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Alain Badiou ✆ Alfredo Srur |
Verónica Gago
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Verónica Gago |
Con esa luz encima, Badiou camina parsimonioso a recibir el
Doctorado Honoris Causa: las dos manos unidas atrás; sereno y enérgico al mismo
tiempo. Consulta un celular barato cada tanto. Badiou tiene la melena blanca de
un hombre de 74 años y la seguridad jovial de un militante del mayo francés.
Lleva sus siete décadas sobre las espaldas como si cargara el siglo XX sobre
ellas: con todos sus dramas y lenguajes.
Hace muy poco Badiou se atrevió a reescribir a cuatro manos
el diálogo platónico más famoso, La República, y osó compartir autoría con el
mismísimo Platón, varios siglos después. A principio de año, en las vidrieras
parisinas y en los suplementos culturales franceses Badiou fue noticia con esta
remake contemporánea de un clásico. En
ese libro conversan personajes que el propio Badiou le presenta a Platón. Por
empezar, mujeres, ausentes en la obra griega.
Luego, migrantes sin papeles. Pero también Shakespeare, Mao, Freud y
Marx.
Como un herético, Badiou metió mano sobre un texto sagrado
de la filosofía. Le devolvió para este tiempo un tono de palabra viva, fuera de
la jaula letrada de eruditos y filólogos, para demostrar que la lengua de la
filosofía es siempre una lengua impura. En esta nueva versión, al fin y al
cabo, Badiou le exige a Platón una filosofía popular para convertir el
privilegio de pensar en "un aristocratismo para todos". Para Badiou,
Platón tiene que poder leerse en la banlieu parisina, ese cinturón periférico
de la gran capital.
***
El grupo de actores Futuro Anterior representa una obra de
teatro escrita por Badiou: Las calabazas. La sala de la universidad está llena.
Badiou mismo actuará: se hará pasar por Bertolt Brecht para debatir frente al
católico Paul Claudel en una saga de acusaciones mutuas sobre cómo entender el
teatro. En el escenario, Badiou se mueve cómodo, con gestos encendidos. Detrás
de un atril, primero lee en alemán. Luego sigue en francés. No le hubiese ido
mal como actor. Pero de nuevo se nota que es la banlieu lo que le interesa que
irrumpa en escena. Entonces le brillan los ojos cuando el personaje de Ahmed,
un joven obrero argelino habitado por un demonio, se hace escuchar y rapea unas
palabras que Badiou ha escrito para él:
Marginado. Soy un
paria
El que grita y patalea.
Soy el negro de las grandes capitales.
Soy cabeza. Y con gorrita.
Y el fasito en el bolsillo.
En la fábrica mi viejo
Regala su vida
¿Yo?, paso. Muchas gracias.
Para fábrica, la usina
De rabia, odio y rebeldía
Atraco, merca, grito.
Y cochazos ardiendo
¡Buen infierno!
Zapatillas y remeras.
Alpargatas no,
Y libros tampoco
Mafia, rap y celular.
Trenzados estamos. Los unos con los otros.
Y nosotros. Todos juntos.
Todo el mismo hervidero.
El que grita y patalea.
Soy el negro de las grandes capitales.
Soy cabeza. Y con gorrita.
Y el fasito en el bolsillo.
En la fábrica mi viejo
Regala su vida
¿Yo?, paso. Muchas gracias.
Para fábrica, la usina
De rabia, odio y rebeldía
Atraco, merca, grito.
Y cochazos ardiendo
¡Buen infierno!
Zapatillas y remeras.
Alpargatas no,
Y libros tampoco
Mafia, rap y celular.
Trenzados estamos. Los unos con los otros.
Y nosotros. Todos juntos.
Todo el mismo hervidero.
El actor que encarna a Ahmed termina su parlamento lleno de
guiños lingüísticos del conurbano. Parece increíble que lo haya escrito Badiou,
pero el filósofo tiene en la cabeza las revueltas y las quemas de autos en el
conurbano de París hace apenas unos años.
Un rato más tarde, el filósofo preguntará:
-Esta es también una
universidad de periferia, ¿no? Como París VIII, donde he dado clases tanto
tiempo.
***
Para Badiou, la
llegada a París fue una larga marcha, aunque no tan complicada como la que había
conducido su admirado Mao sobre la China comunista. Badiou nació y creció en la
costera ciudad marroquí de Rabat. Como tantos filósofos franceses famosos del
siglo XX (Althusser y Derrida por nombrar sólo dos) tiene en su origen la marca
de la patria colonial. Esa será una obsesión de Badiou: lo primero que hizo al
llegar a París fue militar contra la guerra en Argelia y desde hace una década
centra el eje de su trabajo político en los migrantes indocumentados, en los
trabajadores marroquíes o senegaleses que se ocupan de las peores tareas en la
Ciudad Luz.
-Esa memoria de la
lucha anti-colonial pero también la memoria del prejuicio colonial es de una
actualidad política innegable, -subraya Badiou con un francés llamativamente
elegante y claro-. La cuestión colonial
no es una fábula antigua de conquistadores, sino lo que se respira en los
suburbios o en un vagón de subte de la capital.
Pero entre Rabat y París hubo una escala provinciana, en la
que pasó sus años escolares en la ciudad de Toulouse, donde su padre Raymond
Badiou fue alcalde socialista entre 1944 y 1958. Antes ese líder de provincia
había sido un militante de la resistencia francesa contra la ocupación nazi.
Badiou prefiere quedarse con la imagen del combatiente en la clandestinidad más
que con la del funcionario socialista.
Las noches de Badiou en Buenos Aires fueron largas cenas,
casi siempre acompañado de su amiga y traductora, Laura Tejera. En una de esas
mesas se habló de los pesos familiares. Badiou contó:
-A mi padre le han
dedicado el honor de una calle que hoy lleva su nombre.
Y, al instante,
riendo, agregó:
-¡Yo no puedo no
competir con él! Al menos espero que me dediquen un boulevard.
Cuando era chico se escapó a probar a escondidas el vino de
la bodega familiar. Nunca se olvidó del reto de su mamá. Esas palabras fueron
tan poderosas que aun hoy no prueba una gota de alcohol. Y sin embargo, este
estudioso y polemista del psicoanálisis, cercano a Lacan, al que un pecaminoso
trago de vino le modificó la vida, nunca se psicoanalizó. Le gusta la verdad a
secas: sin atajo etílico y fuera de la gruta del analista.
De su madre ha hecho un personaje clave. Pero sin la
intermediación del terapeuta sino, como le gusta, en conversación imaginaria
con el padre del psicoanálisis. En ese género de reflexión freudiana contó que
su madre le dijo, ya muy mayor, haber estado perdidamente apasionada por un
profesor de filosofía que la abandonó. Su propia elección de dedicarse a las
ideas, lo entendió entonces, no era más que un modo de consolarla.
Inconcientemente, reflexiona Badiou, la filosofía es ese llamado del que no se
sospecha y que nunca acaba, como la pasión de esa madre por aquel pensador. De
vuelta, la filosofía es también, y sobre todo, una estrategia de seducción.
***
Entrar a los estudios de televisión se asemeja, esta vez sí,
a la caverna platónica. "Es un mundo tenebroso", bromea Badiou,
apenas pisa los oscuros pasillos de canal 7, la televisión pública de la
Argentina. "Es el mundo de la opinión", remata. Lo maquillan con
velocidad mientras se acomoda en la escenografía de acrílico naranja de Visión
7 Internacional. Es la primer entrevista de una sucesión de encuentros con
periodistas que le ocupará todo el día.
Badiou responde concentrado. Gesticula. No descansa. Badiou
celebra el fin del ciclo Sarkozy y se entusiasma cuando le preguntan por las
revueltas árabes. Luego, los pasillos lo llevan a la segunda entrevista, en el
programa El refugio de la cultura. Elogia el amor frente a un periodista
interesado en el amor líquido o en liquidar al amor. Esta vez su interlocutor
le habla en castellano. Badiou escucha la traducción simultánea y responde con
soltura. Las luces son fuertes pero en los estudios hace frío. A la salida, no
queda casi rastro del maquillaje. Badiou camina rápido, con la tarea cumplida.
Sale de la caverna.
***
"Esta es la gran
escena, ¿verdad?", se ríe y hace aspavientos con las manos. Pasa frente a
la mítica foto en blanco y negro de Perón y Evita en horas del renunciamiento.
Abrazo histórico que empapela la entrada de Canal 7. Badiou comenta con su
traductora la importancia que los matrimonios políticos parecen tener en la
historia argentina. Badiou ya visitó varias veces Buenos Aires, pero aun así se
resiste a opinar cuando le preguntan informalmente, entre cena y cena: ¿qué
piensa usted del peronismo?
Al entrar al rectorado de la UNSAM, en un edificio de
concreto y vidrios deslumbrantes, hay una gran sala de reuniones del Consejo
Superior. A veces, cuando una visita ilustre llega hasta esta universidad del
conurbano, se transforma en un restaurante de exquisiteces. Ya pasaron varias
horas desde el mediodía, Badiou dio una larga conferencia sobre la política y
su relación con el Estado. Escuchó las posiciones de una socióloga y un
filósofo argentinos que lo confrontaron. Luego conversó con algunos amigos que
fueron a saludarlo. Hasta el momento sólo tomó agua. Ahora, sentado frente al
rector Carlos Ruta, prueba los bocadillos de camarones. Hace preguntas por
Argentina: sobre la ley de migraciones, por ejemplo. Uno de los comensales
quiere saber sobre la reciente contienda electoral en Francia. Escucha con
interés el relato del surgimiento, hace veinte años, de la UNSAM como una
necesidad de las fuerzas vivas de la zona. A la hora de las definiciones
políticas presta atención a la exageración de un filósofo:
-Soy un peronista
brutal –dice.
Desde la otra punta
de la mesa, otro completa el chiste:
-Decir eso es un
pleonasmo.
Todo en francés. La
mesa entera ríe.
***
Badiou, con sus
prolijos pulóveres pegados al cuerpo, sale airoso y distendido de cada una de las
varias intervenciones públicas que tiene por día. Los anteojos los usa de a
ratos. Si no, los lleva en un estuche en la mano. No se cansa de hablar. Lo
atribuye a que su vocación en realidad siempre fue ser actor.
En la Universidad
Nacional de Córdoba, en el salón con madera labrada y sillas antiguas en el que
fue homenajeado con el Honoris Causa, Badiou declara:
-Se hace filosofía
cuando se está enamorado, cuando se hace matemáticas y cuando se milita.
También cuando se busca conquistar a un auditorio.
El auditorio, en su
mayoría juvenil, festeja las palabras de agitación del filósofo. Parece una vez
más haberlo conquistado.
Le tocan días soleados en el otoño porteño. Caminando por el
campus de San Martín parece un Sócrates seguido por discípulos. Una pequeña
multitud está desparramada a su alrededor. Pero no se trata exactamente de
estudiantes ni de fans en busca de su autógrafo. Es el equipo de filmación, a
cargo de Nicolás Terán, que registra su
paso por Argentina. Lo fueron a esperar a Ezeiza. Cuando Badiou pensó que sólo
debía seguir al remisero que tenía un cartelito con su nombre escrito en
marcador se vio asaltado por tres cámaras. "Like a star", fue lo
primero que dijo y sonrió.
Con el correr de los días, las charlas con el equipo de
filmación se vuelven más cariñosas, hasta personales en el caso del director
del documental. Badiou no parece incómodo en ningún momento, celebra los
chistes y se ríe de su proyección como estrella pop de la filosofía. Cuenta que
aun no hay ninguna película sobre él pero que una cineasta francesa está
recopilando distintas filmaciones de entrevistas y clases con la idea de armar
un rompecabezas de su trayectoria intelectual.
En youtube se
encuentra una entrevista de 1965 en la cual un jovencísimo Badiou dialoga con
un Michel Foucault de pacato traje oscuro, en blanco y negro. Badiou ya había
ejercido por entonces como periodista: en 1960 cubrió una enorme huelga de
obreros mineros en Bélgica. Allí, en ese país que lo marcará profundamente,
comparte asambleas y charlas. Al escuchar a los trabajadores se siente
inmediatamente "de su lado": hay verdad en lo que dicen. Desde
entonces, y en todos los géneros en los que es virtuoso, Badiou no relaja la
prédica –o la propaganda especulativa– de lo que señala como figura principal
de la política: el militante. Y es que repone, contra la cantinela del fin de
las cosas, ese lenguaje de la política que intuye, una vez más, verdadera: el
sujeto, el compromiso, la fidelidad, la revolución. Todo con un corpulento vozarrón.
***
Si tuviera que
exiliarse, lo haría en Buenos Aires. "Acá
no me siento sin lugar, no extraño a mi país". Admira de esta ciudad
la combinación extraña de nostalgia y creatividad. Pero también una suerte de
entusiasmo por el mundo de las ideas. Estas tierras han sido tempranamente
receptivas y curiosas de su filosofía. Aquí ha cosechado algunos de sus amigos
más fieles, como el filósofo Raúl Cerdeiras, impulsor del Grupo Acontecimiento,
desde hace veinte años. También una traductora embelesada con su obra, María
del Carmen Rodríguez, y un joven y entusiasta agitador de su filosofía: Leandro
García Ponzo.
Pero la presencia de Badiou es aun anterior: su primer texto
traducido fue "El (re)comienzo del materialismo dialéctico", en 1969,
sólo tres años después de su publicación en francés.
En San Telmo, los psicoanalistas argentinos Germán García y
Hugo Freda entre otros ofician de anfitriones y se asignan roles para
interpretar junto a Badiou El Banquete, de Platón. Mientras, el vino corre y la
comida no llega. En medio de un intercambio bullicioso, una estudiante de
filosofía de Tucumán aclara que es su cumpleaños y que ha viajado para verlo
especialmente a Badiou. Dice que mejor festejo, imposible. Entre los tangos que
se escuchan, el filósofo se abraza a la joven seguidora. Todos siguieron
bebiendo, menos Badiou.
-Lo que me sorprende
además de Buenos Aires es la fuerza del psicoanálisis, --dice a la salida.
-Es una gran
tradición –le dicen.
-Sí, pero lo que me
llama la atención es que esté más vivo aquí que en París o Nueva York.
***
A pesar de lo
prolífico de su obra y de la claridad matemática que sostiene en sus textos
confesó que le cuesta muchísimo escribir.
-Me tengo que retirar
en un lugar aislado durante dos meses. Y ahí sí: escribo noche y día.
Para esos momentos,
Badiou tiene lecturas que lo inspiran: siempre vuelve a Platón, Descartes y
Hegel. Con el primero se identifica especialmente en una tarea: "la
corrupción de jóvenes". “Es la mejor definición de la filosofía: corromper
realmente a la juventud, lo que quiere decir, darle la verdad que es capaz de
tener. Es por esto que el filósofo tiene enemigos, yo tuve una buena dosis,
pero también es un consuelo saber que tengo amigos”.
No es difícil
imaginarse a Badiou en una casa de montaña, rodeado de libros, dejándose
sorprender por la noche sin parar de escribir. Dice que lo hace pensando en la
juventud.
De hecho, a esa
juventud le dedica sus frases más contundentes sobre la fuerza transformadora
de desear lo imposible. También el aliento: "Trabajen su vida, no dejen
que ella trabaje sola". Corromperla es liberarla: sacarle el peso de la
tradición, la opresión de las ideas viejas, para que devenga aquello que es:
contemporánea de su propio tiempo. En todo caso, como Sócrates, Badiou seduce y
corrompe con la lengua de la filosofía. Y la filosofía vuelve a brillar como
una lengua impura y poderosa.