

Luis Diego Fernández
La reciente publicación de El carácter afirmativo de la cultura (1937) del filósofo y
sociólogo alemán Herbert Marcuse viene a fortalecer la pregunta por su
pensamiento también a través de las reediciones de sus clásicos: Eros y
civilización (1955) y El hombre unidimensional (1964). Figura icónica de Mayo
del 68 y reconvertido a la contracultura estadounidense en lo que se llamó la
“nueva izquierda”, su filosofía parece ser reinterpretada y actualizada.

Pensador a contrapelo, Marcuse formó parte junto a Wilhelm
Reich y Erich Fromm de lo que se dio en llamar “freudomarxismo”, corriente que
en algún sentido daba un uso político a las categorías psicoanalíticas al
considerar que no se podían escindir conceptos como represión y libido de la
esfera social y las condiciones de producción capitalistas.
En gran medida, el freudomarxismo de Marcuse fue una suerte
de filosofía del psicoanálisis con fines libertarios, hedonistas y
comunitarios. La tesis central que enmarca su pensamiento parte de considerar
que la libido, es decir, la energía sexual (no sólo genital), es sofocada por
la sociedad, por lo tanto, se torna preciso desconectarla de la máquina de
producción capitalista e instalar el principio del placer en el centro. Esta
sociedad organizada por el principio del placer freudiano no lleva, como se
creería, a un mero retorno a lo instinto y la pulsión de muerte, sino a una
productividad comunitaria y no alienada.
El carácter afirmativo de la cultura se apoya en El malestar
en la cultura (1929), de Sigmund Freud en su punto de partida, esto es: la
represión está asociada al proceso civilizatorio.
La sociedad industrial, según el análisis freudiano, lleva
de suyo una represión dada en términos de sublimación, a lo que Marcuse agrega
una represión suplementaria (aquí el elemento marxista), al producir un tipo de
vida controlada, cosificada y normalizada. Esquema dado tanto en el capitalismo
como el comunismo, esta represión suplementaria conlleva a la creación de una
cultura dominante y una forma de vida escindida: vida familiar vs. ocio
organizado.
Marcuse planteó una suerte de economía libidinal (expresión
luego tomada por Jean François Lyotard), donde no se parte de la escasez como
principio regulador sino de la abundancia: el deseo leído como producción, algo
retomado por Gilles Deleuze y Felix Guattari.
La denominada “cultura afirmativa”, según Marcuse, no es
sino un proceso idealista y dominante apoyado en el concepto de “alma” o “vida
interior”, por lo tanto, en el ideal ascético, puritano y productivista. La
valoración negativa de la sensibilidad por parte de esta visión implica pensar
al placer como algo inestable y sospechoso, por tanto, corruptible.
Según la matriz marcusiana, la sociedad burguesa “liberó” a
los individuos con la condición de ser disciplinados, vale decir, la
prohibición del principio del placer es la condición de “libertad”.
La filosofía de Herbert Marcuse coloca en un lugar central a
la felicidad, por lo tanto, apunta sus críticas de modo sistemático a este
concepto de libertad que implica, en rigor, ser disciplinado, controlado y
normalizado. La política libertaria que expresa Marcuse es ampliada en detalle
a través del optimismo liberador de Eros y civilización, texto en el cual verá
que las relaciones libidinales (deseo, energía vital, sexual) son extraídas
para alimentar las relaciones de trabajo y subsumidas en codificaciones e
instituciones como la familia.
La liberación de Eros implica la creación de nuevas formas
de vida y subsiguientemente de trabajo. Esta alianza de las categorías
psicoanalíticas con las categorías políticas fue el puente que luego continuó a
través de El hombre unidimensional , texto ya un poco más desencantado, donde
nuestro filósofo vio la necesidad de abrir alternativas frente a la dimensión
única del hombre que ha producido la técnica capitalista.
En este sentido, Michel Foucault planteó luego que el deseo
per se no es “puro” y a posteriori normalizado por la represión adicional de lo
productivo, sino que en sí mismo es “impuro”, vale decir, que la norma está
internalizada ya en el deseo mismo y no en el afuera. De ahí viene la crítica
foucaultiana a la llamada “hipótesis represiva”. Para Foucault, a diferencia
del freudomarxismo de Marcuse, la represión no es un dato histórico.
El freudomarxismo, en rigor, no es ni psicoanálisis ni
marxismo: incorpora categorías de ambos para producir mecanismos conceptuales
libertarios y hedonistas que en algunos momentos rozan cierta sabiduría muy fresca
y vitalista.

Quizá la potencia de este rescate del pensamiento de Marcuse
sea volver a pensar que la felicidad debería ser un valor cultural y que la
tradición política libertaria y hedonista ya no se lea en clave marxista, sino
a través de otros desarrollos que no impiden una mirada capitalista en clave
micro.