
<> Una gran cantidad de detalles sobre un enigma y una
exposición sobre las economías exitosas impresiona a Howard Davies, pero no
puede emocionar a otros.
Me preocupa lo que dicen Daron Acemoglu y James Robinson. ¿O
quizá debería decir que estoy preocupado por ellos? A pesar de que son
profesores distinguidos, con plazas a tiempo completo en el MIT y en Harvard,
respectivamente, realmente me pregunto si se les está dando el asesoramiento
profesional adecuado. En vista de la eminencia de las universidades en las que
trabajan, puede que sea una idea
presuntuosa para un (señalado) exdirector de la London School of Economics ofrecer
tal punto de vista. Pero tengo que decir que, con esta exposición, les costaría
conseguir una oferta de trabajo en cualquiera de las mejores universidades del
Reino Unido.
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Tal vez ellos no lo quieran de momento, pero uno nunca puede
estar seguro de estas cosas. Suponiendo que la Universidad de Harvard perdiera
su financiación en la segunda etapa de la crisis financiera que vivimos; suponiendo que el presidente Santorum
declarara que ninguna persona con nombre turco puede enseñar a los estudiantes de
Estados Unidos; entonces podría
interesarles una oferta de Londres u Oxford. Y dudo que tal oferta les vaya a llegar.
Porque si bien Why
Nations Fail puede ser brillante y estimulante y puede, a través de un
cuidadoso análisis de las civilizaciones exitosas y no exitosas de los últimos
tres milenios, ofrecer una solución provocadora y reflexiva a uno de los
enigmas más importantes de nuestro tiempo, la pregunta que uno se tiene que
hacer es la de si “es REFable“ (Para los lectores de otro planeta, el marco
de la investigación de excelencia es el último sistema gubernamental de
evaluación de la investigación académica). No hay ecuaciones, ni teoría de los
juegos alguna, así que no puedo ver que consiga pasar la primera criba en la
comisión de expertos de economía; los historiadores es poco probable que le den
la bienvenida a la presentación de un economista y un politólogo; y en el campo de la ciencia política verán
como sospechosa la metodología no cuantitativa, como los economistas. No,
simplemente no va a hacen un buen negocio, me temo. ¿Quién podría haber
asesorado a nuestros héroes a perder años de sus vidas en una monografía
inclasificable en esta etapa del ciclo evaluador?
La pérdida del REF es la ganancia del lector general.
Acemoglu y Robinson cultivan el suelo que David Landes, Jeffrey Sachs y Jared
Diamond han roturado en las últimas décadas. Entran de lleno en la tradición de
Diamond, pero difieren de él en una serie de aspectos importantes. Ponen menos
énfasis en la disponibilidad de recursos naturales como fuentes de ventaja
comparativa, y minimizan el impacto del clima y la geografía, en los que hace
hincapié Sachs. Su foco está en las instituciones políticas.
El argumento central que avanzan es que el mejor indicador
de una economía exitosa es la presencia de lo que ellos llaman las instituciones políticas “inclusivas”, en
lugar de las “extractivas”. Los regímenes de extracción “están estructurados
para extraer recursos de los muchos por los pocos”, para preservar sus
privilegios y su permanencia en el poder. Estos regímenes no protegen los
derechos de propiedad (excepto los del Estado) y proporcionan pocos incentivos
para la actividad económica innovadora; de hecho, es probable que se resistan a
cualquier innovación que amenace el statu quo. Por el contrario, dicen los
autores, “las instituciones económicas inclusivas que hacen cumplir los
derechos de propiedad, crean un campo de juego nivelado y fomentan las inversiones en nuevas
tecnologías y en habilidades, son más propicias para el crecimiento económico”.
La teoría es asombrosamente simple, pero la apoyan con una
gran cantidad de ejemplos extraídos de los últimos 3.000 años para ilustrarla.
Su marco de referencia es amplio, desde la Roma antigua a la actual Botswana, a
través de Venecia, la Revolución Industrial inglesa y la Unión Soviética. Una
característica importante es su palpable interés en saber por qué algunas
partes de África han sido notablemente más prósperas que otras. Esto no es una
repetición de la teoría del “Triunfo de Occidente”. Tienen cosas interesantes
que decir acerca de los programas de ayuda, los esfuerzos de reconstrucción de
un régimen, los Estados fallidos y el surgimiento de China, que ven como algo
más que irresistible.
Es, en definitiva, un tour
de force: informativo y provocativo por turnos. Es un verdadero placer ver
a mentes académicas de primer nivel tratar de esta manera con los grandes
temas. Sólo me gustaría que hubiera más libros similares a este lado del
Atlántico.
Pero el connoisseur
del “pero …” se dará cuenta de que uno se prepara las alas para hacer una
entrada rompedora. Y este particular “pero” adelanta cuatro advertencias, que
clarifican un poco mi entusiasmo.
La primera es que su amplio recorrido les lleva a hacer
comparaciones que parecen bastante fuera de lugar. Así se nos dice que: “Una
comparación entre Inglaterra y Etiopía extiende la desigualdad mundial. La
razón por la que Etiopía está hoy donde está es porque, a diferencia de
Inglaterra, el absolutismo se mantuvo hasta el pasado reciente”. Bueno, pues no, o “Up to a point, Lord Copper”, como
habría dicho, Boot of the Beast.
En segundo lugar, el barrido histórico conduce a algunas
simplificaciones en las que, en ocasiones, son suficientes para perder el
aliento. Una larga cita servirá. Ellos son grandes fans de 1688, que desempeña
un papel central en el análisis global. Entienden el impacto de la siguiente
manera: “La Revolución Gloriosa fue un cambio radical, y condujo a lo que tal
vez resultó ser la revolución política más importante de los últimos dos
milenios – si estuviera vivo hoy, King Billy se removería en su tumba – (y) la
revolución francesa fue aún más radical, con su caos y la violencia excesiva,
el ascenso de Napoleón Bonaparte y luego de Luis Napoleón, pero no recreó el
Antiguo Régimen “. Bueno, no lo hizo…
En tercer lugar, siguiendo la teoría hasta dónde les conduce,
Acemoglu y Robinson hacen algunas predicciones heroicas. Sobre China, por
ejemplo, dicen que el gobierno chino es “poco probable que genere un
crecimiento sostenido a menos que se someta a una fundamental transformación
política hacia instituciones políticas inclusivas”. En cierto modo, me gustaría
creer eso, pero la base de evidencia para esta afirmación es escasa hasta la
fecha.
Por último, aunque esto parezca propio de un cascarrabias en
las actuales circunstancias, su estilo de escritura es molesta, al menos para
mí. Hay un formato peculiar, amado por los profesores de las escuelas de
negocios en busca de un público más amplio, donde se engorda el texto con
anécdotas que no vienen al caso, y que parece dar por supuesta una muy baja
atención por parte del lector. Podríamos llamarlo el estilo del “video
musical”: ningún pasaje del argumento secuencial puede ser superior a tres o
cuatro páginas.
Un capítulo final titulado “Breaking the Mold” trata de integrar el impacto de los
acontecimientos particulares dentro de una teoría más amplia. Las dos cortas secciones comienzan, sin más
preámbulos, con 1) “On September 6, 1895, the ocean liner Tantallon Castle
docked at Plymouth on the southern coast of England” y 2) “It was December 1,
1955. The city of Montgomery, Alabama, arrest warrant lists the time that the
offence occurred as 6:06pm”. El argumento no ha avanzado ni un
centímetro con la introducción de los jefes Tswana visitando a Joseph
Chamberlain, o de Rosa Parks negándose a ceder su asiento en un autobús a un
pasajero blanco. No puedo creer que Acemoglu y Robinson fueran a escribir de
esta manera sin la intervención de un editor. Hubiera sido mucho mejor escuchar
sus propias voces, en lugar de la del editor de una editorial.
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Howard Davies |
