
Que hubo elección nadie lo puede dudar, pero lo que nos
preguntamos es: ¿fue democrática? Y ahí comienzan las dudas, sobre todo por la
significación estrecha y equivocada de democracia que tienen el IFE y el
candidato fabricado por la televisión.
Pareciera que el acto de la elección de un candidato define
la democracia, olvidando que lo que hace al acto democrático son las
condiciones que ese acto debe cumplir. Es todo lo que antecede, todo lo que
está antes del acto de elección lo que califica al acto de democrático o
antidemocrático. La elección misma no se autocalifica como democrática por el
hecho de haberse ejecutado.
En primer lugar, la democracia es el nombre de un sistema de
legitimación (véanse las tesis 8 y 10 de mi obra 20 tesis de política, Siglo
XXI, México, 2006). La legitimación no es la legalidad. Legal es el acto que
cumple la ley. Se puede cumplir la ley sin convicción subjetiva, por
obligación, contra la propia voluntad, hasta con violencia, y sin embargo el
acto acorde objetivamente con la ley es legal. Por el contrario, un acto se
juzga como legítimo si el sujeto que lo cumple lo cree válido, es decir, si
subjetivamente se tiene la convicción, si se cree que el acto pudo realizarse
libre y equitativamente. La acción es legítima, en nuestro caso una elección de
candidatos, si el futuro votante, la comunidad política, el ciudadano
subjetivamente está convencido de que tuvo iguales condiciones, es decir, pudo
participar simétricamente en los pasos previos a dicha elección.
Si por ejemplo, fue coaccionado (comprando su voto), o fue obligado (bajo un posible castigo), o fue informado incorrectamente (por falsas noticias o encuestas distorsionadas que presentaban un ganador seguro sin serlo), o si durante seis años se presentó a un candidato en todo su esplendor de mercancía apetecida como noticia cotidiana del monopolio televisivo (monopolio ya intrínsecamente no democrático como medio de producción de candidatos, porque no admiten que otros den informaciones contrarias que darían al televidente la posibilidad de una información plural, es decir, democrática) y no bajo el rubro de publicidad político partidaria (lo que impidió a otros candidatos estar en la pantalla continuamente bajo la limitación de gastos de campaña, con la complicidad continua del IFE que no invalidaba esa desigualdad en las condiciones de una campaña anticipada), o si durante esos seis años se difamó a otro candidato de manera sistemática y también cotidiana, si acontecieran todos estos hechos no se habría cumplido el requisito de ser democrático el acto electivo, porque no hubo simetría o igualdad en las posibilidades de dar a conocer sus programas o a responder simétrica o equitativamente las críticas que se le hacían continuamente a los otros candidatos.
Si por ejemplo, fue coaccionado (comprando su voto), o fue obligado (bajo un posible castigo), o fue informado incorrectamente (por falsas noticias o encuestas distorsionadas que presentaban un ganador seguro sin serlo), o si durante seis años se presentó a un candidato en todo su esplendor de mercancía apetecida como noticia cotidiana del monopolio televisivo (monopolio ya intrínsecamente no democrático como medio de producción de candidatos, porque no admiten que otros den informaciones contrarias que darían al televidente la posibilidad de una información plural, es decir, democrática) y no bajo el rubro de publicidad político partidaria (lo que impidió a otros candidatos estar en la pantalla continuamente bajo la limitación de gastos de campaña, con la complicidad continua del IFE que no invalidaba esa desigualdad en las condiciones de una campaña anticipada), o si durante esos seis años se difamó a otro candidato de manera sistemática y también cotidiana, si acontecieran todos estos hechos no se habría cumplido el requisito de ser democrático el acto electivo, porque no hubo simetría o igualdad en las posibilidades de dar a conocer sus programas o a responder simétrica o equitativamente las críticas que se le hacían continuamente a los otros candidatos.
En efecto, en la elección del primero de julio se han
cumplido todos esos actos condicionantes que producen en gran parte del
electorado la convicción subjetiva de que no fueron todos los candidatos
tratados simétricamente, con igualdad. El acto que subjetivamente el ciudadano
no considera válido, y que considera que objetiva o institucionalmente se ha
permitido esa desigualdad (en recursos monetarios de campaña, en tiempos de
propaganda, en humillación del pueblo comprando sus votos, etcétera, etcétera),
no es legítimo. Y si la democracia es el sistema de legitimidad, es decir, que
institucionalmente crea objetivamente sus condiciones de realización, la
elección que acaba de realizarse no puede ser calificada de democrática.
Los que creen que es democrática porque simplemente se ha
cumplido el acto de elección de candidatos tienen un sentido fetichista de la
democracia. Creen que el simple acto de votar torna al acto y al representante
electo de democráticos. Y no es así. El acto es democrático por sus condiciones
de posibilidad, antes de ser puesto como acto.
Ha habido fraude, es evidente, aun por el hecho de que se
repartieron tarjetas de consumo que llenaron las tiendas para comprar
mercancías ante la noticia de que serían anuladas. Pero lo peor no es que haya
habido fraude con muchos mecanismos diversos y cada vez más sofisticados; lo
peor es que esas campañas organizadas por un partido triunfante, no legítimas
ni democráticas, muestran la corrupción de su concepción de la política como
tal. El viejo PRI desprecia al pueblo al considerarlo tan ignorante e ingenuo
que puede con una limosna (¿qué son, sino limosnas, migajas, esos pocos pesos,
comparados con los robos que los representantes "legítimos"
realizarán en el ejercicio del poder fetichizado, corrompido?) comprar su
voluntad obediente. Lo peor es ese desprecio soberbio que le permite usar al
pueblo como la imbécil prole que no merece respeto.
Por ello, y ante tantos oprobios que sufre el pueblo, sobre
todo el más pobre, es lícito objetar el resultado, al menos para que no tengan
una conciencia del todo tranquila ante tantos hechos antidemocráticos que han
consciente e institucionalmente orquestado.
¡Hay memoria! El presidente Felipe Calderón ha cosechado en
el estruendoso fracaso de su partido la semilla de su ilegitimidad. ¿No
acontecerá lo mismo con el que se encumbra a la Presidencia debiendo el
aparente "triunfo" a la falsa democrática publicidad sistemáticamente
programada por el monopolio televisivo? ¿No será nuevamente la gran estatua
fastuosa, brillante y potente de metales preciosos y resistentes, pero con pies
de barro? Esos pies de barro son la falta de honesta legitimidad, la falta de
haber sido elegido de manera democrática auténtica y sincera que crea en
adherentes y oponentes la convicción subjetiva de que se ha ganado o perdido
justamente. Y en este caso el perdedor puede ser éticamente convocado a
trabajar junto al antagonista por una causa común que es la patria. Pero si hay
ilegitimidad, toda convocación al mirar hacia adelante y olvidar los agravios
de la contienda, son vacías bravuconadas del antiguo PRI, que por su cinismo
llenan a los espíritus de rabia o rencor, y no de reconciliación y solidaridad.