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Boulevard Montmartre @ Camille Pissarro |
En Baudelaire, París se hace por vez primera tema de poesía
lírica. Esa poesía no es un arte local, más bien es la mirada del alegórico que
se posa sobre la ciudad, la mirada del alienado. Es la mirada del flaneur, cuya
forma de vivir baña todavía con un destello conciliador la inminente y
desconsolada del hombre de la gran ciudad (Benjamin, “Baudelaire o las calles
de París”, en París, capital del siglo XIX. p. 184).
Es Baudelaire, para Benjamin, un revolucionario, el
paisajista de los marginados que ahora sufren la decepción de una ciudad que
insiste en devorarlos. La urbe que va transformándose en buena lid para los
burgueses, pero de consecuencias marcadamente duras para el pobre, melancólicas
para el poeta que observa la drástica metamorfosis. Se trata de París antes y
después de Haussmann.
Haussmann (1809) fue el prefecto del departamento del Sena
hasta 1870 y, en virtud de ello, comisionado por Napoleón III para el
embellecimiento de París. En ese sentido, se lleva a cabo el famoso Plan
Haussmann, que inicia una transformación agresiva en el corazón de Francia.
El proceso es descrito por Benjamin:
El ideal urbanístico de Haussmann eran las vistas en perspectivas a través de largas series de calles. Lo cual corresponde a la inclinación, que advertimos una y otra vez en el siglo XIX, de ennoblecer necesidades técnicas haciendo de ellas finalidades artísticas. Las instituciones del señorío mundano y espiritual de la burguesía encuentran su apoteosis en el marco de las arterias urbanas (p. 187).
Así, notamos, como hace ver Benjamin, que un propósito
tácito del proyecto haussmanniano no sólo era el ideal de modernización
urbanística, sino impedir las posibles revueltas sociales, con amplísimas
calles que dificultarían la formación de barricadas.
La verdadera finalidad de los trabajos haussmannianos era
asegurar la ciudad contra la guerra civil. Quería imposibilitar en cualquier
futuro el levantamiento de barricadas en París (Benjamin, p. 188).
En ese contexto, del paso de una ciudad célebre por el
ímpetu de su lucha social a la construcción de toda una urbe y sus afeites
modernos, escribe Baudelaire con la marcada nostalgia que viene a ser la voz de
todos los seres habitantes del margen que se ven simbólica y literalmente
desplazados por la construcción haussmanniana y la entrada sublime y traumática,
para algunos, de la modernidad.
En ese sentido, el poema “El cisne” refiere y dibuja, en
tono gris, todo este proceso:
Fecundó sudorosa mi
memoria fértil
Mientras yo atravesaba el nuevo Carrusel.
El viejo París se fue (la forma de una ciudad
cambia más deprisa que el corazón humano).
Mientras yo atravesaba el nuevo Carrusel.
El viejo París se fue (la forma de una ciudad
cambia más deprisa que el corazón humano).
Sólo percibo el
espíritu de aquellos campos de barracas,
Este montón informe de capiteles y arcos,
Las hierbas, los escombros, el verdor de los charcos,
y brillantes las vidrieras del bric-a-brac confuso.
Este montón informe de capiteles y arcos,
Las hierbas, los escombros, el verdor de los charcos,
y brillantes las vidrieras del bric-a-brac confuso.
¡París cambia, mas
nada en mi melancolía
ha cambiado! Palacios nuevos, andamiajes, bloques,
Viejos barrios, todo es alegoría para mí,
Mis queridos recuerdos pesan como piedras.
ha cambiado! Palacios nuevos, andamiajes, bloques,
Viejos barrios, todo es alegoría para mí,
Mis queridos recuerdos pesan como piedras.
En ese sentido, Benjamin señala sobre Baudelaire:
El París de sus poemas es una ciudad sumergida y más submarina que subterránea. Los elementos ctónicos de la ciudad —su formación topográfica, el viejo y abandonado lecho del Sena— han dejado en él huella. Sin embargo en Baudelaire, en sus “idilios funerarios” con la ciudad, es decisivo un substrato social: lo moderno. Lo moderno es un acento capital de su poesía (p. 184).
La transición de un siglo a otro es vista por Baudelaire con
los ojos del nostálgico. La alegoría refiere a la ciudad y el corazón humano,
poniendo el énfasis en la semblanza entre la sensibilidad del hombre ante la
transformación urbana que le toma por sorpresa, lo deslumbra e intimida, le
vuelve frágil. Se trata de la tradición histórica, el espíritu incendiario que
antes se dejaba ver en las calles parisienses frente a la frivolidad que ahora
suponen la vidriera, el pasaje, la piedra pesada, el gris cemento.
El movimiento del carrusel, la velocidad y alegría con la
que ahora mira occidente, en Baudelaire no es más que una máscara, pues retrata
tal luminosidad con cierto halo sombrío.
¡París cambia! Es el grito de fin de siglo que significa,
para algunos, la llegada de la Ciudad Luz, del progreso, en Baudelaire, el
ocaso melancólico y tenaz de una era que definiría la futura modernidad.