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Jacques Derrida ✆ Rensoni |
Rosa Nidia Buenfil

En los peores casos para aplaudirlo incondicionalmente
(Norris, 1983) o para condenarlo sin remedio (Habermas, 1989), o en casos más
afortunados, apropiándose de sus herramientas para hacerlas jugar en otros
campos: discusiones sobre la ética (Critchley, 1988), la política (Laclau,
1990; Norval, 1993; Beardsworth, 1996), entre otras. En el campo educativo, con
cierta timidez comienzan a incorporarse o al menos a discutirse lógicas y conceptos
derridianos en Giroiur (1989), McLaren (1986), Frigerio (1995), Puiggrós
(1996), J. Granja Castro (1996), De Miguel (1996), López Rainírez (1998).
En mi caso, no fue sino hasta la segunda mitad de los años
ochenta cuando Jacques Derrida comenzó a representar una fuente de finas
herramientas de intelección en el ámbito de la filosofía política, en el que
había incursionado siguiendo las huellas de Ernesto Laclau en las lejanas islas
británicas. Si bien esta entrada al pensamiento derridiano no fue directa en
ese momento, sí ha marcado un sello en la perspectiva de investigación en que
me inscribo, el análisis político del discurso, y en relación con la cual haré
a continuación algunas consideraciones.