

Fernando Bogado
Michel Foucault se ha convertido en un nombre insoslayable
para la filosofía en los últimos años, al menos así lo prueban la impronta que
ha dejado en la corriente biopolítica italiana, los particulares devenires de
la filosofía francesa, las diversas corrientes antiinstitucionales que se
vienen desarrollando desde mitad del siglo XX o, incluso, en la lectura e
incidencia de su producción filosófica en nuestro país o en países vecinos como
Brasil. La aparición de Lecturas foucaulteanas, de Edgardo Castro, y De
Canguilhem a Foucault, de Pierre Macherey, proponen volver a este pensador para
entender su herencia intelectual, en el caso del primero, o la emergencia de su
originalidad filosófica, en el caso del segundo.
Edgardo Castro, autor de Diccionario Foucault, aplica su ya
demostrado amor por las palabras y los conceptos para realizar una revisión de
la biopolítica en tanto corriente filosófica desde una perspectiva casi
filológica, muy al estilo de Nietzsche: revisar los términos, pesarlos como
guijarros. ¿Qué es “biopolítica”? No es estrictamente el término que usó por
primera vez en la historia del pensamiento el sueco Johan Rudolf Kjellén, más
citado que leído, quien introdujo el término en la medida en que se proponía
entender al Estado como una Lebensform (forma viviente). Tampoco es el término
que Foucault comenzó a utilizar en el último tramo de sus obras: dudoso entre
“bio-poder” (sí, con guión) y “biopolítica”, no hay una definición estricta del
término en ninguno de los trabajos publicados y aparece sólo tres veces en sus
libros. Allí se exhibe una profunda erudición al mostrar que la lectura
biopolítica de la obra del filósofo está atada a los avatares de la publicación
de sus textos “marginales” (entrevistas, escritos varios, clases). En
definitiva, “biopolítica” es un término que aparece con fuerza en los
“canteros” (tal como lo denomina Castro) del pensamiento foucaulteano. ¿Cuál es
la gran ambigüedad del término? Al no haber planteos específicos y
fundacionales –digámoslo: al no haber “origen”–, “biopolítica” siempre será una
palabra que se refiera tanto a la vida en la política como a la política en la
vida o, mejor, a la vida como objeto o a la vida como sujeto. Castro aventura
la posibilidad de que tal vez se pueda entender el movimiento del pensamiento
del filósofo de lo primero hacia lo último, por eso sus textos iniciales están
sumamente concentrados en los dispositivos de enunciación y sujeción que crean
al “hombre” y su “normalidad”, y sus últimos trabajos se detengan en las
estrategias para llevar adelante un buen vivir, una ética o, mejor, una forma
de pensar la subjetividad como una estética.
La pretendida coherencia del discurso de las ciencias y su
denuncia emparientan, desde la perspectiva de Pierre Macherey, la filosofía de
Foucault con la de Georges Canguilhem (1904-1995), uno de los pocos nombres que
Foucault no dejó de subrayar como “maestro”. Ambos, a su manera, se preocuparon
por el problema de la “norma” no como algo que impone desde afuera una fuerza
para conformar sujetos normales o anormales sino, muy por el contrario, como
algo inmanente que nace junto con aquello que supuestamente distingue: aparecen
al mismo tiempo en un mutuo alumbramiento. Sin embargo, la contraposición que
existe entre Canguilhem y Foucault, reside en el hecho de que el primero apostó
por un vitalismo que se concentraba en la vida como objeto (tal como se lee en
su gran obra Lo normal y lo patológico), mientras que el segundo concentró su
atención en lo cultural y lo social, al menos así lo afirma Macherey.
Foucault es, ante todo, un cuerpo de proposiciones y
planteos que marca una forma de entender la filosofía, una forma de dudar, de
plantear preguntas antes que de ofrecer respuestas, tal como dijo Gilles
Deleuze, espíritu afín. Quizá por eso hoy estemos hablando de una “herencia” y
no de un sistema cerrado. Tanto Castro como Macherey, el primero en un trabajo
ordenado y genealógico, el segundo en una colección de artículos atados a la
propia biografía del autor como discípulo de Louis Althusser y lector de
Canguilhem, no dejan de hacer aquello que el mismo Foucault declaró como
determinación específica de su quehacer filosófico: una ontología del presente.
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