
Para alguien con afición a la lectura de los Quaderni de
Antonio Gramsci, la de las páginas que componen Americanismo y fordismo no deja
de plantear ciertas dificultades. A la admiración que habitualmente suscita aún
hoy la fuerza del pensamiento de Gramsci, que puede llegar a ser
particularmente intensa en este caso, se añade precisamente aquí un sentimiento
contrapuesto, distinto, que impone cierto distanciamiento en el lector y señala
inmediatamente la necesidad de realizar una evaluación crítica del texto al
mismo tiempo a admirado. Explicar esta contraposición sentimental –así
manifestada, en las emociones inmediatas, como reveladoras de nudos teoréticos-
es el objeto de estas líneas, las cuales no pueden componer más que una
lectura, esto es, una interpretación esencialmente diacrónica, desde la
problemática del Presente.
Es un lugar común entre los estudiosos que Americanismo y
fordismo contiene entre otros un elemento anticipatorio. Gramsci va a descubrir
acertadamente rasgos destacados de un
período del siglo xx justamente en el momento en que ese período se
abre. La lectura de hoy lo contempla ya cerrado. Debe declararse ante todo el
triple sello que le pone fin: 1 ) la crisis del “Estado del Bienestar”, saldada
con la reducción a mínimos de los márgenes de la actividad de éste, según unos,
o con su conversión en mero “Estado intervencionista”; 2) la tercera revolución
industrial, con tecnologías que reducen el tiempo de trabajo necesario para la
producción de bienes; 3) la apertura de una gran crisis ecológico-social, no
resuelta.
El lector percibe en seguida ciertas oscilaciones en el
punto de vista desde el que se escriben los textos sobre Americanismo y
fordismo. Estas oscilaciones se explican sólo en parte por la discontinuidad de
la redacción, realizada al hilo de lecturas y en momentos muy distintos, y también, en parte, por tratar una serie de
problemas “cuyas resoluciones se intentan y se plantean en las condiciones
contradictorias de la sociedad moderna” por decirlo con palabras de Gramsci. Pero
eso no lo explica todo. A mi modo de ver, la autocensura del escribir
carcelario impide la manifestación clara de las distintas preocupaciones del
autor, que permanecen casi sumergidas, responsables principales de la
oscilación de puntos de vista.
Los transfondos
Una de las preocupaciones de Gramsci la constituye la
política de industrialización de la Unión Soviética. El epígrafe
‘Racionalización de la producción y del trabajo” permite comprender sus
razones. Gramsci señala que la tendencia política representada por Trotski
planteaba correctamente problemas (mediados los años veinte) respecto de esa
industrialización, pero propugnaba soluciones prácticas profundamente
equivocadas. Según Gramsci esta tendencia manifestaba el proyecto
insuficientemente racionalizado de dar la primacía a la industrialización en la
Unión Soviética. Esta “racionalización insuficiente” se traducía en la
propuesta de acelerar la implantación de la disciplina y el orden industriales
y promover la correspondiente adecuación de las costumbres sociales con métodos
coercitivos exteriores al proceso de producción, según un modelo militar.
Gramsci creía que una política así solo podía dar lugar al bonapartismo, y de
ahí la necesidad de derrotarla políticamente, esto es, de superarla.
Si entendemos que la política aplicada por Stalin tras la
derrota como grupo político de la tendencia encabezada por Trotski consistiría
precisamente en eso (con la variante stajanovista, de emulación destajista
apoyada coercitivamente por el Estado, en vez de los “ejércitos del trabajo” de
Trotski), y que esa política condujo efectivamente al bonapartismo staliniano,
se comprenderá el alcance de la posición de Gramsci. Éste, que en 1926 se había
manifestado claramente contrario a la de Trotski, se opuso con energía no menor
a los métodos burocráticos empleados para zanjar el problema político sin
resolverlo materialmente en la III Internacional y en la Unión Soviética.
La disidencia de Gramsci en este punto es central, pues toca
un punto neurálgico de su innovadora concepción de las relaciones
político-sociales: Trotski, y también Stalin, abordaron el problema de la
industrialización soviética desde el punto de vista del dominio político de
este proceso; Gramsci lo hace desde el punto de vista mucho más complejo de la
hegemonía, de la búsqueda no ya de mero consenso político sino de
identificación autónoma de la sociedad con un proyecto, capaz por tanto de
materializar las condiciones metapolíticas sin las cuales este último se vuelve
irrealizable. Es ésta una de sus preocupaciones en el análisis del
americanismo, aunque, con referencia a los textos, es una preocupación que está
en segundo plano.
Y hay también otra distinta, cuya clave puede buscarse en
ciertos pasajes de “Autarquía financiera de la industria”, que tiene la forma
de un largo comentario de una idea de M. Fovel, en el que tanto al principio
como al final se plantea la cuestión de si este autor, cuya biografía
político-social traza de paso cuidadosamente, habla por sí mismo o expone ideas
de “determinadas fuerzas económicas” -esto es, de la patronal industrial
italiana. Pues lo que se examina es en realidad la idea de pacto social sobre
la base del crecimiento económico para la modernización económico-social de
Italia. Una modernización que, como señala inmediatamente Gramsci, es
crecientemente incompatible con un Estado corporativo que además crea nuevas
formas de actulación parasitaria. Gramsci considera pues la posibilidad de que
las exigencias de la modernización italiana faciliten a los trabajadores
posiciones más activas socialmente y conviertan al Estado fascista en un
estorbo para los empresarios industriales.
De este trasfondo doble pero emparentado -se trata en ambos
casos de modernización industrializadora- nacen las oscilaciones en los énfasis
de los textos de Americanismo y fordismo. Que hay que leer además tomando en
consideración el convencimiento gramsciano de que la época de los ataques por
sorpresa, de los asaltos revolucionarios, había quedado cerrada (tal es su
lectura estratégica de la política de frente único que había defendido junto a
Lenin en la dirección de la III Internacional) y se entraba en una época
definida con la metáfora de la “guerra de posiciones”: una época de avances y
retrocesos microscópicos y de cambios lentos en la correlación de fuerzas
político-sociales. Una etapa histórica en la que se hace relevante comprender
la estrategia igualmente de movimientos microscópicos, “de guerra de
posiciones”, del adversario político-social, pues es a éstos a los que hay que
adecuar el propio combate y la propia energía. Gramsci inventa, para designar
la guerra de posiciones del adversario, el concepto de “revolución pasiva’ .
Americanismo y
revolución pasiva
En la última redacción de los textos que se comentan aquí
lleva antepuesta unas líneas introductorias en las que Gramsci señala el motivo
de interés por la socioeconomía y la política implicadas en las innovaciones
técnico-productivas y económico productivas del empresariado norteamericano de
punta, por el modelo americano. Éste tiende a organizar una economía
programada. Los problemas examinados han de verse como pasos de la transición
del individualismo económico (o concurrencia de muchos capitales) al
capitalismo organizado (y también, en los pasajes con clave “soviética”, como
problemas generales de la industrialización, aunque ello es textualmente
secundario).
Gramsci plantea en forma de dilema el significado futuro de
aquella transición. Una posibilidad es que el conjunto de cambios cree las
condiciones de una explosión revolucionaria “de tipo francés” -dice con su
inteligente autocensura carcelaria-: las condiciones de un cambio
revolucionario, en el sentido de una “revolución según El Capital de Marx”. La
otra posibilidad es que los cambios de esa transición sean precisamente una
revolución pasiva, una contrarrevolución social innovadora. No resuelve el
dilema en e1 texto, pero todo indica que consideraba el fordismo como elemento
de una revolución pasiva (al menos para todo un período histórico).
Hay pues, en este trabajo del antiguo dirigente político de
los comunistas italianos, una reflexión fundamental sobre la base inmaterial de
un replanteamiento estratégico de gran alcance. Pero se advierte inmediatamente
el carácter fragmentario e incompleto de esta reflexión, tal como ha llegado
hasta nosotros. Pues, como más adelante se advertirá, abre numerosos
interrogantes. Uno de ellos estriba en saber cómo creía Gramsci que podía
evitarse, en una revolución pasiva, que e1 movimiento emancipatorio quedara
despojado de sus dirigentes políticos y sociales o, dicho en términos mis
generales, perdiera su orientación. A Gramsci no se le escapaba que la
liquidación del Estado fascista, al tiempo que permitiría la reconstrucción de
las organizaciones del movimiento obrero, daría o bien la seña1 de partida o
bien un impulso poderoso para una innovadora restauración del “orden” del
capital.
Este interrogante remite a otras cuestiones que exceden los
límites de estas páginas, como es la concepción gramsciana del partido emancipatorio,
la cual, pese a contener un elemento innovador de primera magnitud respecto del
leninismo –la idea de intelectual colectivo impulsor de una reforma moral y
cultural-, sigue teorizándose como dotado de consistencia ideológica (como
sujeto portador de una concepción del mundo) y no simplemente programática.
El modo de abordar Gramsci ciertas cuestiones específicas
permite establecer otras diacronías, ahora en sentido fuerte: indicaciones de
que su tiempo hizo es ya el nuestro. Para poner de relieve algunas de ellas se
agruparán los asuntos de que se ocupa principalmente Americanismo y fordismo en
torno a tres materias (que por otra parte parecen las centrales del original
gramsciano): las exigencias que la modernización productiva impone al empresariado
y al Estado, las que impone a los trabajadores y, previamente, lo que Gramsci
llamaba “una composición demográfica racional”.
“La demografía
racional”
Gramsci considera que entre los Estados Unidos y la Europade
su tiempo -e Italia en particular- existe una diferencia Básica: los Estados
Unidos tienen “una composición demográfica racional”, consistente en que no hay
en su población clases numerosas sin una función en el universo productivo,
esto es, clases absolutamente parasitarias, Por el contrario, en Europa existen
clases así. Particularmente en el sur de Italia, existe una pequeña burguesía
“pasiva”, devoradora de la renta agraria, que dificulta la expansión
industrial. La consideración de Gramsci es muy lúcida en términos estrictamente
demográfico-económicos. De un modo u otro, la ulterior expansión industrial
europea ha estado condicionada por la necesidad de una reconversión ”
demográfica” de acuerdo con las características concretas de cada país: así, en
España, grandes movimientos migratorios han reducido drásticamente la población
campesina, etc.
Lo relevante, sin embargo, es una observación lateral de
Gramsci: según él, los norteamericanos que se han ocupado de la
industrialización no han tratado de este prerrequisito suyo porque la
“composición demográfica racional” en América “existe ‘naturalmente’ ”. Este
“naturalmente” va entrecomillado en el texto; por ello hay que entender que
Gramsci no consideraba “natural” en sentido estricto la demografía así
adjetivada, sino como un producto histórico que ha resultado aproblemático para
la industrialización. El quid del asunto relevante para establecer la diacronía
está ahí. Pues no hay nada de eso. El genocidio de las naciones indias
americanas, definitivamente impulsado por la construcción de los ferrocarriles
intercontinentales -esto es, por la primera industrialización, por sus
concomitantes necesidades comerciales-, es la base de la “racional” composición
demográfica norteamericana. Gramsci, simplemente, no lo percibe o no lo toma en
consideración, aunque si percibe lo que con ironía refiere como la “riqueza” y
la “complejidad” de la historia de la civilización europea, con su comercio de
rapiña, etc., que ha dejado un mantillo de sedimentaciones demográficas
pasivas.
Salarios y
financiación industriales: El Estado
Probablemente el mayor interés anticipatorio de los textos
de Americanismo y fordismo se encuentra en la consideración por Gramsci de las
exigencias que la modernización productiva impone al empresario y al Estado.
Así, las reflexiones gramscianas sobre los salarios altos
que las industrias de punta, “tipo Ford”, pagan a los trabajadores. Aunque hay
una línea de pensamiento en la que se indica que esos salarios altos son
propios de una situación particular, que están relacionados con el “prestigio
de empresa”, con una situación de monopolio incompleto, etc. en esa reflexión
se advierten dos novedades importantes. Los salarios altos evitan cierto grado
de coerción directa para la adaptación de los trabajadores a los nuevos métodos
industriales. Esto es: aunque Gramsci no cree que los salarios altos (y la
consiguiente elevación del consumo) sean un fenómeno primario, percibe sus
consecuencias para la hegemonía. Y, además, superando un prejuicio, al advertir
que lo dicho no basta para explicar el fenómeno, sugiere que en las industrias
fordistas hay que buscar algún elemento nuevo que sea el origen real de los
“salarios altos”:
El elemento nuevo -según sabernos hoy- es la producción
masiva a costes decrecientes, mediante una racionalización productiva. El
razonamiento no es completo aún, al menos en este punto: Gramsci cree que la
elevación de los salarios se debe a la necesidad de compensar con un nivel de
vida más alto el mayor desgaste físico y psíquico impuesto a los trabajadores
por los nuevos métodos, y propende a considerar a la economía capitalista en su
conjunto como tendente a la homogeneidad (ya que no a la estabilidad); no
percibe la necesidad de generar demanda implicada por la expansión de la
producción. Pero capta certeramente un rasgo esencial del nuevo orden
industrial, que trata de sustituir la coerción por la persuasión indirecta, por
la hegemonía. Otros rasgos, como la nueva fragmentación del mercado de trabajo
y la ampliación numérica de lo que se ha llamado “aristocracia obrera”,
privilegiada, son advertidos también anticipatoriamente.
Esta comprensión anticipatoria de Gramsci no termina ahí.
Pues se interroga, siempre a propósito de la
modernización productiva, acerca de la posible sustitución de la
financiación externa, del capital financiero, por otra ligada directamente a
las empresas industriales. La cuestión planteada es en realidad si el
desarrollo puede partir de la interioridad del mundo industrial (empresarios,
saberes técnicos, trabajadores). Y acerca de si la lógica de la modernización
exige un cambio en las funciones del Estado: la intervención pública en el
proceso productivo.
La primera cuestión, relativa a la “financiación interna”,
amplía el razonamiento que antes se había señalado como inacabado. Se trataría,
según Gramsci, de conseguir que todas las rentas industriales procedan de la
aportación a la empresa (en forma de saberes técnicos, trabajo, financiación) y
no de la lógica del derecho de propiedad en abstracto. Esto es en cierto modo
una anticipación de las políticas económicas keynesianas, o idea de una
producción a costes decrecientes que pudiera dar de sí más plusvalía, altas
ganancias, crecimiento de los salarios reales y cierto ahorro obrero (evitando
a los ahorradores “parasitarios” devoradores de plusvalía).
Advierte también que el Estado va a verse en la necesidad de
intervenir activamente en el ámbito económico. Llega a esta convicción a partir
del análisis de la nueva función financiera del Estado desarrollada en la
crisis del 29. E infiere las consecuencias: el Estado, mediador financiero, no
podrá limitarse a la tarea de controlar la inversión: también tendrá que
intervenir en la producción, como regulador central. Gramsci anticipa incluso
que su intervención habrá de consistir a veces en salvar empresas en crisis,
esto es, percibe que la nueva función estatal alterará el concepto de
viabilidad económica del capitalismo concurrencial, la cual cederá el paso a la
viabilidad político-económica característica del capitalismo organizado.
Los trabajadores: Taylorismo
y moralidad
Las cualidades anticipatorias de Americanismo y fordismo en
lo tocante a los rasgos económicos del capitalismo organizado parecen perderse
y hasta confundirse cuando Gramsci se ocupa de ciertos aspectos de la
adaptación de los trabajadores a las innovaciones tecnicoproductivas. Estos
aspectos tienen que ver sobre todo con la aclaptación psicológica al taylorismo
y con la moralidad sexual y vital del trabajador-masa.
Como es sabido el taylorismo consiste en la descomposición
analítica de las operaciones de trabajo, asignando a cada trabajador la
realización de un gesto productivo único, que se repite infinitamente, en la cadena
de producción. Se trata de los métodos de organización laboral que el
“anarquista” Chaplin satirizó en Tiempos modernos precisamente por sus efectos
sobre los trabajadores. Gramsci, sin embargo, se abstiene de criticar los
métodos gestual-repetitivos de la organización taylorista del trabajo, basada
en la utilización más intensa posible de la energía de los trabajadores para el
fin empresarial; en realidad hace todo lo contrario. Según él, con estos
métodos no muere o se embrutece la espiritualidad del trabajador. Sólo se
adapta el gesto físico (para entendernos: como si el trabajo en esas
condiciones se pareciera a la conducción “automática” de automóviles), pero con
la adaptación el cerebro quedaría en completa libertad.
Cualquier problema de interpretación puede descartarse aqui.
Aunque en algún momento Gramsci señala que la adaptación al industrialismo es
un cambio para la humanidad tan radical como el paso del nomadismo y el
pastoreo a la agricultura y exige toda una época histórica, lo cierto es que no
está refiriéndose positivamente a la adaptación de los trabajadores a los
métodos industriales que puedan surgir a lo largo de todo ese período
histórico, sino específicamente al taylorismo de su tiempo. Y tenemos
suficiente evidencia para señalar, que Gramsci incurre en un enorme error de
juicio. Simone Weil, que quiso experimentar por sí las condiciones de trabajo
de la clase obrera precisamente en una factoría taylorizada, ha dejado en la
condition ouvrière un relato impresionante del embrutecimiento físico y el
agotamiento espiritual que estos métodos producen en los trabajadores incluso
ya “adaptados”. Los técnicos empresariales en organización del trabajo, por lo
demás, tampoco han juzgado como Gramsci: precisamente se han esforzado por
hallar formas de organización (rotación en las tareas laborales, etc.) que
palien las consecuencias indeseadas del trabajo mecanizado en la individualidad
de los trabajadores, y ni siquiera hoy consideran resuelto el problema.
Igualmente ilustrativas de una línea de reflexión no sólo
equivocada sino incluso con inquietantes consecuencias políticas son las
consideraciones de Antonio Gramsci relativas a la moralidad sexual de los
trabajadores y también, específicamente, al prohibicionismo antialcohólico de
aquellos años.
El industrialismo es visto por Gramsci como lucha contra la
“animalidad” del ser humano. La lógica industrial exige según él una “rígida
disciplina de los instintos sexuales”, tendente a contener los usos deportivos
del sexo en beneficio de los reproductores, al objeto de reservar para la
producción la energía psico-física de los trabajadores. El tiempo de notrabajo,
en el que se repone esta energía, no es visto como “tiempo para la libertad”,
sino como un tiempo que es necesario codificar en esta clave puritana. En tal
contexto racionaliza también el prohibicionismo, considerado no ya como
exigencia ideológica sino más bien estructural, productiva. Los nuevos métodos
industriales necesitan según Gramsci la estabilidad de las relaciones sexuales,
el reforzamiento de la institución familiar y la eliminación sin piedad de los
sectores de la clase obrera que no se adapten a esta pauta de comportamiento,
cuya práctica moral contenga rasgos libertino-libertarios.
Por lo demás, Gramsci percibe que los intentos de imponer
tales modelos de comportamiento realizados por los industriales americanos
técnicamente más avanzados (menciona con frecuencia el interés de Ford por la
vida privada y familiar de los obreros de sus fábricas) no han conducido a que
la contención en la conducta se convierta en una “segunda naturaleza” para los
obreros. Por ello cree que en determinadas circunstancias por ejemplo, una gran
crisis, con desempleo y desmoralización profunda de las clases trabajadoras-
las iniciativas ‘”puritanas” podrían convertirse en función del Estado si los
métodos de la sociedad civil (i.e., la disciplina empresarial y la
autoeducación obrera) resultaran insuficientes.
Estas posiciones de Gramsci pueden contemplarse desde el
punto de vista de la previsión o comprensión de los procesos sociales y desde
un punto de vista programático. Abordando ahora sólo la primera perspectiva,
puede decirse que Gramsci sobrevaloró las tendencias “puritanas” relacionadas
con el fordismo de los años veinte y treinta y las consideró consistentes con
las nuevas técnicas, vistas además -como se ha señalado- aproblemáticamente.
Con el correr de la etapa que entonces se abría, sin embargo, el problema
social ha sido precisamente el contrario: el consumismo hedonista -fenómeno en cuyo interior el consumo”
deportivo” de sexo actúa como elemento psicomotor- ha sido fomentado hasta el
paroxismo por una producción masiva que necesita crear su propia demanda. El
puritanismo “fordista” resultó ser, en el capitalismo organizado, un falso
arranque, un elemento propio de la cultura norteamericana, derivado de sus
componentes religiosos, sin equivalente en otras sociedades (y aún así, en la
forma considerada por Gramsci, característico sólo de un periodo de la historia
norteamericana) dotadas de tecnologías industrial de punta.
Gramsci entre dos
socialismos
El acierto y el error de Gramsci en Americanismo y fordismo
nos permiten localizar su lugar como pensador, casi único entre los grandes, en
la historia del movimiento emancipatorio.
Gramsci se sitúa intelectual y políticamente mas allá de lo
que pudiéramos llamar el marxismo clásico y el comunismo de la III
Internacional en varios asuntos importantes, En el plano político, por su
interpretación estratégica -no táctica- de la política de frente único (que le
habría distanciado no sólo por el asunto Trotsky del zig-zag posterior dela
Internacional comunista), Gramsci asumió a fondo los supuestos de aquella
política y la elaboró teoréticamente de un modo creador. Con buen arte, en la
cárcel de Turi, el cerebro que según Mussolini había de dejar de pensar
construyó los instrumentos conceptuales de “guerra de posiciones”, de
“revolución pasiva”, de “partido orgánico”, de “reforma intelectual y moral” y
sobre todo de “hegemonía” (concepto este Último capital para la filosofía y el
pensamiento políticos, hoy sin embargo trivializado hasta un punto en que sólo
lo usan fecundamente casi unos pocos historiadores), y, con ellos, renovó la
capacidad de comprensión del universo social.
Así pudo percibir anticipatoriamente Gramsci los rasgos que
iba a adoptar la adaptación correctora del capitalismo, lo que llegó a llamarse
posteriormente “Estado del Bienestar”, y comprender bien su lógica interna:
desde la autofinanciación industrial hasta la reestructuración de los aparatos
estatales para desarrollar funciones activas de intervención económica, pasando
por la atracción hacia el ideario burgués de una aristocracia obrera ampliada.
Gramsci tenía una imagen bastante completa del terreno en que habría de
librarse en el futuro la guerra de posiciones. Pocos pesimismos de la
inteligencia tan inteligentes, pues además advirtió el carácter problemático,
tanto desde el punto de vista social como desde el punto de vista político, de
una industrialización acelerada dela Unión Soviética.
No obstante, Gramsci se mantenía aún en la concepción del
mundo característica de las Internacionales I y III (y, si hacemos abstracción
de los planos moral y político, también de la II). Pues concebía el socialismo
como interesado ante todo por el desarrollo de las fuerzas productivas, por el
progreso material. Un desarrollo y una socialización objetiva del proceso
productivo que el capitalismo inicia y recorre a su manera. Gramsci comparte
con Marx la perspectiva del comunismo como sociedad de abundancia (“a cada cual
según sus necesidades”, con una versión en el fondo naturalista, o en todo caso
poco elaborada, del concepto de “necesidad”).
El mito de la “sociedad de la abundancia” -que por ironía de
la historia comparte con Marx la ideología hegemónica entre las actuales
poblaciones del “norte” industrializado del planeta- se halla en el origen del
acrítico productivismo, muy “hombre nuevo”, de Americanismo y fordismo. El
“desarrollo de las fuerzas productivas” entendido corno sinónimo de “progreso”
suscita una percepción selectiva de la realidad que minimiza -vistos desde la
meta, desde un tiempo siempre futuro, no desde el presente- los lados
destructivos de la industrialización. De ahí el olvido de las naciones
exterminadas y la apología del taylorismo.
Esta última resulta difícil de sopesar en Gramsci. Su
evaluación de los nuevos métodos industriales no es ciertamente idílica –la
adaptación de los trabajadores tropieza con resistencias – pero sí forzada,
hasta el punto de prescindir de importantes rasgos de la realidad. Por otra
parte, el productivismo le lleva a dejar de lado el problema constituido por el
hecho de que los nuevos métodos hacen insalvable entre clases sociales la
separación entre saber tecno-científico en la producción y saber
práctico-productivo, el saber de los trabajadores. Esto es: los nuevos métodos
consolidan la exploración del momento intelectual de la producción.
Obviamente, este problema no se puede abordar románticamente,
como se hace demasiado a menudo, con nostalgias de artesano o de buen obrero
especializado, sino como un problema de reapropiación por el común del saber científico-técnico.
Esto es: como proyecto de decisión por un demos suficientemente dotado de bienes
de cultura (“a la altura de los tiempos”) sobre los proyectos y programas de
investigación y sobre los objetivos de la producción.
El proyecto comunista gramsciano de “reforma intelectual y
moral”, de naturaleza sobreestructural -por decirlo en el lenguaje clásico de
la tradición emancipatoria moderna- ha de contraponerse a una lógica
asimilatoria de la idealidad de las clases trabajadoras coherente con los
nuevos rasgos del capitalismo organizado: a la lógica del consumo fuera del
tiempo de trabajo, que Gramsci captó, aunque, como se ha visto,
insuficientemente (su énfasis puritano). El proyecto está pues planteado en
términos demasiados abstractos.
No se le puede hacer a Gramsci la censura de no ver entonces
lo que otros vemos hoy, pero sí señalar lo que ya entonces era un límite
interno de la reflexión político social.
Por lo demás, concebir el industrialismo como una lucha
contra la animalidad del ser humano resulta excesivamente dionisíaco, fáustico,
Pues la naturaleza, incluida la del ser humano, es ineliminable, como muestra
el componente ecológico de la crisis civilizatoria del presente.
Ni siquiera hoy es razonable ser antiproductivista. La
producción racional de bienes es una necesidad perentoria en un sentido único
la mayoría de cuya población vive en la escasez, y en el que el número de
quienes están por debajo del nivel de subsistencia se acerca más y más al de
los pobladores “opulentos”. Esto hace necesario reexaminar, en verdad, que es
realmente producción, percibir que bienes existentes son destruidos para que la
producción tenga lugar. En este renglón hay que contar no sólo en términos de
ecología material: también se deteriora la ecología moral de las poblaciones.
El conjunto de valores morales, factores de socialización subjetiva, que el
productivismo capitalista destruye al crear mera socialización objetiva -esto
es, dependencia-, no se conserva. Ante los problemas del presente, so1o la
ecología moral de la multitud puede hacer innecesaria para nuestra especie la
intervención redistributiva “puritana” de un poder político despótico.
Desde este punto de vista, puede decirse que el proyecto
ilustrado del que Gramsci es heredero ha de ser refundado ahorrándole
esperanzas fáusticas, apologéticas de la técnica.
Tomado del libro “Gramsci y la izquierda europea”, editado por la FIM con motivo del centenario del nacimiento de Antonio Gramsci.
Tomado del libro “Gramsci y la izquierda europea”, editado por la FIM con motivo del centenario del nacimiento de Antonio Gramsci.