
I. Preliminares
“Por la propia concepción del mundo se pertenece
siempre a un determinado agrupamiento, y
precisamente al de todos los elementos sociales que participan de un mismo modo
de pensar y de obrar. Se es conformista de algún conformismo, se es siempre
hombre masa u hombre colectivo. El problema es éste: ¿a qué tipo histórico
pertenece el conformismo, el hombre-masa del cual se participa?: Antonio Gramsci, Nota I, en:
Introducción al estudio de la Filosofía y del materialismo histórico. Premiá
Editora. México, 1981, p. 8.
Durante la primera mitad de los años 70, cuando el estado de
sitio era una constante institucional colombiana, empecé a participar de un
grupo juvenil universitario, Núcleos 21 de abril, que luego hizo parte del
fallido proceso de la Unión Revolucionaria Socialista, la URS. Esta
organización pretendía convertirse en partido político articulando un conjunto
de agrupamientos y núcleos marxistas de diferentes vertientes del espectro socialista,
desde pro-castristas, y camilistas comprometidos con la teología de la
liberación hasta seguidores del marxismo, leninistas, trotskistas, y pro-chinos
movidos por la revolución cultural del gran timonel, y su ruptura con la
hegemonía de la Unión Soviética.
Encarnábamos como precipitado la fractura política de la
hegemonía liberal-conservadora ejercida sobre dos sectores sociales
específicos, jóvenes y trabajadores intelectuales, expresiones sí de la
contrahecha y postergada modernidad plena que aún sufre Colombia. Aquella fractura era el producto de una crisis de
representación en la sociedad tradicional, un fruto de la crisis de hegemonía
cultural que se tradujo en la separación de los sectores medios educados del
bloque de poder y su proyecto de paz y progreso llamado Frente Nacional, nacido
dizque para acabar con la violencia partidista.[2]
Incubación de la
rebeldía subalterna
“En ciertos momentos de su vida histórica, los grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales. Esto significa que los partidos tradicionales, con la forma de organización que presentan, con los determinados hombres que los constituyen, representan y dirigen, ya no son reconocidos como expresión propia de su clase o de una fracción de esta.
Cuando tales crisis se manifiestan, la situación inmediata se torna delicada y peligrosa, porque el terreno es propicio para soluciones de fuerza, para la actividad de potencias oscuras, representadas por hombres providenciales o carismáticos”. Antonio Gramsci, Observaciones sobre algunos aspectos de la estructura de los partidos políticos en los periodos de crisis orgánica, p. 361.
La acción de la izquierda en Colombia expresaba una conducta
transversal que movilizaba a sectores empobrecidos y excluidos de la clase
media, y con ésta a grupos de trabajadores y sectores populares desplazados por
la gran Violencia, y también a habitantes de los cinturones de miseria de
cuatro grandes ciudades, Bogotá, Medellín, Barranquilla y Cali. A todos ellos
se les intentaba comprender como a un pueblo. Aquellos proyectos de la
izquierda incipiente eran reprimidos violentamente e ilegalizados siempre
que resistían a las imposiciones de una
sociedad ultra conservadora, que lo era antes y lo sigue siendo ahora.
Aunque a la fecha, después de pasar dos periodos de
seguridad con el expresidente Álvaro Uribe, el sucesor Juan Manuel Santos
implementa un alivio focalizado, un viraje que quiere aclimatar “la tercera
vía” de la prosperidad, interpelando a los desplazados, y a los más pobres de
los pobres, de los cuales, 100.000 familias, dice, serán beneficiarias de
vivienda gratuita durante este gobierno. Claro, ninguno de los dos dirigentes
del bloque de poder oligárquico burgués, prescinde de auto-llamar gobiernos
democráticos a sus coaliciones al comando del Estado.
Para la pequeña burguesía intelectual, escindida de la
conducción bipartidista del Frente Nacional, hacer la revolución era el primer
mandamiento del nuevo credo laico. Las universidades e instituciones
secundarias fueron los templos donde se alimentó la mayor parte de aquella
herejía ideológica, de las cuales se desprendieron los primeros predicadores de
la buena nueva. Tuvimos delante el espejo agónico del guerrillero heroico y
ateo, junto a imaginarios del compromiso
con la caridad cristiana representados por los curas del Golconda, y el padre
Camilo Torres Restrepo.
Hubo para todos los gustos y compromisos militantes durante
ese periodo de incubación. Emergieron figuras múltiples fractales del
heterogéneo campo de la izquierda que alcanzaron proyecciones
transcontinentales. En primer lugar, en la cadena sacrificial estuvo Ernesto
Guevara, con la misión inconclusa de crear muchos Vietnams. Antes fue Patricio
Lumumba, primer ministro, asesinado por garantizar la independencia del Congo
contra Bélgica, para emprender luego la construcción socialista.
Después el turno fue para Miguel Enríquez, secretario del
Mir chileno, quien precavía la destorcida de la reacción contra las
nacionalizaciones de la Unidad Popular del presidente socialista Salvador
Allende. Impulsaba el Mir la creación de autogestión obrera de la producción y
poder popular autónomo mediante los cinturones industriales, y el
auto-abastecimiento en las barriadas populares de Santiago, Valparaíso,
Concepción y otras ciudades. En la Argentina era Mario Roberto Santucho y el
ERP, quienes organizaban a los pobres del campo del norte argentino, desde
Tucumán; y a los herederos urbanos de
los cabecitas negras peronistas, y avanzar con dificultad manifiesta del
justicialismo peronista al socialismo trotskista. El método escogido aquí fue
la vía armada, reafirmada por la defección de Perón a su regreso, en la masacre
del aeropuerto de Ezeiza en Buenos Aires.
Junto con ellos
tantos militantes optimistas y anónimos se formaron, cayeron y desaparecieron
durante los años del alumbramiento dramático de la opción de izquierda, Casi
sin excepción, no pensaban en serio, sino que obviaban la opción democrática
por reformista. No faltaban razones y hechos que apoyaran tal aserto.
Más aún, contra una modernidad contrahecha,[3] henchida de
desigualdades y con un gran índice de analfabetismo político, inducido por los
lazos de dependencia y subordinación personal anteriores, con afán se buscaba
la vía rápida. La revolución cubana parecía ser el ejemplo más elocuente a
seguir no sólo en América Latina sino en otras latitudes de situación política
y social parecida, agrupada como tercer mundo por los analistas occidentales del
desarrollo y el subdesarrollo.
Sin embargo, con heroísmo y sacrificios, este movimiento en
sí expresaba un conato de reforma intelectual y moral, una disputa por la
hegemonía cultura. Como tal animó, fue
catalizador de la segunda oleada revolucionaria, donde no solo hubo sectores
medios, intelectuales y estudiantiles, sino también obreros, nuevos y
tradicionales, campesinos pobres y jornaleros, habitantes de todas las
barriadas y villas miseria. Constituían los activos brotes de las multitudes
invisibilizadas por la república señorial,[4] en rebelión contra la exclusión,
la desigualdad y la miseria que los asfixiaba en campos y ciudades.
En América Latina fue un proceso cuya dinámica duró un
cuarto de siglo, entre 1955 y 1980. Para establecer así unos límites
convencionales que se extienden entre la caída del peronismo, la derrota de la
Unión Soviética en Afganistán en Asia, y
la imposición del modelo neoliberal en América Latina, y el revisionismo
en la China popular con Deng Tsiao Ping a la cabeza. [5]
La nueva conducción hegemónica de la economía capitalista
gravitó hacia y conquistó una nueva capa intelectual, de procedencia
pequeño-burguesa. Forjada orgánicamente tal dirección por las enseñanzas añejas de F. Von Hayek y
Milton Friedman, difundidas en y desde las universidades estadounidenses de
modo preferente; y dispuesta a imponer lo que los analistas de la izquierda
denominaron “un pensamiento único”, popularizado como “reagonomics” y
“thatcherismo” en el curso de la globalización capitalista y la mercantilización del conjunto de
derechos y servicios públicos de bienestar dondequiera que fuera posible.
Los dictados de esta intelectualidad se apostaron en
Suramérica. La ocasión, el golpe militar en Chile, los “Chicago Boys” fueron
ahora orgánicos a la dictadura militar para convencer de la apertura de los
mercados, la inserción en los circuitos del capital financiero global, así como
para realizar el desmonte regresivo de los derechos sociales y económicos
conquistados por el Estado de compromiso en América Latina, llamado así por el
sociólogo brasileño Francisco
Weffort.[6]
Esa égida aún persiste, en forma vergonzante, pasa por los
gobiernos de la llamada “concertación democrática”, y en particular, los turnos
socialistas decoloridos de Lagos y Bachelet, quienes no quisieron/pudieron
desmontar el autoritarismo empotrado en las instituciones de dirección de la
nación, y le apostaron, en parte, a la tercera vía que ensayó Tony Blair en
Gran Bretaña .
La escalada
democrática, antes y ahora
“¿Cómo se forman estas situaciones de contraste entre “representantes y representados” que desde el terreno de los partidos (organizaciones de partido en sentido estricto, campo electoral parlamentario, organización periodística) se transmiten a todo el organismo estatal, reforzando la posición relativa del poder de la burocracia (civil y militar), de las altas finanzas, de la iglesia, y en general de todos los organismos relativamente independientes a las fluctuaciones de la opinión pública? En cada país el proceso es diferente, aunque el contenido sea el mismo.” Antonio Gramsci, Escritos Políticos, 1917-1933, p. 362.
El experimento neo-liberal, su dirección intelectual y
política triunfante en los 80 enfrenta
la crisis social y política en América del Sur, que aparece como
definitiva, con sus especificidades que es requisito ineludible aprehender en
cada situación. Es, sin embargo, en lo general una crisis orgánica del
capitalismo posfordista, para recuperar a Gramsci en el entendimiento del
capitalismo de la segunda posguerra del pasado siglo, y las contribuciones
presentes de la corriente autonomista.
Al entender de ese modo la crisis actual nos reabre un campo
potencial para las reformas democráticas represadas y reprimidas a sangre y
fuego durante el pasado cuarto de siglo; y define pasos primordiales en el
proyecto gramsciano de construir la sociedad civil auto-regulada que
desarticula, desmonta el proyecto capitalista globalizado a lo largo de una
dolorosa guerra de posiciones que enfrenta a democracia y guerra.[7]
El nuevo espíritu de la reforma se nutre del discurso del
socialismo del siglo XXI, donde triunfaron partidos y/o coaliciones de fuerzas
de izquierda o democráticas. Y vuelve
a tener como punta de lanza visible a
los estudiantes universitarios y secundarios, donde tales triunfos no han
ocurrido. Tales son los casos de Chile primero, y Colombia desde el año 2011, cuando los
estudiantes organizados en la MANE enfrentaron con éxito coyuntural el trámite
de una contra-reforma que abría de par en par las puertas a la privatización de
los saberes, y la derrotaron. [8]
En Chile, los estudiantes universitarios y de secundaria, -
primero, los legendarios “pingüinos”-, exigen al gobierno de la concertación de
Michele Bachelet, y ahora al del derechista Sebastián Piñera, - ligado antaño
al partido Nacional golpista-, desmontar el negocio capitalista de la educación
pública, porque los convirtió a ellos y sus familias en deudores consuetudinarios,
y a la educación pública un bien común inalcanzable. Ahora, la reciente
movilización de más de 80.000 jóvenes, radicalizados por su intransigencia
frente al despojo cultural y científico, exige también el cambio radical del
régimen heredero de la dictadura militar.
Dicho giro a la izquierda supone e impulsa, para no quedar
en enunciaciones retóricas, la efectiva democratización de la sociedad en todos
los órdenes, contrahecha por los efectos del placebo neo-liberal que hizo
crecer artificial, especulativamente, a sus sectores medios, empleados del
sector terciario de la economía, afectados ahora por los altísimos costos de
educación, salud, y con escasas, casi nulas garantías para la tercera edad.
El objetivo inmediato de las multitudes en su despertar como
monstruo político, cuyo movimiento sacude al neo-liberalismo en América del
Sur, en países como Chile y Colombia,[9]
es combatir la exclusión de la igualdad social básica, la pobreza y la
miseria de los muchos. Por lo que este
sujeto plural en formación reclama la redistribución de la plusvalía relativa
obtenida del voraz crecimiento capitalista sin rostro humano que parasita la
inaudita productividad del trabajo durante el tercer milenio.
Esa bonanza ilusoria que pregonaron las grandes burguesías
asociadas con el capital financiero global, en la pasada década mucho tiene que
ver con la venta de grandes volúmenes de recursos naturales no renovables,
mono-productos no procesados para dar impulso a las economías capitalistas
emergentes del eje Asia-Pacífico, y de los mercados más tradicionales como
Estados Unidos, Francia y Alemania de las bautizadas sociedades
postindustriales.
La conducción de la rebeldía chilena, que hasta el Wall
Street Journal publicitó destaca a Camila Vallejo, hoy vicepresidenta de la
FECH [10]; pero cada vez adquiere más claros visos de una guerra social de posiciones en la encarnizada
disputa por la democracia, por obtener
el comando de la sociedad civil, que tiene ahora en la dirigencia estudiantil
organizada, no solo un despertar sino el estreno de conducción nueva, aunque en
parte vertida en odres viejos.
El abogado Gabriel Boriç que la preside tiene inspiración
autonomista en la renovación política chilena, y recupera el legado
gramsciano, prácticamente invisible,
irrelevante durante la Unidad Popular. Aquellos tiempos aparecían como
propicios para una guerra de movimientos, que dividió a la izquierda entre
agrupamientos dispuestos a una transición democrática, sin guerra, y fuerzas
que como el MIR, pensaban y alertaban a lavez que los antagonismos se
resolverían por la vía armada.
Estos jóvenes representantes y protagonistas de primera
línea, comunistas y autónomos, insisten hoy en el despliegue de un verdadero y
efectivo liderazgo democrático, que
impida en lo posible la burocratización y las consabidas manipulaciones
de las multitudes emergentes y actuantes en la primavera del monstruo político
heterogéneo, diverso y con mil caras y colores.
Treinta años atrás, en otra transición sin consolidación, un
brillante intérprete ultraconservador del cambio democrático, el politólogo
Samuel H. Huntington calificó de “tercera ola” aquel traumático despertar del
trabajo levantado contra el dominio del capital. Él caracterizó el avance de
aquella onda de creciente participación que antes sacudió los principales
escenarios capitalistas, Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia en
Occidente; producida por el temprano despertar del monstruo político compuesto
de multitudes de trabajadores, pobres, mujeres y estudiantes. Estas encarnaron
y animaron los nuevos movimientos sociales que ofrecieron materia a otra
generación de analistas, desde Alain Touraine hasta Alberto Melucci.
La crisis de la hegemonía fordista a escala planetaria
empezó a gestarse en el torbellino de las universidades estadounidenses
levantadas y movilizadas en contra la guerra, hasta conformar el vigoroso
movimiento de estudiantes por la sociedad democrática, que se juntó a la lucha
que por los derechos civiles que hermanaba a blancos, mujeres, y minorías
negras y chicanas, y que padeció el asesinato, la cárcel o el exilio de sus principales
líderes.
La “tercera ola” se fortaleció primero con la rebeldía de la
juventud estadounidense contra la guerra en Vietnam, y en defensa de los
derechos civiles en casa; y creció en el legendario mayo 68, que catalizó una
crisis orgánica al interior del modelo
autoritario de posguerra la V República francesa. Estudiantes y jóvenes obreros pusieron en
ascuas a De Gaulle y a su criatura más
querida, el “estado de bienestar”, el compromiso de posguerra entre sindicatos
y patronos confederados en la reproducción capitalista.
Alemania pos-nazi vivió otro tanto del despertar con la
rebeldía de la juventud del SPD, que fue un polo de acciones y pensamiento
radical de cuño marxista.[11] Entonces Rudi Dutschke denunció y desafió la
connivencia de los aliados de la reconstrucción con los enclaves del nazismo, y
la explotación de los trabajadores migrantes europeos y turcos. Der Spiegel y
la industria editorial sierva del capital fue objeto de sus ataques políticos
directos y denuncias reflexivas.[12] Los
líderes económicos y políticos del “milagro alemán” del canciller Erhardt mantuvieron
a colaboradores y negociantes del régimen hitleriano después de los juicios de
Nüremberg.
La relación de fuerzas internacionales tenía un hegemón
indiscutible, los Estados Unidos, pero ya
afectado por el desastroso curso de la guerra imperialista que el
complejo industrial militar estadounidense libraba en el sureste de Asia; y por
el incierto devenir de la descolonización de Africa y Asia, donde la cuestión
palestina y surafricana eran el pedernal. Claro, unido a la inclusión de la
vuelta democrático-liberal de España, Portugal y Grecia que salían de ser
dictaduras apoyadas por los poderes occidentales desde el reparto de Yalta.
Pero, el detonador más visible de la crisis fueron las
escaramuzas especulativas, desestabilizadoras de los precios en la lucha por el
control del petróleo. La presencia de un nuevo jugador internacional poderosos,
la OPEP, enfrentó al status quo de las “7 hermanas”, el oligopolio occidental
que dominaba a sus anchas la explotación y comercialización del oro negro. El
mundo se inundó de petrodólares, circuló con la revolución científico-técnica
el trabajo social cristalizado, “el intelecto general”, y la corriente crítica
de los nuevos marxismos.[13]
Ante semejante cuadro internacional, Huntington, estratega
de las sociedades en cambio, previno acerca de la revolución democrática en
curso a los gobiernos burgueses del centro del sistema capitalista que lo consultaron. La
ingobernabilidad era la plaga inducida por, según él, Crozier y Watanuki, esto
es, la Comisión trilateral, - antecedente político de los consensos de
Washington -, una exagerada participación política.
Tarea urgente era encauzarla, moderarla, reducirla para bien
de todos. Nixon y Kissinger fueron los audaces cruzados en China y en la
Cochinchina, ofreciéndole estabilidad y prosperidad al desenlace de la
revolución cultural, y así apaciguaron el despertar del monstruo político en
Asia, sin importar el costo a pagar; y tornaron roma aquella punta de lanza
anticipando la muerte de Mao y el cambio de guarda con el “castigado” Deng
Tsiao Ping, el nuevo reformador del socialismo con rostro capitalista.
Notas
[1] Profesor asociado, Departamento de Ciencia política,
Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. Director grupo presidencialismo y
participación. Autor: Presidencialismo y
participación política en Occidente. Ceja. Universidad javeriana, Bogotá, 2000.
Coautor y editor del libro: Seguridad y gobernabilidad democrática.
Neopresidencialismo y participación en Colombia, 1991-2003. unijus/dib.
universidad nacional. Bogotá, 2005.
[2] HERRERA ZGAIB, Miguel Angel y Marco Aurelio (2010). Educación pública
superior, Hegemonía cultural y Crisis de representación política en Colombia,
1842-1984. Colección Gerardo Molina, 20.
UNIJUS/Unal. Facultad de Derecho y Ciencias Políticas. Bogotá.
[3] El filósofo y analista colombiano Rubén Jaramillo la
denomina modernidad postergada. Ver Colombia: la modernidad postergada. 2ª
edición. Argumentos, Bogotá, 1998.
[4] Antonio García Nossa, teórico y militante socialista
colombiano, utilizó la expresión
república señorial para caracterizar a la comunidad política nacional con la que se enfrentó Jorge Eliécer Gaitán, y otros líderes
reformistas durante el curso del siglo XX.
[5] Lo que un disidente chino, influido por el nihilismo de
Nietzsche, llamó “la búsqueda ascética
del hedonismo”.
[6] Ver ¿Cuál democracia? (1993). Flacso. Costa Rica.
[7] HARDT, Michael, NEGRI, Antonio (2004). Multitud. Guerra y Democracia en la Era del
Imperio. Colección Debate. Random House Mondadori. Argentina
[8] MANE es la mesa ampliada nacional estudiantil, la
organización que asume y defiende el programa mínimo de los estudiantes
universitarios, y en la que tienen asiento representantes de la educación
superior pública y privada. Ya celebraron su primer congreso nacional, y ha
tenido que experimentar disidencias
internas, con reclamos de las direcciones regionales del movimiento.
[9] Monstruo político es la referencia, que entre otros
acuña Toni Negri para caracterizar las multitudes, el movimiento de movimientos
que se despierta como antagonista del poder imperial, global y localmente.
[10] Camila Vallejo fue elegida presidente de la FECh en
noviembre de 2010. Fue derrotada en la siguiente elección, en diciembre de
2011, por la lista “Creando Izquierda” que eligió como nuevo presidente a Gabriel Boric, quien obtuvo 4053, y como
vicepresidenta quedó ahora Camila con 3864 votos. Boriç, de ancestro croata, es
miembro del colectivo Izquierda Autónoma,
que está aliado con los grupos Izquierda Construye y Arrebol. Empezó en
la Universidad de Chile en el colectivo de Estudiantes Autónomos, y tiene
raíces político intelectuales en el autonomismo italiano y el legado de Antonio Gramsci.
[11] De ese tiempo es la escuela de “la lógica del Capital”,
acuña en las aulas de la Universidad Libre de Berlín, atenta a lo que ocurría
del otro lado de la frontera, así como a acoger a sus disidentes más destacados
que traían noticias del derrumbe del socialismo impuesto por la Unión Soviética
y sus cronnies políticos.
[12] En ese clima radical se intentó la solidaridad
internacional armada con la corta y trágica experiencia de la Armada Roja.
[13] ALTAMIRA, César (2006). Los marxismos del nuevo siglo.
Prólogo de Toni Negri. Editorial Biblos. Pensamiento Social. Buenos Aires.
II. La subalternidad
como categoría práctico-teórica
“Lo fundamental del pensamiento de Antonio Gramsci consiste, como puede advertirlo cualquier lector cuidadoso de sus Cuadernos, en el examen de las relaciones recíprocas entre la estructura y la superestructura…Pero, además, hay en él una constante reacción contra la interpretación mecanicista de los acontecimientos sociales…reivindica en buena medida , el sentido creador del marxismo y testimonia la resistencia de Gramsci a entenderlo como un recetario de soluciones dadas de una vez para siempre”. Héctor P. Agosti (1986), Prólogo, en: El materialismo histórico y la filosofía de B. Croce. Juan Pablo Editor. México, p. 8.
Todo bloque histórico, todo orden constituido…tiene sus
puntos de fuerza no solo en la violencia de la clase dominante, en la capacidad
coercitiva del aparato estatal, sino también en la adhesión de los gobernados a
la concepción del mundo propia de la clase dominante. La filosofía de la clase
dominante, a través de una serie de vulgarizaciones sucesivas, se ha convertido
en sentido común, es decir, se ha convertido en una filosofía de masas, las
cuales aceptan la moral, las costumbres, las reglas de conducta
institucionalizadas en la sociedad en que viven”. Giuseppe Fiori, capítulo
25, en: Vida de Antonio Gramsci.
El combustible social de la escalada democrática como
conjunto era el trabajador/obrero social, durante el pasado cuarto de siglo.
Enfrentado con la espacio-temporalidad capitalista del régimen de acumulación
posfordista, contra el orden político imperial ya no imperialista como en el
inmediato pasado, que implementa su gobernabilidad global. Se conforma la
multitud, otra subjetividad emergente, en gestación dinámica, plural, que se
deslinda críticamente del sujeto popular de las luchas anteriores.
Revivido hoy, el sujeto popular resulta ser una promesa
anacrónica de lo que fue el experimento del bloque histórico contra-hegemónico,
cuyo laboratorio fallido fue el Chile de la Unidad Popular, que eligió
presidente al socialista Salvador Allende con el apoyo del partido comunista y
otras fuerzas de izquierda aliadas.
Ahora son las multitudes, el monstruo político, según decir
de Negri y Hardt. Ellas son lo nuevo porque desarticulan con su actuar autónomo
el leviathán hobbesiano que organizó antes al cuerpo popular, aherrojándolo a
la soberanía como poder absoluto ejercido sobre los muchos.
Una y otra situaciones, la vieja y la nueva, son aún pensables bajo la lógica del discurso
gramsciano de la autonomía de los grupos y clases subalternas, que son
explotadas y controladas por el capital internacional y global. Más aún, en el
presente, los procesos contra-hegemónicos amplían la base social subalterna
activa con obreros, campesinos, pequeña burguesía, intelectuales, minorías y
pobres. Ellos son la multitud plural, quienes
constituyen el nuevo monstruo político que se opone a la relación
capitalista que explota y controla el trabajo humano material e inmaterial
global y localmente.
Antes todos estos agentes intelectuales y pueblo, bajo la
articulación de una voluntad nacional-popular permanecían galvanizados por la
fe común en la nación y en la unidad del pueblo. Era el pueblo, sujeto de la
revolución bajo la dirección proletaria real; o
representado por un partido de inspiración obrera, que lo constituían
profesionales de la revolución dedicados a la política cotidiana, bien
preparando la insurrección, o dirigiendo la guerra popular prolongada,
perfilados, claro está, según la familia ideológica de pertenencia a lo hecho
por determinada revolución triunfante en algún lugar de la tierra.
Antonio Gramsci fue quien elaboró la propuesta del bloque
histórico nacional-popular durante su
encierro carcelario. Era una clara
estrategia democrática y revolucionaria, dispuesta a la construcción de un
bloque contra-hegemónico, una respuesta
al triunfo de la revolución pasiva, la
reacción fascista en Italia. Era la suya una estrategia que seguía nutriéndose de las
deliberaciones del IV Congreso de la tercera internacional, que ya no contaba
más con Lenin, mientras Trotsky permanecía en el exilio aún con vida.
Tales postulados y orientaciones prácticas, vuelven a adquirir en los años 80 una redefinición y
una nueva carta de ciudadanía teórica con los trabajos de Ernesto Laclau y
Chantal Mouffe, quienes se proclaman
posmarxistas. Ellos expurgan el marxismo de Gramsci de su anclaje de clase, y
acto seguido le hacen una revisión y adecuación a la teoría de la hegemonía,
partiendo y yendo más allá de su maestro. Tornan la hegemonía en un asunto
puramente discursivo, a la vez que naturalizan la categoría de lo popular
nacional.
Este giro discursivo queda consignado y explicado en el
libro La razón populista escrito por Laclau, y la político como quehacer
adversarial y no antagónico, en el trabajo de Chantal Mouffe, El retorno de lo
político, en el que ella revisa la concepción schmittiana de lo político, esto
es, la lógica amigo-enemigo, para postular en cambio una relación adversarial,
para desprenderse de la violencia y la muerte como componentes de la política
democrática radical de la nueva izquierda.
La encrucijada de
mitad de siglo
Sin embargo, durante los años 50, era otro el cantar
político de la subalternidad en América Latina. L@s subaltern@s resistían, se
rebelaban contra el orden oligárquico y sus aliados imperialistas, o ensayaban enseguida la revolución, que
arrancó con el fracaso guatemalteco del gobierno radical del coronel Jacobo
Arbenz [1]. Siguieron fugaces gobiernos de corte “populista”, y, por supuesto,
el inusitado triunfo cubano de la revolución en las barbas del Tío Sam, que al
poco tiempo se proclamó socialista, saldando a su manera la cuenta con la
Enmienda Platt, que impedía la plena independencia de la colonia española, pero conservando el estigma del enclave de Guantánamo hasta el
presente.
Aquella intelectualidad orgánica revolucionaria nueva,
dirigente de los grupos subalternos, en procura de su autonomía, también ensayó
una interpelación central y reconstruyó, revisó, reorientó el discurso de las
identidades nacionales de cuño oligárquico. Ella cuestionó el criollismo
decimonónico, elevando en cambio el
mestizaje en la forma de la “raza de bronce” a lo Vasconcelos, la
identidad plebeya o indígena, en una transformación del sujeto popular desde
México hasta la Patagonia.
Hubo teóricos que hablaron de la “sociedad abigarrada” con
René Zabaleta, o del indio como actor fundamental, como aparece escrito en Los
7 ensayos sobre la realidad peruana, distinguiéndose del legado populista, o
mestizo a lo Vasconcelos, que en las postrimerías del ascenso de la revolución
mexicana consiguió su definitiva cristalización en el PRI, alrededor de una
fórmula corporativa, donde lo popular se identificaba con uno de los sectores
que componían el precipitado histórico al lado de obreros, y campesinos, por
separado [2].
La intelectualidad orgánica que construía un contra bloque
histórico movilizó en su discurso y los proyectos políticos que animaba el
rescate necesario de figuras antiimperialistas y socialistas. Por ejemplo, recuperó la memoria política y revisó las
ejecutorias de José Carlos Mariátegui, Augusto César Sandino, José Antonio
Mella, Agustín Farabundo Martí,[3] Carlos Prestes, en América Latina. A su
turno, los de Jorge Eliécer Gaitán, María Cano, Manuel Quintín Lame, o
Guadalupe Salcedo, para el caso colombiano[4].
Tal intelectualidad, intentando construir bloques
contra-hegemónicos nacional populares, exploró también una identidad
continental, un mito político internacional capaz de impulsar una nueva reforma
intelectual y moral, que tenía al Grito de Córdoba de 1918 como un notable
antecedente. Así que recuperó también, en clave subalterna, el legado de la
lucha revolucionaria independentista, que dirigieron Simón Bolívar y los
patriotas de cinco colonias, José de San Martín, José Gervasio Artigas, Tupac
Katari y Tupac Amaru en los Andes suramericanos. Al respecto dice Ruben
Jaramillo, filósofo y ensayista colombiano que la modernidad en el
subcontinente hispano-indoamericano vive
su postergación como peculiaridad idiosincrática[5].
Pero, dicha intelectualidad, expresión orgánica de los
grupos y clases subalternas reconoció, al mismo tiempo, que con la excepción de
la revolución cubana, el intento de reforma intelectual y moral inconcluso se marchitó en el curso seguido por las
independencias nacionales, y tal situación irresuelta dura hasta nuestros días.
Aquel discurso, potenciado por la revolución socialista de
Cuba, obtuvo un inusitado despliegue político militar después de 1959. Alcanzó
a proponer una coordinadora guerrillera continental orientada a la liberación
nacional, replicando la lucha en Asia y Africa. Dicha acción articularía los
ímpetus organizativos del Ché Guevara
con centro en los Andes suramericanos. Era, en buena parte, el desarrollo
internacionalista del programa anti-imperialista de la Tricontinental, una vez que que Cuba fuera
expulsada de la OEA por su abierto impulso a la rebeldía armada a la ruptura
con el gobierno estadounidense y la nacionalización de sus propiedades e
intereses económicos en la isla.
El Ché fracasó en el intento de construir con
internacionalistas de varios países un foco guerrillero expansivo. Encontró la
muerte en Bolivia, pero a cambio cosechó la leyenda póstuma de su ejemplo que
aún gravita en las luchas presentes con diferente registro y traducción. Hoy,
se junta con la resignificación del
bolivarismo recuperado del control y
administración por el pensamiento conservador y el establecimiento militar de
los países andinos.
Así las cosas, renace
en la publicidad revolucionaria
plurinacional con la instauración de la nueva República bolivariana de
Venezuela. Ha sido divulgado y loado
durante las sucesivas presidencias del comandante Hugo Chávez Frías. Más
aún, el pensamiento de Simón Bolívar resulta ser el soporte ideológico y
político del proyecto del socialismo del siglo XXI, que tiene además a las
presidencias de Bolivia y Ecuador como coequiperos en esta causa. Y hasta
encontró brío estético en la novela El general en su laberinto, escrita por
Gabriel García Márquez.
El comandante Chávez cita a Bolívar siempre que puede para
fustigar a lo que llama el Imperio,
reclamando la segunda independencia del subcontinente americano, pero en verdad corresponde su prédica a una
lectura anti-imperialista contraria a la intervención y el dominio
estadounidense que lo denuncia como una amenaza a la peculiar construcción
socialista que impulsan las multitudes y el PSUV.
Eso sí, Venezuela no puede prescindir de la venta de su
petróleo a los Estados Unidos, aunque este gobierno sea identificado como
el enemigo principal, en tanto es el
antagonista del nacionalismo revolucionario que construye con sus socios del
Alba enfrentando todo tipo de obstáculos.
A pocos meses del certamen electoral, en este año 2012, el
proyecto bolivariano y socialista de los grupos y clases subalternas vivirá la máxima prueba, con la menguada
salud de su principal campeón, el comandante Hugo Chávez Frías, en una dura
campaña con la oposición venezolana unificada, que obtuvo una primera victoria
cuando derrotó el referendo convocado por el presidente.
Praxis
subalterna y liberación
La unidad histórica de las clases dirigentes se produce en
el estado y la historia de esas clases
es esencialmente la historia de los estados y de los grupos de estados. Pero no
hay que creer que esa unidad sea puramente jurídica y política, aunque también esta forma de
unidad tiene su importancia y no es solamente formal: la unidad histórica
fundamenta por su concreción es el resultado
de las relaciones orgánicas entre el estado o sociedad política y la
“sociedad civil”. Antonio Gramsci,
Apuntes para una historia de las clases subalternas (1934).
Muy pronto, en la encrucijada de la revolución mundial
socialista, luego del triunfo bolchevique, Antonio Gramsci como dirigente presenció y sufrió en Italia la derrota, y
una seguidilla ininterrumpida de fracasos en Occidente en la implementación de
la estrategia de la guerra de movimientos, que era finalmente detenida por una
robusta sociedad civil hegemonizada por el capitalismo.
Rectificar el rumbo, hacer las cosas bien, exigía una
revisión teórica. Gramsci empezó con la
vulgata marxista del estalinismo, el ABC del comunismo de Mijail Bujarin,
siendo ya prisionero del fascismo. Ideologismo y economicismo fueron criticados
por él, y otros revolucionarios de
diferentes perspectivas. Inconformes todos con la construcción del socialismo
en un solo país, y sobre todo contrarios al nuevo rumbo impuesto por las purgas
de Moscú a los bolcheviques, y a los dirigentes internacionalistas que no
aceptaban los dictados de José Stalin.
Después, durante los años 50, a la luz del deshielo
soviético, y la emergencia de China como potencia en el campo socialista, ha
habido otros críticos que continuaron esa labor crítico teórica. Han
constituido el campo del llamado marxismo occidental, según la clasificación
del historiador británico Perry Anderson. Estas tendencias son el resultado
contradictorio del avance de la paz mundial, al fin de la II guerra. Ellas
abren un periodo de guerra de posiciones en el campo de la democracia global,
conocida como guerra fría, que cierra el triunfo del liberalismo democrático
cuando se derrumba la hegemonía soviética y sus inviables democracias populares
en Europa oriental [6].
En la mitad del pasado siglo, con intención de equivocarse
lo menos, la nueva militancia de izquierda en América Latina compartió el conocimiento fragmentario de la obra de
Antonio Gramsci. Primero circulaba en
pequeños círculos en la Argentina, en particular a través de intelectuales
comunistas, agrupados en el proyecto editorial
“Pasado y presente”orientado por José Aricó y Oscar del Barco en
Córdoba, tolerado al interior del
partido con el apoyo Héctor P. Agosti, uno de sus jerarcas[7].
Este aggiornamento
coincidía con el ascenso peronista, que le disputaba las masas a la izquierda
argentina, y provocaba la discusión como fenómeno político de otros pensadores
y militantes marxistas. Dar respuesta a la nueva realidad política argentina
que ponía a la cola los proyectos tanto radicales como comunistas como
socialistas. Era una situación de
heterodoxia política que descentraba el
pensamiento de izquierda, que ensayó con éxito marginal un marxismo con acentos
nacionales para enfrentar la bonanza económica y el ascenso irresistible del
populismo justicialista que tenía a Evita Perón como la vocera de los
subalternos movilizados en el proyectos desarrollista de posguerra, que solo
detuvo el golpe militar de 1955.
Al poco tiempo, los gramscianos de Córdoba José Aricó, Oscar del Barco, y Pedro Scaron fueron
expulsados [8]. Los animadores de esta rebelión político-cultural al interior
del comunismo criollo con Juan Carlos Portantiero, quien vivía en Buenos Aires,
compitieron en forma desigual con la revisión nacional trotskista que lideró
Abelardo Villegas, con jóvenes
intelectuales como Ernesto Laclau y Adolfo Gilly, y por la dirección renovadora
de la izquierda, pero sucumbieron enfrentados con el populismo peronista.
Con todo, la versión del primer Gramsci les llegó a estos
núcleos intelectuales de la izquierda argentina mediada por el punto de vista
oficial italiano, por sus guardianes ideológicos y políticos. El primero de
todos era Palmiro Togliatti, primero secretario privado de Stalin, y luego con
la muerte de Gramsci el secretario del Partido Comunista. El partido, su
mayoría, en la nueva época de posguerra, perdida la elección presidencial
enfrentando a la Democracia cristiana, tornó a Togliatti en entusiasta cultor
del compromiso histórico entre proletariado y burguesía en la reconstrucción
italiana.
La dirigencia intelectual y sindical comunista,
burocratizada justificaba tales alianzas. Confluía en la estrategia
eurocomunista que hermanó procesos
parecidos en Italia, Francia y España. Esta estrategia impulso serias
escisiones como contrapartida en los años 60, separando a intelectuales primero [9], quienes se
juntaron después como intérpretes de las juventudes obreras venidas del sur de
la península.
Este bloque disidente
ensayó el rumbo de la autonomía extraparlamentaria hasta impulsar el inicio de
la corriente obrerista; empleó también cuando fue atacado y reprimido el
terrorismo o la resistencia armada anticapitalista, durante los “años del
plomo” que cerraron los arrestos intempestivos contra la
izquierda radical, Negri y treinta o más militantes de la Autonomía en Milán
ordenados por el juez Pietro Calogero el 7 de abril de 1979, acusándolos de ser
el ala política de las Brigadas Rojas.
Pero su más importante aporte fue el estudio crítico del
supuesto desarrollo tecnológico interno y el crecimiento que conllevó como
“propulsor de una autónoma e innata fuerza progresiva”[10]. Todo lo cual
condujo a la crítica abierta al quehacer de la Confederación General del
Trabajo italiana (CGIL), por aceptar la subordinación obrera al renovado
desarrollo capitalista. Luego de la muerte intempestiva de Panzieri en 1964,
Tronti continuó explorando la categoría de capital social, para concluir que
“Cuando la fábrica se apodera de toda la sociedad –toda la producción social se
convierte en producción industrial-, entonces los rasgos específicos de la
fábrica se pierden dentro de los rasgos genéricos de la sociedad”[11].
Cuando ello ocurre se ha producido lo anunciado por Carlos
Marx, la subsunción real del proceso de trabajo por el capital, es decir, la
incorporación simultánea de la reproducción de las clases subalternas, en
particular, y las clases sociales de modo general.
En suma, se trata de que el capital incorpora en sí mismo a
la clase obrera.[12]Nace de ese modo la
llamada fábrica social, y de ese modo el obrero masa se transforma en
una nueva figura proletaria, el obrero social, que es lo propio del Americanismo
complemento del fordismo, avizorado en los trabajos pioneros de Antonio Gramsci
en sus notas carcelarias de 1934. Pero, con lo escrito por Tronti, quedó claro
que las relaciones de producción eran ante todo relaciones de poder,
recuperando el espíritu crítico puesto por Marx en la Crítica de la economía
política.
Notas
[1] LISS,
Sheldon B (1991). Radical Thought in
Central America. Westview Press. Boulder, pp. 30 y ss.
[2] CRUZ RODRIGUEZ, Edwin (2012). Diversidad, alteridad e
identidad en el pensamiento político latinoamericano, en: Revista Surmanía
5, Facultad de Derecho y Ciencia
Política, Unal, Bogotá, pp: 120-154.
[3] LISS,
Sheldon B (1991). Op. cit, pp. 75 y ss.
[4]GARCÍA NOSSA, Antonio(1955). Gaitán y el problema de la
revolución colombiana. Cooperativa colombiana de editores. Bogotá; MOLINA,
Gerardo (1987). Las ideas socialistas en Colombia. Tercer Mundo. Bogotá; FALS
BORDA, Orlando (1967). La subversión en Colombia. Visión del cambio social en
la historia. Unal/Tercer Mundo. Bogotá, para citar algunos pensadores de
trayectoria socialista; JARAMILLO VÉLEZ, Rubén (1998). Colombia: la modernidad
postergada (1994). 2a. edición.
Argumentos. Selene impresores. Bogotá.
[5] JARAMILLO VÉLEZ, Rubén (1998). Op. cit., , p. V.
[6] Negri &Hardt, titularon el segundo volumen de su
escritura común, Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio, para
definir la crisis del espacio político actual, y el escenario en el que
resurgen las multitudes como antagonista del orden capitalista global.
[7] Agosti fue el autor del prólogo a la publicación de las obras
de Antonio Gramsci en castellano, que comenzó en Italia con la publicación de
sus cartas, y continuó con el volumen temático, l materialismo histórico y la
filosofía de Benedetto Croce. El prólogo aparece incluido en la edición
mexicana de esta obra en 1975.
[8] Traductor luego de El Capital, con la editorial Siglo
XXI, durante el exilio mexicano .
[9] Bajo el principio de la autonomía, Renato Panzier
renuncia al comité central del PSI,
dirige la revista Mondo Operaio, y propone la liga de los intelectuales con la
clase obrera, y anima una nueva publicación Quaderni Rossi (1960-1966), que
impulsará la encuesta obrera para estudiar la nueva composición de clase, en lo
cual trabajó Romano Alquati. Se unieron también Mario Tronti, de Roma, Luciano Dela Mea en Milán, y Antonio Negri en el
Véneto. Ver Altamira, César, Op. cit., pp: 107-108.
[10] Altamira, César, p. 109.
[11] TRONTI, Mario (2001). Obreros y capital (1971). Akal.
Madrid, p. 57.
[12] ALTAMIRA, César (2006), p. 110.
III. Los Cuadernos de
la Cárcel y la historia de los grupos y
clases subalternas
“Es preciso hacer que ese cerebro deje de funcionar por 20 años”. Apartes de la sentencia del fiscal Michele de la causa del Tribunal especial para la defensa del Estado contra Antonio Gramsci, al tiempo de su condena a prisión a 20 años, 4 meses y 5 días en el año de 1928.
El comunista italiano Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la
cárcel denominó subalternos a trabajadores del campo y la ciudad, e incluyó también a los intelectuales
pequeño-burgueses al servicio del dominio capitalista en la Italia de los años
treinta. Estos fueron conformados según el bloque en el poder, a través de la
función de hegemonía cumplida por los grandes intelectuales meridionales, Benedetto Croce y Giustino Fortunato.
Gramsci estaba más que interesado en el estudio de los
grupos subalternos, en particular el proletariado, cuya dirección y educación
política estuvo comprometido durante su corta vida. Él escribía en los
Cuadernos, lo siguiente: “No hay duda de que en la actividad histórica de estos
grupos hay una tendencia a la unificación, aunque sea a niveles provisionales;
pero esa tendencia se rompe continuamente por la iniciativa de los grupos
dirigentes y, por tanto, sólo es posible
mostrar su existencia cuando se ha consumado ya el ciclo histórico, y siempre
que esa conclusión haya sido un éxito”.[2]
Gramsci asimilaba el resultado de varias derrotas cuando
escribía sus lúcidas notas carcelarias.
En Italia no solamente había vencido el fascismo, sino que la revolución
mundial proclamada por el movimiento comunista y proletario internacional había
detenido su curso. La guerra de movimientos
dio paso a las restauraciones catastróficas en Alemania, Hungría, China.
En Rusia, el bolchevismo expurgado, mantenía su poder
inminente, conducido por José Stalin con mano de hierro. Defender la patria
rusa era la máxima consigna, y los juicios de Moscú, así como la represión
brutal al campesinado fueron la cuota mortal al curso futuro de la revolución
socialista.
Gramsci vivió desde la cárcel el drama de la lucha faccional
al interior del partido bolchevique, y la Internacional, que censuró estando
prisionero. Tal postura le costó una
divergencia con Palmiro Togliatti, secretario privado de Stalin, antes el delegado italiano ante la
Internacional en Moscú. Estando preso Gramsci mismo instruyó a Tatiana Schucht,
su cuñada, que no le entregara sus escritos a Togliatti, y éstos le fueron
confiados al economista amigo, Piero Sraffa, quien fue su depositario hasta el
traslado a Moscú por vía diplomática desde Roma.
La disputa literaria de Gramsci continuó después de su
muerte en 1939. Fueron protagonistas Togliatti y la familia de Gramsci,
residente en Moscú, - Julia, la esposa, Tatiana, quien regresó en 1938, y sus
dos hijos -. La polémica la saldó la internacional Comunista que tomó a su
cargo la edición de la obra completa comisionando a Togliatti y a un miembro de la familia Gramsci para
realizarla.[3]
Entonces la familia reclamó la fotocopia de los escritos de
Gramsci, pero Togliatti, en carta al secretario de la Internacional, G.
Dimítrov, de 25 de abril de 1941, se opuso y triunfó. Él decía y advertía en aquella carta:
“a) No es correcto que sean constituidos dos archivos de materiales referentes a Gramsci,
b) Los cuadernos de Gramsci, que ya estudié cuidadosamente en casi su totalidad, contienen materiales que sólo pueden ser utilizados después de una cuidadosa elaboración. Sin ese tratamiento, el material no puede ser utilizado, y, alias, algunas partes del mismo, si fueran utilizadas en la forma en que se encuentran actualmente, podrían no ser útiles al partido.
Por eso, pienso que ese material deba permanecer en nuestro archivo, para ser elaborado aquí. Es una cuestión de seguridad organizativa, - para hoy y para el futuro -, que todo sea utilizado conforme a la finalidad y del modo como sea necesario”.[4]
La edición prometida de los escritos de Gramsci no se
realizó. Luego la II Guerra Mundial
sirvió de excusa, aunque existía ya una copia de las cartas de Gramsci en 1939.
La tarea pendiente se retomó con el regreso de Palmiro Togliatti a Italia,
después de marzo de 1944. Al poco tiempo, el periódico L’Unità de Nápoles
anunció la publicación de los Cuadernos. Incluso, La editorial Nueva Biblioteca
de Roma incluyó en su catálogo el anuncio de los escritos bajo el cuidado de
Togliatti y Felice Platone, pero el proyecto se hundió una vez más.
Por fin, la publicación la cumplió editorial Einaudi de un militante comunista,
Giulio Einaudi; no la hizo la editorial oficial del PCI, Editori Riuniti.
Einaudi publicó primero, parcialmente,
Lettere dal carcere (1947). Sin embargo, el libro sólo contenía 218 cartas, por
disputas internas se evitó su publicación completa. De la censura previa quedó
la huella de los puntos suspensivos a cargo de Togliatti. Él borró referencias
a Bordiga, expulsado del PCI en 1929, por organizar una disidencia. También
fueron suprimidas algunas menciones polémicas que afectaban el propio perfil
político de Palmiro Togliatti durante la posguerra.
La publicación con menos censura vino a ocurrir cuidado por
Sergio Caprioglio y Elsa Fubini, hecha por la misma editorial en 1965, con un
total de 428 cartas. Sin embargo, existe hoy
la edición definitiva de las cartas de la cárcel incluyó 66 más, a cargo
de A.A. Santucci, para un total de 494 cartas.[5]
De otra parte, los Cuadernos que contienen las reflexiones
fragmentarias sobre múltiples temas junto a los distinguidos por Gramsci como
Especiales, en particular los que contienen la propuesta metodológica de
Gramsci para estudiar las clases subalternas aparecieron primero organizados
temáticamente, por Togliatti y Felice Platone, en seis volúmenes entre 1948 y
1951, publicados por la editorial Einaudi con editores anónimos.
Cada libro estaba
nutrido por materiales seleccionados de diversos cuadernos, escritos en
diferentes momentos, sin mayor orden metodológico y en arbitrario concierto no
pocas veces. El primer volumen en aparecer fue El materialismo histórico y la
filosofía de Benedetto Croce, y el texto dedicado al Risorgimento, donde hay la
mayor mención explícita a los grupos subalternos, igual aparecen publicados en
1949.
Ahora bien, Gramsci empezó a emborronar cuadernos escolares,
autorizado a escribir en su celda de
Turi en 1929. Fueron más de 2800 páginas manuscritas contenidas en 33
cuadernos, con una consigna, la disposición desinteresada, für ewig de lo escrito, sin la afectación circunstancial de lo que
fuera su inmensa labor escritural en la prensa partidista que pronto será
publicada , y que fue el vivo laboratorio de lo
revelado en los Cuadernos, 1929-1935.
Gramsci arrancó su tarea vital póstuma a partir del 8
de febrero de 1929. Cubrió con sus reflexiones, notas y apuntamientos 29
cuadernos entre especiales y misceláneos, más los cuadernos 7 a 9, con
ejercicios de traducción del inglés y alemán de textos de Marx, Goethe, los
hermanos Grimm, y de muchos artículos de revistas.[6]
Esta titánica empresa cesó
por serios quebrantos de salud en
abril de 1935, con las notas de Gramsci
en un “cuaderno especial”, el 10, titulado La filosofía de Benedetto
Croce.[7] Él había sido transferido ya a la clínica del doctor Cusumano en
Formia, en libertad condicional para caminar por las calles bajo vigilancia
judicial. A los dos años sobrevendría su fallecimiento.
A propósito de la subalternidad, entre los años 1934-1935
Gramsci escribió el Cuaderno 19 sobre el tema del Risorgimento italiano, que
contiene una importante mención a la metodología y al estudio de los grupos y
clases subalternas. Existe también el Cuaderno 25, que data der 1934, donde él mismo escribió con el título “Historia de los grupos sociales
subalternos”.[8]
De modo específico, con respecto al Cuaderno 19, en
Apuntes sobre la Historia de las clases subalternas,
Gramsci señaló como criterios de método,
los que siguen:
“Hay que estudiar, por tanto: 1) la formación objetiva de los grupos sociales subalternos, por el desarrollo y las transformaciones que se producen en el mundo de la producción económica, su difusión cuantitativa y su origen a partir de grupos sociales preexistentes…2) su adhesión activa o pasiva a las formaciones políticas dominantes…3) el nacimiento de partidos nuevos de los grupos dominantes para mantener el consenso y el control de los grupos subalternos; 4) las formaciones propias de los grupos subalternos para reivindicaciones de carácter reducido o parcial; 5) las nuevas formaciones que afirmen la autonomía de los grupos subalternos, pero dentro de los viejos marcos; 6) las formaciones que afirmen la autonomía integral…” [9]
Bajo estas premisas sugeridas como método, mueve Gramsci su
programa de investigación sobre los grupos y clases subalternas en procura de
su historia política y social, cuyo
desafío recuperamos en las actividades actuales del Grupo Presidencialismo y
participación, centrándonos en la subregión Andino amazónica. Y esta ponencia,
y el panel que organizamos es prueba efectiva de ello.
Notas
[1] Profesor asociado, exdirector Ciencia Política y Unidad
de Investigaciones Unijus, Facultad de Derecho y Ciencia Política, Universidad
Nacional de Colombia. Ex rector nacional de la Universidad Libre de Colombia.
Catedrático de la maestría de Estudios Políticos, U.Javeriana. Director del Grupo Presidencialismo y
Participación, Colciencias/Unijus.
Autor: Participación y representación política en Occidente, coautor:
Neopresidencialismo y Participación. Seguridad y Gobernabilidad Democrática en
Colombia, 1991-2002; Educación publica superiore, hegemonía cultural y
crisis de representación en Colombia,
1842-1984. Publicado en la Colección Gerardo Molina, 20. Unijus/Unal. Bogotá.
Email: presid.y.partic@gmail.com.
[2] GRAMSCI, Antonio (1977). Escritos políticos
(1917-1933). Pasado y presente, 1ª
edición. México, p. 361.
[3] Antonio GRAMSCI (2004). Cadernos do Cárcere. Ediçao
Carlos Nelson Couthinho com Marco Aurelio Nogueira e Luiz Sérgio
Henriques. Volume 1. Introduçao ao estudo da Filosofia. A Filosofia de Benedetto Croce. 3ª ediçao. Civilizaçao Brasileira. Rio de Janeiro, p. 21
y ss.
[4] VACCA, Giuseppe (1999). Togliatti editore delle Lettere
e dei Quaderni, en: Appuntamenti con Gramsci. Carocci, Roma, pp. 130-131.
[5]
SANTUCCI, A.A (1996). Gramsci, Lettere dal carcere. Sellerio, Palermo.
[6] Antonio GRAMSCI. Cadernos do Cárcere. Introduçao ao
estudo da Filosofia. A Filosofia de Benedetto Croce. 3ª ediçao. Civilizaçao Brasileira. Rio de Janeiro, 2004,
p. 15.
[7] Sabido es que Gramsci elaboró su propia clasificación de
los cuadernos que trabajó, llamándolos misceláneos y especiales. Los editores de su obra, y Valentino
Gerratana en particular, al culminar el trabajo
de recopilación y organización rigurosa respetó y explicó también ese
ordenamiento en lo posible. Lo mismo han hecho posteriores editores como Joseph
Buttigieg, y el propio Carlos N. Coutinho para e caso de la edición brasilera,
que sigue en América Latina a la que hizo editorial Era de México, con el
concurso final de la Universidad de Puebla, bajo la curaduría de Dora Kanoussi.
[8] Op. cit., p. 17.
[9] GRAMSCI, Antonio (1977). Escritos Políticos (1917-1933),
pp: 359-60.
El presente
trabajo es la ponencia para el VI Congreso Alacip, celebrado entre el 12-14 de
junio de 2012, en Quito, Ecuador.