
Reseña del
libro “Prosperidad sin crecimiento. Economía para un planeta finito” / Autor: Tim
Jackson / Traducción de Ángel Ponziano / Barcelona, Icaria, 2011
Especial para Gramscimanía |
Con sus pros y sus contras, el libro que nos ocupa es
imprescindible para cualquier ciudadano que quiera reflexionar sobre el mundo
que vivimos y sus alternativas. Tiene la virtud de poner sobre el tablero, sin
demagogia, las preguntas esenciales y los escenarios posibles para el futuro.
¿Qué
mundo queremos? ¿Qué criticamos del mundo presente? ¿ Qué proponemos? ¿ Cómo lo
conseguiremos? Tim Jackson no es revolucionario, no forma parte del
movimiento antisistema. Es una académico serio, honesto y lúcido al que el
gobierno laborista británico encargó un informe sobre Estilos de Vida, Valores
y Medio Ambiente. La orientación del libro pone de manifiesto este origen.
Jackson parece dirigirse a la vez a los gobernantes y a los ciudadanos para que
cambien respectivamente sus políticas y sus hábitos.
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Video: Entrevista con Tim Jackson |
Quizás esta sea la parte
más cuestionable del libro, la de considerar que será la buena voluntad de los
gobernantes y de los ciudadanos las que transformaran las cosas. Transformación
que para Jackson no debe ser producto de una revolución, que fácilmente
llevaría al caos, sino de reformas ordenadas pero radicales. El problema es que
me parece evidente que los poderes establecidos, tanto económicos como
burocráticos, tienen demasiados intereses y poca voluntad de cambio real.
Difícilmente serán los sujetos voluntarios de esta propuesta de Jackson.
Pero, al margen de lo anteriormente planteado, el libro
tiene una gran consistencia, una lógica rigurosa e impecable y una claridad
expositiva ejemplar. Empieza por una definición de prosperidad muy interesante,
que considera el punto de partida esencial. La define como el desarrollo de las
capacidades florecientes de los seres humanos con recursos limitados en un
planeta finito. Estas capacidades son los potenciales humanos que nos permiten
sobrevivir en un mundo en el que nos sentimos seguros y confiados, en el que
nos sentimos pertenecientes a una comunidad y cooperamos para conseguirlo. Se
trata de recoger la libertad de los antiguos ( la de participar en los asuntos
comunes) y la de los modernos ( la de las elecciones personales). Equilibrar el
bien común y los intereses individuales. Un contrato social bien entendido
siendo conscientes de nuestros límites, que vienen marcados por la ecología. La
prosperidad, esta es la hipótesis del libro, no implica crecimiento. Por el
contrario el crecimiento sin límites conduce a un consumismo sin sentido que no
conduce a la felicidad, a una distribución totalmente desigual de los bienes y
recursos y es, además insostenible. La felicidad colectiva, es decir, la
prosperidad, es responsabilidad social y nos incumbe a todos. Debe ser justa y
duradera. Es imprescindible vincular la economía con la sociedad y con el medio
ambiente. Hay que introducir elementos éticos y morales en la economía. ¿Estamos
tan cegados por la ideología neo liberal que no nos atrevemos a hacer
previsiones por miedo a la verdad ? ¿ tan irresponsables somos ? Las preguntas
van dirigidos a todos pero, sobre todo, a los que nos gobiernan.
Estamos en un círculo vicioso, consecuencia de la
irresponsabilidad social, básicamente de nuestros dirigentes económicos y
políticos. Y de sus ideólogos, los neoliberales que nos han hecho comulgar con
ruedas de molino, presentando como ciencia lo que no es más ideología. La gran
trampa de los economistas convencionales falsamente científicos es el mito del
P.I.B. La gran trampa del P.I.B. Es que no contabiliza muchas actividades que
son trabajo no lucrativo ( el trabajo doméstico, de voluntarios...) ni tampoco
los daños ecológicos ni el endeudamiento. Otro de los fetiches es el del
aumento de la productividad laboral, que en realidad lo que hace es destruir
puestos de trabajos, comunidades y al medio ambiente.
El crecimiento no ha conducido a un mundo mejor, sino a una
máquina de consumo en la que lo único que importa es tener más. El
crecimiento-consumo sin límites genera una profunda desigualdad por un
lado e infelicidad y frustración por otro. El capitalismo es un sistema cada
vez más parasitario que se alimenta del endeudamiento, tanto privado como
público. Todo ello sin contar lo que podríamos llamar la deuda ecológica, es
decir al impacto ecológico del crecimiento-consumo. Se está empeñando la
prosperidad del futuro.
¿Cuáles son las propuestas de Tim Jackson ? La primera que
analiza y que considera insuficiente es la del New Deal Verde Mundial. Está
claro que decir que es insuficiente quiere decir que hay que ir más allá,
porque ni tan solo esta propuesta es considerada seriamente por los centros de
poder económicos y políticos globales. Se trataría de una inversión pública en
seguridad energética, en infraestructuras que reduzcan las emisiones de carbono
y en protección ecológica. Debería estar orientada a liberar recursos
energéticos mediante la reducción de gastos energéticos y de materiales.
De reducir la dependencia a los productos energéticos que implican alianzas
geopolíticas conflictivas. También de favorecer puestos de trabajo en industrias
ambientales que protejan los activos ecológicos valiosos y que reduzcan las
emisiones de carbono. Potenciar las infraestructuras naturales : agricultura
sostenible y producción de ecosistemas. Impulsar el desarrollo de las energías
renovables y de tecnologías reductoras de emisiones. Proyectos, por ejemplo, de
aislamiento térmico de edificios, de red eléctrica inteligente, de energía
solar y eólica. Paralelamente impulsar medidas fiscales contra las industrias
contaminantes. Esta propuesta no le parece insuficiente por el cuestionamiento
de la idea de crecimiento sostenible.
Jackson no utiliza el término decrecimiento. No lo
hace porque la complejidad del mundo plantea que en algunos países sí puede ser
necesario un crecimiento: crecer en unos y decrecer en otros. Deberíamos
cambiar la idea de crecimiento, que no estuviera ligada a la producción y al
consumo. Podemos crecer sumamente, socialmente con trabajos inmateriales, como
la ayuda a las personas dependientes, por ejemplo. La propuesta de Jackson es
la de una Macroeconomía ecológica que mantuviera los límites ecológicos según
los criterios del bien común. Buscar una estabilidad sin crecimiento
donde repartamos el trabajo, lo cual implica una transformación radical difícil
pero imposible. Serían necesarios cambios en la estructura económica y en
los valores, en las actitudes y en los estilos de vida. Es necesario volver a
vincular la economía, la sociedad y el medio ambiente y no considerar a la
primera como independientes de las anteriores. Ir hacia un modelo de
simplicidad voluntaria en la forma de vivir. Políticamente hay que volver a la
idea de contrato social y no depender de suprapoderes, como el económico: el
poder político democrático ha de ser soberano. Esto implicaría un cambio
tecnológico masivo, una voluntad política determinante y unos cambios
sistemáticos en los patrones de demanda de consumo y una campaña internacional
a favor de la transferencia de tecnologías para alcanzar reducciones
substanciales en la utilización de los recursos globales. Las cosas van, en
realidad, en sentido contrario. Esta es la cuestión. La pregunta que planteaba
al inicio vuelve a aparecer ¿Quién será el sujeto del cambio? Estoy de acuerdo
con Jackson que no hemos de pensar en revoluciones violentas sino en reformas
progresivas y radicales.
Pero los gobiernos oligárquicos liberales no los harán. Ni
el sistema capitalista lo permitirá desde su lógica y desde sus centros de
poder. La transformación no será suave ni tranquila, por mucho que lo queramos.
Jackson es consciente de que hay que cambiar, como él dice,
las estructuras de las economías de mercado. Pero su concepción del capitalismo
no es demasiado consistente. Le falta la visión de un Wallernstein para
entendelo como un sistema mundial. Jackson habla de diferentes capitalismos,
como si fueran sistemas nacionales. La diferencia que finalmente acepta entre
capitalismo y socialismo, que sería la propiedad privada o estatal de los
medios de producción me parece menos convincente que la que plantea Wallernstein,
que ve en el capitalismo una lógica económica global determinada por el aumento
ilimitado del capital. Un sistema que tiende al monopolio y al oligopolio, por
mucho que tienda a mercantilizarlo todo. En este sentido capitalismo quiere
decir crecimiento y luchar contra el crecimiento quiere decir ser
anticapitalista. Hay también una actitud demasiado conciliadora con los poderes
políticos reales.
En todo caso me parece un libro excelente, un instrumento
muy útil para entender que otro mundo es posible y es necesario.