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Peter Sloterdijk |
El polémico pensador contemporáneo Peter Sloterdijk
recolecta en su libro Ira y Tiempo reflexiones acerca del
papel que ha jugado la ira en la historia de la humanidad como factor político
y psicológico. A continuación se recogen las ideas centrales para indagar en lo
que sucede en el mundo de hoy que, encerrado en
aquel Palacio de Cristal del que hablaba Dostoievski en sus memorias del subsuelo,no
consigue ni reanudar el curso de la historia ni saciar sus deseos en su estado
del bienestar. Todas estas incomodidades asociadas a “la crisis” que se siguen
desatando en distintos países alrededor del mundo no genera más que protestas
dispersas que hablan más del alcance tecnológico a la hora de transmitir
mensajes instantáneos que de una reactivación del colectivo iracundo en favor
de un cambio del sistema.
A modo de
introducción
La evaluación de la historia de Occidente que propone el
filósofo Peter Sloterdijk en su obra Ira y Tiempo, devela el
papel que ha tenido la presencia de la energía thimótica, tan importante en la
mitología antigua y tan aparentemente olvidada en la cotidianidad.
El thymos es esa parte de cada persona, una especie de órgano según
el autor, del cual provienen las emociones relacionadas con el orgullo, la
dignidad y el valor de sí mismo.
En la mitología antigua, las energías thimóticas dieron
lugar a epopeyas que narraban los actos de los hombres en batalla, quienes
poseídos por emociones incontrolables luchaban y daban su vida a cambio del
honor. En el verso introductorio de La Iliada, considerada como el
inicio de la tradición europea, aparece la palabra “ira”, descrita como
causante del dolor de los aqueos, que embota al héroe Aquiles de una cólera
incontrolable y lo conduce en su desenlace a la muerte. Esta historia tiene su
rapsoda, Homero se encarga de cantar los versos que se narrarán a partir de
entonces para que generación tras generación se mantenga el culto al héroe. A
pesar de ello, el hombre de hoy, de oficina y corbata, está muy lejos de verse
representado por dicha tradición: “Ningún hombre moderno puede retrotraerse a
una época en la que los conceptos ‘guerra’ y ‘felicidad’ formaban una
constelación llena de sentido”1.
Sloterdijk no pretende hacer una crítica a los impulsos
thimóticos ni una búsqueda del punto medio necesario que permitiría
civilizarlo, a la manera en que lo ha propuesto Fukuyama2 en su libro sobre el fin de la
historia, donde muestra cómo puede desatarse el thymos y salirse de
control, desplegando en el hombre su deseo de dominar. Se trata de exponer el
camino que ha llevado al hombre iracundo a cometer los actos más atroces de la
humanidad, y que luego ha desaparecido como por arte de magia. ¿Dónde se
esconde esa energía thimótica en el homo oeconomicus?
La sociedad capitalista se mueve por medio de otras energías
ya no thimóticas sino eróticas, basadas en el afecto del querer tener, la
actitud heroica del dar por dar libremente no funciona sino por medio de
expiación de culpas. El consumismo permite al hombre moverse ya no a favor de
su orgullo o su dignidad sino por la posesión materialista. Aún así, a pesar
del control erótico del sistema económico, pueden verse vestigios
del thymos en la búsqueda de autoafirmación, rebelión y ambición
iracunda, emociones que serán tildadas por la psicología moderna como complejos
neuróticos.
¿Dónde se oculta el thymos?
En la Grecia de Platón la aparición de la filosofía le da un
vuelco a las virtudes heroico-griegas para transformarlas en cualidades
ciudadano-burguesas; de pronto la sobria manía de la observación de las ideas
–mejor conocida como filosofía- ha excluido a la ira del ámbito cultural. No se
puede atribuir esto sólo al estoicismo cuyo eje central gira en torno al
control de las emociones, es parte importante desde el inicio de los estudios
éticos esa serenidad que aplaca las fuerzas emocionales por medio de ejercicios
intelectuales; es la prudencia, la humildad, la templanza, lo que caracteriza
al hombre valiente y maduro en la sociedad civilizada. De esta manera se
presenta a la filosofía como pacificadora dentro de un mundo regido por la ley
de la violencia.
En nuestros días, la psicología ha descrito la condición
humana bajo la fuerza de los impulsos eróticos, dejando de lado el estudio
del thymos como promotor de emociones tales como: orgullo, impulso de
auto-afirmación, valor, dignidad, entre otros. Fukuyama, por su parte, afirma
que
este sentido humano del valor de sí mismo se
ha camuflado en nuestros días bajo el término “auto-estima” y no es sino en su
uso desmesurado que puede conllevar a la megalothymia, ese deseo de ser
conocido como superior a otros; es decir, hacia un uso peligroso del mismo y
que es precisamente este uso peligroso el que ha llevado a los filósofos a
creer que es la fuente fundamental del mal en el hombre.
Aún así, Sloterdijk rescata el impulso thimótico del lado
oscuro del hombre y lo pone a la luz de la historia como
aquella condición de substancia de la que se ha hecho el mundo.
El querer apartarlo de la condición humana es precisamente aquello que no
permite comprender las actuaciones de los hombres en los momentos de mayor
crisis de convivencia -la represión en la Rusia comunista, la Alemania nazi, la
China de Mao.
¿Por qué hacen los hombres algo y no más bien nada? Es
la pregunta presente en las primeras páginas del libro que puede llevar al
lector a meditar sobre si el autor ha elegido hacer una especie de analogía con
la obra fundamental de la filosofía Heideggeriana Ser y Tiempo,
llamando a su propia obra Ira y tiempo y relacionando el
desarrollo del libro como espejo de aquella repetida
pregunta ¿Por qué el ente y no más bien la nada?,
tan presente en uno de los autores fundamentales de la filosofía del siglo XX.
¿Sloterdijk está elevando tácitamente a la ira a la condición
del ser? Cuando habla del hombre del Palacio de Cristal3, el de la post-historia, como el
hombre aburrido a quien se le ha quitado la libertad de actuar, de hacer
cualquier cosa que no sea consumir y participar de la dinámica capitalista, no
parece descabellado pensar que con esta analogía quiera adjudicar que aquello
que requiere el hombre post-histórico para volver a “ser”, sea precisamente la
ira enterrada subconscientemente en la psique de todo consumidor. Es la
thimótica lo que lleva al hombre a querer afirmar lo que tiene, lo que es y lo
que puede llegar a ser, mientras que el erotismo sólo muestra el deseo hacia
aquello que nos falta y nos complementa. Qué tipo de hombre evalúa la
psicología para conseguir los prototipos de la condición humana sino hombres
sin orgullo, como Edipo y Narciso, mientras la cólera de Aquiles permanece
inaceptable:
Sólo si la meta consiste en retratar al ser humano ab ovo como títere del amor, entonces podrían declarar al adorador de la propia imagen y al mísero amante de la propia madre como modelos de existencia humana4.
Los inconvenientes de la democracia liberal
presentados por su defensor Francis Fukuyama5 se relacionan con el nivel de
satisfacción que es capaz de generar el sistema. En el núcleo de
su orden liberal no consigue ningún problema de fondo, sino
simples reajustes que deben aplicarse para adaptarse a las apetencias de los
ciudadanos. Mientras tanto, Sloterdijk señala otro tipo de problemas presente
en la post-historia, proponiendo que la envidia es característica importante en
el hombre del sistema liberal a quien a pesar de haberle sido reconocidos sus
derechos, no logra dejar de aspirar a reconocimientos más específicos en cuanto
al bienestar, ventajas sexuales y superioridad intelectual; bienes que
permanecen reducidos y que su escasez conlleva a la acumulación de envidia
ampliando el bando de perdedores que se suman a aquellos que sí son
perjudicados y marginadosde facto.
De esta manera, si cuando el mundo era guiado claramente por
fuerzas thimóticas se relacionaban los hombres bajo la dinámica del esclavo y
el amo, en la modernidad ha surgido otro tipo de relación: ganadores y
perdedores. Lo que no pasaría a ser más peligroso que un complejo neurótico
tratado bajo terapias psicoanalíticas si no existieran movilizaciones que
recogen depósitos de insatisfacciones y ofrecen como recompensa la posibilidad
de venganza de los afectados. Así lo muestra Hans Magnus Enzensberger6 en su obra
titulada El perdedor radical, en la que describe la manera en la
que grupos como Al-Qaeda recogen esta energía de resentimiento
concentrada y la utilizan para desestabilizar el sistema por medio de políticas
que promueven el terror.
Vale destacar que a estos grupos no les interesa buscar
soluciones a su situación de marginalidad, su actuación se limita a negar la
existencia de su enemigo y más que ganar una guerra, apuesta por el exterminio
de los habitantes del planeta, por lo que en estos casos la herramienta del
diálogo para promover la negociación no promete ninguna solución factible:
Al contrario; el perdedor radical desconoce cualquier solución de conflicto o compromiso que pueda involucrarlo en un tejido de intereses normales y desactivar así su energía destructiva. Cuantas menos perspectivastiene su proyecto, tanto más fanáticamente se agarra a él7.
El terrorismo se vale del perdedor y de la falta de
valoración que tiene por su propia vida, y por tanto, de la falta de valor por
la vida de los demás. Le brinda el detonador ideológico que hará estallar su
resentimiento y lo ingresa en una lucha que no pretende conquistar al mundo,
sino exterminarlo. Le gana la batalla al sistema cuando le presenta el mayor de
sus miedos, el miedo a la muerte. El terrorista hace de su vida, un arma y de
su muerte, una carta blanca que le permite salir ileso de culpas luego del acto
cometido.
Además de que encontrará en los medios de comunicación la
ventaja necesaria para conquistar a la sociedad del espectáculo, ya que los
ataques terroristas superan incluso las cuotas de audiencia de un mundial de
futbol. Así la televisión publicita su acto, esparciendo el terror de manera
virulenta y conquista a potenciales adeptos al movimiento terrorista. La ira de
aquellos marginados del sistema es utilizada por este posmoderno tipo de
violencia que se vale de la adicción del aburrido hombre del Palacio hacia
el infotainment como sistema teatral de violencia para los últimos hombres;
aunque se trate de violencia real, que puede poner en peligro la propia vida,
su traducción en imágenes rutinarias, entretenidas y a la vez aterradoras,
permite que este supuesto intento por volver a lo real quede como un fallido
ensayo.
Peter Sloterdijk no ve en el terrorismo islámico la vuelta
al mundo thimótico, al contrario, considera que este tipo de violencia se
adapta perfectamente al mundo post-histórico en el que vivimos. Los ataques del
11 de septiembre en Nueva York sirvieron como excusa al sistema dominante para
intensificar el régimen de seguridad incluso entre los ciudadanos bien
posicionados. Además de que la famosa guerra contra el terror no se proyecta
como una vuelta a las guerras vividas años atrás, sino que sirve como
controlador universalizado de protección
del Palacio de Cristal o del mundo post-histórico, tiene la
característica fundamental de que como no puede ganarse nunca, no podrá tampoco
acabarse nunca, no se trata del retorno de la lucha entre oposiciones
militantes sino de la corroboración de la improbabilidad de una nueva guerra
mundial.
“La más peligrosa de las consecuencias del terror es la
infección del adversario”8 afirma Enzensberger,
refiriéndose a que es el pánico generalizado lo que permite al sistema
incrementar su poder y su influencia por medio de los servicios secretos, la
producción de armamento destinado a la seguridad, así como también, por medio
de la implantación de leyes cada vez más represivas que conllevan a la pérdida
de derechos de libertad que ya se habían conquistado.
En principio, el movimiento thimótico tiene que ver con el
deseo de ser reconocido por los otros, además del orgullo personal, hace falta
el reconocimiento colectivo. Pero dentro del marco de la economía capitalista,
el orgullo por el propio valer no es lo que mueve a la gente, sino más bien una
satisfacción por la necesidad de poseer. Si la conciencia del viejo mundo
llegaba mediante la lógica del esclavo y el siervo, en la modernidad es la
figura del perdedor la que es capaz de movilizar al inconforme.
Con la nueva metodología comunicativa y bajo declaraciones
argumentadas sobre el propio estado de injusticia sufrido, el perdedor puede
pretender hacer valer su situación de víctima como ticket gratis a la era del
reconocimiento de las culpas, el valerse del sufrimiento y utilizar la bandera
de la humillación para pretender exigir una recompensa también consigue en los
noticiarios televisados su mejor aliado. De hecho se transforma en campaña
publicitaria influencia de tal manera la opinión del ciudadano común hasta el
punto de distorsionar la magnitud del suceso, sobre todo frente a otros sucesos
de igual o mayor alcance.
Otro aparente cúmulo de ira post-histórica podría verse en
las protestas, comúnmente estudiantiles, cuyos esporádicos incendios de autos u
cualquier otra violación del orden público puede ser explicada como producto de
la claustrofobia ocasionada por el ya no tan estable estado de bienestar. La
inconformidad actual se luce cual actitud estética, en palabras de Sloterdijk:
como habitus filosófico. El continuo desfile de protestas por la
crisis está conformado por: “los mismos jóvenes iracundos en los que a la doble
miseria, la del paro y la de la presión hormonal, se añade el explosivo
convencimiento de su superficialidad social”9. Al parecer, los puntos de
recolecta de ira no se concentran lo suficiente como para infectar al resto de
la humanidad; incluso la política, cuya tarea se regía por la monopolización de
la violencia, se ha volcado ahora como defensor de las medidas de protección
del consumidor, al final estas protestas terminan defendiendo privilegios de
consumo como si se tratara de derechos fundamentales. Pero la momentánea
satisfacción de ver su propia imagen reflejada en la pantalla de un televisor,
mantiene encendida la atracción hacia este tipo de rebelión pacificada.
¿Cuáles han sido los verdaderos bancos de ira de la historia?
Cuando Sloterdijk habla de la ira como promotora del cambio
histórico se refiere a épocas pasadas en las cuales, mediante un banco de ira
que permitía recolectar resentimientos individuales, se lograba la movilización
de un grupo socialmente representativo contra otro grupo categorizado como
enemigo: “En el campo de la lucha por el reconocimiento, el hombre se convierte
en el animal surreal que arriesga la vida por un trapo de colores, una bandera
o un cáliz”10.
El cristianismo y el comunismo han sido hasta ahora los
mayores recolectores de resentimientos, y promotores, a su vez, de la
movilización hacia la venganza; vista ésta como resultado del proyecto
canalizador de sentimientos iracundos convertidos en odio. Pero para evitar que
estos proyectos pierdan fuerza y caigan en el agotamiento hay que impedir que
se subdividan o individualicen, los subgrupos o individualidades deben
subordinarse ante una dirección central que utilice sus depósitos de ira y los
integre en una sola historia unificada mediante consignas que remuevan hasta
sus amarguras más profundas, habrá que evitar perspectivas esperanzadoras las
cuales desfallecen con mayor facilidad que las emociones repletas de
negatividad. Es por esto que el autor asegura que no sirve: “destrozar cabinas
telefónicas o quemar coches cuando, con ello, no se persigue un objetivo que
integre el acto vandálico en una perspectiva “histórica”. La rabia de los
destructores de cabinas y de los incendiarios se consume en su propia
expresión”11. Todo revolucionario trabaja para
un banco de ira y por tanto, debe someterse a la regulación de su energía
thimótica, debe mantener vivo su odio, pero conteniendo sus actos.
La unificación del banco de ira debe dar lugar a una
revolución que obedezca a un plan preestablecido que rechace las primeras
reacciones y sepa esperar el momento indicado para completar su venganza.
Aunque en el caso del cristianismo se trata más de un camino metafísico de la
venganza porque la ira es depositada en Dios y es en él en quien recae la
responsabilidad de repartir la justicia después de la muerte sobre el
comportamiento humano que se realizó en vida. Mientras los creyentes postergan
la venganza hasta el más allá, el comunismo arranca como la toma de posesión de
la batuta de la venganza ahora, en el más acá. Lo que no realizó Dios, lo
pretendió realizar la Unión Soviética, procurando aniquilar a todo aquel que
representase un modelo no figurativo para su propuesta política.
Es la “ira” uno de los atributos del Dios en el judaísmo
antiguo, pero se ha mantenido incluso luego del comienzo del cristianismo
cuando se hablaba de un Dios amoroso. Aquellas narraciones bíblicas sobre la
orden de extinción de todo el género humano –exceptuando a Noé- mediante el
Diluvio, las plagas, la expulsión de Adam y Eva del paraíso, han sido arrebatos
de Ira de Dios que cesaron de darse por medio de la paciencia divina y han sido
sustituidos a largo plazo por un Juicio Final que dictaminará, con especificaciones
archivadas, lo que le deparará a cada persona individualmente después de la
muerte. Así también se profesa en la tierra la necesidad de dejar en manos de
Dios la justicia, es decir, posponer los aires de venganza hasta que Dios se
encargue de ello. De esta manera, la justicia se ha aunado a una espera en el
tiempo.
El cristianismo se postula como religión del amor al
enemigo, del perdón, de la renuncia a la venganza; y aun así, guarda facturas y
acumula evidencias sobre los actos cometidos en la tierra. Vuelve a ser la
presencia delthymos una piedra en el zapato para los teóricos; si en la
antigüedad era necesario para el hombre civilizado controlar sus emociones por
medio de la razón, en el cristianismo le ha quedado el trabajo a los teólogos, quienes
deben conseguir alguna salida que permita integrar la ira de Dios al resto de
sus atributos bondadosos. Aun así, la ira logra sobresalir ante cualquier otro
atributo ya que el imaginario cristiano ha generado la idea del infierno como
un castigo desproporcionado –por ser un castigo infinito- ante lo que se
considera una culpa finita –cualquier pecado cometido en la tierra.
De esta manera apuesta Sloterdijk a meditar, en este
discurso únicamente, sobre el título “Dios” como el lugar de depósito de
ahorros humanos de ira, helados deseos de venganza, y como aquel que administra
los saldos positivos de resentimiento. Pero, ¿qué ocurre luego de la muerte de
Dios?, ¿quién se encarga de manejar el banco de ira acumulado a lo largo de
tantos años? Se trata de una nueva etapa en la historia que podría enmarcarse
desde el comienzo de la Revolución francesa, con el desarrollo de una cultura
de la indignación, momento en el que la izquierda política toma el mando al
pretender controlar la ira almacenada de los indignados: “Fomentar la
revolución significaba ahora participar en la construcción de un vehículo para
un mundo mejor que se accionara con las propias reservas de ira y que fuera
conducido por pilotos entrenados”12.
Había llegado la hora de responder ante el llamado de la
secularización del infierno y el traslado del temido Juicio Final al presente.
Anarquistas y comunistas se disputan la toma de la revolución que debía en
principio destruir cualquier forma social existente y construir a partir de ahí
una nueva configuración. Fue Carl Marx quien dio el paso teórico desde el
concepto de dignidad humana cristiana hacia una antropología histórica relativa
al trabajo, formando la llamada “conciencia de clases”: los hombres también
tienen derecho a disfrutar del producto de su trabajo.
Esto permite el arranque de la energía thimótica del
proletariado, aunque precisamente es en esa equiparación de la clase productora
como si ésta conformara la totalidad de la humanidad, lo que da pie al
despliegue del genocidio contra el resto de personas que no califican para la
categoría humana. En la Rusia Soviética llega el momento de poner en marcha la
verdadera revolución, todo revolucionario debía estar activo ante la
destrucción de la burguesía, cualquier duda podría ser considerada una
traición.
Los fascismos nacionalistas funcionaron de igual manera,
como bancos almacenadores de ira, sólo que sustituyeron a los enemigos de
clases por los enemigos de raza. Supieron mantener encendida la ira colectiva y
se guiaron bajo la bandera del perdedor radical hacia el exterminio.
Enzensberger resalta el panorama de la República de Weimar donde la población
se veía a sí misma como perdedora; lo que llevó a Hitler al poder fue más que
una crisis económica, se estaba a la expectativa de una política con ansias de
venganza; precisamente el verdadero objetivo del nacional-socialismo alemán no
era la victoria sino el exterminio, el suicidio colectivo. Así luchó Alemania
en la Segunda Guerra Mundial hasta que Berlín quedó reducida a escombros: “Ni
siquiera una mirada al mapa mundial pudo convencer a Hitler y sus secuaces de
que la lucha de un pequeño país centroeuropeo contra el resto del mundo no tenía
ninguna opción de prosperar”13.
Sloterdijk insiste en la semejanza entre los movimientos
comunistas y los movimientos fascistas, resaltando la función de ambos como
bancos de ira, aunque mientras la propuesta comunista tenía perspectiva
mundial, la fascista se limitaba a una región limitada o a un país sin tener
que pasar por la pretensión de una idea universalista:
“su modus operandi es la forja de la población en un motín
thimóticamente movilizado que, unificado, enloquece a través de la pretensión
de grandeza en el colectivo nacionalista”14. Por ello ha afirmado el autor que
detrás del movimiento comunista se esconde un fascismo de izquierdas.
Estas dos fuerzas, el comunismo y el fascismo, se vieron
enfrentados en cuanto a sus intereses y se declararon la guerra como si se
tratara de su motivo prioritario de su existencia. De aquí surge la engorrosa
problemática de tildar al anti-comunista de fascista, como si sólo pudiesen
existir dos polos, el uno o el otro y no ninguno de los dos.
Si “historia” se llama aquel período durante el cual se
conservan los depósitos de ira, al día del desate de la ira le deben preceder
épocas suficientemente largas de ahorro y conservación de resentimientos:
“Historia es el arco temporal que va desde las primeras imposiciones de pago
hasta el vencimiento de todos sus plazos”15. De esta manera, cuando se
califica al momento actual como post-histórico, se descarta la posibilidad de
una nueva acumulación de ira de los perdedores del momento.
Actuales distorsiones
sobre antiguos alcances de la ira
Algunas líneas atrás se mencionaba cómo a través de campañas
propagandísticas mediatizadas sobre los sucesos históricos puede llegar a
distorsionarse la magnitud de lo ocurrido. Un ejemplo de ello lo comenta el
filósofo alemán cuando describe el alcance de la violencia desatada en la Rusia
Soviética contra: “el más grande colectivo de víctimas del genocidio en la
historia de la humanidad, y al mismo tiempo un grupo de víctimas que son las
que menos pueden defenderse frente al olvido de la injusticia cometida con
ellas”16.
Se trata de los “kulaks”, clase productora campesina que fue
condenada por pertenecer al universo preindustrial, el número de víctimas
resultó de aproximadamente 8 millones de personas sólo al principio de los años
treinta. Esto siguiendo a la costumbre de desatar impulsos thimóticos contra
una “clase” que sólo se materializa frente a un conformado colectivo de lucha;
en este caso específico las víctimas fueron aquellos campesinos que producían
lo suficiente para mantener a su familia, a sus empleados e incluso para ganar
terreno en el comercio urbano. En otros casos de nuestra historia, se ha
enmarcado al enemigo en otro tipo de “clase”, en la China de tiempos de Mao, se
alentó a la juventud a levantarse contra la “clase” de los viejos. Y así, a lo
largo de los años de historia de la humanidad, el “clasisismo” tiene mayor
cantidad de víctimas incluso que el racismo, aunque no haya tenido tanta
atención como éste.
Ya bien se ha dicho que los muertos no se cuentan de la
misma forma en todas partes; hoy en día se sentencia al fascismo y de hecho se
ha prohibido en cualquier término hablar a favor de él o incluso siquiera
tratar de comprender el fenómeno sino se estudia a favor del reconocimiento de
sus víctimas. Pero aún así, gracias a la ingeniosa auto-representación del fascismo
de izquierdas como antifascismo, se permite hoy día seguir hablando del fracaso
del comunismo como una aplicación errada del concepto. Tanto en el mundo
intelectual, como en el mundo político o diplomático, se censura la posibilidad
de defender el fascismo vinculado con la política nazi, pero se permite hablar
abiertamente a favor del comunismo, llegando al punto incluso de denunciar la
crítica al comunismo como un anti-comunismo y por ende, como una provocación a
favor del fascismo. Se olvida con facilidad qué cerca se había estado de un sistema genocida de clases.
De esta manera, Sloterdijk denuncia cómo se puede evadir la
responsabilidad mediante políticas lingüísticas que permiten jugar con la
terminología a favor incluso de uno de los acontecimientos más violentos del
siglo XX: “Se inventó una elevada matemática moral según la cual tiene que
pasar como inocente quien puede demostrar que otro ha sido más criminal que él
mismo”17. Y esto sin prestarse a
malinterpretaciones mediante las cuales pudiera pensarse que se está
promoviendo la culpabilidad de unos a favor de la expiación de la culpa de los
otros. Lo que se plantea en resumen es que si se ha juzgado a personajes como
Heidegger por su abierto apoyo a la política nazi, ha de ser juzgado en igual
medida a autores como Sartre quien a pesar de conocer la cantidad de
prisioneros que se encontraban en los campos soviéticos, mantuvo su apoyo al
comunismo tal vez para no salir de su frente antifascista o
para purgar su pertenencia a la burguesía.
¿Por qué al hombre moderno le resulta imposible comprender la ira de Aquiles?
Luego de la mudanza del hombre
al Palacio de Cristal en la era post-histórica, se ha cambiado
la perspectiva del trabajo, de los deseos o expresiones humanas hacia la
inmanencia del poder adquisitivo18. Se rechaza cualquier emoción
thimótica en favor de la erotización sin límites; lo que reina es el deseo del
querer tener, que no puede ser satisfecho; y cualquier situación que no genere
placer queda relegada del caso.
Vivimos en un mundo asegurado de ante mano, a pesar de la
irónica caracterización de la sociedad actual como “sociedad del riesgo”,
cuando:
Una ”sociedad” de riesgo es aquella en la que está prohibido de facto todo lo realmente arriesgado, es decir, excluido de cobertura en caso de siniestro. Pertenece a las ironías de las circunstancias modernas quehubiera que prohibir retroactivamente todo lo que se arriesgó para hacerlas realidad. De ahí se sigue que la llamada poshistoria sólo en apariencia representa un concepto histórico-filosófico, en realidad representa unconcepto técnico asegurador. Poshistóricas se llaman aquellas circunstancias en que son inadmisibles acciones históricas (fundación de religiones, cruzadas, revoluciones, guerras de liberación, lucha de clases, juntocon sus promesas correspondientes) a causa de su riesgo no asegurable 19.
De esta manera, lo que no se permite de entrada en el
universo in-door del mundo post-histórico es cualquier posibilidad de
violencia real que pueda deteriorar la dinámica interior del Palacio. ¿Qué pasa
con lo que no entra dentro de él? Aunque se pretenda pensar este sistema
mundial, como verdaderamente mundial, queda claro que tiene límites
físicos aunque sus paredes sean visibles sólo para algunos. No son sólo muros
de contención en fronteras como la de Estados Unidos y México, también tiene
que ver con las paredes que deniegan el acceso a fondos de dinero y sobre todo
a la repartición asimétrica de las oportunidades de vida.
A los marginados del sistema se les mantiene bajo la ilusión
de posibilidad de entrada a las comodidades
del Palacio de Cristal mediante la propuesta del diálogo
abierto a la comprensión de sus vicisitudes, aunque los que están dentro están
conscientes de la imposibilidad de supervivencia del Palacio si se intenta
expandir su techo, al depender éste de la energía fósil que al parecer presenta
ya una fecha de caducidad.
Los medios de comunicación, quienes se encargan de
transmitir las noticas sobre acontecimientos mundiales y mantener informados a
sus espectadores, tanto los que están dentro como los que no: “neutralizan sus
contenidos para someter todos los acontecimientos a la ley de la indiferencia.
Su misión democrática es la de producir indiferencia al eliminar la diferencia
entre los asuntos importantes de los que no lo son”20. De esta manera se mantiene
informado al público y a su vez, apático ante la rutinaria sucesión de imágenes
sobre acontecimientos mundiales que distan mucho de parecer impactantes frente
a las maniobras del cine del entretenimiento especializado en el control del
factor sorpresivo.
De esta manera las epopeyas heroicas quedan permitidas sólo
como posibilidades cinematográficas del entretenimiento, aunque sin duda haya
cambiado en muchos casos el trasfondo de la idea del héroe que muere en
batalla, ya que incluso en las ficciones posmodernas resulta común dejar con
vida al héroe al final de la historia, Occidente le ha tomado repulsión a la
muerte, por ello la ciencia moderna se encarga de procurar que sus pacientes
vivan hasta las últimas de sus posibilidades. Cambiando hasta su concepto de
muerte, formando subcategorías como la de “muerte cerebral”.
De la misma manera que no se le permite morir a un paciente
vegetativo, extiende Occidente al moribundo sistema del capital hasta sus
últimas posibilidades, y esto es así porque la única manera de sortear la
crisis económica es mediante la llamada huida hacia adelante o progreso indefinido,
ya que el capitalismo funciona en base a la sinergia de la expansión del
mercado y la innovación en la producción. A los críticos del sistema
capitalista se les reclama la falta de propuesta alternativa con proyección a futuro,
por lo que a los expertos les sigue pareciendo más razonable continuar con la
apariencia de continuidad ilimitada del crecimiento, aunque eso implique la
necesidad de participación de un número cada vez mayor de la población mundial
en prácticas de consumo cada vez más arriesgadas:
Lo que aquí significa ”consumo” designa la buena disposición de los clientes a participar en un juego de aceleración del placer basado en el crédito bajo riesgo de pasar una parte del tiempo de la vida con negociosde amortización. El secreto del consumismo del lifestyle se oculta en la tarea de producir en sus participantes un sentimiento neo-aristocrático que consigue la total adecuación entre lujo y derroche21.
Mientras la política siga significando “medidas de
protección al consumidor” no se podrá esperar una alternativa planificada a la
futura caía del capitalismo, mucho menos rendirá verdaderamente el despilfarro
de energías thimóticas que implica la organización de protestas y huelgas a
nivel mundial. Desear, amar y disfrutar son los mandamientos del sistema y todo
aquel que se sienta insatisfecho conseguirá sin duda algún medio de
entretenimiento que apacigüe su aburrimiento, además que Occidente ha inventado
los psicofármacos antidepresivos, ya no existe excusa alguna para dejar de
participar de la felicidad en los tiempos del fin de la historia.
Bibliografía
DOSTOIEVSKI,
Fiodor. Memorias del hombre del subsuelo. Editorial
el perro y la rana. Caracas, 2006.
ENZENSBERGER, Hans
Magnus. El perdedor radical, ensayos sobre los hombres del terror. Editorial
Anagrama. Barcelona, 2007.
FUKUYAMA,
Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial
Planeta. Barcelona, 1992.
SLOTERDIJK,
Peter. En el mundo interior del capital, para una teoría filosófica de la globalización. Ediciones
Siruela. Madrid, 2007. P-211.
SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo. Ediciones
Siruela. Madrid, 2010.
VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo. Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización,
Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el Magnànim
(IAM), Valencia, España, 2008.
Notas
1 SLOTERDIJK,
Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-13.
2 FUKUYAMA,
Francis. El fin de la historia y el último hombre.
Editorial Planeta. Barcelona, 1992.
3 El Palacio de Cristal fue una estructura arquitectónica que en 1851 abrió sus puertas a la primera gran exposición universal que mostraba al público los grandes avances de la era industrial. Dostoiveski lo utilizó como metáfora para hablar delmundo moderno, el cual se recluía en un interior controlado y planificado.
4 SLOTERDIJK,
Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-26.
5 FUKUYAMA,
Francis. El fin de la historia y el último hombre.
Editorial Planeta. Barcelona, 1992.
6 ENZENSBERGER, Hans
Magnus. El perdedor radical, ensayos sobre los hombres del terror.
Editorial Anagrama. Barcelona, 2007.
13 ENZENSBERGER, Hans
Magnus. El perdedor radical, ensayos sobre los hombres del terror.
Editorial Anagrama. Barcelona, 2007. Pp 26-27.
14 SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo.
Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-184.
18 SLOTERDIJK,
Peter. En el mundo interior del capital, para una teoría filosófica de la globalización.
Ediciones Siruela. Madrid, 2007. P-211.
19 Idem., p-118.
20 SLOTERDIJK,
Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-246.
21 Idem., p-239.
Susana Bozzetto / Tesista del Máster en Pensamiento Contemporáneo de la Universidad de Barcelona (España). Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello (Venezuela). Tesis de grado: “Entre el terrorismo y la comunicación masivade la imagen. Reflexión acerca del término primer acontecimiento simbólico de envergadura mundial desde el pensamiento de Jean Baudrillard. Asistente de Redacción en Revista Observaciones Filosóficas
y Ayudante de Investigación de Adolfo Vásquez Rocca PhD.