
El último libro de Alain Badiou desenmascara la
"democracia" como expresión del capital-parlamentarismo.
¿Qué democracia?

Ya hace un tiempo que se publicó un interesante libro (Démocratie, dans quel état?), La fabrique,
2009. Hay traducción: “Democracia en suspenso”, Casus Belli, 2010.) en el que el mismo Badiou junto a Giorgio Agamben,
Slavoj Zizek, Daniel Bensaïd, Wendy Brown, Jean-Luc Nancy, Jacques Rancière y
Kristin Ross se interrogaban precisamente sobre el sentido y la realidad del
término “democracia”; concepto vago que es usado al modo de la plastilina(ya
hablaba August Blanqui de “palabra-caucho”), de pantalla que con su
grandilocuencia oculta un estado de cosas absolutamente en las antípodas de su
significado originario al estilo de los mots-valisse
de que hablaba Roland Barthes, los cuales guardaban en sí un amplio abanico
semántico además de una extensa pluralidad de usos.
Ahora Alain Badiou retoma (¿ha dejado alguna vez de
preocuparse por este eje de la política desde los tiempos de Platón?) el tema
en su séptima entrega de sus textos de intervención, Circonstances, publicando
su libro en vísperas de las elecciones legislativas hexagonales, concluyendo,
tras el repaso realizado, en la exactitud del lema sesentayochesco éléctions piège á cons.
El libro se lee en un suspiro y en su sencillez plantea
verdades como puños. Es seguro que quienes viven del tinglado parlamentario o
aquellos que dan tal sistema como el mejor de los mundos posibles o al menos se
agarran al clavo ardiendo dando por buena la afirmación de Churchill de que era
lo menos malo, pondrán el grito en el cielo clamando: simplificador, leninista
puro y duro( era Vladimir Illich Ulianov quien interrogaba. ¿democracia, para
qué?), comunista trasnochado, autoritario, anti-demócrata, etc.
La brevedad de las páginas resultan suficientes para meter,
con innegable puntería, el dedo en la llaga, en las diferentes llagas por las
que sangra el sistema imperante. Comienza aclarando que él no ha evitado
participar en el juego parlamentario siempre, pues en los tiempos anteriores a
1968 se había implicado en tales tareas.
La fecha nombrada, no obstante, fue la que le despertó del “sueño
parlamentario” al ver como las elecciones eran el mecanismo utilizado para
frenar cualquier movimiento de masas, como mostraron los hechos del mayo del
año señalado, anteriormente las jugadas gaullistas en los tiempos de la guerra
de Argelia, o más tarde las recientes movilizaciones de los países árabes que
han sido disueltas en sus pretensiones por los mecanismos electorales que
siempre reconducen las ansias populares en una vuelta al orden de los dueños
del cotarro y sus servidores y epígonos.
Subraya el nefasto papel colaboracionista que ha jugado
alguna “izquierda”-especial énfasis el que le hace centrarse en la
socialdemocracia- en la reconducción y sofocamiento de las revoluciones: 1848,
la Comuna de París, el asesinato por orden de Nolte y sus matones de los
espartaquistas Rosa Luxemburgo y Karl Liebneckt, su patriotismo colonialista
puesto en escena en el caso argelino (Guy Mollet y François Mitterrand) y en
otros, amén de las bajadas de pantalones
securitarias y ordenancistas, económicas aparte de Lionel Jospin et compagnie, etc., etc., etc.
Desentraña posteriormente los mecanismos pactados /
impuestos con el permiso, y la dirección de los poderes mercantiles y
financieros, en las formas de gobernar. El quid de la cuestión reside en que
nunca se desborde el marco organizado, y que no se toque para nada los aspectos
relacionados con la propiedad. Esta supremacía del “totalitarismo parlamentario” , “oxímoron que
tiene la ventaja de subvertir la oposición consagrada entre totalitarismo y
democracia”, hace que se presente como absolutamente necesario el votar, y una
vez conocidos los resultados, si éstos no resultan del agrado de los
filoparlamentaristas, dudar de si se
debían haber propiciado las elecciones, como demostró el caso argelino o ahora
confirma el caso egipcio.
Algo paralelo al elitismo de los propagandistas del la
democracia que luego sólo cuentan con el pueblo acomodado (las llamadas clases
medias), marginando a los indomesticables, como subrayaba con acierto Jacques
Rancière en su La haine de la démocratie (La Fabrique, 2005. Hay traducción en
Amorrortu, 2006); no estamos lejos de la distinción entre patricios y plebeyos,
quedando los segundos fuera del juego electoral.
Así pues, siguiendo el hilo argumental del libro dentro del
juego establecido sólo pueden llegar a las labores del gobierno quienes “no
hagan cosas muy diferentes de lo que había antes”, haciendo bueno aquel
lampedusiano “que todo cambie para que todo siga igual”; todo ha de permanecer
dentro de los límites del consenso entre derecha extrema y derecha de la
izquierda o izquierda de la derecha.
En el caso de las elecciones de su país Badiou enjuicia la
labor realizada por Sarkozy, “peor que lo previsto”, con sus tendencias
restrictivas de derechos laborales y de salarios, sus proclamas contra los
extranjeros y la cuadrillalización policial del país y, en especial, de los
barrios potencialmente conflictivos ; si la derecha pura y dura queda
desnudada, la oposición, ahora en el gobierno, de los Hollande y compañía no
augura un porvenir más prometedor, y basta con ver la historia de la
socialdemocracia y su labor gestora de los intereses del capital y sus
complicidades con todo tipo de ajustes, recortes, reconversiones…sin escapar
para nada del espíritu obediente.
Concluye Badiou con unos puntos en los que resume las
posturas expuestas a lo largo del libro y en los que afirma que en la actual
situación cualquier votación no hace sino confirmar el poder consensual del
entramado del capitalismo liberal, al otorgar los votos a las una de las dos
fracciones que se encadenan para mantener el statu quo, amén de sus propios
puestos y prebendas. Así-según él- “no
hay razón alguna para votar, ni habiendo o sin haber un movimiento de masas en
marcha, ni a favor de la derecha, ni contra ella; ni a favor de la izquierda ni
contra ella, ni a favor de lo que no será ni la izquierda ni la derecha, ni a
favor de la unidad nacional de los dos, ni a favor de quienes quisieran
suprimir el voto y reinar por la fuerza”.
Sólo podría votarse pues en caso de darse un movimiento de
masas victorioso que organizase las elecciones fuera del control de quienes
mueven los hilos de la economía y sus fieles servidores, los componentes de la
casta política.
Que usted lo vea… y que lo veamos todos, si bien aquí ya
juega un papel fundamental la fe que se tenga en el porvenir, en un futuro luminoso que, a no ser que uno
sea un optimista irredento y compulsivo, se antoja no ya problemático sino
lejano, como de otro mundo…quizá en este orden de cosas se dé una coincidencia,
al menos, temporal con la postura propia de los anarquistas en lo que hace a
las urnas, que no a otros menesteres; mas todo esto ya es otro asunto que nos
llevaría mucho más lejos, casi tanto como el escenario que imagina Alain
Badiou. Al menos al que esto escribe así se lo parece. Y la pregunta que se
plantease Chernichevski en su utópica novela y se replanteara Lenin años
después sigue planeando: ¿qué hacer?
P.S.: Surge inevitablemente un torrente de dudas acerca de
estas cuestiones cuando se observa que el mismo Jacques Rancière en vísperas de
los comicios mantenía no esperar nada del Front de Gauche de Jean-Luc
Mélenchon, y elogiaba en cierto sentido al NPA, al mantener que el juego
electoral al menos en estos momentos no es
propicio para participar en él , llamando en cierto sentido a mantenerse
al margen; postura coincidente en bastantes aspectos con la postura expuesta,
la de Badiou.
Mientras tanto, quizá
haciendo gala de un posibilismo utilitarista, hay sectores de la “izquierda de
la izquierda” que en la segunda vuelta llamaron a votar a Hollande más que nada
para frenar los desmanes del fogoso marido de la cantante Carla Bruni…guiados
tal vez de que es mejor lo malo que lo peor…No sé. Lo que sí creo saber es que
no son buenos tiempos para las posturas de izquierda coherente, rebelde
y…anti-capitalista.