
Walter Benjamin y su análisis materialista de la producción
literaria resultan de un gran interés para la teoría literaria en la medida en
que no se limita a analizar las obras en sí mismas, es decir los productos
literarios, sino que llama a la reflexión de los autores sobre su propio lugar
en el proceso de producción de la literatura, los medios y formas de esta
producción y las transformaciones que debe operar el intelectual que opta por
ponerse al servicio del proletariado en su lucha revolucionaria contra la
burguesía.
En su texto “El autor como productor” (1) Benjamin reconoce
que ya se ha cuestionado la autonomía del autor: la “libertad para escribir lo
que quiera”. El escritor burgués recreativo trabaja siempre en razón de
determinados intereses de clase, aun sin admitirlo. Podemos clarificar esta
afirmación apelando a Terry Eagleton, quien en su trabajo “Una introducción a
la teoría literaria” sostiene que en las diferencias individuales de opinión
subyace un firme consenso de valoraciones inconscientes que se relacionan
estrechamente con las ideologías sociales (2). En el escritor progresista
tampoco hay autonomía, ya que sobre la base de la lucha de clases decide
orientar su actividad al servicio del proletariado, es decir que persigue una
tendencia.
Sin embargo, Benjamin plantea que es un error considerar por
separado la tendencia política progresista de la calidad literaria de las
obras, ya que este abordaje no da cuenta de la profunda interconexión de estos
dos elementos. Para una correcta crítica literaria política, se debe incorporar
el concepto de tendencia literaria. Para esto es necesario superar la
contraposición entre forma y contenido y abordar en forma dialéctica la obra
literaria no sólo en relación con su contexto social sino en relación con las
condiciones de producción literaria de la época, es decir, en relación con la
técnica literaria.
El autor que no reconoce su propio lugar en el proceso de la
producción literaria, corre el riesgo de apropiarse del aparato burgués de
producción sin modificar sus formas e instrumentos y mantener la sujeción de la
literatura a las condiciones de producción literaria de la clase dominante. El
contenido político de una obra literaria no significa por sí mismo que tal obra
sea revolucionaria, en la medida en que no cuestiona, por ejemplo, quién
produce la literatura, al servicio de qué intereses la produce, bajo qué
condiciones sociales la produce, quiénes acceden al consumo de esta literatura,
etcétera. Es un error que el autor se considere a sí mismo como alguien ajeno
al proceso de producción literaria y pretenda librar una lucha revolucionaria
contra la burguesía en el terreno del espíritu, sin cuestionar las bases
materiales de producción de literatura.
El pensamiento privado no resulta decisivo políticamente. En general, esta tendencia responde a intelectuales proletarizados de origen burgués. El intelectual se sitúa por fuera de la lucha de clases y su solidaridad con el proletariado está basada en una simpatía ocasional que lo ubica como un mecenas ideológico. Este lugar es imposible, en tanto que el intelectual posee un medio de producción que le ha brindado la clase burguesa, a saber: la educación, que constituye un privilegio respecto del proletariado, y por lo tanto crea lazos de solidaridad mutua entre el intelectual y la clase dominante.
El pensamiento privado no resulta decisivo políticamente. En general, esta tendencia responde a intelectuales proletarizados de origen burgués. El intelectual se sitúa por fuera de la lucha de clases y su solidaridad con el proletariado está basada en una simpatía ocasional que lo ubica como un mecenas ideológico. Este lugar es imposible, en tanto que el intelectual posee un medio de producción que le ha brindado la clase burguesa, a saber: la educación, que constituye un privilegio respecto del proletariado, y por lo tanto crea lazos de solidaridad mutua entre el intelectual y la clase dominante.
La burguesía incorpora y asimila con relativa facilidad el
“contenido político” progresista de las obras literarias si éstas no ponen en
cuestión sus bases materiales de producción. Se transforman así en objetos de
consumo la miseria, la explotación capitalista e inclusive la misma lucha
revolucionaria, con lo cual las obras dejan de ser un instrumento para la lucha
política contra la burguesía y un imperativo para la decisión a favor de la
lucha revolucionaria de la clase obrera, para convertirse en tema de
contemplación y artículo de consumo de las capas burguesas. Por lo tanto, el
intelectual revolucionario ante todo aparece como un traidor a su clase de
origen (Aragon), cuya “traición” no debe consistir únicamente en la denuncia o
actividad destructiva hacia la clase capitalista, sino también en revolucionar
su propio trabajo. Su tendencia política debe corresponderse con una correcta
tendencia literaria, que incluye la calidad literaria de sus obras.
Para que el autor como productor pueda encontrar su lugar en
la lucha de clases deberá posicionarse respecto del proceso de producción y
modificar sus formas e instrumentos. Brecht acuña para ello el concepto de
transformación funcional.
El progreso técnico, para el autor se ubica a sí mismo como
productor, es la base de su progreso político. Benjamin afirma que existe un
proceso de refundición de las formas literarias en el que muchas antiguas
contraposiciones en las que estamos habituados a pensar dentro de la literatura
pierden su vigor al calor de los importantes progresos técnicos. Por ejemplo,
la contraposición entre escritor y poeta, entre investigador y divulgador e
inclusive entre autor y lector o bien actor y espectador, en el caso de la obra
dramática. Para ilustrar cómo se puede dar tal transformación funcional,
recurre a dos ejemplos: el del teatro épico de Bertolt Brecht y el de la prensa
en la Rusia posrevolucionaria.
Brecht se niega a utilizar un aparato de producción (el
aparato escénico) consagrado por la clase dominante. Este aparato se ha
convertido en un medio no de los productores, sino contra los productores, en
la medida en que busca llevar a los dramaturgos a una competencia sin salida
con el cine y la radio recurriendo a efectos cada vez más complejos para
construir sus acciones, que buscan estimular a la capa social burguesa
destinataria. Brecht recurre entonces a los elementos esenciales del teatro e
intenta modificar las contraposiciones consagradas entre escena y público,
texto y puesta en escena, director y actores. Incorpora del cine y la radio el
procedimiento del montaje, que consiste en montar una interrupción de la acción
dramática. Su finalidad no es tanto desarrollar acciones (que operan como una
ilusión sobre el público) como exponer situaciones por medio de esta
interrupción deliberada, de forma que el espectador se ve obligado a tomar una
postura frente al suceso dramático y a que el actor la tome respecto de su
papel. De esta forma, obliga a la reflexión de actores, espectadores y del
propio dramaturgo respecto de su lugar en el proceso de producción de la obra
dramática.
En la Rusia soviética, la distinción entre autor y público
que la prensa burguesa mantenía en forma convencional va extinguiéndose para
incorporar como colaboradores de prensa a los mismos lectores, sobre la base de
una creciente competencia literaria para las amplias masas de la población con
el acceso a la cultura, que bajo el capitalismo es patrimonio de una elite
especializada. Cabe suponer que bajo estas condiciones existe un trastocamiento
de las formas de producción literaria, generando múltiples transformaciones en
los contenidos, el público, los medios de producción y la misma reflexión sobre
el trabajo literario y su relación con los objetivos socialistas.
En ambos casos, los productos del autor tienen una función
organizadora. Es decisivo el carácter modelo de esta producción, que además de
tener una tendencia política instruye también a otros productores, pone a su
disposición un aparato mejorado de producción y lleva a los consumidores
(lectores o espectadores) al proceso de producción, transformándolos en
colaboradores. El autor como productor toma conciencia de su función y
comprende que su solidaridad con el proletariado únicamente puede ser mediada,
actuando como un ingeniero que transforma el aparato de producción al servicio
de la revolución proletaria. Mientras más oriente su actividad a esa tarea, más
correcta será su tendencia y más elevada su calidad técnica. A la vez, será
menos susceptible de considerar que debe librar una lucha revolucionaria en el
terreno del espíritu y comprenderá que ésta únicamente se juega en el terreno
de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado.[…]
Notas
(1) Benjamin,
Walter. “El autor como productor”. En: Tentativas sobre Brecht.
(2) Eagleton, Terry.
“Introducción: ¿qué es la literatura?”. En: Una introducción a la teoría
literaria.