista y donde la socialdemocracia lo ha alcanzado
pacíficamente, esta conquista ha servido para apuntalar el capitalismo, lo cual
ha hecho innecesaria para la clase dominante el recurso a la violencia de que
hablaba Engels. Corresponde a Gramsci el mérito de haber intentado elaborar una
estrategia tendente a superar los viejos dilemas de reforma o revolución, asalto
al poder o irrupción en su tejido complejo, coerción o consenso. Sin embargo,
después de Gramsci, pese a los intentos teóricos y prácticos como el del
eurocomunismo de escapar a las vías muertas de las estrategias de la IIy la III
Internacional, el problema sigue en pie. En definitiva, el problema sigue
siendo el de elaborar una estrategia que abra nuevos espacios en la conquista
del poder, a la legalidad, al consenso, sin ignorar la naturaleza del poder
como “Violencia organizada” (Marx) o“monopolio de la violencia
legítima” (Weber).
La fisonomía marxiana
del nuevo poder
Un nuevo problema se plantea cuando se trata no ya de lo que
el poder es, o ha sido, sino de lo que ha de ser aquello que sustituya al poder
burgués. Ahora bien, si el antiutopismo reiterado de Marx le lleva a ser muy
parco al caracterizar a la nueva sociedad, más parco aún se vuelve al diseñar
la fisonomía del futuro poder conquistado. No obstante, de sus textos se
desprenden tres rasgos fundamentales del nuevo poder estatal: 1). Su carácter
de clase corno el de todo poder político; poder de la clase que lo ha
conquistado: el proletariado; poder que, al abolir la propiedad privada sobre
los medios de producción, pugna porque la propiedad tenga un carácter social.
2). Su carácter democrático. Marx lo ha subrayado sin dejar lugar a dudas en su
análisis de la primera experiencia histórica, aunque limitada en el espacio y
el tiempo, de poder político de la clase obrera. Las medidas de la Comuna que
él suscribe revocabilidad de los elegidos o subordinación a los electores lejos
de suprimir el principio de la representatividad tratan de hacerlo efectivo,
dándole un contenido democrático más real y profundo, en contraste con el
limitado que tiene en el parlamentarismo burgués. Y muerto Marx, Engels en
su Crítica del Programa de Erfurt (1891) afirma rotundamente
que “la clase obrera sólo puede llegar al poder bajo la forma de la
república democrática” y que ésta “es la forma específica para la
dictadura del proletariado”, afirmación que no puede sorprendernos después de
nuestras precisiones anteriores sobre el modo como el marxismo clásico
identifica poder estatal y dictadura. El carácter democrático del poder
político como ya había señalado Marx en su texto juvenil sobre la filosofía
política de Hegel, y reafirma en su escrito sobre la Comuna de París es
inseparable de la supresión del cuerpo extraño y parasitario la burocracia que
ejerce el poder como si fuera su propiedad privada. Tercer rasgo fundamental
del nuevo poder: su carácter transitorio, puesto que es el poder político el
Estado que corresponde al periodo de transición del capitalismo al comunismo,
poder y periodo que Marx y Engels han llamado en algunas ocasiones no muchas
“dictadura del proletariado”. El carácter transitorio del nuevo poder no lo
entiende Marx como simple antítesis del poder burgués que dejará paso a otro
poder, sino como un proceso de devolución a la sociedad de lo que el poder
estatal le había usurpado y absorbido, proceso que habría de conducir al
desmantelamiento sucesivo del poder estatal en cuanto tal. Se trata de un nuevo
poder (la Comuna en su ejemplo histórico) que se vuelve no sólo contra una
forma de poder sino contra el poder estatal mismo, o como dice Marx con un
acento libertario en sus notas preparatorias del texto definitivo de La
guerra civil en Francia de “una revolución contra el Estado” . Y
con esto entramos en uno de los conceptos más debatidos y para muchos más
vulnerables de la concepción marxiana del poder: el de la extinción del Estado.
¿Estamos ante un Marx abiertamente libertario, anarquista y, por tanto,
utópico? Veamos.
El problema de la
extinción del Estado
Al trazarse el objetivo final de la desaparición del Estado,
Marx imprime, en verdad, una marca libertaria a su pensamiento. Ahora bien, el camino
que concibe para llegar a ella la democratización cada vez más profunda del
nuevo poder y el correspondiente proceso de devolución cada vez mayor de las
funciones usurpadas por el Estado a la sociedad misma lo aleja del anarquismo
si se piensa que, en términos marxianos, ese proceso de extinción del poder
como medio o instrumento de dominación pasa necesariamente por el poder. El
poder estatal sólo puede desaparecer si tiene por motor de su propia extinción
a él mismo. No puede desaparecer desde fuera, como desaparición impuesta por
otro poder, pues en este caso sólo tendríamos la sucesión de un poder por otro.
Ahora bien, si el nuevo poder no se plantea como tarea vital su propia
extinción posibilidad ciertamente que Marx no se planteó lo que tendremos, como
demuestra la experiencia histórica del llamado “socialismo real”, es su
reforzamiento, que aunque la necesidad de este reforzamiento se proclame en
interés de la clase como hizo Stalin al considerar agotada o actual la tesis
extincionista del Estado del marxismo clásico , se volverá contra la clase
misma que dice representar . Ciertamente, Marx no entrevé esta posibilidad ya
que establece una relación intrínseca, necesaria, entre la desaparición de los
antagonismos de clase y la desaparición del poder político, ya que éste se hará
innecesario al ser innecesaria la dominación de clase. Y así lo afirma
inequívocamente: “En el transcurso de su desarrollo, la clase obrera
sustituirá la antigua sociedad civil por una asociación que excluya las clases
y los antagonismos; y no existirá ya un poder político propiamente dicho, pues
el poder político es la expresión oficial del antagonismo de clase dentro de la
sociedad civil”. Este pasaje es importante por la relación que establece entre
la desaparición de las condiciones sociales de los antagonismos de clase, que
hacen necesaria la dominación, y la desaparición del poder en cuanto
instrumento de dominación, lo que Marx llama poder político propiamente dicho
en el texto citado, o “Estado político” en el texto juvenil antes mencionado.
Pero ¿significa esto para Marx la desaparición de todo poder estatal, o de todo
Estado? Al hacer la pregunta, se está poniendo en cuestión la tesis
extincionista misma tantas veces atribuida a Marx, o al menos, se está
exigiendo no sólo problematizarla sino precisarla. Tratemos de responder a la
cuestión planteada, reafirmando con base en el pasaje antes citado que lo que
desaparece es el poder político como instrumento de dominación. Al desaparecer
las diferencias y los antagonismos de clase y, con ello, su función de
dominación de clase, ese poder perderá su carácter político. Pues bien, esto es
aunque haya escapado a tantas lecturas de Marx- lo que Marx: y Engels dicen
literalmente en el Manifiesto: “Una vez que en el curso del desarrollo
hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la
producción en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su
carácter político”. Lo que para un buen entendedor significa: si el poder
público pierde su carácter político, subsistirá el poder público, sin ese
carácter. Por tanto, la desaparición de la que se habla en este pasaje o la
extinción de que se hablará más tarde en otros se referirán a un poder político
propiamente dicho que no es todo el poder (público). Esta idea de la no
extinción del poder estatal sin más, explicaría que Marx en sus últimos años y
en uno de los pocos textos (Crítica del Programa de Gotha) en que se ocupa de
la nueva sociedad no haya hablado de la “extinción del Estado” y se
pregunte, en cambio: [ ...] ¿qué transformación sufrirá el Estado en la
sociedad comunista? O, en otros términos, ¿qué funciones sociales, análogas a
las funciones actuales del Estado, subsistirán entonces?”Marx no da una
respuesta concreta, pero queda claro en la pregunta misma que el Estado
subsistirá con ciertas funciones sociales que por supuesto, no se identifican
con las propias del Estado como poder político o instrumento de dominación. Si
consideramos en la problemática marxiana de la extinción del Estado, aún
reducida a la del poder político, extinción que tiene por base como acabarnos
de ver la superación, la división de la sociedad en clases, fundada en la
propiedad privada sobre los medios de producción, y el papel que corresponde al
nuevo poder político como sujeto y objeto de esa extinción, veremos que Marx
tiene, una concepción demasiado optimista acerca del destino final del nuevo
poder estatal. Tan optimista que ni siquiera se plantea la posibilidad de que
dicho poder en lugar de proceder a desmantelarse se refuerce, y que, en vez de
diluirse cada vez más en la sociedad, se separe de la clase que representa y se
vuelva contra la sociedad misma. Tal es la posibilidad que históricamente
encontramos realizada en las sociedades del “socialismo real”. Fue Engels más
que Marx el que admitió la posibilidad de un “socialismo de Estado” que, al
reforzarse en jugar de extinguirse, vendría a redoblar la explotación de los
trabajadores como explotación a la vez económica y política. Ahora bien, si la
experiencia histórica demuestra que no hasta abolir la propiedad privada y la
constitución de un nuevo poder político para iniciarse el proceso de extinción
del Estado, previsto por Marx, esto significa que hay que corregir el excesivo
optimismo marxiano en este punto el “dogmatismo extincionista” de que habla
Elías Díaz , sin caer en dogmatismos de signo opuesto, ya que el problema puede
replantearse legítimamente en relación con otras condiciones que hasta ahora no
se han dado: nuevas condiciones históricas y sociales para la construcción del
socialismo. Pero, ciertamente, mientras esas condiciones no se den, la tesis
marxiana no deja de tener un ingrediente utópico, pero no dogmático.
Los otros poderes
Aunque nuestra atención se ha concentrado sobre todo en el
poder político, como forma específica de la dominación de clase, esto no
significa que Marx no se haya ocupado también de otras formas de dominación, o
de poder social. En la obra de Marx ocupa un lugar central (particularmente
en El capital) la dominación económica en la sociedad capitalista como
explotación del obrero, oculta o enmascarada por una relación formal, jurídica,
entre iguales, lo que excluye por ello la necesidad de la coerción en que
descansa en última instancia el poder político. Esta forma de dominación, o
poder económico, entraña una relación entre clases antagónicas: la clase
explotada que vende su fuerza de trabajo y la explotadora, capitalista, que la
compra. Es, por tanto, real, efectiva no jurídicamente, una relación desigual,
y la desigualdad estriba en el hecho de que la clase explotada, domina da, se
ve forzada a vender su fuerza de trabajo dada su desposesión con respecto a los
medios de producción sin que para ello la clase que domina económicamente tenga
que recurrir a la fuerza, a la coacción física. Cuando se opone dominación
atribuyéndola sólo a su forma política a explotación, porque en ésta se halla
ausente la coacción física, no se hace sino ocultar la naturaleza específica de
la dominación en el terreno económico. Ciertamente, no estamos aquí ante el
poder político sino ante el poder económico del que dispone el capitalista
frente al no poder del obrero, sin que éste pueda sustraerse a esa forma de
dominación o explotación, aunque ésta no descanse en la violencia propia del poder
político. Así, pues, si partimos de una definición general del poder social
como dominio de una clase sobre otra, de unos hombres sobre otros, es legítimo
hablar en términos marxianos de poder económico. Y es legítimo afirmar también
que, frente a la tradición del pensamiento político burgués, que, arrancando de
Maquiavelo, absolutiza el poder político, Marx es ante todo el teórico de esta
forma de poder o de dominación que es el poder económico o la explotación, sin
que ignore por ello la importancia de otros poderes sociales, como el político
y el ideológico, aunque sin absolutizarlos y poniéndolos en relación con el
poder económico. En términos marxianos, puede hablarse del poder específico que
se ejerce en el terreno propio de las ideologías o de las ideas, pero a
condición de no absolutizar tampoco ese poder considerando como los jóvenes
hegelianos que las ideas tienen de por sí un poder efectivo, sobre lo real
mismo, que rebasa su esfera propia. O con la condición también de no caer en el
extremo opuesto al considerar que las ideas carecen de poder, o son simples
epifenómenos de la organización material de la sociedad (como se ha hecho decir
en más de una ocasión a Marx) . Hay para Marx un poder propio de la ideología
en cuanto que contribuye a mantener el poder político así como los fundamentos
económicos y sociales en que se sustenta. La ideología tiene poder en cuanto
que por su capacidad para movilizar las conciencias contribuye a forjar un
consenso en torno al poder político, a legitimarlo, y aceptar las condiciones
generales en que se da la explotación. Sin embargo, ni en Marx ni en Engels
encontrarnos una concepción del modo como la ideología se relaciona con el
poder político ni de cómo se integra en éste o cómo se ejerce este poder
ideológico, tarea que se echará sobre sus hombros el marxismo contemporáneo,
particularmente con Gramsci y Althusser.
Palabras finales
Llegamos así a la conclusión como un reconocimiento de que
Marx es ante todo el teórico de la explotación, del poder económico, y, ciertamente,
no del poder, si éste se entiende sólo como dominación política. Es verdad que
no hay en Marx una teoría de la dominación política, comparable a su teoría de
la explotación. Pero esto no significa que esté por completo ausente en su
pensamiento. Hemos señalado los conceptos suyos que podrían ser piedras
angulares de una teoría del poder político. Y hemos señalado también sus
limitaciones e insuficiencias. No puede negarse, sopesando unos y otros
aspectos, que en el pensamiento de Marx hay una aportación fecunda a la teoría
política y, en particular, a la teoría del poder. Esto es, al menos, lo que
hemos intentado sustentar.