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Alphaville ✆ Gwenola Carrere |
Especial para Gramscimanía |
Es éste el título ["Crisis de palabras"] de un breve artículo de un pequeño libro
editado por Acuarela y A. Machado, de Madrid. Es un libro barato, exquisito,
bien escrito, bien traducido (por Álvaro García-Ormachea) y con una
ilustraciones de Acacio Puig muy buenas, muy personales. El editor y
prologuista es Amador Fernández-Savater, que es uno de los mejores promotores
del pensamiento crítico radical que hay en nuestro país.
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Volvamos a Blanchard. Tuvo la oportunidad de formar parte
del grupo Socialismo o Barbarie. La oportunidad depende siempre del azar (que
no es otra cosa que lo que no depende de nosotros, lo que se cruza sin que lo
busquemos) y de nuestra capacidad para apresar lo que aparece delante de
nosotros. Socialismo o Barbarie fue un pequeño grupo que apareció en París el año
1957 y que se disolvió en 1965. Tuvo pocos y destacados miembros, aparte de él
mismo: Claude Lefort, Jean François Lyotard, Edgard Morin y sobre todo
Cornelius Castoriadis. Castoriadis fue el líder del grupo. La palabra líder no
le gusta a Blanchard como no me gusta a mí. Curiosamente sí le gusta a
Castoriadis, tan crítico con cualquier manifestación de poder. Pero un líder
establece relaciones de poder, como bien vio Blanchard. Aunque Blanchard
reconoce el potencial intelectual y personal de Castoriadis es capaz de ver que
este liderazgo acabó con el grupo, que siempre acabó sometiéndose a su
criterio. Es lo que pasa siempre que un grupo hay un líder, un maestro, un
dirigente. Socialismo o Barbarie fue capaz de mantener durante mucho tiempo el
debate y el trabajo compartido, que no es poco. Lo contrario de un partido,
cuya estructura jerárquica es lo contrario de la capacidad de pensar de sus
miembros fue precisamente esto. En una entrevista a Gilles Deleuze éste nos
explica que fue casi el único miembro de su generación que no pasó por el PCF.
¿Por qué? La respuesta de Deleuze es sencilla: no quería dedicar su tiempo a
vender el periódico del partido o a buscar firmas. Es decir, al activismo puro
y duro, a la acción del ejecutante que recibe órdenes del equipo dirigente. Los
que vivimos en la época de la Dictadura franquista sabemos de qué hablamos. En
primer lugar porque padecimos la manipulación del PSUC, que quería dirigirlo
todo y dirigir a todos. En segundo lugar porque en las organizaciones en las que
milité, la Liga comunista y el Movimiento comunista, pude experimentar que la
principal virtud que se exigía a un militante era la obediencia. Debo reconocer
que en la Liga comunista (troskista) aprendí política ( porque había debate,
aunque dirigido por la dirección, claro) y en el Movimiento comunista (maoista)
lo único que había era activismo. Según me comentan conocidos habían otras
organizaciones, como Acción comunista, en la que el funcionamiento era
democrático y el debate abierto y crítico. Es posible.
En todo caso el grupo del que hablamos fue un experimento de
trabajo teórico innovador y compartido muy interesante y abierto. Pero llegó un
momento en que este movimiento vivo murió y se pasó al aburrimiento y a la
repetición. El grupo tuvo entonces la capacidad de disolverse, y cada cual
siguió su camino. Daniel Blanchard fue uno de los que tuvieron resonancia.
Edgard Morin y Jean François Lyotard pasaron a ser intelectuales mediáticos,
con todas las servidumbres que implica. Claude Lefort y Cornelius Castoriadis
pasaron a ser, por decirlo así, autores de culto, reconocidos relativamente en
el mundo académico y con un círculo entusiasta de seguidores importante. Esto
ocurrió sobre todo en el caso de Castoriadis. Pero Blanchard también conoció y
frecuentó a otro personaje de culto, Guy Debord, que luego transformó en tópico
su noción de sociedad del espectáculo. En las anotaciones sobre
ambos Blanchard muestra su capacidad crítica y su respeto por los dos, tanto a
nivel personal, como intelectual y político. Pero Blanchard, que no es un
creyente, nunca se dejó atrapar por sus discursos seductores. Pudo ver sus
fisuras y defectos, aunque no tuvo nunca contra ellos el odio del converso.
Porque nunca los mitificó, nunca los desmitificó. Porque nunca se dejó encantar
por ellos, nunca fue un desencantado.
El libro merece ser leído y pensado, es una pequeña joya que
pasó desapercibida y a la que quiero rendirle un pequeño homenaje. Hay algunas
de las reflexiones de Blanchard que me gustaría compartir con los lectores (siempre
posibles, nunca seguros) de este artículo. Uno es la idea que más destaca
Blanchard de Castoriadis. Una es el diagnóstico que hace Castoriadis de la
sociedad que vive (y que vivimos ) como una sociedad de la insignificancia.
Todo se vuelve pequeño, pobre, efímero, inconsistente. Es la sociedad líquida
de Bauman, es la corrosión del carácter y el declive del hombre público de
Sennett. Todos formamos parte, poco o mucho, de esta miseria intelectual,
vital, social que nos invade. Todo se ha privatizado y esta privatización no
sólo ha significado la pérdida del espacio común sino también una degradación (por
mucho que le pese a liberales como Mill) de lo privado. Aunque el autor no
gusta a muchos es Nietzsche quien lo había anunciado. Es el último hombre que
lo empequeñece todo, que se adapta al nihilismo. Que vive al mínimo porque no
quiere sufrir, porque tiene horror al dolor. Que como dice Blanchard recordando
a Castoriadis, huye desesperadamente de la muerte. Es, somos, el hombre más
cobarde que no ha existido nunca. El nihilismo hedonista y tecnológico (forma
moderna del pan y circo ) es nuestro consuelo. Y el fútbol, como no.
Algunos dirán que hablo como un elitista o que ahora el
problema es el pan, o que los millones de hambrientos que les estoy contando.
Es cierto, pero en parte. Primero porque no soy elitista, me considero parte de
lo que critico, no me salvo ( aunque no me guste el fútbol). Lo segundo que la
búsqueda del pan que nos quiere quitar nos debería llevar también a un cuestionamiento
de la vida que hemos llevado, no sólo querer conservar la forma de vida que
teníamos. Y los que no tienen pan o están hambrientos no leerán nunca este
artículo, ni ninguna de las páginas web o revista de la izquierda. Por lo tanto
a ellos no les hablo porque no pueden escucharme.
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Daniel Blanchard |
¿Que nos queda? Citaré a Blanchard:
Hoy, entre las brumas de la modernidad petrificada, confinada al trabajo delirante de su auto-reproducción a gran escala, mantener abierta la "crisis de las palabras" nos pone a cada uno ante el reto de mantener viva una conciencia- "la facultad de juzgar"-, y nos sitúa a todos ante el desafío de oponernos, para sobrevivir, a la sustitución de lo social por lo maquinal.
Lo maquinal es también esta lógica del capitalismo que nos
conduce hoy, más allá de la miseria ética, moral e intelectual, a la miseria
material. Pero es esta miseria ética, moral e intelectual de las clases
dirigentes, la que hace mover la máquina. Gramsci decía que pesimismo de la inteligencia y optimismo
de la voluntad. No lo veo claro. Hay que resistir, hay que experimentar. Pero
sin convertirnos en creyentes. Podemos incluso votar las mejores opciones, como
hago yo mismo. O participar en una huelga general cuando nos convocan. Pero
estos dirigentes sindicales, que cobran del estado, que están instalados en sus
despachos y que nos tratan como imbéciles con sus consignas no me despiertan
ninguna confianza. Ni los arrogantes intelectuales de la izquierda radical con
sus capillas, ni los hombres de izquierda que han hecho de la política su
profesión. Todos nos quieren dirigir, todos quieren conducirnos por el camino
que nos han asignado. Como a máquinas. ¿Hay alternativas ? No lo sé. Y que
conste que nunca he estado de acuerdo con gente (por otra parte tan valiosa)
como Agustín García Calvo cuando dice que él no se siente obligado a plantear
ninguna alternativa.
Lo siento, seguramente no tocan hoy estas reflexiones. Pero,
en todo caso, es lo que pienso y lo que siento hoy y que quizás puedo compartir
con alguien.