
«El general Krasnov afirma (en su novela) que la Entente no quería la victoria de la Rusia imperial por miedo a que la cuestión oriental quedara resuelta definitivamente en favor del zarismo, y por tanto obligó al Estado Mayor ruso a adoptar la guerra de trincheras (absurda, a la vista de la enorme longitud del (rente desde el Báltico hasta el mar Negro, con vastas zonas pantanosas y bosques), mientras que la única estrategia posible era una guerra de maniobra.
Esta afirmación es, sencillamente, disparatada. En realidad, el ejército ruso intentó una guerra de maniobra y de incursiones imprevistas, especialmente en el sector austríaco (aunque también en Prusia oriental), y obtuvo éxitos tan brillantes como efímeros. La verdad es que no se puede elegir la forma de guerra que uno quiere, a menos que desde el principio se tenga una superioridad aplastante sobre el enemigo. Es bien sabido cuántas pérdidas se sufrieron a causa del terco rechazo de los estados mayores a reconocer que la guerra de posiciones se «imponía» por el conjunto de la relación de fuerzas en conflicto. Una guerra de posición no está, en realidad, constituida simplemente por trincheras propiamente dichas sino por lodo el sistema organizativo e industrial del territorio situado tras el ejército en campaña. Está impuesta, a menudo, por la rápida potencia de tiro de los cañones, ametralladoras y fusiles, por la fuerza armada que puede ser concentrada en un punto determinado, así como por la abundancia de suministros que hacen posible la rápida sustitución del material perdido tras una penetración enemiga o una retirada. Otro factor es la gran masa de hombres en armas; tienen aptitudes muy desiguales, y precisamente tan solo pueden actuar como una fuerza de masas. Puede verse como, en el frente oriental, una cosa era hacer una incursión en el sector austríaco, y otra en el sector alemán; y como, incluso en el sector austríaco reforzado por tropas alemanas escogidas y bajo el mando de alemanes, las tácticas de incursión acababan en desastre. Lo mismo pasó en la campaña polaca de 1920; el avance aparentemente irresistible fue detenido ante Varsovia por el general Weygand, en la línea comandada por oficiales franceses. Los mismos expertos militares que creen en las guerras de posición, igual que antes creían en la guerra de maniobra, no mantienen, naturalmente, que esta última deba ser suprimida de la ciencia militar. Simplemente mantienen que en guerras entre los estados más avanzados, industrial y socialmente, la guerra de maniobra debe considerarse reducida a una función táctica, más que estratégica, ocupando el mismo lugar que la guerra de asedio tuvo anteriormente en relación a ella. La misma reducción debe hacerse en el arte y la ciencia de la política, al menos en el caso de los estados avanzados, donde la «sociedad civil» se ha convertido en una estructura muy compleja y que resiste las «incursiones» catastróficas del elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etc.). Las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras de la guerra moderna. En la guerra, puede tener lugar a veces un feroz ataque de artillería que parece haber destruido lodo el sistema de defensa enemigo y sólo ha destruido de hecho la superficie externa del mismo; y, en el momento de su avance y ataque, los asaltantes se encuentran frente a una línea de defensa todavía efectiva. Lo mismo ocurre en política, durante las grandes crisis económicas. Una crisis no puede dar a las fuerzas atacantes la capacidad de organizarse con fulgurante rapidez, en el tiempo y el espacio; aún menos puede dotarlas de espíritu de lucha. Similarmente, los, defensores no están desmoralizados, ni abandonan sus posiciones, ni siquiera entre escombros, ni pierden la fe en sus, propias fuerzas o en su futuro. Las cosas, por supuesto, no permanecen como estaban; pero desde luego que no se encontrará el elemento de rapidez, de ritmo acelerado, de definitiva marcha hacia adelante, esperada por los estrategas del cadornismo político. El último acontecimiento de este tipo en la historia de la política fueron los acontecimientos de 1917. Estos marcaron un punto de inflexión en la historia del arte y la ciencia de la política».
El texto anterior se enmarca en la participación personal de
Antonio Gramsci en los debates acaecidos en la Internacional Comunista sobre la
revolución mundial, su posición respecto a la estrategia planteada por Trotsky
de la “revolución permanente” como práctica política internacionalista y la
necesidad de encontrar una estrategia válida para Occidente. Así Gramsci
reflexiona como en la guerra de movimientos, la artillería se utiliza para
abrir una brecha en las defensas del enemigo, brecha que sea suficiente para
hacer posible la irrupción de las tropas
y conseguir un éxito estratégico importante, si no definitivo. La guerra de
posiciones o de trincheras implica que los enemigos en presencia son demasiado
fuertes para que uno de ellos pueda aniquilar al otro rápidamente: es una
guerra de endurecimiento que exige la paciencia de los hombres y abundantes
avituallamientos en armas y alimentos. Ahora bien, dice Gramsci, se puede
encontrar en el arte de la política dos tipos de estrategia que se aproximan a
estos dos tipos de guerra: la guerra de movimientos designa la lucha frontal y
armada para la conquista directa del poder, mientras que la guerra de
posiciones indica la lucha hegemónica previa a esta lucha frontal.
Gramsci procede a una contraposición directa entre el curso
de la revolución rusa y el carácter de una estrategia correcta para el
socialismo en Occidente, por medio del contraste entre la relación del estado y
la sociedad civil en uno y otro de los teatros geopolíticos, constatando el
cambio del carácter de la lucha política a medida que las sociedades ganan en
complejidad, con un mayor desarrollo tanto del aparato estatal como de la
sociedad civil, que se convierten en el equivalente a las “trincheras” de la
guerra de posición. En esas condiciones la fórmula de la “revolución
permanente” (la relaciona con el “ataque frontal” y la “permanencia del
movimiento”), que Gramsci data en 1848, es sometida a una reelaboración,
encontrando la ciencia política su superación en la fórmula de “hegemonía
civil”:
En el arte político ocurre lo mismo que en el arte militar:
la guerra de movimiento deviene cada vez más guerra de posición y se puede
decir que un Estado vence en una guerra, en cuanto la prepara minuciosa y
técnicamente en tiempos de paz. Las estructuras macizas de las democracias
modernas, tanto como organizaciones estatales que como complejo de asociaciones
operantes en la vida civil, representan en el dominio del arte político lo
mismo que las “trincheras” y las fortificaciones permanentes del frente en la
guerra de posición. (Notas sobre Maquiavelo…).
A partir de esta contraposición con la revolución rusa,
surge en Gramsci la teoría de una estrategia revolucionaria diferenciada para
Occidente, designada como guerra de posiciones (necesaria para conquistar
gradualmente los fortines que constituyen las instituciones de la sociedad
civil) en contraposición a la guerra de maniobra o de movimientos, como la que
permitió en Rusia la conquista de la trinchera estatal. De ese modo, la guerra
de posiciones suplanta a la guerra de movimientos, en todo lo que signifique
tomar posiciones decisivas:
En la política subsiste la guerra de movimientos hasta que
se trata de conquistar posiciones no decisivas y, por consiguiente, no son
movilizables todos los recursos de la hegemonía del Estado; pero cuando por una
razón u otra estas posiciones han perdido su valor y sólo tienen importancia
las decisivas, se pasa a la guerra de asedio, dura, difícil, en la que se
requieren cualidades excepcionales de paciencia y del espíritu inventivo. (Pasado
y Presente).
Cabe, no obstante,
remarcar –tal y como ha recordado P. Anderson-, que fueron Lenin y Trotsky los
primeros en llamar la atención para que los partidarios de la III Internacional
no copiaran miméticamente el modelo bolchevique. De hecho, se puede constatar
como Lenin era consciente de la necesidad de estrategias revolucionarias
diferenciadas según las diferentes áreas geográfico-culturales. En ese sentido
son significativas sus autocríticas por la impronta excesivamente rusa que se
había impreso a la Internacional Comunista, y que hacían a sus textos
difícilmente comprensibles a los militantes de los partidos comunistas
extranjeros o, de comprenderlos, de difícil o imposible aplicación a otras
situaciones nacionales diferenciadas. En tales autocríticas, Lenin precisaba
que cada pueblo llegaría al socialismo por diferentes vías, según las
condiciones específicas de cada país. El único rasgo común exigible sería que
todas esas vías revolucionarias al socialismo requerían la hegemonía de la
clase obrera en el proceso de transición. Por otra parte, en un discurso
pronunciado el 29 de abril de 1918, ante el Ejecutivo Panruso de los Soviets,
Lenin establecía también tal diferencia entre Rusia (Oriente) y los países
avanzados de Occidente. Según Lenin, realizar la revolución en Rusia había sido
tan fácil ¡cómo levantar una pluma!, lo difícil sería consolidarla; por el
contrario en los países avanzados de Occidente lo difícil sería realizar la
revolución –a causa del fuerte grado de implantación que sus burguesías habían
logrado en tales sociedades-, pero lo fácil sería consolidarla, a causa de su
alto nivel industrial, cultural y científico.
En este mismo artículo Gramsci hace referencia, a propósito
de la comparación entre los conceptos de guerra de maniobra y guerra de
posición en el arte militar y los conceptos correspondientes en el arte
político, a Rosa Luxemburg en su libro La huelga de masas, el partido y los
sindicatos, también teoriza acerca de la guerra de movimientos. Las crisis
económicas desempeñan en su teoría el papel de la artillería pesada en el arte
militar; necesariamente, tienen efectos mucho más complejos. Las crisis
económicas permiten:
“1) el abrir una brecha en la defensa enemiga tras haber desorganizado al enemigo mismo, haciéndole perder la confianza en sí, en sus fuerzas y en su porvenir; 2) el organizar vertiginosamente las tropas propias, crear los cuadros o, por lo menos, poner inmediatamente en su puesto de encuadramiento de las tropas dispersas a los cuadros propios (elaborados hasta entonces por el proceso histórico general); 3) el crear inmediatamente la concentración ideológica de identidad con la finalidad buscada “ (Notas sobre Maquiavelo…).
Gramsci critica el determinismo económico al que equivale el
espontaneismo luxemburguiano (Gramsci considera que toda teoría de la
espontaneidad esconde, como fundamento necesario, un determinismo económico).
Rosa Luxemburg desprecia por una parte, la importancia de los elementos
voluntarios y organizativos, elementos que constituyen la especificidad de lo
político; por otra parte, reduce, dice Gramsci, la superestructura política e
ideológica a la infraestructura económica, pues su teoría de la huelga implica
necesariamente que la infraestructura es la causa mecánica de las
transformaciones de la superestructura. No se trata de una causalidad
unilateral, sino de una causalidad circular, la existente entre la
infraestructura y la superestructura: esta última goza de una autonomía
relativa y de una eficacia propia. Si bien las irrupciones catastróficas del
elemento económico conmueven las estructuras sociales de arriba abajo, sin
embargo, no las destruyen automáticamente. La teoría de Rosa Luxemburg “era una
forma de férreo determinismo economicista, con el agravante de que sus efectos
se creían rapidísimos en el tiempo y en el espacio; por eso se trataba de un
misticismo histórico propiamente dicho, expectativa de una especie de
fulguración misteriosa “ (Notas sobre Maquiavelo…).
La guerra de movimientos en política no se reduce a la
interpretación espontaneista y económica de R. Luxemburg; Lenin aplicó
victoriosamente este tipo de lucha en Rusia en 1917, y Lenin no era,
precisamente, discípulo de R. Luxemburg. Por el contrario, siempre insistió en
su acción teórica y política sobre los elementos conscientes voluntarios de la
lucha política: En el momento en que la gran guerra había hecho insoportable la
explotación de las masas populares por la oligarquía zarista y la lucha común
en las trincheras había creado una solidaridad entre los hombres que, antes, no
conocían más que las gentes con respecto a sus pueblos, Lenin supo utilizar
esta situación mediante la huelga general y la insurrección armada, se apoderó
del poder del Estado expulsando de él a la burguesía. Pero Lenin no hubiera
podido conducir al proletariado a la victoria en el 17 si no hubiese preparado
la revolución, a largo plazo, creando un partido centralizado, homogéneo y
fuertemente ligado a la clase obrera; se distingue, precisamente, de R.
Luxemburg por esta paciente y consciente preparación de la revolución.
Pero Gramsci no sólo polemiza con R. Luxemburgo, también con
Trotsky. Es un hecho conocido el intento de Trotsky de extender, como señala
Gramsci, este tipo de lucha al conjunto de la sociedad occidental. Ahora bien,
un análisis comparativo de las relaciones sociedad civil-sociedad política en
Rusia y en los países industrializados nos muestra que la guerra de movimientos
es ineficaz en estos últimos:
“«Está por ver si la famosa teoría de Trotsky sobre el carácter permanente del movimiento no es el reflejo político de las condiciones económicocultural- sociales generales en un país en el que las estructuras de la vida nacional son embrionarias y laxas, e incapaces de convertirse en «trincheras» o «fortalezas». En este caso se puede decir que Trotsky, aparentemente «occidental», fue de hecho un cosmopolita –esto es, superficialmente occidental o europeo-. Lenin, por su parte, fue profundamente nacional y profundamente europeo. Me parece que Lenin comprendió que era necesario un cambio de la guerra de maniobra, aplicada victoriosamente en Oriente en 1917, a la guerra de posición, que era la única forma posible en Occidente donde, como observó Krasnov, los ejércitos podían acumular rápidamente cantidades infinitas de municiones, y donde las estructuras sociales eran todavía capaces por sí mismas de transformarse en fortificaciones con armamento pesado. Esto es lo que me parece que ‘significa’ la fórmula del «frente único», y se corresponde a la concepción de un solo frente para la Entente bajo el mando único de Foch. Lenin, sin embargo, no tuvo tiempo de desarrollar su fórmula –aunque debe recordarse que él sólo podía haberla desarrollado teóricamente, por cuanto la tarea fundamental era nacional; es decir, exigía un reconocimiento del terreno y la identificación de los elementos de trinchera y fortaleza representados por los elementos de la sociedad civil, etc. En Oriente, el estado lo era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente existía una relación apropiada entre estado y sociedad civil, y cuando el estado temblaba, la robusta estructura de la sociedad civil se manifestaba en el acto. El estado sólo era una trinchera avanzada, tras de la cual había un poderoso sistema de fortalezas y casamatas; más o menos numerosas de un estado al otro, no hace falta decirlo –pero precisamente esto exigía un reconocimiento exacto de cada país individual” (Notas sobre Maquiavelo…).
La sociedad civil rusa se componía, en la cima, de una capa
dirigente feudal y burguesa y de diferentes vanguardias obreras, campesinas, y
de intelectuales y, en la base, de la gran masa campesina que formaba la
aplastante mayoría de la nación y que vivía en forma dispersa sobre la
inmensidad del territorio imperial. Entre el poder central del Zar y las masas
campesinas existían tan sólo relaciones de tipo burocrático y administrativo.
En el terreno ideológico, los campesinos estaban ligados a los mitos y a las
creencias de sus razas y de sus regiones. A la centralización de la sociedad
política no correspondía un grado de centralización igual de la sociedad civil;
ésta no estaba estructurada ni había alcanzado la homogeneidad ideológica. En
el lenguaje de Gramsci, el Estado lo era todo, la sociedad civil, nada. No era
necesario más que la posesión del control estatal para tener a mano el del
conjunto del país.
En Occidente, el desarrollo del capitalismo determinó, por
el contrario, la formación no solamente de amplios estratos proletarios, sino
también de la aristocracia obrera con sus ramificaciones, la burocracia
sindical y el partido social-demócrata; ello provocó la formación de una
jerarquía social muy compleja y articulada. La burguesía se proporcionó una
vasta red de medios de propaganda para extender su hegemonía sobre las masas
populares. En la sociedad occidental el Estado reposa, pues, sobre una sociedad
civil fuerte. Por tanto, para apoderarse del poder, el partido revolucionario
debe desarrollar una estrategia y unas tácticas mucho más complejas y de mayor
duración que las utilizadas por los bolcheviques para lanzar a las masas a la
conquista del Estado durante el período marzo-noviembre de 1917.(Carta de
Gramsci fechada en 9 de febrero de 1924. La formazione del gruppo dirigente del
partito comunista italiano).
Hay una serie de temas memorables en estos dos pasajes,
extremadamente comprimidos y densos, que encuentran eco en otros fragmentos de
los Cuadernos. Por el momento, nuestra intención no es reconstruir ni explorar
ninguno de ellos, ni relacionarlos con el pensamiento de Gramsci en su
conjunto. Bastará simplemente con exponer los principales elementos visibles de
los que se componen en una serie de oposiciones:
Oriente Occidente
Sociedad civil Primitiva/Gelatinosa Desarrollada/Robusta
Estado Preponderante Equilibrado
Estrategia Maniobra Posición
Ritmo Rapidez Demora
Sociedad civil Primitiva/Gelatinosa Desarrollada/Robusta
Estado Preponderante Equilibrado
Estrategia Maniobra Posición
Ritmo Rapidez Demora
A pesar de que los términos de cada oposición no tengan una
definición precisa en los textos, las relaciones entre los dos grupos aparecen
inicialmente lo bastante claras y coherentes. Sin embargo, una observación más
ajustada revela inmediatamente ciertas discrepancias. En primer lugar, se
describe la economía como realizando «incursiones» en la sociedad civil
occidental como una fuerza elemental; la implicación es, evidentemente, que
está situada fuera de ella. Pero el uso normal del término «sociedad civil»
siempre ha incluido preeminentemente, desde Hegel, la esfera de la economía
como la de las necesidades materiales; en este sentido la emplearon siempre
Marx y Engels. Aquí, por el contrario, parece excluir las relaciones
económicas. Al mismo tiempo, la segunda nota contrapone Oriente, donde el
estado lo es «todo», y Occidente, donde el estado y la sociedad civil están en
relaciones «adecuadas». Puede presumirse, sin forzar el texto, que Gramsci
quería decir con esto algo parecido a una relación «equilibrada»; en una carta
escrita algo así como un año antes, se refiere a «un equilibrio de la sociedad política y la
sociedad civil», donde por sociedad política quería decir el estado. Pero el
texto continúa diciendo que en la guerra de posición, en Occidente, el estado
constituye tan sólo la «trinchera avanzada» de la sociedad civil, que puede
resistir su demolición. La sociedad civil se convierte por lo tanto en un
núcleo central o en un reducto interno, del cual el estado es meramente una superficie
externa y prescindible. ¿Es esto compatible con la imagen de una «relación
equilibrada» entre los dos? El contraste en las dos relaciones entre el estado
y la sociedad civil en Oriente y Occidente se transforma aquí en una simple
inversión: no es ya preponderancia versus equilibrio, sino una preponderancia
contra otra preponderancia. Una lectura científica de estos fragmentos se hace
todavía más compleja cuando se comprende que mientras que sus objetos formales
de crítica son Trotsky y Luxemburg, su verdadero blanco puede haber sido el
tercer período dela Comintern. Podemossuponerlo por la fecha de su composición
–aproximadamente entre 1930 y 1932 en los Cuadernos– y por la referencia clara
a la gran depresión de 1929, en la que se fundamentan muchas de las
concepciones sectarias del «socialfascismo» durante el tercer período. Gramsci
combatió resueltamente estas ideas desde la cárcel, y, haciéndolo, se vio
llevado a reapropiarse de las prescripciones políticas dela Cominternde 1921,
cuando Lenin todavía vivía, sobre la unidad táctica con todos los otros
partidos obreros en la lucha contra el capital, las cuales él mismo, junto con
casi todos los otros dirigentes importantes del partido comunista italiano,
había rechazado en aquel momento. De aquí la «dislocada» referencia al frente
único en un texto que parece hablar de un debate muy diferente.
Para concluir esta primera aproximación a los conceptos
elaborados por Gramsci, quisiéramos llamar la atención sobre la clarividencia
del autor italiano que ya en 1917, en un memorable artículo titulado “Tres
principios, tres órdenes”, planteó con enorme lucidez el tema de las
dificultades occidentales para la revolución:
“Si se piensa en lo difícil que es convencer a un hombre para que se mueva cuando no tiene razones inmediatas para hacerlo, se comprende que es mucho más difícil convencer a una muchedumbre en los Estados en que no existe, como pasa en Italia, la voluntad por parte del gobierno de sofocar sus aspiraciones…En los países en que no se producen conflictos en la calle, en los que no se ve pisotear las leyes fundamentales del Estado ni se ve cómo domina la arbitrariedad, la lucha de clases pierde impulso y se debilita. La llamada ley del mínimo esfuerzo, que es la ley de los cobardes y significa a menudo no hacer nada, se hace popular. En esos países la revolución es menos probable. Donde existe un orden, es más difícil decidirse a sustituirlo por un orden nuevo” (Gramsci, A. “Scritti Giovanili”. Torino, Einaudi, edic. 1958).