
Especial para Gramscimanía |
Una de las preocupaciones de Slavoj Žižek es elaborar un
concepto de ideología que supere las limitaciones de las formulaciones
elaboradas hasta el momento. Partiendo de una formación althusseariana
encuentra en la lectura de Hegel y de Lacan una ampliación de horizontes y una
constatación de las limitaciones de esta perspectiva. Estas
consisten básicamente en las consecuencias de un planteamiento de Althusser en
el que este no se da cuenta que la ciencia, no se escapa del dominio de la
ideología.
Para Žižek la ciencia teórica de la que habla Althusser (en la que
incluye el materialismo histórico y el psicoanálisis) es otra ideología, un
supuesto saber. No existe un Otro simbólico con una consistencia propia, un
lugar de la Verdad desde el que discriminar la ciencia de la ficción (ideología).
Todo saber es autoreferencial y es supuesto desde sí mismo. No se trata de caer
en un relativismo, ya que siempre elegimos un saber (y hay que hacerlo ) pero
es una decisión teórica sin garantías. Y un campo interesante desde el que
analizar toda ideología es el de la fantasía.
Video: Slavoj Žižek / Los retretes y la ideología |
Pero todo este proceso es una elaboración que construimos
desde un Otro: el Otro simbólico en cuanto que es el Código al que nos
sometemos cuando nos inscribimos en el Orden del Lenguaje y de la Ley. Pero
necesitamos que este Otro simbólico sea consistente, que nos de garantías
absolutas de su validez. Estas garantías, desde la Tradición y la Autoridad, se
viven como dadas, pero desde la reflexión moderna queremos justificarlas. Pero
este Otro, que siempre es como inconsistente, en cuanto se manifiesta tal deja
un espacio vacío. La neurosis es, en cierta forma, el intento patético de
mantener este Otro, de escapar de este horror vacui, d Pero solo cuando
aceptamos este espacio vacío tenemos un lugar para constituirnos como un sujeto
que no depende absolutamente del Otro.. Así podemos independizarnos del Otro
relativamente, en la medida en que no nos sometemos enteramente a él. En la
medida en que reconocemos que este Otro no es el que nos sostiene desde unos
fundamentos absolutos, sino que solo lo hace en cierta manera ( en cuanto que
es el Lenguaje, es la Ley desde la que nos humanizamos); en otro sentido lo
sostenemos nosotros, en cuanto que vamos construyendo una subjetividad propia
desde una distancia de este Otro. Quizás esta podría ser la lectura posible del
sapere aude ilustrado, de un pensar por uno mismo que no sea la certeza
delirante de que uno puede pensar y sostenerse absolutamente desde sí mismo.
Tan delirante como considerar que hay un Otro del Otro, en el sentido de un
Metalenguaje que justifique este Otro que nos viene dado. El Otro está barrado:
la Ley, la Razón está en falta, no se sostiene, no nos sostiene del todo.
La fantasía queda siempre como una respuesta a esta falta, a
este vacío que se abre delante de nosotros. Pero este vacío no solo viene dado
por la inconsistencia del Otro, sino que tiene un precedente más radical. Este
Orden simbólico (que es el registro del lenguaje y de la Ley) se inscribe en
nosotros de tal manera que como seres hablantes perdemos el mundo natural. del
goce inmediato, el mundo animal. Y de esta forma perdemos también este Otro
primordial, real, la Madre, la Naturaleza, a la que estamos ligados por un vínculo
primigenio. Pero este objeto ya está perdido para siempre, es la pérdida más
esencial de los humanos, que desde que nos registramos de forma irreversible
como seres hablantes sustituimos lo real inmediato por la simbolización que
permite sostener la ausencia de este Otro primordial.
Pero esta operación de simbolización deja un resto, que es
lo que Lacan denomina objeto a, que no es representable, que no podemos ni
simbolizar ni imaginar. Este objeto a es lo más propio, el Ello que formulaba
Freud, lo que nos singulariza y es la causa de nuestro deseo, que se va
desplazando metonímicamente de un objeto a otro. Esto es lo que Lacan defiende
en su ética, en su no ceder al deseo, en su llevar al yo donde está el ello (
en contra de la interpretación convencional del psicoanálisis ortodoxo de
llevar el Ello donde está el Yo).
Pero este resto es el que crea angustia por su proximidad a
lo Real en el sentido lacaniano. Aquí hay que aclarar que Lacan elabora una
teoría de los tres registros en la que divide lo Imaginario, lo Simbólico y lo
Real. De manera muy simplificada diremos que lo Imaginario es lo que podemos
imaginar, representar; lo Simbólico es lo que podemos decir, formular; y lo
Real es lo que se resiste, lo imposible de ser representado, de ser formulado.
Por lo tanto lo que entendemos por realidad es lo que puede ser simbolizado y
representado, y que estaría por tanto en el plano de lo Imaginario y lo
Simbólico. Lo Real lacaniano es lo que el Hegel juvenil llamaba La Noche del
Mundo, la locura que surge de la contracción del puro Yo al separarse del
Mundo, la negatividad absoluta que es lo que más tarde Freud llamaría la
pulsión de muerte. Es decir, que pasamos de la Naturaleza a la Cultura desde
esta locura que traumática, que es lo que precede necesariamente a nuestra
socialización primaria. que es lo Real.
El problema no es perder el principio de realidad sino
ganarlo saliendo de este pasaje por la locura que surge en el tránsito de la
constitución de nuestra subjetividad. Y en este tránsito en el que constituimos
la realidad queda este resto del que hablábamos ( el objeto a). Este proceso
hay que decirlo, no está vinculado a una determinada sociedad, a una
contingencia histórica, ya que tiene un carácter estructural en cuanto que
somos seres parlantes.
Pero este Real es traumático, es lo traumático por
excelencia y del que no podemos escapar porque es estructural a nuestra
condición humana. Lo que hay de insoportable en nuestro deseo es justamente lo
que nos pone en contacto con este resto cuya proximidad a este Real traumático
nos produce angustia. Pero lo mismo que nos angustia, lo que Lacan llama el
objeto a, es la causa innombrable del deseo, lo que lo posibilita. Y aquí
interviene la fantasía., que cubre el espacio vacío dejado por el objeto
natural perdido, como la construcción de la realidad desde esta pérdida, desde
esta falta dejada por la naturalidad perdida.
Y a este resto quedan ligadas las pulsiones, que expresan lo
que queda del goce perdido de lo natural en los bordes del cuerpo, en las zonas
erógenas. El lenguaje nos ha vaciado de goce y éste solo queda en los bordes
del cuerpo, en las zonas erógenas donde aparece una pulsión sin objeto.
Pulsiones que formulamos a través de la demanda simbólica. Pero es una batalla
perdida porque la confluencia entre el goce y el significante (la palabra de la
petición) es imposible. Este es el drama humano. Lo que pedimos, lo que
formulamos cuando queremos algo, está condenado al fracaso porque cuando lo
tenemos decimos: no, no era esto. Pero esta distancia entre lo que queremos y
lo que encontramos es lo que mantiene el deseo.
La ideología es una fantasía social. Su inconsistencia es la
de toda ficción simbólica (y cualquier teoría lo es) que solo puede
justificarse desde sí misma. No nos da la completud que buscamos para cubrir
nuestra falta estructural. El Otro (la Verdad) desde la cual fundamentarnos, ya
lo hemos dicho, no existe. Aquí hay otra falta, la falta de la ficción
simbólica ( ideología) no completa desde la que pretendíamos cubrir la otra
falta que surge de nuestra pérdida del orden natural. En este sentido la
diferencia de Althusser entre ciencia e ideología sería parte de su propia
fantasía social. La parte manifiesta de la ideología es siempre una
idealización. La relación social y la relación sexual entendidos como armonía,
como complemento, son imposibles. Y lo son por estructura, no por historia. La
idealización de la fantasía, sea sexual o social, es para negar esta
imposibilidad.
Este discurso de la ideología como tal tiene un carácter
simbólico, ya que nos identificamos con una serie de significantes, es decir de
palabras con un significado.. Pero también conlleva una serie de
identificaciones imaginarias, porque también no identificamos con imágenes (
que en algún caso, como las tribus urbanas, pueden estar por encima de las
propias identificaciones simbólicas). Hay en la identidad ideológica, por
tanto, un conjunto de identificaciones imaginarias y simbólicas. Las
identificaciones imaginarias tienen que ver con el yo ideal, con lo que somos
para la mirada del Otro. Es la satisfacción narcisista que surge de la
autoimagen que imita una imagen idealizada, esta la imagen del yo ideal. Cuando
el niño se reconoce en el espejo, que le muestra una unidad imaginaria a su
cuerpo real que él vive como, construye esta imagen del yo ideal. Pero esta
imagen la proyectamos para el Otro, para el padre o la madre que nos reconocen
y nos sostienen con su mirada. Pero la mirada del Otro nos conduce a la
pregunta de quienes somos para el Otro, lo cual nos remite a un referente
simbólico, que es el Ideal del Yo.
Lo que hacemos siempre, por tanto, es integrar las
identificaciones imaginarias en la identificación simbólica. Esta
identificación simbólica es la del significante amo, la del significante que
manda. Sin este significante, que actúa como el Uno, no podríamos unificar a
todos los significantes flotantes. Es un significante rígido, necesario, que es
el que mantienen nuestra identidad, es decir lo que permanece a pesar del
cambio de significantes. Un significante es, siguiendo a Lacan, el que
representa un sujeto para otros significantes. ¿ Qué quiere decir con esto?
Quiere decir que el lenguaje simbólico sustituye al mundo natural y que una
palabra se define siempre por otras, no sale nunca de la trama del propio
lenguaje..
La ideología nos permite una narración desde la cual
construir la realidad, que no deja de ser una proyección en un espacio vacío.
La ideología es lo que sostiene la realidad, ya que ésta es su construcción
simbólica-imaginaria, y nos da una identidad a partir de todo este conjunto de
identificaciones. La función precisa de la ideología, ya lo dijimos al
principio, no es escapar de una realidad insoportable sino construir una
realidad (simbólica, imaginaria) desde la que escapar de lo Real de nuestro
deseo, que siempre es traumático. Lo Real produce Horror.
Žižek entra aquí en polémica con Rorty en su propuesta
una ética de la ironía, en la que cada individuo puede autocrearse. Podemos,
plantear Žižek cambiar hasta cierto punto las identificaciones imaginarias y
simbólicas, pero más allá está este resto, el núcleo de nuestra fantasía, lo
Real que es causa de nuestro deseo. Y esto insiste, se repite y no puede
eliminarse. Es, además, lo que constituye nuestro núcleo más íntimo. Por lo
tanto nuestra vida puede vivirse como un relato ( también en la línea de Paul
Ricoeur o Michael Foucault) pero desde unos límites muy precisos.
La lectura del discurso tiene que ser sintomática, hay que
interpretar lo que hay detrás, que actúa en silencio. El síntoma es una
metáfora que sustituye al deseo reprimido y como tal produce un goce.
¿De qué es síntoma una ideología? De lo reprimido, del
núcleo real negado en el discurso. Este núcleo real de goce manifiesta a través
del síntoma social. Es decir, que cuando asumimos una ideología lo que hacemos
es negar la parte oscura, inaceptable. El síntoma es siempre una manifestación
de una verdad, la verdad del goce reprimido en la ideología, que la ficción
simbólica que se manifiesta en la fantasía. A través del síntoma este goce se
manifiesta, pero sin entenderlo, desde su desconocimiento.
La fantasía tiene una parte oscura, espectral, un núcleo
pre-lógico, que es el que realmente sostiene el discurso, es decir la
ideología, desde el goce. El goce, siguiendo a Lacan, no es lo mismo que el
placer. El goce es un más allá del principio del placer y está ligado a la
excitación, a la tensión y al dolor. También Freud nos enseñó que el superyo se
alimenta de la pulsión, que es la que está vinculado al goce. Lacan desarrolla
a partir de aquí una extraña formulación del superyo como algo obsceno. Žižek
radicalizará este planteamiento y planteará el superyo como el reverso obsceno,
oscuro y nocturno de la ley: como su sombra, como su reverso. No será entonces
la herencia del Edipo en el sentido que se entiende normalmente, como el Ideal
que heredamos del padre. No, es la herencia del Padre perverso, obceno, cuyo
imperativo es: goza. Es la transgresión de la Ley que la mantiene y sin la cual
esta no tiene un núcleo de goce desde el que mantenerse. El superyo no es la
ley moral sino su defecto. El superyo aparece allí donde la ley falla, fracasa.
El superyo es un código secreto que complementa la ley porque es su
transgresión. La expresión más clara ( y esto lo digo yo pero creo que lo
compartiría Žižek sería hoy la orgía de violencia con la que los soldados y
mercenarios americanos castigan a los presos iraquís. Todos saben que es el
goce secreto que mantiene la ley de la dominación. Estos soldados son los
“mejores” y las autoridades lo saben. Pero la publicidad es la que ha roto el
equilibrio y la corrección política a la que incluso Bush debe someterse. Lo
que Bush no perdona es que no hayan mantenido el secreto.
La transgresión de la ley, nos plantea Žižek no va contra la
ley sino que la garantiza. Es la violencia que está fuera de la ley pero que
representa el trabajo sucio que la mantiene. Su goce es el del sacrificio del
deseo y de la culpa que produce.
Lo que plantea Žižek es que hay que atravesar la
ideología es atravesar la fantasía (o el fantasma, como también le podríamos
llamar), es decir distanciarse de ella. Es aceptar la imposibilidad de las
relaciones sociales sin antagonismos ( como armonía). Toda relación (social,
sexual) es fallida y lo que hay saber cómo se dan estos antagonismos, que
hacemos con ellos o cual es el fallo que estamos dispuestos a sostener.