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Lenin ✆ Jaime Clara |
<> Entrevista a
Constantino Bértolo sobre la antología "Lenin. El revolucionario que no
sabía demasiado" [I]
Salvador López Arnal
Especial para Gramscimanía |
Nacido en 1946 en Navia de Suarna (Lugo, Galicia),
licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid,
Constantino Bértolo Cadenas ejerció la crítica literaria entre 1970 y 1990 en
diversos medios de prensa (El Urogallo, El País y otros). Desde 1990 viene
desempeñando funciones ejecutivas en el mundo editorial. Director de la
editorial Debate entre 1994 y 2003, cofundador de la Escuela de Letras de
Madrid, donde ejerció como Director de Estudios hasta 1995, es actualmente
Director Literario de la editorial Caballo de Troya. Profesor Invitado en distintos Cursos y Máster de Edición,
en 2008 publicó el ensayo La cena de los notables, y en 2009 recibió
el Premio Periodístico sobre Lectura de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
Nuestra conversación se ha centrado en esta ocasión en su
última publicación: una antología de la obra del revolucionario soviético que
lleva por título “Lenin. El revolucionario que no sabía demasiado” que ha sido
editada recientemente por Los Libros de la Catarata.
Empiezo con una
batería de preguntas, discúlpame. ¿Por qué editar hoy a Lenin? ¿No es una
afirmación universalmente compartida, a derecha e incluso en la mayoría de las
izquierdas, que el autor de Qué haceres hoy un “perro muerto”? Item más:
la colección en que has publicado la antología lleva por título “Clásicos del
pensamiento crítico”. ¿En qué sentido Lenin es un clásico?
Quiero pensar que editar hoy a Lenin es una forma de
resistirse a los imperativos de las culturas biempensantes, de izquierdas o derechas, y de insistir en aquello
de “los muertos que vos matásteis gozan de buena salud”.
Desde el punto de vista editorial su publicación en estos
momentos no responde a ninguna ocasión coyuntural pues la antología aparece
dentro de una colección “Clásicos del Pensamiento Crítico” en donde ya se había
publicado con anterioridad los correspondientes a Trotsky o Marcuse. Pero
evidentemente, las consideraciones sobre el aquí y el ahora, es decir, sobre el
imaginable “horizonte de expectativas” con que cabía pensar su recepción,
desempeñaron no solo un papel principal sino un claro aliciente a la hora de
elaborar su orientación y contenido. Entiendo que después de décadas de anomia
social la crisis económica ha vuelto a poner sobre el tapete de lo político
cuestiones que parecían desterradas por ese “fin de la historia“ del que
hablaba Fukuyama y que es un paradigma ideológico más interiorizado de lo que
parece y que viaja de contrabando disfrazado de realismo o crudo pragmatismo.
Creo que fenómenos como el 15M, dejando ahora aparte el análisis de sus
posibles significados, dan lugar a la necesidad de repensar políticamente temas
tan “leninistas” como la organización del descontento y la protesta o lo que
bien podríamos llamar “la organización de la organización”. El “leninismo”
parecería estar en la antípodas de las preocupaciones, intereses o necesidades
del movimiento asambleario que viene caracterizando al 15M pero también es
cierto que lo que vulgar e interesadamente se conoce/desconoce como “el leninismo”
poco o nada tiene que ver con el pensar de Lenin. Por desgracia, y no solo
desde la derecha, se ha tratado – y con bastante éxito– de descalificar el
pensar y el actuar de Lenin adjudicándole una rigidez mental que en realidad es
lo propio del parlamentarismo fundamentalista, de la socialdemocracia más
dogmática o del neoliberalismo salvaje que hoy es dueño y señor de eso que
llamamos los mercados. El dogmatismo de los que se presentan como
antidogmáticos daría para varias tesis doctorales. Publicar a Lenin hoy puede
ser una impertinencia pero quiero pensar que en caso de serlo sería una
impertinencia necesaria, al fin y al cabo un clásico es alguien que aporta, más
que una teoría cerrada, una visión del mundo y un clásico del pensamiento
crítico entiendo que es aquel que propone todo un horizonte de trabajo.
Creo además que volver a Lenin es una oportunidad para que
la izquierda comunista lleve a cabo una tarea que entiendo como absolutamente
necesaria: el balance global de la revolución soviética. Sin realizar esta
tarea la izquierda se verá obligada a vivir entre la glorificación y el
anatema, entre el silencio y la vergüenza y entre la crítica y el
arrepentimiento. La izquierda comunista ha salido de la guerra fría habiendo
perdido la batalla de la legitimidad y para recuperarla no llegan las condenas
parciales, obligadas u oportunistas de tal o cual hecho, actuación o período.
No llega con poner cara de asco cuando sale a relucir el tema del estalinismo y
sumarse encantados a las tesis de lo patológico o de “las perversiones del
poder” para escaparse por “la pendiente” diciendo que esas cuestiones nada
tienen que ver conmigo. Se trata de asumir con los niveles de crítica y
autocrítica necesarios la propia tradición. Con los niveles necesarios y a partir
de juicios y reflexiones emitidas desde la tradición propia. No se puede seguir
insistiendo en la necesidad de la revolución mientras uno se sonroja
intelectualmente de la revolución. Se trata de una oportunidad para evaluar
cuanto anticomunismo inconsciente hemos interiorizado los comunistas en aras
del “comunismo políticamente correcto”. Se trata de obligarse a salir de esa
tentación ideológica que a la sombra de la derrota busca refugio en una especie
de marxismo-librepensador más cercano a un humanismo confortable que a un
marxismo comunista que tiene en la dictadura del proletariado uno de sus
elementos constituyentes.
No se ha pretendido presentar ninguna interpretación secreta
u oculta de lo que Lenin representa pero sí se ha tratado de ofrecer una muestra
de su modo de “pensar” los problemas que el proceso revolucionario les puso
delante a los bolcheviques una vez que tomaron el poder y empezaron a
ejercerlo. Ojalá fuese este libro una impertinencia útil para recordar a tantos
y tantos presuntos refundadores de la izquierda que olvidarse de las
experiencias del pasado no es propio del revolucionario sino del desclasado que
disfraza y se avergüenza de sus orígenes con la disculpa, tan dogmática por
cierto, de que la revolución soviética fue solo un error del que no cabe
aprender enseñanza alguna.
Me salgo del tema un
momento pero déjame formularte dos preguntas sobre lo que acabas de señalar.
Hablas del balance global de la revolución soviética como tarea absolutamente
necesaria. Sucintamente: ¿danos algunas entradas de tu propio balance? ¿Todo ha
sido naufragio?
No creo que todo pueda resumirse como el naufragio de una
nave que ya desde su botadura tuvo que enfrentarse a la agresión y al bloqueo
de los dueños de los astilleros. La revolución soviética y la posterior
historia de la Unión Soviética a pesar de todas sus vicisitudes creo son prueba
palpable de que es posible la construcción de una sociedad no necesariamente
organizada alrededor de la lógica de la rentabilidad individual, es decir, una
muestra, todo lo defectuosa que se quiera pero muestra, de que la propiedad
privada de los medios de producción no es la piedra angular de todo sistema
social. Supongo que este hecho el que provoca que el capitalismo y sus clérigos
sigan necesitando hacer leña del árbol caído y traten de cortar o debilitar las
raíces de las experiencias de signo socialista que sobreviven o brotan. Creo
además que como materia de estudio e investigación, la historia de la
experiencia soviética aporta un patrimonio inapreciable para todos aquellos
que, aprendiendo de sus errores y aciertos, pretendemos avanzar en esa misma
dirección, el socialismo.
“Evaluar cuanto
anticomunismo inconsciente hemos interiorizado los comunistas en aras del
‘comunismo políticamente correcto”, afirmas. ¿Nos das algunos ejemplos de ese
anticomunismo inconsciente interiorizado?
Creo que la mejor respuesta la podemos encontrar si nos
colocamos frente a nosotros mismos y mientras leemos aquello que Marx afirma en
carta escrita a Joseph Weydemeyer: la lucha de clases conduce,
necesariamente, a la dictadura del proletariado, nos tomamos el pulso.
“El revolucionario que
no sabía demasiado” es el título elegido para la antología. ¿Qué es lo que
Lenin ignoraba?
Sacristán, hablando del cinismo ideológico como característica
del período estalinista, señalaba como lo que los bolcheviques rusos, y luego
todos los comunistas en la III Internacional, han vivido como revolución
socialista no era en absoluto lo que hasta poco antes habían imaginado y
pensado como revolución socialista y esta idea, que comparto, me parece que
enmarca bien aquello que Lenin ni sabía ni podía saber. Es evidente que el
proyecto de revolución socialista con el que accedieron al poder los
bolcheviques estaba directamente relacionado con el triunfo de la revolución en
otros países del occidente desarrollado como Alemania, Francia o Inglaterra.
Que esto no llegase a producirse indudablemente obligó Lenin y al proletariado
soviético a enfrentarse a problemas y circunstancias que nadie se había imaginado.
La guerra civil formaba claramente parte de sus expectativas pero el acoso
militar y económico de las potencias capitalistas no parecía formar parte de lo
predecible. Lenin no sabía, no podía saber porque entre sus instrumentos para
conocer no contaba con las artes adivinatorias o proféticas, el contexto de
soledad política y económica en el que el proceso revolucionario iba a tener
lugar. La asunción de que aquella revolución se estaba quedando en “la
revolución en un solo país” entiendo que es el hecho más importante al que
Lenin tiene que enfrentarse por todo lo que eso va a implicar de cara al
asentamiento del bloque social campesino y obrero que apoya y sobre el que se
apoya la revolución, de cara a lograr y mantener un estatus viable en el chirriante
concierto de las naciones y, sobre todo, de cara a poder desarrollar de la
manera más amplia y eficiente posible el marco de las necesarias mediaciones e
interrelaciones entre el partido y el proletariado y entre el proletariado y
las masas. Tareas que la revolución necesita resolver con urgencia una vez que
se comprueba que el futuro que viene va a estar inevitablemente atravesado por
la condición de revolución aislada y asediada. Creo que leyendo textos como Más
vale poco y bueno o Acerca del papel y de las tareas de los
sindicatos se advierte la preocupación que aplica para buscar posibles
resoluciones a los problemas de la construcción de un Estado al que le espera
una larga transición al socialismo en medio del acoso universal. Esto supone un
cambio drástico en la escala y el timing de los saberes porque hasta
ese momento el pensar revolucionario es fundamentalmente un pensar de ataque,
de ofensiva, mientras que a partir de esa constatación el pensar revolucionario
– y hasta hoy- va a estar obligado a reconvertirse, al menos en gran parte, en
un pensar defensivo, de repliegue. A veces sospecho que lo que Sacristán llamó
cinismo ideológico no deja de ser una consecuencia de esa nueva situación. Creo
que ese saber “en repliegue” es algo que Lenin asimila y que trata de conjugar
con la necesidad de avanzar que el crear socialismo exige, de ahí su
insistencia en el tema de las cooperativas y otras prácticas que como los
sábados comunistas pueden parecer anecdóticas, pero que valoraba como prácticas
absolutamente necesarias para que los revolucionarios no olvidaran que la
revolución es algo más que una mera pragmática económica.
El título escogido hace mención a una característica general
de “el pensar” de Lenin que es siempre una actividad estrechamente ligada al
hacer y al qué hacer. Leyendo sus textos creo que podríamos concluir que el
Lenin revolucionario “sabe” las cartas que están en juego y las reglas de ese
juego que llamamos capitalismo. Cartas y reglas cuyo conocimiento en gran parte
encuentra en los textos del marxismo. A partir de ahí traza hipótesis de futuro
e imagina posibles escenarios pero siendo consciente de que el “no saber” debe
de ocupar un sitio relevante en esas hipótesis e imaginarios. Dicho en otras
palabras: está dispuesto a aprender, a escuchar las lecciones de la praxis.
Esta actitud de apertura es una forma de inteligencia que en política se
encuentra pocas veces. Ya sabemos que para hacer política en estos tiempos
parece necesario estar dispuesto a no aprender ni siquiera aquello que ya se
sabe.
Abres la
“Introducción” con una cita del revolucionario que no sabía demasiado: “No
existe la verdad abstracta. La verdad es siempre concreta”. ¿Qué significa esa
afirmación? ¿Por qué te parece tan importante?
Porque creo que nos avisa de dos inercias mentales propias
del pensamiento accidental, es decir, de aquel que deriva de esa extraña mezcla
que representa la convivencia, no siempre pacífica, en una misma cultura del
logos griego y la exégesis cristiana. La primera de esa inercias consiste a mi
entender en una simplificación del pensamiento deductivo que lleva a tomar por
lo absoluto la mera suma de datos relativos, la parte por el todo, el momento
por la totalidad y por lo abstracto lo sujeto a repetición; la segunda inercia
reside en confundir, por prisa o pereza mental, el principio de contigüidad por
el que la imaginación asocia ideas próximas en el espacio o en el tiempo con el
principio de causalidad, confusión esta última que da lugar a veces a lo que
Martín López Guerra llamaba el “pensamiento mágico de izquierdas”. De estos
inercias o vicios, más socráticos que aristotélicos y por tanto más simpáticos
que meditados, podemos encontrar fácilmente ejemplos cuando se habla de
“contagio democrático” para analizar situaciones de conflicto que se nos
ofrecen revestidas con pautas epistemológicas sospechosamente uniformes, o
cuando, al hablar del “hacer político” de Lenin, se quiere deducir de su
insistencia en la unidad de acción un obsesivo y congénito autoritarismo en su
forma de relacionarse con el pensamiento ajeno. Con la cita de Lenin, en
resumen, trataba de dar un aviso para caminantes que hace referencia a algo a
mi parecer muy conveniente en política y más en política revolucionaria: no dar
nada por hecho.
El título del segundo
apartado de tu escrito: “Lenin en la puerta del sol”. Aunque antes ya has
hablado de ello, déjame insistir. No sé en Madrid pero en Barcelona yo no fui
capaz de ver ni una sola consigna –ni una sola- que tuviera olor o sabor
leninistas. ¿Miré mal? ¿No me enteré de qué iba la cosa?
Como en tu misma pregunta se pone de relieve tan llamativa
ausencia – “Ni una sola”, dices- no deja de ser una forma –lacaniana diremos-
de hacerse presencia. Y una forma muy relevante. Al fin y al cabo a “los padres
putativos” de la modernidad y de la postmodernidad: Marx, Freud, Lacan,
Althusser hay que agradecerles que nos enseñaran a ver “los huecos”: lo que hay
en lo que no hay. Seguramente miraste bien y puedo asegurarte que lo mismo
pasaba en Madrid: no se veía a Lenin por ningún lado, pero justamente de eso
iba y va la cosa: de que Lenin no estaba. Tampoco está ahora en el PCE y es
precisamente ese no estar el que hay que “ver” para tratar de entender qué ha
pasado, pasa y no pasa en el interior ya no del PCE o de Izquierda Unida sino
en el conjunto de la izquierda que se quiere comunista y anticapitalista. Y no
me estoy refiriendo en plan Derrida a ninguna sombra o espectro de Lenin que
como el fantasma del padre de Hamleth venga a pedir venganza porque alguien
haya usurpado su lugar en la alcoba real. Más bien habría que hablar de ese
síndrome de “el padre de Blancanieves” que Gopegui ha novelado, es decir, de su
ausencia/presencia en aquellas fuerzas, formaciones o movimientos que se
reclaman de la revolución pero luego permanecen ajenos a ella - quizá por
prurito ideológico o por miedo a que el democrático espejo parlamentario de la
nueva dueña y madrastra, en el que ellos también se miran, no les devuelva su
propio rostro encantado cuando lo interroguen sobre su identidad: ”Dime
espejito mágico, hay alguien más de izquierdas que yo en el reino” - o se
limitan a lavarse las manos en las aguas electorales mientras repiten una y
otra vez que las condiciones objetivas están verdes y además fíjate lo que pasó
en la Unión Soviética, quita, quita.
Lenin sostenía –hablas
de ello también en la Introducción- que la historia la hacen las masas. Te
pregunto sobre ello a continuación, sobre masas e historia.
De acuerdo, el tema es importante y muy leninista desde
luego.