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Composición sobre Antonio Gramsci ✆ Realizada alla maniera di Andy Warhol por los alumnos de la Escuela Media Thiesi, Cerdeña, Italia |
“El ejercicio “normal” de la hegemonía en el
terreno, ya clásico, del régimen parlamentario se caracteriza por la
combinación de la fuerza y el consenso que se equilibran en formas variadas,
sin que la fuerza rebase demasiado al consenso, o mejor tratando de obtener que
la fuerza aparezca apoyada sobre el consenso de la mayoría que se expresa a
través de los órganos de la opinión pública –periódicos y asociaciones- que,
con este fin, son multiplicados artificialmente. Entre el consenso y la fuerza
está la corrupción-fraude que tiende a enervar y paralizar las fuerzas
antagónicas atrayendo a sus dirigentes, en forma abierta o solapada, cuando
existe un peligro inmediato, y lleva así la confusión y el desorden a las filas
enemigas.”: Antonio
Gramsci
Contexto de Acción y
Contextos Discursivos
Creo que hay al menos
2 formas de pensar la actualidad de Gramsci en Chile. La 1ª es mostrando la
actualidad de su pensamiento en términos teóricos. La 2ª es mostrarla en su
dimensión política, activa. Por la 1ª vía se ha generado la gran recepción de
su estrategia para el triunfo ideológico de la clase dominante. La revolución
neoliberal y su penetración pasiva en los grupos subalternos. Gramsci, en esto,
se asemeja a ese otro gran italiano llamado Maquiavelo, quien escribió como un
republicano, pero fue utilizado por los reyes.
Leer a Gramsci en
Chile hoy es una labor no menor. Supone reconocer las tergiversaciones
ideológicas de su pensamiento. Su adaptación al aparato de control
económico-político. Su interpretación como teoría de la cultura y los medios,
en un contexto de oligopolización de ellos. Y eso, sólo por nombrar algunos
aspectos de la utilización de él. Es por eso que para
leer a Gramsci hoy en Chile, es necesario repolitizar aquello que la ideología
neoliberal ha convertido en mera eficacia técnica y en disposición
administrativa.
Video: Canto popular |
La Transición de los
Pragmáticos
Lo propio de la
ideología neoliberal es la despolitización de los análisis, y de sus contenidos
materiales. En la ideología neoliberal ya no se encuentra la tendencia hacia el
romanticismo de los derechos que era propia del liberalismo político. Cuando
Friedman presenta como la base de sus reflexiones un principio tan elegante
como la teoría de la elección racional, está entregando una base de apoyo a la
transformación del capitalismo de estado que se había implementado en los
países que quedaron bajo la influencia “occidental” luego de la 2ª guerra. El
supuesto de base de Friedman es que se requiere un instrumento tan efectivo
como la lucha de clases para enfrentar la tendencia hegemónica que venía
ejerciendo la izquierda en todas las áreas de la sociedad civil. Ese principio
fue la teoría de la elección racional. En ella se enlazan todos los elementos
ideológicos de la clase dominante: la creencia en la elección libre (pero, ya
sin referencias metafísicas o trascendentales), la sobrevaloración del
individualismo (en su faceta posesiva egoíca, como lo señala Lefort), la
necesidad de existencia de contextos específicos de elección, que puedan
ampliarse sistémicamente, y fundamentalmente una concepción de la libertad que
puede arraigarse y desarraigarse globalmente, mediante estrategias de
apropiación de los campos simbólicos: el consumo.
El cineasta alemán E.
von Stroheim dirigió una película llamada Avaricia en los años 20, que se
anticipaba a los elementos obsesivos que caracterizan al consumo neoliberal. En
su desarrollo él muestra como la avaricia (el afán de poseer objetos materiales
con asignación de valor simbólico) se vuelve una fuerza potentísima que logra
fracturar los vínculos de cualquier tipo. El análisis presentado por Stroheim
es sólido en la actualidad, es una realidad de nuestra construcción ideológica.
Sólo en el presente, con la capacidad de los medios de comunicación de masas de
inventar deseos inexistentes, y volverlos necesidades sociales, la exposición
de Stroheim ha alcanzado madurez para expresarse extendidamente. A ello debemos
sumarle la aceleración de la producción de terror y temor en un mundo de
sujetos aislados, atomizados.
Los intelectuales
orgánicos de la Concertación al servicio de los grupos de poder económico
fueron diseñando las condiciones materiales (es decir su producción
estructural, en cuanto sociedad del consumo, del espectáculo en palabras de
Debord, pero también, el aparato de gobierno necesario para operar las nuevas
formas de producción), en todos los ámbitos, para que el neoliberalismo fuera
penetrando en cada una de las capas sociales subalternas. No sólo le dieron
legitimidad al proceso tecnocrático que implica unas formas de acumulación originaria
nunca antes vistas en la historia, sino que además generaron un campo dominante
en términos teóricos en que las lecturas de la generación que se formó en los
’90 fueron profundamente “postmodernas”.
No quiero simplificar
los procesos. Obviamente, hay muchos otros factores que concurrieron en esta
crisis de producción de sentido, y de generación de hegemonía. La caída de los
socialismos reales, con su implicancia emotiva, y económica. La desmovilización
de las fuerzas sociales ligadas a los partidos de la Concertación. La política
represiva de la Oficina, y las delaciones compensadas. La Concertación pasó así
de mera administradora del sistema heredado, a productora de un sistema nuevo
que permitiría la explotación sin resistencias de ningún tipo. Es este el
primer error de la izquierda. La confianza desmedida en los antiguos compañeros
vino aparejada de un proceso de cooptación por parte del aparato de
estado-empresarial en que se reconfiguró la herencia de Pinochet.
Los resultados están
a la vista: los vínculos entre política, empresariado, intelectualidad, FF.AA.,
Iglesia, han devenido en la conformación de una casta que gobierna el país con
intereses comunes, y construcciones simbólicas interrelacionadas. Y, que, a su
vez, han permeado el espíritu de casta a las otras clases sociales. Cada grupo
se constituye por reglas de producción de visibilidad, comprensibilidad y
exclusión-inclusión, que sólo hacen referencia a su propio imaginario. En áreas
como la educación (OPECH), la ubicación residencial urbana (Transantiago,
planes reguladores, privatización del espacio público, sistemas de control
biopolíticos, etc.), el diseño de símbolos (vestimenta, formas de
comportamiento, temas de interés, etc.), las formas de prestaciones sociales
(sistema de salud, de pensiones, las carreteras, etc.), y la producción
cultural-artística, se han configurado grupos con intereses semejantes,
atribuidos por criterios extraeconómicos (de clase), para pasar a estructurarse
en torno a imaginarios simbólicos generados massmediáticamente, y donde el dato
material pierde consistencia frente a los paraísos artificiales que la sociedad
del consumo iguala.
Así las cosas, no es raro que la izquierda no haya logrado
posicionar un solo tema, una sola perspectiva acerca de los temas hegemónicos,
desde un ideario alternativo.
Esta situación extendida en el tiempo generó una sensación
de derrota, de inmovilismo (salvo luchas sectoriales determinadas, y de alcance
limitado, como los movimientos universitarios, las luchas gremiales, o la
solicitud de justicia en casos de DD.HH.), que en el último año ha ido
avanzado, particularmente gracias a las movilizaciones secundarias del año
2006, conocidas como revolución pingüina.
El momento presente pasa por elaborar teóricamente dichos
conflictos para generar praxis revolucionaria. Sin embargo, falta el aparato
político que pueda dirigir esta actividad. La actual disgregación de fuerzas,
partidos y movimientos ha funcionado bien en un enfrentamiento reticular,
microfísico, como el que configura la economía neoliberal a nivel social, pero
son inoperantes en una fase de guerra de posiciones. La guerrilla es útil para
la resistencia, pero no basta para la toma del poder. En este sentido, la
pregunta por un nuevo sistema de organización que venga a reemplazar el
desacreditado esquema partidista, es la 1ª necesidad de un pensamiento práctico
de izquierda. Sin coordinación, con peleas entre los distintos referentes, sin
la generación de un plan de acción con tareas a corto, mediano y largo plazo,
la clase dominante seguirá manteniendo la hegemonía cultural.
Reconfiguración
Sin embargo, el
escenario ha cambiado. Hasta la Iglesia Católica lo reconoce, y en su labor de
conservadora del orden establecido, ha dado una importante señal, que hay que
leer en su doble sentido. Es cierto, que es un llamado de atención para mejorar
las condiciones materiales de distribución de la riqueza, pero por otra parte
es un énfasis que está dirigido a tomar las medidas pertinentes para disminuir
los escenarios de conflicto. Y es que el sistema de producción neoliberal en su
versión concertacionista está dando muestras de agotamiento político. Esto no
es otra cosa que decir que es la política misma, como aparato de control
ideológico, lo que está en crisis.
La reacción del
Estado no debe ser vista como una serie de políticas aisladas. En la medida que
las fórmulas eficientes de dominación tienden a agotarse, se va volviendo
necesaria la efectividad pura, es decir la violencia en sus formas más
directas. Conjuntamente con la rebaja de la edad penal, el Estado chileno
reconoció la primacía de los reglamentos internos de las escuelas por sobre la
Constitución y los tratados internacionales suscritos por Chile (caso Carolina
Llona). La exclusión política juvenil va unida a una mejoría escalonada de las
condiciones de marginalidad de los inscritos antes del plebiscito, lo que
mantiene la apariencia de estabilidad política, en la medida que las elecciones
se legitiman. Junto con las reformas a la Constitución y a la institucionalidad
laboral, se deja en evidencia la función del Estado como principal ejecutor en
Chile de las políticas de discriminación selectiva en los contratos laborales.
Etc.
La red de violencia
real y crisis de hegemonía del aparato intelectual de la Concertación está
dando paso a nuevas formas de coordinación y control menos “blandas”.
Obviamente no podemos anticipar los conflictos, pero sí podemos delinear los
modos de operación de este endurecimiento que está fisurando las lealtades
ideológicas, y a partir de ello podemos reconfigurar una política de alianzas y
consenso que genere una alternativa de poder al aparato estatal.
Lo primero que caracteriza a este nuevo momento es la
utilización del discurso terrorista para calificar las coordinaciones
contrahegémonicas. Haciéndose eco de las fórmulas neoconservadoras
norteamericanas, el Estado chileno ha decidido caracterizar la resistencia
social como alteradoras del orden legítimo. El caso de la detención del Isra es
característico de ello. En un sistema económico donde más de la mitad de la
fuerza laboral depende de sistemas informales o informalizados para su
subsistencia, no es casual que la delincuencia termine siendo la punta del
iceberg de la marginalidad.
Uno no puede reclamarle a la juventud por su falta de
oportunidades. Yo hubiera podido ser futbolista, pero no tuve a nadie a quien
decirle necesito arreglar primero esto. En La Legua, una población de gente
humilde, algunos se tienen que meter obligadamente en lo que no deben. Si por
barrer todo un mes la calle te dan 80 mil pesos... ¿Quién vive con eso ahora si
el kilo de pan ya vale luca?
En vista que la Concertación no ha sido capaz de superar la
desigualdad, sino que por el contrario se ha dedicado a marginalizar,
desproteger y deslegitimar las formas de resistencia, al mismo tiempo que
ahonda en la desigualdad estructural heredada de Pinochet, lo cierto es que sus
prácticas se vuelven, también, más violentas. Y dicha violencia necesita chivos
expiatorios. La rebaja de la edad penal es sólo el primer paso en un proceso
que sólo puede terminar en el triunfo electoral de la derecha política (la
económica no ha parado de ganar desde hace 34 años).
En 2º lugar, la crisis del Estado-crisis como señala Negri
no es un resabio inesperado propio de una inadecuación para hacer frente a las
constantes transformaciones a que el sistema productivo somete al político. Más
bien, son necesarias para readecuar el sistema productivo nacional a las formas
de liberalización económica que funcionan estructuralmente. La crisis de
gobernanza que ha caracterizado al gobierno de Bachelet es resultado de esto
mismo. En la medida que quedan en evidencia los vínculos secretos entre las
distintas esferas de la casta dominante, las coordinaciones entre ellas se
vuelven más conflictivas, pues se sienten atenazadas por encontrar nuevas
formas de integración que les permitan mantener el aparato de poder sin afectar
la gobernabilidad. Estas fricciones van marcando la sensación de que es necesaria
una nueva forma de gobernabilidad que no puede ser sencillamente derivada de la
anterior. Todos los partidos de la Concertación están en un proceso de
reconfiguración de sus vínculos formales e informales, pero en épocas de crisis
se necesitan liderazgos que entreguen seguridad. Dicho liderazgo no se
encuentra en las personas como entes particulares, sino en su asociación. Es
por eso mismo que la forma partido se encuentra en crisis. Los vínculos que
unen a una casta son los mismos que la separan. La violencia psíquica y
simbólica que se manifiesta en su competencia constante sólo es morigerada por
el objetivo común. Pero, si ese objetivo se disloca y fragmenta producto de la
crisis, sólo queda la hostilidad como fundamento. Ése es el momento que requiere
el grupo social para expulsar a los extraños, y definir a sus enemigos a partir
de las características de los antiguos aliados. El aparato de control sólo
puede reconfigurarse desde la nueva hegemonía que se derive de su capacidad de
manejo de la crisis entre la coordinación política y económica.
En épocas de crisis de legitimidad, la superestructura
tiende a ensayar estrategias de coordinación y acción política que se
establecen en base a lo que Gramsci llamó consenso, esto es la capacidad de la
sociedad civil de buscar vínculos ideológicos comunes. En la medida que el
neoliberalismo ha funcionado sobre la catástrofe de la asociatividad (como lo
exponía magistralmente Lechner en su texto Las Sombras del Mañana), es esta
conciencia catastrófica lo que sirve de cemento para la coordinación de las
clases subalternas. El ejemplo de los secundarios el año 2006, exigiendo “buena
educación” es característico de esto. Hay decenas de áreas en que las políticas
neoliberales han abierto fisuras a la hegemonía cultural de la casta dominante.
Pero, se requiere una coordinación intelectual, o sea, política, para que ellas
no vuelvan a convertirse en ideológemas al servicio de las políticas de
control. Es esta, una vez más, la falla de la izquierda.
Sombras Fantasmas
El momento presente en Chile puede ser semejante a lo que
Gramsci ve cuando los soviets son capaces de tomarse el poder en la Rusia
zarista. No hay condiciones subjetivas para que ello suceda; aún el
neoliberalismo no ha desplegado las potencialidades inherentes a su desarrollo;
el sistema de control posee una legitimidad asociada a la emergencia de nuevos
discursos que gozan de gran admiración por parte de amplios sectores sociales
(discurso de género, defensa de las minorías, reconocimiento de derechos,
etc.), y la casta dominante ha ampliado la separación intelectual con las
clases subalternas, generando un sistema de poder reflexivo que le permite
mantener la confianza ilimitada en sí misma. Desde un punto de vista del Marx
clásico, las condiciones requieren el nacimiento de una nueva clase que
responda a esta realidad económico-social, o al menos la transformación del
autoconcepto de proletariado. Sin embargo, es esto mismo lo que hizo triunfar
la revolución socialista de Octubre. El proletariado no tenía plena conciencia
de clase, y los vínculos orgánicos eran inestables y poco confiables. La
sociedad burguesa no era una clase con un alto desarrollo en términos de
población ni extensión territorial. Las formas de dominación feudal aún gozaban
de buena salud, etc. Sin embargo, Gramsci ve en estos rasgos la posibilidad de
construcción de un estado socialista.
En nuestra actualidad si algo nos caracteriza como sociedad
es la alienación ideológica de clase. En Chile casi el 70% de las personas se
define a sí misma como clase media y se intenta acomodar a los patrones de
comportamiento de ella. Sin embargo, todas las cifras muestran la pura realidad
ideológica (encubridora) de esta percepción. Hoy vivimos un fenómeno de
generación de una nueva clase que tiene más vínculos con el sistema feudal
medieval de servidumbre, que con un sistema de clases. El mecanismo de mantener
a los trabajadores consumiendo, es decir hipotecando su tiempo de trabajo
futuro, en favor de nuevos señores que funcionan como corporaciones (anverso
casi exacto del partido político gramsciano), se sostiene en un mecanismo
psicológico perverso: la anticipación compulsiva de la gratificación asociada a
la posesión de un objeto imaginado. Este mecanismo es el que opera detrás de
las lógicas de consumo. Mostrar esto como una esclavitud, sólo es posible en la
medida que se generen 3 situaciones: 1) que exista una coordinación para
generar formas de poder paralelo al Estado neoliberal; 2) que se comience a
producir pensamiento orientado a la acción (praxis), aún cuando se cometan
errores; 3) que se multipliquen los conflictos por la hegemonía superestructural.
Recordarnos esto, es el gran aporte de Gramsci para nuestra situación actual.
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Mario Sobarzo |