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Cartel con la imagen de Farabundo Martí |
"El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y
en ese claroscuro surgen los monstruos.": Antonio
Gramsci (1891 – 1937)
En las sociedades capitalistas, el control de la clase
burguesa sobre el resto de clases
sociales, y en particular sobre la clase trabajadora, no está determinado
únicamente por el control de la propiedad de los medios de producción y/o por el uso de la fuerza policial o del ejército.
Más bien, y como lo señala Antonio Gramsci (Cuadernos de la Cárcel, 1929-1930 )
esta capacidad de control está determinada por la hegemonía de la clase
burguesa, es decir, por su capacidad de
controlar las ideas y las voluntades de todas las clases sociales, y unificarlas en torno un proyecto histórico de
desarrollo capitalista, que actúa como una especie de imaginario social
colectivo en donde se cree profundamente
que los intereses económicos, políticos, jurídicos y sociales de la clase capitalista son
coincidentes con los intereses del resto de la sociedad.
De acuerdo a Gramsci, el éxito de la hegemonía de la clase capitalista depende de su capacidad de disponer de un
discurso coherente y atrayente que les haga creer a los sectores dominados
(y a sus aliados) que existe un “bien
común” o “un interés nacional”, que
supera las diferencias o contradicciones de clase o las ideologías de derecha o
de izquierda, y al cual deben supeditarse las voluntades y acciones de todos y
todas. En la elaboración y difusión de
este discurso, son importantes los intelectuales orgánicos (profesores,
analistas, editorialistas, curas, pastores, comunicadores, académicos, escritores,
eruditos, etc.) que se encargan de que
educar y/ formar a la opinión pública en eso que se llama “el sentido común”.
La labor de los intelectuales orgánicos de la clase
dominante es dar continuidad y
actualidad a la función del sistema
educativo. En el capitalismo, el sistema educativo tiene la función de “depositar” en la mente de los niños y niñas
desde la más temprana edad, ideas como “Patria”, “Nación”, “Orden
Constitucional”, “Sometimiento a la Ley”, “valores cívicos”, “productividad”, “competitividad”,
“liderazgo”, “familia”, entre otras muchas ideas que contribuyen a reproducir
las relaciones burguesas de poder. El
sistema educativo en el capitalismo no
solo forma la fuerza de trabajo que necesita el capital para su valorización y
reproducción sino que “concientiza” a las personas sobre la legitimidad de la
estructura jurídica, política e ideológica que corresponde a las relaciones
capitalistas de producción, circulación y distribución.
La capacidad de hegemonía de la clase
capitalista se refleja así en la conformación de un bloque hegemónico, que
está integrado por alianzas más o menos
estables entre fracciones de la clase dominante, y alianzas
entre la clase dominante y las
clases dominadas. En su conjunto, estas alianzas tienden a desdibujar o a
impedir el surgimiento de la
conciencia en sí y para sí de la clase
trabajadora y a desactivar su potencial revolucionario. El mantenimiento de
estas alianzas es lo que permite el funcionamiento del bloque histórico
El bloque histórico no es nada más que una forma de referirse
al vínculo que en un determinado momento de la historia de un país existe entre
los elementos económicos o estructurales de un sistema económico (fuerzas
productivas y las relaciones sociales de producción) y los elementos no
económicos o superestructurales de ese sistema económico (Sociedad Civil y
Sociedad Política).
Sobre el concepto de sociedad civil y sociedad política,
Gramsci señala que “se pueden fijar dos
grandes planos superestructurales, aquel que se puede llamar de la sociedad
civil, es decir del conjunto de organismos vulgarmente llamados “privados” y
aquel de la sociedad política o Estado, que corresponden (respectivamente) a la
función de hegemonía que el grupo dominante ejerce sobre toda la sociedad y
aquel de dominio directo o de mando que se expresa en el Estado y en el
gobierno jurídico”.
De acuerdo a esta definición, la sociedad civil es el
espacio en donde se forma los consensos en torno al proyecto capitalista de
desarrollo y se promueve la adhesión de las clases dominadas a los
intereses de las clases dominantes. Este espacio estaría formado por los
gremios empresariales, iglesias, universidades, instituciones educativas,
gremios profesionales, “tanques de pensamiento”, sindicatos, cooperativas,
medios de comunicación, entre otras organizaciones que forman el tejido social.
Los partidos políticos serían parte de la sociedad civil, y no “un sector
aparte” como se supone en el uso no marxista del término sociedad civil, como
por ejemplo, la definición impuesta por el Banco Mundial.
La sociedad política
en cambio, estaría conformada por las instituciones que realizan la función
coercitiva y de dominio directo, para
hacen cumplir la ley y el orden capitalista, que se sintetizan en la estructura
de poderes del Estado (Ejecutivo, Asamblea Legislativa, Órgano Judicial, Fuerzas armadas,
municipalidades y entidades autónomas). El nexo principal (pero no el único)
entre la sociedad civil y la sociedad política son los partidos políticos, que
son portadores de los consensos o disensos entre fracciones de clase o entre clases sociales, y que actúan como
correas de transmisión para reproducir y/o reformar las normas jurídicas y la
institucionalidad política del Estado, y
mantenerlas adaptadas a las necesidades de la hegemonía de la clase
capitalista en un momento determinado.
El bloque hegemónico capitalista no es una realidad estática o invariable,
sino que se encuentra en constante movimiento. A su interior, existen presiones
de determinadas fracciones de la clase burguesa y/o de las clases dominadas por
asumir la dirección de las alianzas, e
imponer así su propio “sentido común” al
resto de la sociedad en función de sus
intereses económicos estratégicos dentro
del bloque histórico. Estas presiones incluyen el interés por imponer su propia interpretación sobre el rol del Estado en el desarrollo
capitalista, sobre los regímenes de propiedad y explotación de la tierra, sobre el régimen tributario, sobre el sistema
monetario, sobre las condiciones de
participación del capital extranjero y
sobre las relaciones económicas internacionales, entre muchas otras
cuestiones.
Estas disputas se agudizan cuando la fracción de la clase
burguesa que ha ejercido durante un período prolongado la dirección del bloque hegemónico, de pronto
pierde la capacidad de representar al resto de fracciones de la clase burguesa
y/o pierde credibilidad ante las clases
dominadas. Su discurso hegemónico empieza a perder atractivo y deja de
cohesionar a las clases sociales en torno a un proyecto común de desarrollo
nacional. Puede ocurrir por ejemplo que la fracción dirigente del bloque
hegemónico pierda credibilidad al
mostrarse incapaz de generar mejores y/o mayores condiciones para la
acumulación del capital (inversión privada)
y/o de generar condiciones mínimas de redistribución del ingreso que
mantengan bajo control las demandas de la clase trabajadora. Su continuidad en
la dirección del bloque hegemónico puede comenzar a verse como una amenaza al
“desarrollo nacional” y/o al “bien común”.
En estas coyunturas se presentan crisis de hegemonía, que se
reflejan en el afloramiento de las contradicciones entre las fracciones de la
clase capitalista, que pueden desembocar en un cambio en la dirección de
este bloque. Una fracción o varias
fracciones de la clase empresarial pueden comenzar a luchar por tomar control
de la dirección del bloque hegemónico para reformar y/o tomar el control de la
institucionalidad del Estado y ponerla en función de un nuevo proyecto
histórico burgués de desarrollo, mientras que otra fracción o fracciones se
resisten a este cambio.
¿Y las clases dominadas? ¿Y la clase trabajadora? Ante la
carencia de un proyecto y de un discurso contra-hegemónico propio, la clase
trabajadora y sus intelectuales orgánicos/as (cada vez menores en número)
suelen adherirse al nuevo proyecto y/o nuevo discurso hegemónico capitalista,
que les devuelve “la ilusión y la confianza” de que es posible lograr el
desarrollo nacional mediante la unidad, la democracia y el respeto al Estado de
Derecho burgués. Con ello, sin saberlo contribuyen a la renovación del
capitalismo y a postergar su propio proceso de liberación.
¿A propósito de qué hago estas referencias al pensamiento de
Antonio Gramsci en este espacio? En estos días,
en que la sociedad salvadoreña
asiste a la puesta en escena de la “batalla final” por el control de la
Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, (el máximo organismo
en la interpretación de los derechos de propiedad en el bloque histórico
salvadoreño), pienso que podría ser de interés re-leer a Antonio Gramsci.
Me parece que no solo
es necesario hacerlo para comprender la esencia del enfrentamiento que
protagonizan cotidianamente los
intelectuales orgánicos de las
fracciones empresariales en
pugna, sino sobre todo, es
necesario, para poder dimensionar las
implicaciones negativas que para la clase trabajadora tiene en esta coyuntura, la falta de un proyecto y de un discurso
contra-hegemónico al proyecto hegemónico de dominación de la clase capitalista.
Estamos frente a una lucha por la dirección del bloque
hegemónico protagonizada por el sector empresarial de ARENA, que se niega a
ceder esta dirección al otro grupo de ese bloque, integrado por el sector
empresarial de GANA en alianza con el
sector empresarial del FMLN. En esta lucha por la dirección del bloque
hegemónico se juega el control sobre la interpretación de la norma
constitucional que más se adapte a su proyecto de hegemonía y/o que pueda
favorecer o desfavorecer los intereses específicos de las fracciones
empresariales en conflicto.
Se trata de eso, no es una lucha entre la democracia y la
autocracia, no es una lucha entre la izquierda y la derecha, ni tampoco una
lucha entre el bien y el mal. De allí los llamados de uno y de otro de los
bandos enfrentados a conformar un nuevo
pacto de unidad nacional bajo su dirección: “un pacto nacional en defensa de la
Constitución”, “un acuerdo nacional basado en la legalidad”, “una amplia
alianza en donde quepan todos los signos ideológicos, incluyendo a las
feministas”.
Los intelectuales y las intelectuales que se consideran aún
orgánicos al proyecto de revolucionario
de liberación de la clase trabajadora (es decir, los que aún no han sido
incorporados ni asimilados al proyecto capitalista de dominación) deben
tomarse el tiempo para desentrañar la esencia que se esconde detrás de
la apariencia en esta coyuntura y redoblar esfuerzos para orientar a la clase
trabajadora (en particular a la juventud)
sobre lo que en realidad está ocurriendo y evitar una nueva escisión o
fractura de clase, que retrase aún más
su proceso histórico de liberación. De lo contrario, se corre el riesgo de terminar actuando (por ingenuidad,
ignorancia o indiferencia) como simples instrumentos de alguna de las
fracciones de la clase empresarial que se encuentra en pugna por la dirección
del bloque hegemónico.