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Foto: Asja Lacis |
Alicia Borinsky
Walter Benjamin nació en Berlín en 1892 y se suicidó el 26
de septiembre de 1940, en Portbou, lugar entonces anónimo entre Francia y
España, imantado ahora por su desaparición. La ardua travesía por la montaña,
emprendida para escapar del nazismo, resultó demasiado exigente dada la
dolencia cardíaca que lo aquejaba, agravada por el peso del maletín con sus
manuscritos que se empeñó en llevar consigo. "El contenido de este maletín
es más importante que yo", se le atribuye haber dicho, parte ya de la
leyenda que lo convirtió en la imagen misma de un escritor más allá de los
géneros literarios, totalmente volcado hacia la escritura.
Su plan era ir a Portugal a través de España para partir a Estados Unidos con una visa que le había conseguido su gran amigo Horkheimer. Apenas una semana antes otros refugiados, entre quienes se contaban Alma Mahler Werfel, Franz Werfel y Lion y Marta Feutchwanger, habían logrado pasar a Portugal por Cerbère y tomar un barco hacia Estados Unidos, pero en el momento en que Benjamin decidió intentar la huida, los obstáculos se concatenaron.
Pasar por Cerbère resultaba demasiado difícil y llegó a Portbou el día en que los franceses suspendieron el visado. Algunos allegados, como Arthur Koestler, testimoniaron que Benjamin se enorgullecía de llevar consigo suficientes pastillas para quitarse la vida.
Su plan era ir a Portugal a través de España para partir a Estados Unidos con una visa que le había conseguido su gran amigo Horkheimer. Apenas una semana antes otros refugiados, entre quienes se contaban Alma Mahler Werfel, Franz Werfel y Lion y Marta Feutchwanger, habían logrado pasar a Portugal por Cerbère y tomar un barco hacia Estados Unidos, pero en el momento en que Benjamin decidió intentar la huida, los obstáculos se concatenaron.
Pasar por Cerbère resultaba demasiado difícil y llegó a Portbou el día en que los franceses suspendieron el visado. Algunos allegados, como Arthur Koestler, testimoniaron que Benjamin se enorgullecía de llevar consigo suficientes pastillas para quitarse la vida.
No fue guiado por pesimismo como arribó a Portbou. Al
contrario, creía que, a diferencia de lo que le había pasado en Europa, iba a
prosperar en Estados Unidos. En Alemania, a pesar de la admiración que había
suscitado en muchos de sus contemporáneos, no había convencido al comité que
evaluó su candidatura para la habilitación, con la consiguiente imposibilidad de
ganarse la vida allí como académico. Se dedicó al periodismo y a la traducción
y se abocó denodadamente a construir redes de relaciones que le facilitaran una
existencia intelectual. Una lectura de su abundante correspondencia evidencia
la confianza con que defendía su obra y el desprecio que sentía hacia sus
detractores, así como la tenacidad con que pedía cartas de recomendación.
Sobrevive en el recuerdo el hombre que murió por no poder cruzar una frontera,
un individuo con mala suerte que se suicidó por falta de paciencia, ya que la
suspensión de los visados fue levantada al día siguiente y podría haberse
salvado. En Portbou Benjamin no sólo alcanzó la frontera sino que se enfrentó a
un límite.
En 1933, cuando los nazis llegaron al poder, Benjamin había
abandonado Alemania ante la imposibilidad de ganarse la vida y después de una
breve estadía en Ibiza, se había instalado en París, ciudad plena de
significados para él, que operó de registro para la parte más importante de su
obra. Subsistió gracias a un estipendio del Frankfurt Institut für
Sozialforshung, propiciado por sus amigos Max Horkheimer y Theodor Adorno,
nombres asociados posteriormente con la recuperación y difusión de su obra.
En 1939, con la declaración de la guerra, Benjamin fue
internado por un tiempo en el campo de concentración de Nevers junto con
austríacos, alemanes, checos, eslovacos y húngaros, considerados extranjeros
enemigos. Las condiciones del campo de concentración eran muy duras pero, a
pesar de todo, Benjamin intentó fundar una revista y dictó un seminario cuyos
asistentes pagaban con tres cigarrillos. El crítico Hans Sahl, que compartió la
suerte de Benjamin, recuerda la dedicación y seriedad con que, abstrayéndose de
las condiciones reinantes, Benjamin condujo las reuniones del comité editorial
para una publicación que nunca vería la luz.
Para Benjamin, identificado imaginariamente con Francia, esa
experiencia debe de haber tenido un gran peso, aunque no fue lo suficientemente
decisiva como para aceptar la visa de emergencia para Estados Unidos que le
había tramitado Horkheimer cuando salió de Nevers. Regresó, en lugar de eso, a
París para seguir con un proyecto sobre Baudelaire en la Biblioteca Nacional.
Un triángulo amoroso
Entre 1926 y 1927, Walter Benjamin había viajado a Moscú con
el propósito de ver la ciudad, interiorizarse de la realidad social que allí
existía y renovar su relación con Asja Lacis (1891-1978). El vínculo con esta
actriz y directora de teatro letona ilumina la dinámica de los afectos de
Benjamin y brinda una clave para entender su capacidad de compromiso. Asja fue
su colaboradora en un texto sobre Nápoles y él le había adjudicado un papel
importante en la evaluación de su escritura.
Gershom Scholem prologa la edición del Diario de Moscú , publicado por primera vez en 1979, después
de la muerte de Asja. Scholem, con quien Benjamin mantuvo una voluminosa
correspondencia, critica su decisión de ir a Moscú: estudioso de la Cábala y
del misticismo judío, hubiera querido que Benjamin aprendiera hebreo y fuera,
como él, a Israel. En una carta a Scholem, Benjamin menciona que opta por ir a
Moscú y posponer Israel. Le resulta más importante ver a una amiga y quiere
escribir sobre la ciudad. Sólo después podrá considerar ir a Israel y aprender
hebreo.
Scholem tenía poco respeto por Asja. La consideraba
intelectualmente débil y no compartía su entusiasmo por la revolución rusa. Así
como Scholem (que no era ni cabalista ni místico) no tenía duda alguna sobre su
pertenencia cultural judía, Asja era una bolchevique de opiniones firmes, cuya
militancia impresionó a Benjamin, que se había adentrado en el estudio del
marxismo-leninismo y que menciona en su correspondencia la ansiedad con que
aguardaba la oportunidad de leer los
Cuadernos filosóficos de Lenin.
Asja tenía una hija, Daga, de un primer matrimonio, y en el
momento en que Benjamin la visitó en Moscú, ya era pareja de quien sería su
compañero, con algunas intermitencias, casi a lo largo de toda su vida: el
dramaturgo y crítico teatral Bernhard Reich (1880-1972). Su vida estaba
estructurada. En el Diario de Moscú , Benjamin presta poco interés a las
opiniones de Asja y -como había hecho en Nevers- abstrae obstáculos y cree que
el futuro con Asja sólo depende de su propia decisión.
Asja estaba enferma e internada cuando Benjamin llegó a
Moscú. Entre los amigos de él había algunos detractores de la relación que,
como Gershom Scholem, sugirieron que el motivo de la internación era de índole
psicológica, dando lugar a la idea de que Benjamin estaba sometido a los
caprichos de una desequilibrada. Pero una lectura de las memorias de Asja en
ruso, como señala Susan Ingram, revela un padecimiento de orden neurológico.
Benjamin era consciente de eso e incluso facilitó la relación con un neurólogo
para el tratamiento.
Benjamin estaba incómodo en Moscú. El frío, su exiguo cuarto
y la dolencia de Reich, que lo acompañaba en muchos de sus recorridos pero que
no podía salir con asiduidad, instituyeron una trabajosa dinámica. Asja se
quejaba de que Benjamin descuidaba a Reich y lo exponía demasiado a los rigores
del clima, pero Benjamin lo necesitaba a su lado para orientarse en una ciudad
desconocida. A pesar del triángulo sentimental que formaron, no hay una
manifestación de celos en el
Diario... por parte de Benjamin,
quien estaba frustrado, sin embargo, por los vaivenes de salud de Asja, a quien
hubiera querido ver más a menudo. La preocupación de Asja por la salud de Reich
debe de haber sido exagerada ya que él tuvo una larga vida y falleció en 1972.
El Moscú del
Diario... se refracta en el
cristal de severas condiciones físicas. Un ritmo de espera gobernaba los
recorridos de Benjamin que quería, sobre todo, ver a Asja. Ella salía y entraba
del sanatorio, a veces dormía allí, otras disponía de más tiempo. La
incertidumbre gobernó sus encuentros durante toda la estadía de Benjamin, que
buscaba estar a solas con ella, casi como un adolescente, pero apenas lo logró.
Cuando salían juntos, desarrollaban actividades superfluas,
en momentos claramente atesorados por Benjamin, que trataba de prolongar cada
instante para favorecer la intimidad. Acompaña a Asja, por ejemplo, a ver a una
modista para que se probara un vestido que se estaba haciendo hacer a medida y
describe el atuendo en todo detalle, porque la ropa es también parte de los
atributos de Asja y la ciudad. El vestido y el cuerpo de Asja son detalles de
Moscú, que se entremezclan con la visión de las calles, parte de su fulgor y
carácter fragmentario. Asja, mujer de teatro, poseedora de una gran capacidad
dramática de autopresentación, como se evidencia en las fotos que nos han
quedado de su juventud, anhelaba un abrigo muy caro que le mostró a Benjamin y
que él planeaba regalarle algún día. Solicitados por la sensibilidad comunista
y una preocupación burguesa por su bienestar personal, Benjamin y Asja tejieron
una relación que no llegaría a prosperar y que acaso tuvo más peso para él que
para ella.
No es fácil ver qué es lo que atraía a Benjamin de Asja,
porque la describe con la actitud de un observador desinteresado. Cuenta cómo
se le hinchaba la cara, probablemente por los sedantes que le daban en el
sanatorio, y cuando, ya menos medicada, tenía un semblante más atractivo, lo
atribuye también a un cambio químico.
Asja quisiera ocuparse de Daga, su hija pero, con visos que
recuerdan a la Maga de Rayuela , no parece tener la capacidad para hacerlo.
Era caprichosa pero coherente en lo que respecta a la relación con su hija, ya
que siempre manifiestaba un gran deseo de protegerla, aunque no veamos en
el Diario... ningún indicio de abnegación, excepto el
remiendo de los gastados zapatos de la niña para protegerla del frío. Asja
hacía esto durante el mismo período en que iba de compras y a visitar la
modista con Benjamin. A ninguno de los dos se les ocurría que podrían comprarle
un par nuevo. Fascinado por el detalle de los pies en el frío y la textura de
los zapatos, Benjamin retrata y documenta sin intervenir en la situación.
Al comienzo del Diario...
, Benjamin dice que no quiere hacer la teoría de Moscú y que para eso es
mejor no saber ruso. Su narración adquiere la elocuencia visual de una película
muda. Cuando analiza los movimientos de Asja y el efecto que tienen sobre él
los roces, el amago de un beso, la calidad de una mirada, abre un vacío entre
ambos. Allí también, pero en otro nivel, falta una lengua común. La relación no
fluye en el nivel físico, los contactos entre los cuerpos son casi robóticos o
imperceptibles. Benjamin no piensa en darle un par de zapatos nuevos a Daga
porque, en lugar de internarse en las vidas que describe, las ronda dejándolas
abiertas y desconocidas.
La falta de manejo del ruso para Benjamin -flâneur en Moscú-
es lo opuesto de lo que buscaba en París. En Moscú quiere permanecer
extranjero, entenderlo sin involucrarse.
Así tiene la libertad de combinar elementos dispares, como
las fiestas navideñas y una percepción de las nuevas prácticas habitacionales
bajo el comunismo, cuando nota que en los edificios habitados a pleno, las
luces que inusitadamente iluminan cada una de las numerosas habitaciones por la
noche los asemejan a gigantescas decoraciones para las fiestas. Moscú -como
Asja- le parece:
[una] fortaleza; el duro clima, que, por muy sano que me resulte, me afecta también mucho, el desconocimiento de la lengua, la presencia de Reich y la forma tan limitada de vida de Asja son otros tantos bastiones…”
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http://www.lanacion.com.ar/1306957-un-raro-amor-de-walter-benjamin |