
Especial para Gramscimanía |
Quizás la palabra imprescindible sea excesiva, pero en todo
caso sí me parece que es un libro necesario para salir de la confusión en que
estamos sumergidos la mayoría respecto a lo que dicen hoy los lingüistas sobre
la relación entre el lenguaje, el pensamiento y el mundo. Políticamente
comprobamos cómo se utiliza tanto el relativismo como el universalismo
lingüístico para justificar las propias posiciones. Los nacionalistas quieren
sostener la identidad política que reivindican sobre una identidad cultural que
en la mayoría de los casos remite a la lengua. De esta manera, dicen que cada
pueblo tiene una cultura propia que viene determinada fundamentalmente por una
lengua propia y que ésta genera un mundo propio, una manera específica de
concebir el mundo. Sus críticos afirman que hoy los lingüistas defienden que la
lengua es simplemente un instrumento y que sus bases, siguiendo el innatismo de
Chomsky, son universales entre todos los humanos. Al mismo tiempo, estos
planteamientos sobre el relativismo/universalismo lingüístico tienen mucho
calado filosófico.
![]() |
Guy Deutscher |
De hecho, el lenguaje, sobre todo como manera de acceder a
lo real, ha sido uno de los temas estrellas de la segunda mitad del siglo XX, y
todavía continúa. De Wittgenstein y Heidegger llegamos al famoso giro
lingüístico enunciado por Rorty, a partir del cual justifica una teoría
convencionalista de la verdad. Igualmente, todos los estructuralistas,
post-estructuralistas y post-modernistas han teorizado sobre el tema. Por todas
estas razones me parece muy importante que un lingüista consistente y abierto coja
el toro por los cuernos e intente concretar, con todos sus matices, qué es
lo que puede sostener desde la ciencia lingüística sobre el problema.
Guy Deutscher es este valiente y brillante lingüista que se
ha atrevido a hacerlo. Nacido en 1962 en Tel Aviv, pero instalado
académicamente en Inglaterra (Cambridge, Manchester, Oxford), plantea con el
estilo claro y riguroso de lo mejor de la tradición anglosajona una elaboración
impecable sobre la cuestión, evitando en todo momento esas generalizaciones
apresuradas que tanto daño hacen hoy a las teorías y contrastando lo que dice
con abundantes datos empíricos y con una ética de la verdad que le hace huir
como la peste de las seducciones del discurso atractivo e ingenioso. Deutscher
ha necesitado mucho trabajo y mucha inteligencia para la investigación que
resume, muy bien por cierto, en este libro. Por una parte, tenemos una
reconstrucción histórica muy precisa sobre el contexto en que aparece la
hipótesis del relativismo lingüístico y todo su devenir posterior (crisis,
rechazo, resurgimiento...). Lo hace sin concesiones, poniendo de manifiesto
cómo los lingüistas siguen los modos y, lo que es peor, las modas de la época,
y de esta manera son víctimas de sus propios prejuicios. Resulta significativa
la ironía de Deutscher al mostrar cómo esto resulta claramente manifiesto en el
manual lingüístico académico más utilizado, donde se mantienen de manera
categórica generalizaciones sin ningún tipo de contraste. Las hipótesis del
autor están siempre bien fundamentadas y nunca se presentan de manera
dogmática. Muy al contrario, nos remite siempre a las fuentes empíricas y a la
claridad de las argumentaciones. Una de ellas es que la lengua no limita
nuestra experiencia (a la inversa, considera que podemos probar que esta
afirmación no es cierta), sino que lo que hace es obligarnos a tener en cuenta
determinados aspectos de nuestra experiencia. Otra es que la lengua actúa, en
su manera de clasificar los objetos, con una libertad con restricciones. Es
decir, que aunque cada lengua clasifica de la manera que considera conveniente,
hay como unas referencias naturales que son las que hacen que haya una afinidad
entre la gran diversidad de lenguas. Esto lo precisa sobre todo en el estudio
de la clasificación de los colores, que junto a la orientación en el espacio y
la aplicación de los géneros son los tres campos en los que profundiza de
manera más concreta. Esta última parte del libro es menos teórica y mucho más
analítica empíricamente. La conclusión de Deutscher es que hay una influencia
relativa y moderada de la lengua sobre nuestra percepción de la realidad.
¿Alguna crítica? Por supuesto, si con ello entendemos no
poner de manifiesto deficiencias del libro, sino hacer preguntas y reflexiones
que creo no resueltas. La primera es que me ha parecido que hay una cierta
confusión cuando trata de la influencia de la lengua sobre la percepción y el
pensamiento, dos aspectos que hay que delimitar con claridad, aunque por
supuesto están interrelacionados. La ambigüedad viene porque nos habla de los
conceptos empíricos, es decir, de palabras que clasifican la experiencia
perceptiva. Pero es que cuando decimos que la lengua estructura el pensamiento
de una manera determinada nos referimos también a los conceptos que no tienen
origen empírico (a saber, los morales, los metafísicos...) o a cómo las reglas
sintácticas los ordenan. Por ejemplo, el hecho de que no existan tiempos
verbales en chino no quiere decir, como muy certeramente plantea Deutscher, que
los chinos no entiendan la diferencia entre el pasado, el presente y el futuro,
pero sí que lo entienden y lo viven de una manera diferente, como ha mostrado
el filósofo y sinólogo francés François Jullien. Por cierto: ¿Por qué Deutscher
habla tan poco del chino mandarín cuando es la lengua más hablada, más
diferente a la nuestra y la que seguramente tiene más futuro? Aunque, para ser
justos, he de decir que el lingüista sí entra periféricamente en el tema, pero
me habría gustado que, aun reconociendo que debe ajustarse a los límites del
libro, los plantease como una reflexión pendiente. Toda esta última
problemática me lleva asimismo a preguntarme por qué no cita a Saussure.
Incluso si aceptamos que Deutscher se enmarca en otra tradición, aun así me
parece fundamental la distinción entre significante y significado. Me lo parece
porque creo que evita que caigamos en la ilusión de que hablamos de la relación
entre las palabras y las cosas cuando en realidad lo hacemos entre el
significante y el significado (el concepto). Así entendemos que las palabras
son siempre convencionales, pero podemos preguntarnos hasta qué punto los
significados son arbitrarios. Porque una cosa es que sean convencionales, es
decir, producto de un acuerdo humano, y otra que éste no se base en formas
reales. Lo arbitrario sería si tuviera razón Foucault en el inicio de Las
palabras y las cosas, cuando cita a Borges en una clasificación posible del
mundo que para nosotros sería totalmente imposible. Yo comparto más bien la
feliz expresión de Deutscher de que hay una libertad con restricciones, es
decir ni un nominalismo arbitrario ni un realismo platónico en el que los
conceptos deberían reflejar las formas reales de las cosas. Vale la pena
mencionar cómo el mismo Wittgenstein acabó rechazando su primera teoría,
aparecida en el Tractatus, que
iría en dicho sentido: la ilusión de pensar que hay un isomorfismo entre las
proposiciones y los hechos. Aquí sí que es pertinente citar la crítica que hace
nuestro autor a los formalistas que piensan que lo único que hacen las lenguas
es reflejar las formas lógicas comunes a todos los humanos. Hay también otros
méritos de Deutscher, como, por ejemplo, su crítica radical a cualquier
determinismo genético, es decir, biológico. En todo caso, es evidente que el
interés del libro no está sólo en lo que dice, sino también en las preguntas
que plantea: es un buen material para pensar.
![]() |
Manuel Talens |
Como punto final, me gustaría hacer una referencia a la
traducción. Nos encontramos con el caso insólito de que el autor felicita al
traductor, Manuel Talens, por el buen trabajo hecho. Esto me recuerda que fue
el mismo Talens quien me hizo ver hace unos años la necesidad de hacer
referencia a los traductores, cuya buena labor es fundamental, en todo análisis
de crítica literaria. Dejemos a los eruditos y académicos los purismos de que
hay que leer a un autor en su lengua y celebremos la gran oportunidad que nos
brindan los buenos traductores de disfrutar de las lecturas que no podemos
hacer en su lengua original.