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Friedrich Nietzsche ✆ Amarildo |
Un riesgo del ser humano, ese que no se trascienda a sí
mismo, para convertirse en el superhombre, es caer en el conformismo, dentro de
la mayor superficialidad, lo que llega a convertirlo en alguien verdaderamente
despreciable, masificado, que, para nada, tiene un espíritu aristocrático, en
el mejor sentido de la palabra.
Para Nietzsche es importante que el ser humano se proponga
metas, que siembre las semillas de sus más preciosas esperanzas, cuando todavía
el suelo sea suficientemente rico para poder crecer y desarrollarse, ante la
amenaza de que llegue un día en que la tierra se convierta en un planeta yermo
y miserable, sin que ningún árbol elevado pueda crecer en ella.
Si no hay algún caos interno no podrán brillar estrellas
danzarinas – nos dice Nietzsche - ni surgirá el deseo, ni el amor, ni la
creación, porque el planeta puede empequeñecerse tanto que no haya un trabajo
que, a su vez, devenga distracción inocente, que no haga daño.
A pesar del ideal de equidad, ningún ser humano es idéntico
a otro; por eso, la disidencia no debería condenarse ni a la tortura, a los
malos tratos, ni a la cárcel, ni al manicomio, aunque tampoco contentarnos con
las pequeñas felicidades que nos otorgan los pequeños placeres.
Para Nietzsche, el último hombre es el más despreciable; a
diferencia de su superhombre, es un sujeto incapaz de generar su propio sistema
de valores, que convierte en bueno, todo aquello que procede de su auténtica
voluntad de poder; estos últimos hombre, pequeños, demasiado pequeños, en su
debilidad, se someten a la esclavitud, resignados e inmersos en el más alienado
conformismo, sin rebelarse contra los valores que se les imponen, ante lo cual,
no tienen un propio sentido de la vida y se dejan envenenar por aquellos que
desprecian la vida; es de ahí, que el gran anhelo nietzscheano es que estos
hombres desaparezcan, para que advengan superhombres que sólo crean en lo real,
en lo que pueden ver, que razonen, sin que se conviertan en insensibles, de
ninguna manera; el superhombre es consciente de sus pasiones y de sus
sentimientos, pero su voluntad de poder le permite dominarse a sí mismo, sin
dejarse arrastrar totalmente por su pulsiones; es el jinete que cabalga sobre
su ello, sin dejarse inhibir por un superyó sádico, que lo someta a sus
imperativos.
La filosofía del último hombre es el nihilismo, para él todo
es vano, de tal manera, que nunca aspira a los más altos valores, ya que estos
no existen y sólo vive en un mundo de apariencias, sin convicción alguna, que
tenga que defender.
Por eso, es tarea de cada uno superar el último hombre que
habita en cada uno de nosotros, al ir hacia una transvaloración de los
principios e ideales, para convertirnos en creadores, así no seamos
necesariamente geniales, de tal manera que podamos comprender mejor la realidad
del mundo, el cual, es inseparable de la vida y de la tragedia, a la vez, entre
las cuales, hemos de conocer el profundo foso de lo dionisíaco y superar el
miedo a la vida que reina en ese caos.
Sólo el superhombre asume no sólo su voluntad de poder sino
también el eterno retorno y la transmutación de los valores. De ahí que el
último hombre representado por el camello, humilde y sumiso, siempre dispuesto
a obedecer y soportar las cargas pesadas que le imponga su amo, para terminar
convertido, sometido a las normas que Otros le imponen, debe transformarse en
un león, con un espítiru ilustrado que se rebele y emancipe, mediante la
enunciación:
- Yo (je) deseo.
Sin embargo, para liberarse totalmente de morales que van en
contra de la vida y eliminan la libertad, ha de transformarse en niño, que es
el verdadero superhombre, con su toda la capacidad de fantasear, crear,
inventar y jugar; de ahí la hermosa frase del Zaratustra, quien nos advierte
que:
Dentro de todo hombre auténtico, hay un niño que quiere
jugar.
Para el filósofo alemán, la inocencia es el niño y también
olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un
primer movimiento, un santo decir sí, el que se requiere para alcanzar la
voluntad de cada uno, para retirarse del mundo y conquistar uno propio.
El niño es cuerpo y es alma, su verdad es revoltosa y si se
le tapa la boca, para que no la diga, grita a voz en cuello, de tal forma que
encarna al hombre nuevo.
Ese niño, en cada hombre, asume la vida con toda su fuerza,
en la medida en que la ama, movido por un puro empuje pulsional, cuando una
civilización utópica, por venir, se haga real, y su búsqueda es la misión del
último hombre, como ser humano que se trasciende más allá del mismo género
humano, de tal modo que sea él el que domine la vida.
Como vemos, el pensamiento de Nietzsche apunta a un intenso
vitalismo, a una afirmación de la vida, por encima de cualquier otro valor, en
contraposición con los grandes idealismos, herederos de Platón, para recuperar
al mundo sensible.
No se trata pues de seguir la consigna del filósofo griego
de aprender a morir; para Nietzsche, la metafísica desprecia la vida, con toda
su creativa fuerza biológica, que el filósofo alemán proyecta al plano del
espíritu pues más que nada, la vida es voluntad de poder, la voluntad de
dominio, que no es otra cosa que amor a la vida misma, mediante el desarrollo
de existencias afirmadoras y creativas, que permitan a cada uno el desarrollo
de todas sus potencialidades, a la manera que lo hace el artista, ya que la
vida se explica a sí misma y tiene un sentido en sí, sin requerir de instancias
sobrenaturales, cosa que Nietzsche consideraba que la humanidad no había
valorado, para adscribirse a lo opuesto a la vida; de ahí su rechazo a la moral
tradicional, como una ética decadente, que, en vez de disfrutar de esta vida,
se consuela con una que vendrá en ultratumba, sin reconocer el humano derecho a
la plenitud vital.
Así, el último hombre en su decadencia antivital tendría que
dirigirse a la creación de una nueva humanidad, como propuesta de un nuevo
estilo de vida, con una nueva moral que invierta los valores tradicionales.
Sólo así podrá superarse la moral servil del idiota, incapaz
de tener un pensamiento propio, que se reduce a una rutinaria obediencia, con
el espíritu gregario de la oveja adocenada, de ahí que se preferible ser una de
estas negras ovejas: