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Michel Onfray ✆ Luca del Baldo |
Un tipo rudo en tiempos de moderación, Michel Onfray. Que
escribe con furia. Y eso ya lo hace interesante. Que se diferencia, por
contraste, de tanto señorito empedernido en colocarse en el justo medio,
edificar la corrección política o personificar la autoridad moral.

La filosofía feroz [Buenos Aires: Libros del Zorzal, 2006]
es un conjunto de 25 ensayos cortos que fueron publicados mes a mes en la
revista Corsica. Subtitulado Ejercicios anarquistas, constituye un alegato
contra los liberalismos, sean de derecha o de izquierda; una protesta contra la
violencia del Estado por considerarla causa de todas las demás que
supuestamente son ilegítimas; por lo tanto, es también confrontación al Derecho
y a la Ley porque impiden la Justicia, y, por supuesto, oposición al poder del
dinero y de los adinerados. “El liberalismo es una religión”, sentencia, “el
euro su profeta; el planeta su territorio”.
Aferrado a clasificar ideológicamente —como derecha o
izquierda— cada aspecto de la complejidad de los fenómenos políticos y económicos
contemporáneos, comparte varios de los clichés del intelectualismo, como el
repudio a Estados Unidos, no sólo por su belicismo —lo cual parece del todo
razonable— sino también y especialmente por los corporativos de su cultura pop:
Disney, McDonald’s y series de TV. Y aunque anarquista, no deja de expresar
algo de orgullo nacionalista francés y normando. Por cierto, paradójicamente, a
muchos intelectuales gringofóbicos se les puede ver en relación muy cordial con
bienes de consumo masivo icónicos de la cultura pop estadounidense, siempre
enfundados en jeans Levi’s, calzando Converse y difundiendo sus actividades e
ideas con gadgets por medio de internet, invento del ejército yanqui. Además
están los que abominan a la televisión, pero les encanta aparecer en ella.
Sorprendentemente, o singularmente, mantiene una
preocupación intelectual que parece anticuada o pasada de moda (lo que no obsta
para que sea razonable pronunciarla), que es la promoción del ateísmo,
expresada de manera especial en el repudio a los monoteísmos judío, cristiano y
musulmán.
El desprecio de Onfray a la clase política francesa, a la
estupidez y mezquindad de presidentes, ministros y parlamentarios, no puede
sino compartirse o causar simpatía por analogía. Su oposición se extiende a las
reglas y los fundamentos de la democracia liberal francesa y su economía de
mercado. Pero, paradójicamente, la edición original de este libro de Onfray fue
auspiciada por el Ministerio de Cultura de Francia (homólogo del Conaculta
mexicano). Es decir, parece que tanto allá como acá los intelectuales pueden
vivir del erario por mentarle la madre a “la derecha”, al presidente y sus
partidarios, y a las instituciones del Estado.
Me quedo afectuosamente con su vertiente dionisiaca,
hedonista, manifiesta muy lúcidamente en el texto “Los dos Mediterráneos”. Uno
es el “nocturno”, del “culto fetichista del libro” que “provee un modo cultural
que impregna incluso a aquellos que quieren deshacerse de su influencia: la
identidad de los dominantes se afirma a golpe de referencias cerebrales”. Del
otro, el “solar” —con el que se identifica y por el cual apuesta—, del que “su
identidad pasa menos por el papel que por la vida: el cuerpo sin pecado, la
carne que ignora la falta, la expresión cotidiana de sí mismo vivida como una
suave voluptuosidad, la pasión por el paisaje… En definitiva, un arte del
cuerpo sensual y festivo”.