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Gilles Deleuze ✆ Nicolas Cours-Barracq |
Especial para Gramscimanía |
Creo que los grandes filósofos son también grandes
estilistas. Si bien el vocabulario, en filosofía, forma parte del estilo,
porque implica tanto la invocación de palabras nuevas como la valoración
insólita de términos usuales, el estilo es siempre cuestión de sintaxis. Pero
la sintaxis es una cuestión de tensión hacia algo que no es sintáctico ni
siquiera lingüístico (un afuera del lenguaje). En filosofía, la sintaxis se
orienta hacia el movimiento del concepto. Pero el concepto no se reduce
exclusivamente a sí mismo (comprensión filosófica), actúa también en las cosas
y en nosotros: nos inspira nuevos perceptos y
nuevos afectos que constituyen la comprensión no filosófica de la
propia filosofía. Esto explica que la filosofía tenga una relación esencial con
los no filósofos y se dirija también a ellos. Puede incluso suceder que ellos
accedan a una comprensión directa de la filosofía sin pasar por la comprensión
filosófica. El estilo, en filosofía, tiende hacia estos tres polos: el concepto
(nuevas maneras de pensar), el percepto (nuevas maneras de ver y escuchar) y el
afecto (nuevas maneras de experimentar). Tal es la trinidad filosófica, la
filosofía como ópera: se necesitan las tres para que el movimiento tenga
lugar.
¿Qué tiene que ver Spinoza con todo esto? Más bien se diría
que carece de estilo, pues en laÉtica utiliza un latín muy escolástico.
Pero desconfiemos de aquellos de quienes se dice que “no tienen estilo”, pues,
como ya lo observara Proust, son a menudo los más grandes estilistas. La Ética se
presenta como un constante oleaje de definiciones, proposiciones,
demostraciones y corolarios en los que puede reconocerse un extraordinario
desarrollo del concepto. Pero, al mismo tiempo, surgen “incidentes” a título de
escolios discontinuos, autónomos, que remiten unos a otros y actúan
violentamente, constituyendo una cadena volcánica quebrada en la que rugen
todas las pasiones, en una guerra de las alegrías contra las tristezas. Se diría
que estos escolios se insertan en el desarrollo general del concepto, pero no
es así: se trata más bien de una segundaÉtica que coexiste con la primera
a otro ritmo, con otro tono, y duplica el movimiento del concepto mediante
todas las potencias del afecto.
Y existe todavía una tercera Ética, cuando comienza el
Libro Quinto. Spinoza nos enseña, en efecto, que hasta entonces ha hablado
desde el punto de vista del concepto, pero advierte que a partir de ese momento
cambiará de estilo para hablar mediante preceptos puros, intuitivos y directos.
Podríamos también pensar que, incluso aquí, continúan las demostraciones, pero
esto ya no ocurre del mismo modo. La vía demostrativa camina ahora por atajos
fulgurantes, actúa mediante elipsis, sobreentendidos y contracciones, procede
mediante resplandores penetrantes y desgarradores. No es ya un río, ni una
corriente subterránea, es fuego. Una tercera Ética que, aunque
aparece al final, estaba presente desde el principio, coexistiendo con las
otras dos.
En esto reside el estilo de Spinoza, bajo su latín tranquilo
en apariencia. Hace vibrar tres lenguas en una lengua aparentemente reposada,
introduce una triple tensión. La Ética es un libro del concepto
(segundo género de conocimiento), pero también del afecto (primer género) y del
percepto (tercer género). La paradoja de Spinoza consiste, por ello, en que
siendo el filósofo de los filósofos, en cierto modo el más puro, es al mismo
tiempo el que más se dirige a los no filósofos. Por ello, estrictamente todo el
mundo puede leer a Spinoza y extraer de su lectura emociones enormes o renovar
completamente su percepción, aunque comprenda mal los conceptos spinozistas.
Inversamente, un historiador de la filosofía que sólo comprendiera los
conceptos de Spinoza tendría una comprensión insuficiente. Se precisan dos
alas, como diría Jaspers, aunque sólo fuera para llevarnos a todos, filósofos y
no filósofos, hasta un límite común. Y las tres alas son el mínimo necesario
para constituir un estilo, un pájaro de fuego.