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Leon Trotsky ✆ Bob Row |
Desde el momento en que este fantasma con anteojos se detuvo
observé que toda la fuerza de sus rasgos se concentraba en su boca de labios
suaves, tensos, muy marcados, los labios de una estatua asiática. Rió hasta que
se disipó la confusión del primer encuentro, con una risa que no parecía
guardar ninguna relación con su voz (una risa que separaba mucho sus dientes
pequeños, extraordinariamente jóvenes, en el fino rostro embellecido por el
cabello blanco). Su voz, al mismo tiempo amable e imperiosa, parecía decir:
"Terminemos pronto con estos saludos cordiales y pasemos a cosas más
serias."
Las cosas serias, en ese momento en que le estaba prohibida
la acción directa como condición para poder permanecer en Francia, eran sus
ideas. Junto al gran escritorio sobre el que un revólver servía de pisapapeles,
la presencia de Trotsky evocaba uno de los problemas más significativos: la
relación entre carácter y destino.
Atribuimos una rigurosa certeza a los juicios de los ciegos.
Creo que se debe a que el ciego juzga a los hombres únicamente por su voz. En
realidad nada, ni la cara, ni la sonrisa, ni los gestos, expresan al hombre,
por la simple razón de que el hombre es inexpresable. Pero de todas estas
diminutas puertas abiertas de la personalidad seguramente el tono de voz es lo
que mejor revela la calidad de un individuo. Trotsky no hablaba en su lengua
natal, pero incluso en francés la cualidad personal de su voz domina todo lo
que dice. Sentí la falta de esa insistencia que en tantas personas traiciona el
hecho de que su gran interés en convencer a los demás no es más que un deseo de
convencerse a sí mismas, la falta de la voluntad de seducir. La mayoría de los
grandes hombres tienen esa pesadez en la expresión, esa confusión, esa
misteriosa concentración del espíritu que parece irradiar de la doctrina pero
que la supera en todos los sentidos y produce el hábito de considerar el
pensamiento como algo a conquistar, no como algo que se repite a sí mismo. Este
hombre había forjado su propio mundo en el dominio del espíritu, y en él vivía.
Recuerdo cómo me habló de Pasternak. [2]
-La juventud rusa lo
admira, pero no me llama mucho la atención. Me tiene sin cuidado el arte de los
técnicos, que es un arte para especialistas.
-Para mí -respondí- el arte es sobre todo la expresión más
elevada o más intensa de una experiencia humana legítima.
-Creo que este arte
renacerá en toda Europa. En Rusia la literatura revolucionaria todavía no
produjo ninguna gran obra.
-La verdadera expresión de la literatura revolucionaria no
se encuentra en la literatura sino en el cine. ¿No está usted de acuerdo?
-Lenin opinaba que el
comunismo encontraría su expresión artística en el cine. Muchos me hablaron
como usted pensando en Potemkin y La madre. Pero le voy a decir una cosa: nunca
vi esas películas. Cuando se estrenaron yo estaba en el frente. Después se
hicieron otras, y cuando se volvieron a pasar aquéllas yo ya estaba en el
exilio.
Trotsky nunca había visto esas obras de arte, esas obras,
primer fruto del cine revolucionario, que en tantos sentidos tiene que ver con
su vida y forma parte de su leyenda.
-¿Por qué -pregunté- no puede desaparecer la literatura,
dejando lugar a otras formas artísticas, así como la danza de las tribus
primitivas fue remplazada por el arte de nuestra época? Separamos el cine de la
pintura, pero pienso que no sirve de mucho hacerlo. La escritura mató a la
danza; en el cine hay una forma de escritura, no creada a partir de las
palabras, que muy bien podría matar a la propia escritura; la palabra mató a la
danza, la imagen mataría a la palabra.
Trotsky sonrió.
-Me resulta difícil
discutir los efectos de la literatura sobre la danza. Recuerde que técnicamente
sé muy poco al respecto. Pero me parece que la danza se mantuvo, evolucionó.
Pienso que incluso podría renacer con todo lo que poseyó en otras épocas, pero
enriquecida. La humanidad nunca abandona lo que conquistó una vez.
-Sin embargo, ha abandonado por lo menos ochocientos años de
valores ancestrales. Creo que a un hombre del año 700 le hubiera sido imposible
comprender a Pericles, así como a Pericles le hubiera sido imposible comprender
al hombre del año 700. Ni tampoco le era accesible a Pericles la vida
espiritual del antiguo Egipto.
Egipto...
Trotsky lo dejó de lado. Era evidente que sabia poco sobre
Egipto.
-Pero respecto al
cristianismo -continuó Trotsky- tengo mis dudas. Creo que hemos idealizado
mucho los primeros años del cristianismo. No me caben dudas de que además de
los místicos ascéticos y de los sagaces mercenarios había en la Iglesia una
inmensa mayoría de gente que entendía muy poco.
¿Podía ser que Trotsky viera al cristianismo primitivo con
los ojos de la Rusia de su juventud? Continuó:
-Usted sabe bien que
cuando el Papa se enfermó acudió a los médicos y no a los que rezaban por él.
Sí, los valores ancestrales desaparecieron, pero han retornado.
-Usted me dice que la humanidad no abandona lo que conquistó
alguna vez. ¿Entonces no sería posible admitir la persistencia del
individualismo en el comunismo, un individualismo comunista tan diferente el
individualismo burgués como, por ejemplo, lo es éste del individualismo de la
cristiandad primitiva?
-Veamos; aquí, como en
cualquier otra cosa, tenemos que partir de los fundamentos económicos.
Los cristianos vivían en términos de eternidad y concedían
poca importancia al individualismo porque eran pobres. En cierto sentido, los
comunistas del Primer Plan Quinquenal están en la misma situación, aunque por
razones diferentes. En Rusia la época de los planes es necesariamente
desfavorable a cualquier tipo de individualismo, incluso al comunista.
Las épocas de guerra también le son desfavorables al
individualismo burgués.
Pero después de los planes, o entre los planes, el comunismo
aplicará a sí mismo la energía que hoy aplica a la construcción. Creo que el
espíritu del cristianismo primitivo es inseparable de la extrema pobreza.
Trotsky estaba cansado. Su francés se volvió más rápido y
menos puro. Utilizaba con más frecuencia palabras sorprendentes, dándoles una
inflexión singular.
-Una ideología
puramente colectiva, exclusivamente colectiva, como la que el comunismo y el
mundo moderno exigirán dentro de muy poco tiempo, es incompatible con la más
mínima libertad material.
Acompañado por su hijo, abandoné la villa solitaria y volví a
la ciudad.
Al día siguiente hablamos sobre la campaña de Polonia.[3]
-Algunos especialistas franceses dicen que Tujachevski fue
derrotado porque Weygand cambió el eje de la acción en medio del combate,
táctica que el general ruso no comprendió. En estas cuestiones desconfío
siempre de los especialistas.
Tujachevski sabía muy
bien que es admisible cambiar el eje de la batalla. Ese no era el problema.
Hubo dos causas de la derrota; en primer lugar, la llegada de los franceses.
-Eso es lo que se dijo en Francia, pero nadie lo creyó
porque no se dio ninguna información detallada.
-Es cierto. Los
franceses llegaron en medio de todo ese desorden -y llamarlo desorden es
expresarse muy suavemente-. No estaban en su propio país, no habían sufrido
ninguna derrota aplastante desde el comienzo de la campaña. Estaban serenos.
Fueron capaces de analizar todo con frialdad. En segundo lugar, las tropas de
Lemberg no se volcaron sobre Varsovia, que es lo que tendrían que haber hecho.
Eso fue esencial.
Yo sabía que Stalin había estado en el ejército de Lemberg.
-Pero todo fue una
aventura. Yo me oponía decididamente. Finalmente lo hicimos porque Lenin
insistió. En ese momento era difícil caracterizar la situación y disposición
del proletariado polaco. Agréguele a eso el hecho de que un ejército
revolucionario está siempre excesivamente nervioso; cuando se ve separado de su
base de aprovisionamiento puede desmoralizarse por la menor derrota,
especialmente después de una serie de triunfos.
-¿A eso atribuye usted la derrota del Ejército Rojo, después
de sus éxitos en la guerra de ocupación?
-Sí. En la guerra de
ocupación éramos más fuertes porque nuestros efectivos venían desde el centro,
desde Moscú.
-¿Podría el Ejército Rojo mantenerse ahora, industrial y
químicamente, contra un ejército europeo o japonés?
-Rápidamente podría
ponerse al nivel de cualquiera de ellos. Pero el ejército japonés no es ni de
lejos lo que piensa Europa. Sin duda usted cree que es análogo al ejército
alemán de 1913, pero el ejército japonés actual es similar al de una nación
europea de segundo orden. Nunca fue probado, nunca luchó contra un verdadero
ejército occidental.
-Entiendo muy bien que para Rusia la Guerra Ruso-Japonesa
fue una guerra colonial, mientras que para Japón fue una guerra nacional. Pero
todavía hoy el Transiberiano no es más que un ferrocarril de una sola vía. No
hay duda de que Rusia no peleará en Manchuria, pero tratará de poner a Japón en
una situación similar a la suya.
-Creo que nosotros
pelearemos en Baikal.
Por primera vez dijo "nosotros". Su mirada se hizo
más intensa, como si súbitamente hubiera concentrado su atención.
Había eliminado ese mínimo de distracción que forma parte
hasta de la conversación más atenta. Yo no podía creer del todo en ese Kremlin,
en ese Ejército Rojo que irrumpieron en la habitación abierta, por sobre los
pinos umbríos y los árboles luminosos, atraídos sólo por ese poderoso influjo
que puede ejercer una vida histórica aun cuando esté inactiva. Pensé en
Dupleix[4] muriendo en su diminuta alcoba, arruinado y humillado, reducido a la
mendicidad, pero expirando sobre las almohadas rellenas con sus cartas sobre
las Indias.
-Con un gobierno tan
autoritario como el ruso -continuó- sería peligroso para un ejército replegarse
tan lejos.
-En sus memorias, Bessedovski, [5] que obviamente me inspira
muy poca confianza, afirma que Stalin se replegaría hasta Irkutsk sólo por
tener las manos libres en la revolución china.
-No lo creo.
Interrogado por un hombre como Bessedovski, Stalin, exasperado, puede haber
dado esa respuesta, pero son sólo palabras. Pero el único que peleará con Japón
no será el Ejército Rojo en Siberia. La URSS no es su principal enemigo.
Triunfe o fracase Roosevelt, Estados Unidos tendrá que encontrar nuevos
mercados.
Norteamérica tiene ya a América Latina. Eso ya está, pero no
es suficiente. Todos los días se resisten más enérgicamente a las puertas
abiertas en China. Se verán obligados a tomar China. Dirán: "Todas las
demás naciones del mundo tienen colonias; la nación económicamente más poderosa
del mundo también debe tenerlas." ¿Quién los detendrá? Europa estará
demasiado ocupada. Una vez que China se transforme en una colonia
norteamericana, la guerra con Japón será inevitable.
Mientras los demás se quedaban de sobremesa, salimos al
jardín. Se ponía el sol, un sol tan hermoso como el día que terminaba. Las
casas blancas esparcidas por los campos o en las orillas del bosque ahora
oscurecido parecían azulinas, con una tenue fosforescencia. Nuestra
conversación se hizo menos intensa, menos rigurosa. Habló de Lenin, sobre cuya
obra está escribiendo un libro que será tan importante como Mi vida (que a
Trotsky no le gusta), en el que tratará todos los temas filosóficos y tácticos
que no explicó todavía. Pasó un gato; uno de los grandes perros lobos de
Trotsky estaba con nosotros.
-¿Es cierto que a Lenin le gustaban mucho los gatitos? Usted
sabe que Richelieu siempre tenía sobre una mesa una cesta llena de gatitos.
-No solo los gatos;
Lenin amaba todo lo pequeño, especialmente a los niños. Será porque no tuvo
hijos. Simplemente los adoraba. En arte se inclinaba por el pasado. Pero de los
artistas siempre decía "hay que dejarlos trabajar".
-¿Suponía él que bajo el comunismo se desarrollaría un nuevo
tipo humano o preveía cierta continuidad en este terreno?
Trotsky pensó un momento. Caminábamos a orillas del mar, que
acariciaba suavemente las rocas. Reinaba una calma absoluta.
- Un nuevo hombre
-contestó-; para él las perspectivas del comunismo eran infinitas.
Se puso pensativo otra vez. Reflexioné en todo lo que me
había dicho esa mañana; tal vez él hacía lo mismo.
-Pero -dije-, me parece que en cuanto a usted...
-No, sinceramente,
pienso igual que él.
No era su ortodoxia lo que le hacía decirlo. Sentí que a
pesar de la preparación de la revolución, de la Guerra Civil y de la conquista
del poder nunca se había planteado este problema como lo hacía ahora. Sin duda
quería decir que él preveía que primero habría una continuidad entre los tipos
humanos y luego una separación cada vez más profunda. Y sentí a través de él
que Lenin, enfrentado a un mundo en el que el marxismo carecía de datos
comprobados, quería experimentar. En una palabra, el deseo de conocimiento lo
llevaba inmediatamente a la acción. Sentí al hombre de acción más agudamente
que en nuestra conversación política.
Avanzaba la noche; nuevamente escuché cómo el mar acariciaba
las rocas.
-Lo importante -dijo-
es ver claro. Del comunismo se puede decir, ante todo, que da más claridad.
Tenemos que liberar al hombre de todo lo que le impide ver. Tenemos que
liberarlo de los hechos económicos que le impiden pensar y de los problemas
sexuales que no le permiten hacerlo. Pienso que en este sentido la doctrina de
Freud [6] puede ser muy útil.
Considero que Freud es
un detective genial, un hombre que abrió uno de los dominios más amplios de la
sicología. Al mismo tiempo, es un filósofo desastroso.
-¿Pero cree usted que el hombre, una vez liberado de sus motivaciones
religiosas, nacionales o sociales, aceptará los hechos en lugar de la fe? ¿No
se resistirá a la muerte?
-Creo que la muerte
es, sobre todo, un producto del uso. Por un lado, del uso del cuerpo; por el
otro, del uso del espíritu. Sí esta utilización del cuerpo y del espíritu se
pudiera llevar a cabo armoniosamente, la muerte sería un fenómeno muy simple.
No chocaría con ninguna resistencia.
Tenía sesenta años [7] y estaba gravemente enfermo. "La
muerte no chocaría con ninguna resistencia."
Escribo esto de regreso de una reunión popular en la que se
proyectó una película de las últimas celebraciones en Moscú. Sobre la amplia
explanada de la Plaza Roja, blandiendo las armas, viriles muchachas desfilaban
ante la tribuna presidida por dos gigantescos retratos de Lenin y Stalin, desde
la cual todos los dirigentes de la URSS observaban la procesión. La multitud
aplaudía como siempre lo hacen las multitudes, más como señal de entusiasmo que
de aprobación. ¿Cuántos pensaban en Trotsky? Muchos, seguramente. Antes de la
exhibición de la película se pronunciaron muchos discursos, especialmente en
favor de Thaelmann. Si alguien se hubiera atrevido a hablar de Trotsky, después
del primer momento de incomodidad se lo habría atacado rápidamente, tanto por
hostilidad burguesa como por prudencia ortodoxa. Esta multitud, que guarda
silencio sobre Trotsky, se preocupa por él como por una mala conciencia.
Conozco a la multitud. La he visto en todos los mitines. Todavía oigo los
murmullos de La Internacional invadiendo como un sonido subterráneo el vasto
vestíbulo del Luna Park. Todavía veo las patas de los caballos, aproximándose a
medida que me alejo, el pecho y la cabeza hostil del policía casi perdido en la
noche, el reflejo paralelo de las luces eléctricas sobre los cascos. Son los
mismos que acuden incansablemente a escuchar a los oradores que hablan en
nombre de Sacco y Vanzetti,[8] de Torgler o de Thaelmann; los mismos que
ocultan su generosidad como sí se avergonzaran de ella, como si la generosidad
fuera incompatible con la inteligencia; los mismos que en número de trescientos
escuchan cursos sobre Marx y que se convierten en treinta mil cuando ofrecen su
homenaje a Dimitrov, el único homenaje que pueden ofrecer, el sacrificio de una
tarde de cine. Contra el gobierno que lo exilia a usted, Trotsky, todos están
con usted. Usted pertenece a esa categoría de proscriptos a los que no se puede
transformar en emigrados. Pese a todo lo que se dice, se publica, se grita, la
Revolución Rusa es para ellos un bloque, y todo el heroísmo que sacudió el
Palacio de Invierno se siente ahora humillado por su soledad.
Una vez más el destino lo apresa entre sus garras
sangrientas. Pocos días después del desesperado ataque de los obreros
austríacos, un gobierno francés le quita la hospitalidad que otro gobierno
francés le brindó. Usted no vale tanto para ellos como para hacerles recordar
sus deberes; sí vale demasiado para ellos todavía como para que se atengan a
sus deberes. Pero podrían haberlo expulsado sin apelar a la moralidad o a la
virtud. Fue usted el que no cumplió con sus obligaciones. Usted formó la Cuarta
Internacional. Hoy tiene cientos de adherentes en todo el mundo. Es una
internacional mucho más peligrosa que la Tercera, que tiene dos millones de
afiliados, o que la Segunda. (Aunque en este momento la burguesía francesa
haría bien en olvidarse de las internacionales y ocuparse de los
nacionalismos.) Usted escribe en La Verité sobre sus incansables esfuerzos.
Usted traicionó a Francia, a la que no le debe nada, aunque, por supuesto, éste
no es el caso del Gran Duque respecto a la Riviera. Y usted fue descubierto
(como si su casa no hubiera estado siempre vigilada por la policía) gracias al
sorprendente "olfato" de un policía lector de "Simenon". Podrían
haberse ahorrado este grotesco abuso; para echar a los huéspedes no hace falta
escupirles a la cara, aunque ésta sea la costumbre. Una nota
"anónima" en Le Matin explica en un lenguaje muy claro, aunque con
esa sordidez característica del tono militar: "Hemos agarrado a Trotsky."
Como lo que ellos querían "agarrar" en usted era al revolucionario
ruso, recordémosles que todavía hay ciento sesenta millones de personas que
tienen que "agarrar". Pero tenemos que recordarles a estos ciento
sesenta millones que, más allá de las diferencias doctrinales que puedan
existir entre usted y el gobierno de la Unión Soviética, debemos reconocer en
cada revolucionario en peligro a uno de los nuestros que, en nombre del
nacionalismo, lo que intentan aplastar en usted es la revolución. Pero en los
bastiones y en las chozas miserables hay material suficiente con el que
construir un ejército revolucionario. Yo sé, Trotsky, que el destino implacable
hará triunfar su pensamiento. ¿Podrá su sombra clandestina, que durante diez
años[9] ha vagado en el exilio, hacer comprender al obrero francés que unirse
en un campo de concentración es unirse demasiado tarde? Hay muchos círculos
comunistas en los que ser sospechoso de simpatizar con usted es tan grave como
ser sospechoso de simpatizar con el fascismo. Pero su partida, los insultos de
la prensa, demuestran con suficiente claridad que la revolución es una sola.
Notas
[1] León Trotsky por André Malraux. The Modern Monthly (El
Mensuario moderno), marzo de 1935. Retraducido [al inglés] por Ellen Ward de Comunismo, el periódico de la Oposición
de Izquierda española. Malraux conversó con Trotsky en Saint-Palais, cerca de
Royan, en agosto de 1933, poco después de que Trotsky llegara a Francia, pero
su artículo se publicó tan solo en la primavera de 1934, cuando el gobierno
ordenó la deportación de Trotsky.
[2] Boris Pasternak (1890-1960): poeta ruso cuyos primeros
trabajos discutió Trotsky en Literatura y revolución, ganó en 1958 el Premio
Nobel de literatura.
[3] La campaña de Polonia se llevó a cabo en 1920, en las
etapas finales de la Guerra Civil rusa. Polonia había sido elegida por Francia
para que actuara como vanguardia de la cruzada antisoviética. En marzo de 1920
los polacos atacaron la frontera soviética. En junio los bolcheviques habían
logrado importantes triunfos y avanzaban hacia Varsovia. Pero a mediados de
agosto el Ejército Rojo fue profundamente derrotado y en octubre firmó una paz
provisional con Polonia. Las fuerzas soviéticas estaban dirigidas por el
comandante de ejército Mijail Tujachevski, las polacas por el mariscal Josef
Pilsudski y las francesas por el general Maxime Weygand.
[4] El marqués Joseph Dupleix (1697-1763): gobernador
general de las colonias francesas en la India desde 1742 hasta que se lo hizo
dimitir "sin honores" en 1754.
[5] G. Bessedovski: diplomático soviético que se pasó al
mundo capitalista en 1928 y escribió Revelaciones de un diplomático soviético.
[6] Sigmund Freud (1856-1939): ver el folleto de Trotsky
Cultura y socialismo.
[7] En el momento de esta discusión Trotsky iba a cumplir
cincuenta y cuatro años.
[8] Nicola Sacco (1891-1927) y Bartolomeo Vanzetti
(1888-1927): emigrantes italianos de izquierda a los que se arrestó bajo el
cargo de robo y asesinato, del pagador de una fábrica de zapatos de Braintree,
Massachusetts, en abril de 1920. Se los juzgó y condenó en 1921. Se apeló la
sentencia y en todo el mundo hubo manifestaciones de protesta masivas por el
evidente carácter fraguado del juicio y la sentencia. Perdieron la apelación y
fueron ejecutados en agosto de 1927.
[9] Cuando se escribió este artículo el tercer exilio de
Trotsky ya había entrado en su sexto año.