
Lacan, pasado y
presente es el título que Badiou y Roudinesco decidieron firmar juntos. El
pensador y la historiadora dialogaron y editaron una serie de conversaciones
sobre la invención freudiana. Y alertaron sobre los ataques permanentes que
recibe esa práctica. Ya no se trata sólo de las diferencias políticas entre
ambos, y de cada uno respecto, por ejemplo, de la organización empresarial del
psicoanálisis después de la muerte de Jacques Lacan en 1981, sino de prender
una luz roja sobre el carácter reaccionario de los tratamientos y los
diagnósticos en un mundo cada vez más inclinado a las soluciones urgentes, sometido
a las operaciones mediáticas de los laboratorios farmacéuticos, sus brazos
ejecutores (los médicos y muchos analistas) y cierta prensa que encuentra en la
publicidad de placebos una manera de continuar sus negocios por otros medios.
Se sentaron a discutir cuando se cumplieron los 30 años de
la muerte de Lacan, hace ya unos meses. Y descubrieron, el filósofo de la
izquierda radical, y la historiadora que supo (o sabe) construir una imagen de
Jacques-Alain Miller como la de un usurpador al que no puede dejar de
reconocerle inteligencia, capacidad de dirección y una legitimidad donada por
el mismo Lacan, que además de los malentendidos, y de extrañar la transmisión
sin par del autor de los “Escritos”, el problema era más grave que las
disonancias personales: el problema era el psicoanálisis y su capacidad de
supervivencia en un universo hostil al silencio, la paciencia, el trabajo a
largo plazo (y con otros) que propone su práctica. Y algunos psicoanalistas de
peso que bajo la excusa de seguir “a la letra” la enseñanza del maestro, o bien
se convierten a la obsecuencia, esa pasión de multitudes, o bien, descartada la
cura por la palabra, han optado por el aparato sanitario montado por la
industria farmacéutica y sus voceros oficiales y oficiosos. Lacan mismo
–recuerda Badiou– advirtió sobre la posibilidad de una regresión global que si
se la traduce, implicaría el triunfo de la religión sobre la ciencia del
inconsciente, que desde la lógica más rigurosa, puede entender, de los
fundamentalismos y sus variantes “humanistas” o ecuménicas, su valor de
consuelo, pero nunca, para cada quien, su valor de verdad. A menos de entender,
como hacen cantidad de religiosos y psicoanalistas, que consuelo y verdad
resultan equivalentes y universales. Pero no es el caso.
El 15 de marzo, Seuil publicó el libro. Badiou y Roudinesco
se reunieron algunas veces más y continuaron la conversación y acordaron los
términos. El primer punto: advertir que también durante el siglo XXI, el
psicoanálisis corre el riesgo de diluirse en una especie de psicoterapia o de
psicología para masas, perdiendo el filo subversivo que es la marca de Freud y
de Lacan. Y también consideraron, el primero en recordar la presencia activa
del psicoanalista, durante los 60, ajustando, si fuera posible todavía más sus
conceptos (al igual que su escepticismo), contrario al de sus discípulos de la
época, orientados por el filósofo Louis Althusser, y disidentes con su posición
a favor del PCF. Eran abiertamente maoístas, normalistas que entre 1966 y 1969
publicaron los Cahiers pour l’Analyse –entre ellos Miller, Alain Grosrichard,
Michel Tort, Francois Regnault, Jean Claude Milner, Luce Irigaray, Serge
Leclaire, Jacques Derrida y el propio Badiou. La señora Roudinesco –que acaba
de perder un juicio contra Miller y su esposa, Judith, hija de Lacan–,
prefirió, en cambio, atender las causas por las cuales considera que el
psicoanálisis corre peligro: burocratización, institucionalización empresarial,
falta de consideración a los fenómenos psicopatológicos colectivos, pánicos
inéditos, etcétera. Sobre los ataques que pudieron leerse en el Libro negro del
psicoanálisis y la biografía novelada de Freud escrita por el profesor Michel
Onfray, tomó posición en su momento, en dos libros, bien argumentados,
desestimando falsedades e injurias diversas. Para la autora de la biografía (no
autorizada) de Lacan, el psicoanálisis debería cuidarse no sólo del conductismo
y las neurociencias sino de los mismos psicoanalistas. Sin embargo, la defensa
de práctica tan compleja pasó sin pena ni gloria, al menos para los
psicoanalistas de mayor nombre fuera de Francia.
Ese fenómeno es el que reprodujo hace dos semanas la revista
parisina Le Nouvel Observateur. Dijo entonces Badiou: “Hoy en día se nos dice
que ser un individuo es suficiente. Es el discurso del liberalismo
supuestamente democrático, que produce individuos maleables y sumisos,
atrapados, incapaces de acciones comunes (…) Ese también es el discurso de la
neurociencia, que pretende reducir el sujeto a la neurona individual. La neurología
dice que ‘el hombre es una gran bolsa de neuronas’. Se trata de un sistema
científico para mejor despliegue del capital. En el campo de la psique, sólo el
psicoanálisis, creo yo, es capaz de salvarnos. Pero parte de nuestro llamado es
que los psicoanalistas, atrapados en sus peleas, no hacen lo necesario para
defenderse. Se debe encontrar una manera de satisfacer la nueva demanda
dirigida al psicoanálisis sin caer en el neo-positivismo. Y son ellos quienes
pueden dar ese paso.
Roudinesco quizá sea más explícita (o menos simpática):
“Los psicoanalistas deberían producir más teoría. Sus grupos funcionan como empresas, como corporaciones profesionales. Condenan a los padres del mismo sexo, la omnipotencia de la madre en contra de la función paterna. Los psicoanalistas no tienen que estar haciendo trabajo de policías en nombre del complejo de Edipo. Viven en el diagnóstico y en los medios. Y abandonaron la cuestión política: son escépticos, falsos estetas desvinculados de la sociedad. Dicen que curar el sufrimiento es un modelo antiguo. Sin embargo, las condiciones no han cambiado tanto. En la época de Freud, los pacientes eran de clase media y media alta, tenían tiempo y dinero. Es lo que no tiene la mayoría de las personas ahora. El problema es que de seguir así, los analistas sólo se analizarán entre ellos. Lo que dice Badiou es que habría que escuchar esta nueva demanda. Y creo que eso es posible. El análisis estándar estará reservado para quienes lo deseen. Porque hay que entender que no todo el mundo quiere explorar su inconsciente. No estamos en 1900. El psicoanálisis creció. Las personas saben algo del inconsciente. La demanda siempre es de saber, pero a menudo también es para resolver una situación específica. A eso también tienen que responder los nuevos analistas. Si no, tendrán cada vez menos pacientes”.