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Francisco Fernández-Buey ✆ Alejandro Pérez |
La utopía como un ideal regulador, como una hipótesis de
trabajo, como una ilusión natural. Un mundo futuro en el que la persona sea el
centro de todas las cosas, sin clases, sin poder, sin propiedad, sin
explotación. El último libro de FF-B –filósofo, luchador comunista y profesor–,
‘Utopías e ilusiones naturales’, es un profundo estudio histórico y reflexivo
sobre el devenir de las utopías, tan presentes, tan necesarias.
DIAGONAL: La utopía como aspiración y búsqueda, aunque
siempre ha estado presente, ha irrumpido con fuerza renovada. ¿Cuáles son los
motivos principales de este resurgimiento?
FFB: El renacer de la utopía se puede fechar. Se viene
produciendo desde el inicio de la década actual. Y los motivos de este
renacimiento son básicamente tres: la agudización del malestar que ha producido
en todo el mundo el capitalismo salvaje, eso que se suele llamar globalización
neoliberal; la comprobación de que el mundo que ha salido de ahí (el mundo de
la guerra y del expolio permanente, de la crisis ecológica global y del aumento
de las desigualdades) es un escándalo moral; y la sensación de que otro mundo
es posible, de que pensando y luchando con los oprimidos y humillados puede
haber alternativas.
D: Se ha pretendido vender una cierta ‘utopía’ capitalista
con aspiraciones como el Estado del bienestar. La crisis que vive el sistema ¿ha
podido contribuir también a este renacimiento utópico?
FFB: Sin duda. El Estado del bienestar es una utopía
capitalista que resultó negativa en cuanto se empezó a pensar ese Estado
globalmente. Para la mayoría de la población mundial lo que los ideólogos
llaman Estado del bienestar es, en realidad, un estado generalizado de
malestar. El Estado del bienestar generalizado es una imposibilidad material
bajo el capitalismo, por razones económicas, sociales, ecológicas y culturales.
Sólo con un cambio radical del modo de vida, producción y consumo actualmente
dominante se podría hablar con propiedad de un Estado del bienestar.
D: La utopía está en marcha, pero ¿dónde con más fuerza: en
los movimientos altemundialistas?, ¿en los actos de desobediencia civil?
FFB: Hay quienes piensan que el espíritu de la utopía ha
quedado reducido a la dimensión estética, a la literatura y a las
manifestaciones artísticas. Yo no lo creo así. Las nuevas utopías surgidas en
estos últimos años siguen teniendo una dimensión económico- social muy patente.
Eso se ve en la utopía ecológico- social del decrecimiento, en las utopías
feministas que combinan igualdad y diferencia y en las utopías que se basan en
un uso radicalmente alternativo de los medios. Y, sí, los movimientos
altermundialistas, desde Chiapas y Porto Alegre, han dado un impulso decisivo a
la utopía actual. La desobediencia civil viene a ser la estrategia principal de
la utopía en marcha. La desobediencia, consciente y libre, es lo que hace
‘civil’ a una sociedad acogotada por el poder desnudo.
D: La utopía deja de ser idea para convertirse, no sólo en
posible, sino en inevitable con el marxismo. ¿Es ésta su gran aportación?
FFB: Lo que los clásicos del marxismo creyeron ver es que
había llegado la hora de hacer realizables las ilusiones emancipadoras de los
de abajo. Por eso dijeron que la tarea del socialismo era pasar de la utopía a
la ciencia. Tenían una confianza ilimitada en la ciencia. Y eso acabó en
cientificismo. Pero el cientificismo es la negación de la tensión moral que
siempre acompaña al espíritu utópico. La ciencia ayuda a construir un mundo
mejor, pero no lo es todo. En el mundo de los humanos hay muy pocas cosas
inevitables (entre ellas, la muerte). Así que el marxismo, que ha hecho mucho por
pasar de lo posible a lo realizable, también necesita autocontención en esas
cosas. Parafraseando a Marx se podría decir que, para hacer posible ese otro
mundo, se necesita tanta ciencia como compasión (por los oprimidos y excluidos,
naturalmente).
D: La sociedad sin Estado parece ser el fin primordial de
las utopías, por el contrario, el total sometimiento del individuo a él, el
fondo de toda distopía…
FFB: No todos los utopistas modernos han pensando en una
sociedad sin Estado, aunque sí la mayoría. La paradoja de la historia del
último siglo es que aspirando a una sociedad sin Estado se han construido
Estados que han acabado destruyendo lo que de civilidad había en la sociedad.
Eso lo han visto muy bien los distópicos del siglo XX. Habría que aprender esa
lección. También la utopía ha perdido la inocencia con la que nació en Europa
en la época moderna. Vuelvo a lo de la autocontención: más que propugnar una
sociedad sin Estado, la utopía concreta del siglo XXI debería pensar en
fabricar los bozales necesarios para contener a la bestia, sea ésta Leviatán o
Behemoth.
D: Intentar predecir lo que será el mundo utópico ha sido
una traba para conseguir su logro. Como indicas en tu libro, “el detalle acerca
de qué ha de ser la sociedad del futuro es precisamente el rasgo característico
de la mala utopía”. ¿Bastaría con saber lo que no tendría cabida?
FFB: Antonio Gramsci vio eso muy bien. Los humanos no
podemos predecir los detalles del ideal utópico y cuanto más lo hacemos mayor
será la desilusión en el futuro. En esto el espíritu utópico contemporáneo
debería incorporar las palabras de Maquiavelo: “Conocer los caminos que
conducen al infierno para evitarlo...”. Mala utopía es aquella que propugna
imposibilidades materiales para la condición humana, y encima las detalla. Pero
no basta con intentar saber lo que, por razones materiales, no tendrá cabida en
el mundo del futuro. Podemos, sí, esbozar o pergeñar los principios
político-jurídicos más generales de la sociedad alternativa a la que aspiramos.
Y eso, creo, es lo que se intenta hacer ahora en el seno de los movimientos
altermundialistas.
D: ¿Qué dimensión tiene para ti el llamado ‘movimiento de
movimientos’, palanca actual del sentido sociopolítico de la utopía?
FFB: El ‘movimiento de movimientos’ es socialmente lo más
importante que han producido el pensamiento y la acción alternativos de los
últimos tiempos. Escribí sobre esto hace unos años en un libro, Guía para una
globalización alternativa, y, a pesar de que últimamente el ‘movimiento de
movimientos’ ha decaído, lo mantengo. En la teoría y en la práctica de este
movimiento, que enlaza con la red de redes, veo el bosquejo de lo que podría
llegar a ser la nueva Internacional que necesitamos.
D: El poder ha intentado siempre deshonrar la palabra
‘utopía’, usando términos como ‘imposibilidad’, ‘demagogia’, ‘locura’; pero
¿debemos convencernos también de su posibilidad? ¿Estamos preparados?
FFB: Por lo general, estamos poco preparados. El poder suele
seguir dos estrategias que acaban resultando complementarias: por una parte,
deshonra la palabra ‘utopía’, como dices; y, por otra, te da cínicamente
palmaditas en el hombro si te declaras utópico y dejas para las calendas
griegas la aproximación al otro mundo que propugnas. Lo primero da miedo y lo
segundo apoca. Pero, a pesar de eso, y a diferencia de lo que ocurría hace un
par de décadas, cada día oigo a más jóvenes utilizar el término ‘utopía’ en un
sentido positivo. Y eso me parece un buen síntoma, pues una de las cosas más
serias que podemos hacer ahora es precisamente impedir que el poder se quede
con las grandes palabras de las tradiciones de liberación, y las deshonre. La
lucha por el sentido de las palabras es parte de la lucha social. Y recuperar
el buen sentido de la palabra ’utopía’ merece esa lucha..
Ciencia ficción y
utopía
D: Es muy ibnteresante el estudio que haces de la literatura
de ciencia ficción como importante difusora del mundo utópico, además de
filósofos e ideólogos…
FFB: Pues lo agradezco mucho, porque lo he pasado muy bien
leyendo libros de ciencia ficción y escribiendo sobre eso. Corre por ahí la
idea de que la literatura de ciencia ficción es literatura de segundo orden.
Es, además, muy corriente el tópico de que los autores de ciencia ficción han
sido mayormente distópicos y antisocialistas, lo cual es inexacto. Para abordar
ese capítulo hay que adoptar un punto de vista transversal, pues hay más
filosofías en el mundo de las que caben en la cabeza del filósofo licenciado, y
algunas de ellas, y buenas, porque no eran sólo literatos sino también
pensadores, se las debemos a autores como Aldous Huxley, Arno Schmidt,
Stanisnlaw Lem o Ursula K. Le Guin.