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@ Tim Robinson |
José Fernández Vega
Alain Badiou es considerado como el último representante de
la gran tradición teórica francesa que brilló durante la segunda mitad del
siglo XX. Seguidor de Sartre en su juventud, y de Althusser y Lacan después,
sus escritos teóricos trabajan lo que denominó las cuatro condiciones de la
filosofía: matemática, política, amor y arte. La inmensa obra de Badiou abarca
también la novela y la dramaturgia. Si en el plano especulativo intenta
formalizar una teoría del sujeto y desarrollar una metafísica, en el político
es un ardiente militante de “la hipótesis comunista” y un detractor del ex
presidente francés Nicolas Sarkozy, a quien, en un exitoso líbelo (¿Qué
representa el nombre de Sarkozy?), comparó con Pétain, colaboracionista bajo la
ocupación nazi. Ambos, escribió, hablaban de la regeneración moral del país,
pero fundaron su poder sobre el miedo y el servilismo a los vencedores (Hitler
en un caso; el gran capital financiero, en el otro). Distinguido recientemente
con un doctorado honoris causa por la Universidad Nacional de San Martín,
Badiou brindó allí varias charlas. Habló de su último libro, una versión libre
y personalísima de un clásico absoluto de la filosofía, la República de Platón
(el Fondo de Cultura Económica lo publicará en español en 2013).
-Tras sus invectivas sobre Sarkozy, ¿cómo interpretar su abstención en las dos vueltas de los que algunos analistas consideraron los comicios más importantes de Francia desde la posguerra? ¿Daba lo mismo cualquier victoria?
-Como dije en mi libro, no es que Sarkozy y Hollande sean la
misma cosa. Existen situaciones en la vida, que conocemos bien, donde hay dos
posibilidades diferentes y ninguna nos conviene. A veces dos mujeres nos hacen
la corte, no elegimos a ninguna y no por eso pensamos que sean iguales. Es el
mismo caso. Tengo una larga experiencia con la política socialista en Francia.
Fui miembro del PS, en los peores años de la Guerra de Argelia y mi padre fue
alcalde de una ciudad de Toulouse. Es mi cultura de origen. Sé de qué son
capaces los socialistas. Tuvimos a Mitterrand, que fue presidente durante los
años 80, época de una importante regresión reaccionaria en Francia y en el
mundo entero. Pienso que, en lo esencial, y para los temas importantes,
Hollande tomará las mismas medidas que Sarkozy. Lo dice claramente cuando
afirma que su objetivo principal es levantar cabeza, que su política sobre los
extranjeros no será muy distinta de la de Sarkozy y que, en tercer lugar,
mantendrá el mismo rumbo en política nuclear. Todo el mundo se alegra de que haya
ganado, pero por la negativa: la mayoría de los franceses ya no soportaban a
Sarkozy.
-Se le podría reprochar un principismo que no abre opciones tácticas, un rechazo a elegir sin abrir el juego a la política concreta.
-La cuestión es saber qué se abre. En mi libro sobre Sarkozy
describí muy claramente el papel de las candidaturas socialistas. Hay gente
según la cual estamos obligados a estar encerrados, y no queda otra. Y están
los socialistas, para quienes hay una salida. Actúan como si hubiera una
puerta. Pero uno sale, camina por un pasillo circular y vuelve al mismo lugar.
El gobierno de Mitterrand hizo reformas importantes durante dos años y luego
dijo que había que volver a la situación anterior. Será lo mismo, lo sé.
Entonces, no es negación a elegir, es que no hay opción. Los dos candidatos
representan, no lo mismo en los detalles, pero no son políticos distintos. Lo
mío es más que una abstención; es la idea de que el voto es una falsa opción.
Si hubiera una verdadera elección entre dos políticas diferentes, vería lo que
puedo hacer.
-Días atrás, Ud. escribió en Le Monde que el clima racista en Francia se originó en algunos intelectuales, secundados luego por políticas de gobierno, y con complicidades socialistas.
-La industria francesa hizo venir en masa a obreros del
Magreb y de los antiguos países colonizados. Iban a buscarlos en avión. Conocí
esa época. Lo hacía Renault y otras empresas. Vinieron y trabajaron por diez,
veinticinco años. Hicieron venir a sus mujeres y a sus hijos. Y resulta que
ahora hay un “peligro islámico”. Es una operación completamente ideológica y
ridícula. No es nada nuevo. En la Francia de los años 30 se decía exactamente
lo mismo sobre los italianos o los polacos. No hay peligro islámico, sino
ciertos terroristas islámicos y hechos policiales. Acuso totalmente al
gobierno, y a los intelectuales que apoyaron esa política, de llevar a cabo un
procedimiento de extrema derecha que consiste en señalar chivos expiatorios en
la sociedad, dividiéndola, y de hacer como si los responsables de la crisis
económica fueran finalmente los más pobres, los más desvalidos de la sociedad.
Es un horror que constato en todas las fuerzas políticas, sin excepción.
Tomemos un ejemplo. Hubo un problema con el pañuelo árabe. Mi abuela se cubría
la cabeza con un pañuelo y era cristiana. ¿Es la gente del pueblo la que no
soporta ver mujeres con pañuelo? Para nada, son los intelectuales quienes
lanzaron esa campaña y desencadenaron contradicciones que no tenían razón de
ser.
-En su remake de la “República” sostiene la necesidad de vincular la política con la verdad, con lo universal. ¿Es esa la potencia contemporánea de Platón?
-La política moderna sostiene que la política es opinión y
depende del juicio personal. Filosóficamente, esa tesis viene de lejos y le
viene muy bien a la política parlamentaria: usted tiene a dos hombres, entonces
va a juzgar a uno como bueno y al otro como no bueno. Pero esa es una visión
muy limitada, porque su juicio no toma posición sobre lo que deben ser las
acciones. Sólo supone un estado de cosas y, luego, yo juzgo esto o lo otro.
Pienso que la verdad política implica, sin duda, juzgar el orden social y
colectivo existente. Hay situaciones en las que uno quiere transformar lo que
se juzga en función de una idea. Es inevitable. Si no, ¿de dónde saldría el
deseo de transformar la situación? Uno quiere que sea diferente de la que es.
Cuando digo que la idea está en el origen de la acción, es una evidencia; no es
que lo haya sacado de Platón. Si alguien no tiene ideas, no buscará el cambio.
Platón nos recuerda que las opiniones, los juicios que no están fundados,
circulan. Uno se liga a algo en la sociedad a través de la comunicación. Todo
se comunica, todo circula. Filosóficamente, debemos desechar a quienes no son
conscientes de que criticar la simple circulación de las opiniones es una
necesidad, y de que “verdad” es el nombre que se le ha dado desde siempre a
algo más que la circulación de opinión: algo que se puede justificar,
argumentar, eventualmente probar, y desde ese punto de vista, sería un freno a
la simple circulación de la información. Es preciso decir la verdad sobre las
razones por las cuales, en Francia, tenemos varios millones de personas de
origen africano. Ellos lo evitan. Cuando nos cuentan que fue una invasión, y
que hay demasiados, no dicen la verdad.
-Cierta tradición liberal cree que cuando se afirman verdades, se arriesga la guerra civil y que, en las experiencias revolucionarias, después de las ideas vino el terror. Por otro lado, intérpretes liberales vieron en la República un remoto antecedente del fascismo. ¿Sería mejor olvidar las ideas en política?
-La política que defiendo tiene objetivos muy claros, muy
antiguos: poner fin a la dominación del cuerpo social por parte de una
oligarquía, porque ésta controla, en lo esencial, la circulación del capital.
Aun los liberales están obligados a reconocerlo. En el liberalismo se confía el
destino de millones de personas al cálculo y a los intereses de la circulación
del capital. De esta verdad, se puede concluir que no hay un auténtico estado
de justicia. Es completamente injusto que un día nos ocurra súbitamente una
catástrofe en la vida. Catástrofes, ligadas al beneficio, que se imponen como
errores de cálculo sobre las necesidades de los otros. Hay gente aquí, en
China, en Africa, que sufre consecuencias desastrosas en su propia existencia.
Y el liberalismo dice que no se puede evitar ese tipo de cosas. Es su doctrina.
No se puede evitar porque, de lo contrario, necesariamente adviene el terror.
Todas las experiencias históricas habrían desembocado, en efecto, en el
terrorismo. Es un problema de los otros, no mío. Es un poco como si
detuviéramos la historia en la Edad Media y el cristianismo fuese la
Inquisición que mataba, quemaba herejes, torturaba. El cristianismo fue eso,
pero nadie piensa que es su esencia; también pudo producir un San Francisco de
Asís. Es exactamente lo mismo para la política de emancipación, que conoce, y
ha conocido, episodios de desviación violenta.
-En el pensamiento contemporáneo, es difícil encontrar vinculaciones entre política y verdad. Una excepción es quizás el actual Papa, Ratzinger, que ataca a los mismos enemigos que usted identifica en su libro: el cinismo, el escepticismo y el relativismo. ¿Existe una relación?
-No tiene nada que ver. Creo que el gran fenómeno que se
produce en el siglo XX, en la modernidad, es que Dios ha muerto. Es un cadáver
que continúa en el Papa. Dios murió e inmediatamente se abrieron las grandes
batallas de pensamiento, muy confusas, que conmovieron al siglo XX y continúan
hoy. ¿Qué podemos hacer, cuál es nuestro porvenir? Dostoievski dijo que si Dios
ha muerto, todo está permitido. Según el pensamiento dominante, el relativismo,
el cinismo, el escepticismo, es eso. Los pretendidos cristianos o los
pretendidos musulmanes no lo saben. Piensan que todo está permitido, pero ya no
saben por qué lo piensan. Esa es una primera reacción posible. La segunda es
que debemos reconstruir un pensamiento verdaderamente terrestre y secular. En
el arte y las políticas emancipatorias se pueden encontrar experiencias que
merecen ser calificadas de verdaderas, por oposición a las opiniones
intercambiables del cinismo o del relativismo. En el espacio de la religión
están quienes se aferran al cadáver, para tratar de mantener el fetiche de la
verdad absoluta. Y aquellos que, puesto que ya no hay trascendencia, dicen
“hago lo que quiero y sólo importan los intereses que dirigen mi vida, mis
apetitos, mis deseos”. Pequeñas ambiciones personales. Y luego aquellos otros,
entre los que me cuento, que asumen absolutamente que Dios ha muerto, pero
piensan que no es necesario que la humanidad quede desprovista de una
orientación. La humanidad tiene el don de darse una orientación creadora
verdadera, en la cual encontrará algo superior a la sociedad mercantil. Esta
orientación es la que conviene buscar y sacar a la luz. Desde ese punto de
vista, diré que sólo el capital se cree por encima del cinismo, del
relativismo. En realidad, esta es la consecuencia de la muerte de Dios, y forma
parte de la sociedad contemporánea. Y yo formo parte de ella, pero en otro
sentido: soy completamente laico, defiendo el derecho de la humanidad a
considerarse capaz de crear y de acceder a la auténtica verdad, y de proponer
un sentido no religioso.
-Usted hace una original defensa de la metafísica en un contexto teórico posmetafísico. ¿Pero no hay en ella una esperanza casi religiosa en el renacimiento de algo aparentemente muerto como el legado comunista?
-No veo nada de religioso en mi posición. Quizá no nos
entendemos. Religioso quiere decir que una experiencia humana sólo tiene
sentido si está supeditada a una trascendencia. Es una definición posible. Si
uno no tiene la idea de que su vida está supeditada a algo que la supera, no es
religioso. Los que están en el relativismo y en el escepticismo están mucho más
en la religión que yo, porque la negatividad que eso conlleva es lo que dice
Dostoievski. Piensan así: si Dios ha muerto, todo vale. Están convencidos de
que si no se cree en Dios, todo pierde sentido. Pondría incluso del mismo lado
al Papa y al relativismo moderno. La contradicción entre ellos es la que define
la época. Por el contrario, el procedimiento de reconstrucción de lo que llamo
las verdades inmanentes, no necesita recurrir a una trascendencia. Se abre
ahora, es la nueva posibilidad real: el futuro en que la humanidad arbitrará la
situación de que Dios haya muerto. Una posibilidad positiva. Hay gente que vive
la muerte de Dios de modo nihilista, cínico, relativista. Una obsesión por la
finitud, como animales que buscan satisfacer sus necesidades elementales. Son
religiosos negativos, la contracara de los religiosos. Si queremos crear algo
diferente de la religión, debemos hacerlo en una actitud que reconstruya la
posibilidad de un sentido de la existencia. Por eso creo que soy yo el
verdadero ateo.
-¿Por qué recurrir a un utopista de la antigüedad, Platón, cuyas iniciativas políticas naufragaron para defender la memoria y el futuro de una utopía moderna, la comunista, que colapsó? ¿No superpone dos fracasos?
-El comunismo nunca fue una utopía. Además, se lo acusa
tanto de utopía como de realidad bárbara y sangrienta. ¡Hay que elegir! En
realidad, el comunismo es una idea, yo lo propongo como hipótesis. Que la
Tierra es redonda es algo que hay que demostrar en la experiencia. Si se
formula una hipótesis sobre un teorema matemático o sobre una teoría física,
puede tomar tiempo, un siglo o dos, para demostrarla o desecharla. No es una
utopía. Por razones precisas, el mundo social tal como está organizado nos
parece irracional, y pensamos que es posible racionalizarlo un poco, volverlo
más justo y, para hacerlo, hay que experimentar esto o lo otro. Tendremos
experiencias que fracasarán, otras que tendrán poco éxito, y luego, quizá, se encontrará
una vía para que resulte. Ciertas experiencias hechas sobre un factor tan
radical como la organización de la sociedad fracasan. Pero sabemos que la
historia de las ciencias está llena de experiencias no exitosas y
rectificaciones. Y la historia del comunismo es esa a lo largo del siglo XX. No
porque sea una utopía, sino porque es un problema difícil.
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Traducción de Estela Consigli
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