
Especial para Gramscimanía |
En esta ocasión nos concentraremos en el estudio del
parágrafo titulado “cuestiones de nomenclatura y de contenido”. Aquí, Gramsci
analiza la cuestión de los conceptos que utilizan los intelectuales para dar
cuenta de sus posiciones filosóficas.
Gramsci introduce la idea de los “intelectuales como
categoría social cristalizada” la que define como aquella pléyade de
intelectuales que “se concibe a sí misma como una continuidad ininterrumpida en
la historia y, por tanto, independiente de la lucha de los grupos, y no como
expresión de un proceso dialéctico por el cual todo grupo social dominante
elabora su propia categoría de intelectuales”. (p. 42) Sostiene que una de las
principales características de este tipo de intelectuales es la de vincularse
ideológicamente con los intelectuales que los precedieron históricamente
mediante el uso de las mismas categorías conceptuales o como él las llama “nomenclatura
de conceptos”. No habría pues, producción de nuevos conceptos.
Gramsci va a sostener que cada nueva superestructura
presenta, como “abanderados especializados”, a un nuevo grupo de intelectuales
que deben, por ser precisamente representantes surgidos de una nueva situación
estructural, forjar sus propias categorías conceptuales. De no ser así, si los
aparentes nuevos intelectuales se presentan como una continuidad de la
“intelligentsia” anterior, lo que tenemos es un “residuo conservador y
fosilizado del grupo social históricamente superado” y no nuevos intelectuales
capaces de interpretar la nueva situación histórica.
A continuación, el marxista italiano, introduce un análisis
más que interesante. Dice que “ninguna situación histórica nueva aunque haya
sido provocada por el cambio más radical, transforma completamente el lenguaje,
por lo menos en su aspecto externo, formal.” (p. 42) Se trata de una idea
central. Por más revolución que se haga, existen cuestiones simbólicas que se
resisten al cambio y que deben tenerse en cuenta para profundizar los cambios,
para ir a fondo con las transformaciones. Por demás, sostiene Gramsci, la
cuestión es sumamente compleja porque no podemos hablar de una cultura sino de
varias y también, de distintos aspectos de la cultura misma. Gramsci introduce
un ejemplo:
“Una clase con estratos que permanecen todavía en la concepción ptolemaica del mundo puede ser, sin embargo, la representante de una situación histórica muy avanzada; estos estratos están ideológicamente atrasados (por lo menos en algunos aspectos de la concepción del mundo, que todavía es en ellos disgregada e ingenua) pero están avanzadísimos en la práctica, es decir, como función económica y política”. (p 42 y ss.)
Con esto queda desbaratada la idea de que la historia debe
ser impulsada hacia adelante por algunos iluminados. Dicho de otro modo,
se puede ser un intelectual brillante y no sentir para nada lo que un grupo
social nuevo siente. El intelectual cristalizado representa a dicho pensador.
Es conservador y reaccionario frente a la novedad. En cambio, una persona sin
la formación intelectual de elite puede sentir junto al grupo social nuevo que
es distinto a lo precedente desde el punto de vista histórico y en vez de
vincularse al pasado y reproducir en el plano de las ideas aquellos componentes
superestructurales propios de la etapa pasada, crear nuevos conceptos para
adaptar la cultura a la función práctica.
Esto no quiere decir que deba rechazarse la herencia del
pasado. Existen “valores instrumentales”, cuestiones que pueden ser
resignificadas, reelaboradas. Esto implica todo un desafío intelectual porque
es necesario un estudio muy fino de qué concepto puede convertirse en valor
instrumental y que no. Gramsci pone los ejemplos del concepto “materialismo”
que ha sido tomado con el contenido que tenía en el pasado y del concepto de
“inmanencia” que ha sido rechazado de plano, como datos de un proceder que se
queda a medio camino. La cuestión sería más compleja. Ni rechazar de plano, no
tomar tal cual, reconceptualizar.
El italiano se preocupa por el rechazo que pueda, y de hecho
le cupo, a ciertas categorías pasadas que podían haberse convertido en valores
instrumentales mediante un ajuste del significado útil para expresar el nuevo
contenido histórico. Y a continuación, introduce la crítica a la posición de
Bujarin y la ortodoxia:
“La dificultad de adecuar la expresión literaria al contenida conceptual y la confusión de las cuestiones de terminología con las cuestiones sustanciales y viceversa son rasgos característicos del diletantismo filosófico, de la carencia de sentido histórico en la captación de los diversos momentos de un proceso de desarrollo cultural, es decir, son los rasgos característicos de una concepción antidialéctica, dogmática, prisionera de los esquemas abstractos de la lógica formal”. (p. 43)
Gramsci pasa entonces a analizar cómo el concepto “materialismo”
es utilizado según sea conveniente a los fines políticos modificando su
contenido. En efecto, puede expresar toda filosofía que excluya la
trascendencia o a toda filosofía que excluya el espiritualismo en política. La
verdadera preocupación del marxista italiano se vincula con el uso que se da al
término en el materialismo histórico; o mejor dicho, la recaída en un
materialismo vulgar que es propia del pensamiento dogmático que se plasma en el
manual de Bujarin. La cuestión central es que ninguna nueva filosofía puede
coincidir con ninguno de los sistemas del pasado y “la identidad de los
términos no significa identidad conceptos”. De lo que se trata es de emprender
una actividad crítica para resolver los problemas pasados elaborando nuevas
categorías conceptuales. Esto es lo que no sucede cuando se recae en el uso del
concepto “materialismo” tal como lo hacía la intelligentsia precedente.
Suele pensarse, aún desde dentro de las filas del marxismo,
que el materialismo histórico no es más que un materialismo tradicional
“ligeramente revisado y corregido” mediante la introducción de la dialéctica;
dialéctica que asume un rol instrumental, gnoseológico, tal cual lo hace la
lógica formal para las ciencias naturales. Es fundamental estudiar el contenido
cultural de los conceptos porque como dice Gramsci “bajo los mismo sombreros pueden cobijarse
distintas cabezas”. (p. 46) Por último, agrega que el
mismísimo Marx nunca llamó materialista a su concepción ni habló de dialéctica
materialista sino que utilizó la fórmula de “racional” que según el marxista
italiano es un significado más preciso. (p. 46)
Una cuestión más, casi al pasar. Con estos argumentos y
elaboraciones conceptuales Gramsci, en alguna medida, está abordando muchas
problemáticas también tratadas al interior de la filosofía y la historia de la
ciencia y en las ciencias sociales en general. En efecto, el marxista italiano
nos está diciendo, nada más y nada menos, que con las transformaciones que se
dan por el cambio de bloque histórico es necesario introducir nuevas categorías
conceptuales y que las mismas surgen de modos distintos de pensar y hacer. Tal
como el átomo de los atomistas griegos no es el mismo átomo de Niels Bohr, el
materialismo de los pensadores medievales no sería el mismo que el materialismo
para el positivismo, etc. Se abren pues una serie de líneas para seguir
indagando. Cuestiones tales como la convivencia de categoría nuevas con
perimidas en el mismo momento histórico, pensar desde dónde es posible la
reconceptualización, si es necesario que esta vaya acompañada de una revolución
al estilo de las kuhneanas revoluciones científicas o no y una infinidad de
problemas que escapan a los límites de este trabajo.
En la próxima entrada analizaremos cómo aborda Gramsci
cuestiones tales como la ciencia y la técnica y su tratamiento en el Ensayo
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