
Releyendo el libro [Marxismo
y Filosofía de Karl] Korsch, que había leído en 2003 en la Biblioteca del
Congreso rodeado de estudiantes coreanos y cuyo contenido recordaba poco y nada
salvo alguna idea vaga, caí en la cuenta de que fue un error escribir este
artículo, -La “ortodoxia” que no fue / A propósito del
Cuaderno XI de Gramsci- sin volver a leerlo y estudiarlo previamente.
Pero bueno, en cierto modo, lo que se dice ahí sobre Lukács también se aplica a
Korsch, en tanto los filósofos oficiales de la URSS les dieron para que tengan
y guarden por igual al intelectual húngaro como al alemán. Y salvo alguna
precisión que se hubiera podido hacer, Korsch hubiera entrado como parte del
contexto, porque lo principal era el análisis de las notas polémicas de Gramsci
contra Bujarin.
Sin embargo, el trabajo de Korsch, reconocido ampliamente como
un trabajo de gran valor teórico, más allá de que no tiene demasiados adeptos,
por lo menos que tomen la totalidad de sus planteos, sirve para retomar la
reflexión sobre el estado del desarrollo de la teoría marxista después de la
Revolución Rusa y las necesidades de redefinición de un marco teórico acorde al
nuevo marco estratégico (que como bien explica Trotsky estaba también sujeto a
interpretación y a una fuerte disputa a raíz de las derrotas de la IC, los
errores de su dirección y la ausencia de un balance realista de ambos puntos).
Así que en tren de continuar la reflexión y tomando la
Anticrítica, donde Korsch extiende erróneamente a Lenin los cuestionamientos a
sus epígonos, hay varios elementos para pensar, usando como excusa a Korsch,
acerca de los problemas de la propia tradición clásica.
El marxista alemán plantea un cuestionamiento a la imagen
homogénea de un "marxismo de la Segunda Internacional" defendido
paradójicamente por los "filósofos" del PCUS, como un momento
necesario del desarrollo del marxismo. Contra esa visión, plantea que la
socialdemocracia alemana fue lasallista y populista durante las leyes
antisocialistas y luego se planteó la necesidad de homogeneizar en una posición
marxista al mismo tiempo que surgía el revisionismo bernsteiniano y que, no
obstante sus progresos prácticos, parlamentarios y sindicales, nunca asimiló el
marxismo en su totalidad como teoría de la revolución, sino sólo parcialmente.
No es el momento ni el lugar de analizar exhaustivamente
esta tesis, pero sí podemos destacar que la defensa del legado de la Segunda
Internacional realizada por algunos propagandistas del PCUS que tuvieron por
tarea responder a Korsch, planteaba una discusión más que pertinente sobre la
forma de leer el pasado y las relaciones de ruptura y continiudad entre la
Segunda y la Tercera Internacional.
En este sentido, la falta de delimitación en el terreno de
la discusión teórica más abstracta por parte de ciertos críticos de Korsch,
obedece menos a un dogmatismo cerrado (como pensaba el marxista alemán) que a
una verdadera relación de continuidad y a un problema ideológico de
representación del progreso histórico y junto con éste, el progreso del
marxismo.
Luego de volver a leer textos como Lecciones de Octubre y
Stalin, el Gran Organizador de Derrotas, en los que Trotsky demuestra el peso
que tenía en el propio Partido Bolchevique entre Febrero y Octubre la tesis
menchevique de constituirse en oposición parlamentaria de un régimen
democrático burgués y posteriormente la falta de comprensión del marco
estratégico surgido de la Guerra Mundial y la Revolución Rusa, estoy convencido
de que junto a los problemas de estrategia revolucionaria, subyacían problemas
de concepción y posición teórica, principalmente expresados en un cierto lastre
semietapista presente en los cuadros y dirigentes de la Tercera Internacional,
sin Lenin.
¿Cómo se explica si no que Trotsky estuviera tan solo en su
política hacia la Revolución China de 1925/1927? Que un aliado como
Prebrazhensky no viera ni cuadrada la posibilidad de revolución obrera en ese
país, habla bastante del relativo atraso teórico del marxismo respecto del
desarrollo de la revolución del Siglo XX.
Y tampoco resulta casual que el debate de estrategias
desarrollado por Trotsky a propósito de las experiencias de la Tercera
Internacional entre 1917 y 1928 desembocara en la Teoría de la Revolución
Permanente, que hasta el día de hoy cuenta con el rechazo de ciertos
"marxistas" reformistas y etapistas.
Aquí surge un problema de interpretación de la dialéctica
entre desarrollo de la lucha de clases y desarrollo de la teoría marxista. Las
ambigüedades o limitaciones de las fórmulas leninistas previas a las Tesis de
Abril, desde ya pueden considerarse un paso necesario en el desarrollo del
marxismo, aunque hayan coexistido a su vera con la tesis planteada por Trotsky
en Resultados y Perspectivas. Sin embargo, la canonización de esas fórmulas,
que fue expresión de fuerzas materiales conservadoras, fue posible por una
cuestión de relación de fuerzas en primer lugar y en menor medida por las
lagunas teóricas del viejo bolchevismo ante el nuevo marco estratégico del
Siglo XX.
Es claro que con el diario del lunes somos todos Trotsky.
Sin embargo, la tesis de justificar la falta de una teoría más profunda de la
revolución en aras de los procesos "necesarios" reviste,
necesariamente (y valga la redundancia) la forma de una tragedia y se
transforma la desigualdad entre desarrollo histórico y desarrollo del marxismo
en algo cuyo resultado estaba definido de antemano.