
¿Por qué la actual la crisis del capitalismo fortalece a
quienes la han causado? ¿Por qué la racionalidad de la “solución” a la crisis
se basa en las previsiones que hacen y no en las consecuencias, que casi
siempre las desmienten? ¿Por qué es tan fácil para el Estado reemplazar el
bienestar de los ciudadanos por el bienestar de los bancos? ¿Por qué la gran
mayoría de los ciudadanos asiste a su empobrecimiento y al enriquecimiento
escandaloso de unos pocos como algo necesario e inevitable para evitar que la
situación empeore? ¿Por qué la estabilidad de los mercados financieros sólo es
posible a costa de la inestabilidad de la vida de la mayoría de la población?
¿Por qué los capitalistas, en general, individualmente son gente de bien y el
capitalismo, en su conjunto, es amoral? ¿Por qué el crecimiento económico es
hoy la panacea para todos los males de la economía y la sociedad sin que se
pregunte si los costes sociales y ambientales son o no sostenibles?
¿Por qué Malcolm X tenía razón cuando advirtió: “Si no tenéis cuidado, los periódicos os convencerán de que la culpa de los problemas sociales es de los oprimidos y no de los opresores”? ¿Por qué las críticas de las izquierdas al neoliberalismo entran en los noticieros con la misma rapidez e irrelevancia con la que salen? ¿Por qué son tan escasas las alternativas cuando son más necesarias?
¿Por qué Malcolm X tenía razón cuando advirtió: “Si no tenéis cuidado, los periódicos os convencerán de que la culpa de los problemas sociales es de los oprimidos y no de los opresores”? ¿Por qué las críticas de las izquierdas al neoliberalismo entran en los noticieros con la misma rapidez e irrelevancia con la que salen? ¿Por qué son tan escasas las alternativas cuando son más necesarias?
Estas preguntas deberían forman parte de la agenda de
reflexión política de las izquierdas, o pronto serán remitidas al museo de las
felicidades pasadas. Ello no sería grave si no significara, como significa, el
fin de la felicidad futura de las clases populares. La reflexión debería partir
de aquí: el neoliberalismo es, ante todo, una cultura del miedo, del
sufrimiento y la muerte para las grandes mayorías; no es posible combatirlo con
eficacia sin oponerle una cultura de la esperanza, la felicidad y la vida. La
dificultad que las izquierdas tienen para asumirse como portadoras de esta otra
cultura resulta de haber caído durante mucho tiempo en la trampa que las
derechas siempre han utilizado para mantenerse en el poder: reducir la realidad
a lo que existe, por más injusto y cruel que sea, para que la esperanza de las
mayorías parezca irreal. El miedo en la espera mata la esperanza en la
felicidad. Contra esta trampa es necesario partir de la idea de que la realidad
es la suma de lo que existe y de todo lo que en ella está emergiendo como
posibilidad y como lucha por su concreción. Si no son capaces de detectar las
emergencias, las izquierdas pueden sucumbir o acabar en el museo, lo que a
efectos prácticos es lo mismo.
Este es el nuevo punto de partida de las izquierdas, la
nueva base común que después les permitirá divergir fraternalmente en las
respuestas que den a las preguntas formuladas. Una vez ampliada la realidad
sobre la que hay que actuar políticamente, las propuestas de las izquierdas
deben resultar creíbles para las grandes mayorías como prueba de que es posible
luchar contra la supuesta fatalidad del miedo, del sufrimiento y la muerte en
nombre del derecho a la esperanza, la felicidad y la vida. Esta lucha debe
orientarse por tres principios clave: democratizar, desmercantilizar y
descolonizar.
Democratizar la democracia, porque la actual se ha dejado
secuestrar por poderes antidemocráticos. Es necesario evidenciar que una
decisión tomada democráticamente no puede quedar anulada el día siguiente por
una agencia de calificación o por una bajada en la cotización de las bolsas
(como podría suceder próximamente en Francia).
Desmercantilizar significa mostrar que usamos, producimos e
intercambiamos mercaderías, pero que no somos mercaderías ni aceptamos
relacionarlos con los demás y con la naturaleza como si sólo fuesen una
mercancía más. Antes que empresarios o consumidores somos ciudadanos y, para
ello, es necesario suscribir el imperativo de que no todo se compra ni se
vende, que hay bienes públicos y bienes comunes como el agua, la salud y la
educación.
Descolonizar significa erradicar de las relaciones sociales
la autorización para dominar a los otros bajo el pretexto de que son
inferiores: porque son mujeres, porque tienen un color de piel diferente, o
porque profesan una religión “extraña”.
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Boaventura de Sousa Santos |
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Traducido para Rebelión por Antoni Jesús Aguiló y José Luis Exeni http://visao.sapo.pt/gen.pl?sid=vs.sections/23424&mid1=vs.menus/255 |