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Oswaldo Guayasamín / Grito |
Primer acercamiento: 1989
El jueves 9 de noviembre de aquel año el Muro de Berlín fue
derribado por la gente. De inmediato la acción se convirtió en el acto
simbólico que marcó el derrumbe del “socialismo real” y el fin del siglo XX.
Así lo sugirieron múltiples autores, entre ellos el mismo Echeverría en el
escrito que comento, o Antonio Negri en su libro Fin de siglo. Curioso
el título del ensayo de Echeverría, pues al recordarnos el de George Orwell,
quizás insinúa cierto paralelismo temático entre los mundos despóticos a los
cuales sus narrativas aluden.
Para Echeverría, tan apegado a conferir a los hechos
simbolismos y desde allí simbolizaciones en los imaginarios sociales, 1989
tiene cierta similitud con el la toma y destrucción de la Bastilla por parte
del pueblo de París, en 1789. Los escombros de las dos construcciones
aberrantes, la del muro y los de la odiada cárcel de Luís XV, eran, en efecto,
la constancia de que se había producido el derrumbe de un mundo y, en cada
caso, el paso de un siglo a otro.
La significación del derrumbe del muro, para Echeverría, era
doble, así que por una parte se preguntó si acaso bajo los montones de
ladrillos se enterraba el socialismo, ese “atributo de Europa” como lo
califica, o si Europa, luego de esta catártica medida, revivía para aprovechar
la experiencia y reasumir su función rectora en el pensamiento universal. Por
otra parte se preguntaba también si acaso no sería el socialismo quien
desechaba su versión caricaturesca y recomponía su verdadera figura, para
impulsar la totalidad civilizatoria europea, coronada por su tradición
ilustrada en la cual el socialismo y el pensamiento libertario, constituyen las
perlas de su corona. El enigma estaba planteado y el filosofar de Echeverría
estaba cumplido, en tanto, sus preguntas, como siempre, eran más ricas que las
respuestas.
En el ensayo 1989, Echeverría derivó hacia digresiones
inquietantes: aquella sobre la huida hacia el capitalismo de las
poblaciones que creyeron en aquel momento pasar a un mundo mejor que no tardó
en desengañarlas, y reflexionaba también sobre la tragedia de las otras
poblaciones, las del mundo capitalista, que frente a una situación que la
sufrían, se quedaron sin tener a donde huir ni literal ni figuradamente. O esas
otras digresiones que dan cuenta de su pensamiento totalizador cuya mirada
traspasaba la línea del horizonte al decir que, el derrumbe del mundo soviético
era un síntoma de que tanto el capitalismo como el socialismo reales, le habían
fallado a la humanidad, aunque, aclaraba que la diferencia entre uno y otro
fracaso, no dejaba de inclinarse a favor del socialismo como intento más
dramático que radical.
1989 es un texto importante que deja en alto la
posición ética de Echeverría, ya que, a pesar de la orgía mediática que
en “occidente” se armó con motivo del derrumbe soviético, él, con toda la
criticidad que le permitía su formación académica, su inteligencia y su
posición política, dijo, o predijo allí, que la imposibilidad del capitalismo
no era igual a la de la experiencia soviética, pues, mientras el primero no
soportaba las andanadas de la crítica, el segundo, a pesar de sus
equivocaciones, muchas de ellas garrafales, no podía ser expulsado de la
conciencia cotidiana, de tal modo que, concluía afirmando que la actualidad de
la perspectiva socialista no se había desvanecido sino más bien renovado.
Pensar el devenir, en el caso de Echeverría tiene un
poderoso efecto práctico. Dentro de sus reflexiones críticas del capitalismo y
de la versión “socialista real”, le permitió en ese momento comprender que el
productivismo de ambos sistemas había llegado a un punto insostenible en su
relación con la naturaleza, la misma que para los dos, no significaba otra cosa
sino una fuente de recursos, con lo cual, el desastre ecológico resultante no
podía ser criticado sino desde la perspectiva socialista.
Cuando colapsó el “socialismo real”, Echeverría no estuvo
entre quienes se sumaron al festejo. Por el contrario, pensó que nada bueno
traería la consolidación relativa y momentánea del capitalismo, ni en la ex
Unión Soviética, ni en Europa Oriental, ni en ningún otro lado. Señaló entonces
que la polarización entre ricos y pobres se agudizaría. Comprendió que la vieja
estructura de los estados-nación capitalistas eran formas arcaicas y que había
surgido un capitalismo transnacional mucho más tecnificado y de espantosas
dimensiones planetarias, lo cual, no había modificado radicalmente y peor
eliminado, la base de las contradicciones entre el capital y el trabajo y la inevitable
lucha entre explotados y explotadores.
Denunció en ese momento la falsa democracia del capital que
no es otra cosa sino la manera de dulcificar su dictadura. Es así que, para
Echeverría, en los momentos de la acometida ideológica y política de las derechas,
cuando muchos intelectuales “de izquierda” se arrepentían de su filiación y
abjuraban de sus convicciones, él, levantó la pertinencia de la perspectiva
socialista como algo plenamente actual, que además y en su fundamentada
opinión, se ampliaba y profundizaba.
Percibió entonces que detrás la política pura y dura del
“socialismo real”, así como detrás de la del capitalismo posterior a 1945,
existía un nexo sospechosamente simétrico en la medida que los dos sistemas se
debían al unitario acontecimiento histórico de la modernización y desarrollo
capitalistas.
Sin embargo, no profundizó en dicha percepción y no teorizó
sobre el hecho de que tal acontecimiento había llegado a un límite en el cual,
había mutado. Por esta razón terminó su ensayo planteándose preguntas sobre las
posibilidades del socialismo, dejando abierto el pensamiento a las respuestas
que la lucha de clases darían casi de inmediato.
Al mismo tiempo que Echeverría escribió su ensayo, Antonio
Negri escribía Fin de siglo. Lo cito aquí porque sus interpretaciones
contribuyeron desde otros ángulos teóricos marxistas a la imparable
carrera de la perspectiva socialista. Negri, analizó aquellos sucesos desde
posiciones igualmente renovadoras, entendiendo que sobre los escombros del muro
de Berlín, un nuevo sujeto histórico miraba el porvenir, otro porvenir, más
allá de 1984, y mucho más allá de 1989. Dicho panorama, para Negri, no solo que
se desplegaba sobre el “socialismo real” aplastado bajo aquellos escombros,
sino también sobre su hermano siamés, el capitalismo real, que si bien había
sobrevivido al derrumbe y quedaba de heredero universal, no podría escapar a su
propia catástrofe.
Segundo acercamiento:
“A La izquierda”
Contemporáneo al anterior, en este ensayo Echeverría
expresaba su extrañeza de que, a pesar de los cambios políticos insospechados
de aquellos días, sumados a otros no menos asombrosos en el terreno de la
ciencia y la técnica, la idea de la revolución había caído en un desprestigio
creciente.
Eran los días en los que dentro del mundillo académico se
hablaba del cambio de los paradigmas en las ciencias sociales, como la
característica del conveniente acomodo que en el discurso de los teóricos de lo
social, se había producido cuando hablaban de las transformaciones históricas.
Decían entonces que las revoluciones como tema de estudio, ya sea la francesa o
la cubana, cedían el paso al estudio de las transformaciones reformadoras como
la llamada revolución norteamericana. Echeverría llegó a citar a Octavio Paz
para quien, el mito de la revolución agonizaba, salvo en las periferias y entre
las sectas enloquecidas, como él calificó a Sendero Luminoso, por ejemplo. Para
reforzar ciertas coincidencias con Paz, citó también a Habermas, inclinándose
hacia esa apreciación según la cual, en esos días aciagos la única revolución
posible era la reforma.
Para las izquierdas, esta mutación en el espíritu de la
época, dijo Echeverría que les habría servido para desilusionarse de sus
convicciones más religiosas que políticas y, después del desencanto, pensar con
cabeza despejada y abandonar la idea arcaica de la revolución absolutista como
paso previo para decidirse a actuar de manera reformista.
Pero en medio de esta duda momentánea, Echeverría analizó y
diferenció el mito de la revolución de la idea de la revolución, cuestionados
uno y otra cuando la orgía neoliberal celebraba el triunfo y la mafia tomaba el
control de Rusia y de Europa Oriental. Esta reflexión le llevó a establecer que
a diferencia del mito, la idea de la revolución seguía fuerte como instrumento
conceptual de la perspectiva socialista. Es así que comprendió lúcidamente que
los cambios de paradigmas que se propugnaban y festejaban, sucedían fuera
del discurso teórico de la revolución y no dentro del mismo, el cual,
continuaría desarrollándose con autonomía relativa.
Invocó a su favor el hecho revolucionario como el
acontecimiento fundamental en la historia contemporánea y concluyó que, por
encima de las simplezas erísticas, era una necesidad instrumental para el
pensar, el pensar revolucionariamente como la única forma de ser creativo en
esta actividad.
Pensar la revolución como el paso desde una situación
insostenible a otra diferente, le llevó, en este segundo ensayo, a recurrir a
las categorías de forma y substancia y, plantearse desde dicho marco teórico,
cuatro posibilidades: la reforma y la reacción por una parte, y la revolución y
la barbarie por otra.
En aras de la rigurosidad analítica Echeverría indagaba la
relación entre cada una de ellas y las fuerzas políticas actuantes en esos
momentos. En aquellas circunstancias tener claras cuáles eran las opciones de
juego que reformistas y reaccionarios tenían, era básico para la perspectiva
socialista, pues, de esa manera el conocimiento teórico permitía una vez más,
armar la crítica y ordenar los planes de sus batallas. La conclusión a la que
llegó luego del riguroso análisis formal de cada una de ellas, fue demostrar la
pertinencia –“lugar necesario”, la llamó– de la revolución como única salida al
insostenible estado de cosas.
Siempre dispuesto a seguir el imparable curso del
razonamiento crítico y cediendo a la curiosidad científica de ver a dónde podía
conducir el ejercicio del pensar, su principal preocupación fue preguntarse
sobre el discurso político de la izquierda y su uso de la idea de la revolución
en la encrucijada del final de siglo. Llegó entonces a una interesante y
valiente conclusión si se consideran las circunstancias políticas de hace
veintiún años, cuál era, la de reivindicar el nombre del socialismo.
“Renunciar a él implica aceptar que, en la actualidad, las únicas opciones históricas realistas son la reacción o la barbarie; que una transformación del estado de las cosas no está en el orden del día y que quien debe alinearse, contenerse y reprimirse dentro de la forma capitalista dada, es la substancia social moderna y su inconformidad.”
Y si bien –recordando a Rosa Luxemburgo– dijo que la
revolución no es un cúmulo acelerado de reformas, ni la reforma una revolución
dosificada, creyó entonces que las perspectivas reformista y revolucionaria se
necesitaban mutuamente desde una izquierda actuante y realista.
Una vez que hemos llegado a este punto, nuestro autor se
quedó corto ante el alcance y la profundidad de los cambios con los cuales se
cerraba el siglo XX. Otra vez Negri saltaba a la escena de ese fin de siglo
debido a que su comprensión radicalmente materialista de la esencia o del curso
principal de los acontecimientos, le llevó a plantear la imposibilidad del
reformismo –única posibilidad de ser del capitalismo, decía–, porque y sencillamente,
lo que había sucedido era una mutación histórica: “La vida ha subsumido lo
abstracto después de que lo abstracto subsumiera la vida –explicaba Negri–. El
capitalismo –continuaba– nos había arrebatado lo concreto de la vida; hoy, lo
concreto, lo singular se hacen con la abstracción, la mercancía, el valor. Se
los arrebatan al capital y lo hacen a través de la ingenuidad de cuerpos
potentes.”
No pasaría mucho tiempo cuando los cuerpos potentes de los
indios ecuatorianos llevaron a cabo un levantamiento de repercusiones
continentales, cuando la insurrección de los zapatistas mexicanos propuso otras
formas de crítica y participación revolucionarias, cuando los movimientos
antiglobalización se extendieron por el mundo y, las movilizaciones contra las
guerras imperiales en Iraq y Afganistán les quitaron toda legitimidad a los
agresores. Los años noventas conocieron ya las luchas antineoliberales que
pusieron en jaque a sus políticas y representantes en América Latina, antes de
que el rechazo a dichas políticas se levantaran en Grecia, Portugal, Islandia,
hasta llegar a nuestros días cuando, las rebeliones árabes están echando a los
regímenes pro sionistas y pronorteamericanos, y las acampadas de indignados e
indignadas en España, están descubriendo insólitas maneras para despedir a un
mundo que se derrumba.
Tercer acercamiento: “¿Ser
de izquierda, hoy?”
Habían pasado dieciséis años entre los dos ensayos
comentados y éste último, en el cual, Echeverría abordó el tema de la izquierda
preguntando algo que en mis tiempos de estudiante universitario hubiera sido,
cuando menos, una impertinencia.
Bajo el título y a manera de pórtico, colocó la cita de J.
P. Sartre para recordar al lector que quisiera traspasarlo, que: “Hoy en día la
experiencia social e histórica cae fuera del saber”.
Y a continuación vino su texto, desplegado en tres partes.
La primera para preguntar qué es o qué significa ser de izquierda hoy; la
segunda para reflexionar sobre la situación actual de la izquierda; y, la
tercera, para analizar la situación particular de la izquierda en América
Latina. Sigamos entonces en su orden.
Empezó señalando que el dogma de fe de la modernidad
capitalista presenta a su sistema como el mejor y el único posible. Dijo que
los datos y las crónicas se acumulaban para demostrar lo contrario, es decir,
que el mantenimiento y desarrollo de la relación capital era una caída que nos
llevaba a la barbarie. No obstante, dijo también que esta era una caída en la
cual los grupos que dominan la producción de la opinión pública, no solo se
protegen y se rescatan de dicha caída, sino que la aprovechan gestionándola y
administrando sus efectos devastadores en lo social y ambiental.
El genocidio sistémico, unas veces imperceptible, otras
brusco contra los más débiles, era en opinión de Echeverría la muestra más
profunda de esa caída, comparable solo con el desastre ecológico que la
caracteriza. Aunque los hechos desbordan y desmienten a los medios, agregaba,
éstos se esfuerzan por decir que no pasa nada o de que se trata de una catástrofe
controlada. Y lo peor de todo, señalaba que en el mapa de la política formal,
no existía una fuerza capaz de cambiar este rumbo.
A pesar de ello, reconocía que los comportamientos
afectivos, las voluntades de forma estéticas, las propuestas y reflexiones que
impugnan el dogma de fe imperante, configuraban un frente de resistencias que
iban desde lo íntimo de los cuerpos hasta la plaza pública, en una rebeldía
creciente que “fuera del saber” –como diría Sartre, a quien Echeverría cita– se
levantan contra esa reproducción automática del dogma político dominante. Desde
aquí, desde este abanico de resistencias contra la enajenación, la cosificación
y la explotación, Echeverría veía la posibilidad y la necesidad de refundar la
izquierda revolucionaria, pues, en su base, demostraba que seguía intacta esa
actitud ética de resistencia y rebeldía contra el capital, en lo que no era
otra cosa sino la reivindicación del valor de uso contra el valor de cambio y
la enajenación. De esta manera, el tomar partido por el mundo de la vida es, en
su visión lo que distingue hoy el ser de izquierda, por encima inclusive de la
eficacia política y organizativa de dicha actitud. En este rumbo, su formación
ilustrada y europea, le llevaba a proponer que la izquierda hoy, quizás sigue
buscando completar la Revolución Francesa mediante la resolución del problema
de la propiedad capitalista que ya entonces se planteó como el principal
estorbo que impide alcanzar una fraternidad básica sin la cual, tanto la
libertad como la igualdad se vuelven puras quimeras.
Pasa entonces a la segunda parte de su ensayo reconociendo
que el desconcierto y la inactividad actuales de la izquierda, expresan también
la descomposición del medio en el cual ésta solía actuar: los Estados
nacionales modernos.
El Estado actual se ha fundido con el capital, o son lo
mismo, como diría ese viejo sabio que se llama Agustín García Calvo en las
recientes acampadas de Madrid.
El valor, que antes tenía su medida en el tiempo de trabajo
socialmente necesario para producir, hoy, dice Echeverría, es pura subjetividad
económica y es el capital mismo el que se autovaloriza. Y no solo eso, sino que
además concibe el poder, como el imponer a todos y todas la obediencia a sus
designios.
En líneas que expresan su comprensión del paso del fordismo
al postfordismo, Echeverría da cuenta de un hecho aún no comprendido lo
suficiente en nuestro medio, esto es, que: “El desconcierto y la inactividad de
la izquierda, se deben a su fidelidad al mundo de la política del Estado
nacional moderno, a su incapacidad de reconocer y asumir el hecho de la
descomposición de ese mundo.”
En otras palabras, diecisiete años después del derrumbe del
muro de Berlín, Echeverría llegaba también a la conclusión de que el capital
había mutado en gran medida gracias a las nuevas tecnologías y los nuevos
horizontes abiertos por la ciencia. Que esta mutación, había roto los viejos
estados nacionales y las viejas formas del internacionalismo proletario, entre
otras representaciones. Que este cambio, no ha significado una superación de
las contradicciones básicas del capitalismo, pero sí, y esto es lo fundamental,
había cambiado las condiciones y las características del sujeto revolucionario,
aunque todavía no a una izquierda nostálgica de sus tradiciones admirables. Todo
esto llevó a pensar a Echeverría que ya no se puede reconstruir o refundar la
izquierda en la forma de los viejos y heroicos partidos de matriz bolchevique y
que, era necesario imaginar otras formas acordes a las presencias
anticapitalistas que convulsionan la actual sociedad mundializada.
Así llegamos a la tercera y última parte de su reflexión. A
un punto en el cual, quizás pueda ser considerado como su testamento político,
en tanto y como una muestra de amor a los suyos, pensó en la situación de nuestras
izquierdas latinoamericanas al inicio del siglo XXI.
Dijo que nos hemos destacado por rebasar los límites de la
política establecida y, a partir de esa libertad que nos habríamos tomado,
reclamó la necesidad de denunciar en el poder que hemos combatido y seguimos
combatiendo, sus pretensiones no solo de dominio, sino racistas, en el sentido
de que los Estados de la región han propuesto además del dogma capitalista, una
blanquitud identitaria y civilizatoria del desarrollo. Dijo, por tanto, que era
necesario denunciar esa relación en lo que tiene de etnocida y de
norteamericanizante, a fin de descubrir las cualidades otras de los pueblos no
blancos, no en el sentido racial, sino en el cultural capitalista que tiene lo
blanco como paradigma del ethos capitalista en su modalidad realista o
protestantecalvinista.
En tal sentido, Echeverría denunció que los Estados
capitalistas nacionales de América Latina aún contemplan como meta implícita la
“solución final de la cuestión indígena”, o “negra” o “mestiza”, que, como se
podrá entender, conlleva la propuesta del exterminio de los “grupos problema”.
La lucha contra este racismo sería, según nuestro autor, parte del programa de
reconstitución de nuestras izquierdas, en sus esfuerzos por hacer estallar no
solo la blanquitud del dominio sino el dominio mismo.
Como ya lo vimos en los comentarios a sus anteriores ensayos
sobre la izquierda, Echeverría llega también aquí a un punto del análisis más
allá del cual, la sombra del tiempo al cual perteneció y la sombra de esa
izquierda que históricamente le condicionó, limitan su visión por esa
inexorable ley de la vida.
Antonio Negri, a quien he citado aquí para crear cierto
contrapunto que nos permita comprender la articulación de nuestro pensador con
la problemática de este tiempo, y a la vez comprender dicho límite, no
solamente que ha explicado lo esencial de los cambios en el orden capitalista
sino que propuso la audaz hipótesis de que un nuevo sujeto histórico estaba en
curso:
Negri nos habló del obrero social, o multitud, que en las
condiciones del capitalismo cognitivo trae en sí el poder constituyente
encargado de inventar el comunismo y disolver, por lo que se ve,
revolucionariamente, las contradicciones del capital.
Negri, al encontrarse en España el mes pasado, pudo ver y
participar en las acampadas de Madrid, y constatar que la nueva izquierda no
solo que surge potente sino diferente, proponiendo nuevos programas y trayendo
consigo nuevas formas organizativas y de comunicación. Por ejemplo, él dijo:
“Que, en una democracia real el poder sea interacción –lo que implica la disolución de toda autonomía de lo político– constituye la clave del lenguaje del movimiento. A esto se añade la crítica de la constitución democrática y los tres poderes (legislativo, ejecutivo, judicial), porque ya no se corresponden con las funciones para las que fueron constituidos. La dimensión pública del Estado, cuando no es atravesada por la participación de los ciudadanos, ya no puede ser considerada legítima. En las formas en las que existe, lo público es simplemente una superestructura del sector privado. Por lo tanto, se requiere un nuevo poder constituyente para la construcción del común. ¿Se puede decir más claramente que el movimiento de los indignados es un movimiento radicalmente constituyente?”
De todos modos, los ensayos políticos de Bolívar Echeverría
también nos han conducido a estas nuevas circunstancias en las cuales se
desarrollan hoy las luchas anticapitalistas. Él fue un teórico que luego de
pensar rigurosamente todas las implicaciones y consecuencias de lo que
analizaba, llegó a la conclusión de que la idea de la revolución y la
perspectiva socialista siguen siendo lo más avanzado de la modernidad y,
quizás, la única puerta para no despeñarnos hacia la barbarie y el desastre
ecológico.
Sus análisis políticos muestran su incesante pensar la
totalidad del mundo y su deseo por crear una visión de conjunto humanista y
ética radicales, que llaman a vivir y resistir, y a seguir buscando un mundo
libertario, igualitario y solidario, mediante la insistencia del pensamiento y
la acción socialistas revolucionarias.
Dicho de otro modo: a ser de izquierda, hoy y siempre.

Oswaldo Páez
Barrera. Escribe, realiza crítica de arte independiente, pinta, dibuja y,
ejerce la arquitectura y la docencia universitaria. Doctor (PhD)
–Sobresaliente Cum Laude– por la Universidad Politécnica de Cataluña
(UPC) 2010. Obtuvo también su título de Màster en Història.
Art, Arquitectura, Ciutat en la misma universidad. Su tesis doctoral
está publicada por la UPC. Ha publicado varios libros, ensayos y artículos.