
Hace 90 años nacía en Bolonia el cineasta, escritor,
dramaturgo, músico, etc. Pier Paolo Pasolini. Su enfrentamiento con el poder y
su amor por la raíz de los seres humanos marcaron su obra, profundamente libre
y radical
“Soy uno que nació en una ciudad llena de pórticos en 1922”: Pier Paolo Pasolini, ‘Poeta de las cenizas’
“Soy uno que nació en una ciudad llena de pórticos en 1922”: Pier Paolo Pasolini, ‘Poeta de las cenizas’

Encausado en 33 procesos judiciales (absuelto en todos),
vivió y produjo su obra en medio del escándalo constante, perseguido por
su condición de homosexual y comunista. Ello explica la brutal franqueza
que encontramos en su obra: el tono de Pasolini es el de uno que ha asumido el linchamiento
mediático y la exposición al escarnio público como una tragedia de la que
se alimenta: sin nada que esconder frente a una élite pacata e hipócrita,
Pasolini surge como una voz de un radicalismo inaudito, un azote
permanente del poder democristiano, del neofascismo y la mafia vaticana y
un interlocutor siempre crítico del Partido Comunista Italiano, para el cual
pedía el voto una y otra vez, a pesar de haber sido expulsado de sus
filas a finales de los años ‘40 a causa de su orientación sexual.
Llegada a Roma
Pasolini llega a Roma antes de cumplir 30 años procedente de
la región del Friuli, de donde huye con su madre tras un primer proceso a causa
de un escándalo sexual. Con escasos medios económicos, se instala en la
periferia romana, donde entabla relación con la población llegada del campo en
busca de oportunidades: es el subproletariado romano que
protagonizaría buena parte de su obra. Tras ganarse una sólida reputación
literaria, gracias sobre todo al éxito de su poemario Las Cenizas de
Gramsci y de su novela Chicos del arroyo, se inicia en el cine a
mediados de los ‘50, primero como guionista y luego como director con
Accattone, su primera película, del año ‘61. A esta le seguirían una larga
serie de largometrajes, cortometrajes y documentales. Con pocas excepciones,
sus actores eran elegidos entre personas comunes de los arrabales o entre sus
amigos. Su estilo cinematográfico, de un extraño realismo (él usaba el término
“cine de poesía”), se puede considerar en muchos aspectos la antítesis del cine
comercial.
Su denuncia hunde sus
raíces en el profundo amor que siente hacia el campesinado y el subproletariado
italiano
Paralelamente a su obra artística, Pasolini se convirtió en
un referente intelectual en los medios italianos gracias a sus frecuentes
intervenciones en la prensa y en la televisión, donde se caracterizó por sus
continuas polémicas sobre los temas que atravesaban la actualidad
italiana de la época: partiendo de posiciones cercanas al marxismo de Gramsci,
su postura fue radicalizándose más y más con el paso de los años. Su denuncia
hunde sus raíces en el profundo amor que siente hacia el campesinado
y el subproletariado italiano, cuyos valores ve desaparecer progresivamente al
tiempo que el sistema de valores consumista se generaliza en Italia a
mediados de los años ‘60 con el “boom” económico. La homologación cultural, que
para él tiene los rasgos de un genocidio, sumen al poeta en una desesperación
que le impulsa a ejercer una crítica apocalíptica hacia esa suerte de fascismo
reconvertido en modernización, auspiciado por el gran capital industrial, la
extrema derecha, parte de la jerarquía católica y los servicios de inteligencia
del capitalismo internacional que por esos años quieren impedir a toda costa
que Italia entre en la órbita del comunismo. Son los años de la logia P2, del
grupo Ordine Nero y del terrorismo de Estado.
Flagelo de jerarcas
Aprovechando el eco mediático de su éxito como cineasta,
Pasolini se convirtió al final de su vida en un flagelo insobornable de la
clase dominante a través de constantes artículos en la prensa italiana, en
los que pedía “procesar a los jerarcas democristianos” o en los que afirmaba
saber quiénes eran los responsables de las masacres terroristas que asolaban
Italia
Nunca dejó de posicionarse frente a los acontecimientos que
marcaban la vida política y cultural de su tiempo (su célebre escrito Io
so -“Yo sé”- fue la fuente de inspiración de Roberto Saviano para
Gomorra). Nunca dejó de posicionarse críticamente, escandalosamente,
frente a los acontecimientos que marcaban la vida política y cultural de su
tiempo, demostrando una lucidez, una sensibilidad y una valentía excepcionales,
siempre al margen de los intelectuales “de palacio”. El grueso de sus
intervenciones de este periodo está recogido en los libros Cartas luteranas y
Escritos corsarios.
En el momento de su muerte en 1975, Pasolini trabajaba en la
novela Petróleo, narración en torno al personaje de Enrico Mattei (el
directivo de la empresa nacional de hidrocarburos que llegó a acuerdos
comerciales con la URSS y que resultó muerto en un falso accidente aéreo en
1962) y también acababa de terminar el rodaje de Saló o las 120 jornadas
de Sodoma,
Hoy pocos dudan de que el crimen que puso fin a la vida de
Pasolini tuvo motivaciones políticas un filme brutal sobre la naturaleza
del poder que sigue sin perder ni un ápice de su perturbadora elocuencia
hoy día. Hoy pocos dudan de que el crimen que puso fin a su vida tuvo
motivaciones políticas y que se trata de un episodio más de la siniestra trama
de los años de plomo italianos, de la cual vamos conociendo los
detalles a cuentagotas, décadas después, conforme van prescribiendo las
responsabilidades o van desapareciendo de forma natural sus perpetradores. Como
artista, su propósito manifiesto fue resistirse a que su obra se volviera un simple
objeto de consumo. Hoy conmemoramos el nacimiento de esa “fuerza del pasado”,
porque su espíritu sigue vivo y es más necesario que nunca.
El Teatro de la
Palabra / Laura Corcuera
“El teatro debería ser lo que el teatro no es”, escribió
Pasolini en el primer epígrafe de su manifiesto 32 puntos para un nuevo
teatro (Nuovi argumenti, no9, marzo de 1968). De puntillas se ha pasado
por la obra dramática de este incómodo intelectual que apostó en vida por un Teatro
de la Palabra, carente de acción escénica (y de puesta en escena), como
alternativa al teatro burgués (de la charla) y al de vanguardia (del gesto y
del grito), donde el intercambio de opiniones e ideas (los personajes reales)
estaban en primer plano y generaban un “rito cultural”.
Pasolini había hecho una primera aproximación a la escritura
teatral en 1944 con I turcs tal friul, un drama en dialecto sobre una
comunidad rural italiana, pero fue en 1965 cuando escribió cinco de sus seis
tragedias que remataría en los años siguientes -Pilade (1967), Orgia (1968), Affabulazione (1969), Porcile (1969), Calderon (1973)—,
además de su última y autobiográfica Bestia da Stile (1974).
Gracias a las traducciones de Carla Matteini, su obra se
encuentra en español. En 1980, la revista Pipirijaina publicaría por
primera vez Calderón, revisada y reeditada por Icaria (1987) y por la
revista Primer Acto (2009). La editorial Hiru continuó la labor con Orgia (1995),
que recomendamos como primera incursión a sus textos dramáticos, y Fabulación (1997).
Sus obras teatrales, grandes retos para poner en escena, son pura poesía de
acción bañada en la dialéctica de los contrarios (normal/diferente, realidad/sueño,
pasado/futuro). Vale la pena leerlas al menos, pues esconden reflexiones que
sobrepasan un tiempo concreto.
La obra de Pasolini pasa de la fascinación por el modo de
vida del campesinado y el subproletariado y su resistencia a la cultura de
consumo al desengaño.
Cuando el progreso
margina
Debut en el cine de Pier Paolo Pasolini, Acattone, de
1961, bebe del universo que poblaba sus primeras novelas, unas borgate (los
arrabales de la ciudad) pobladas por personajes marginales. Centrada en las
peripecias de Vittorio, un chulo, este largometraje habla de un mundo que
fascinaba a su autor. Miserable y violento, marginado del progreso pero
precisamente por eso todavía resistente y no totalmente contaminado por la
cultura de consumo asociada al avance del capitalismo industrial.
Italia sin milagros
Poco conocido, el documental-encuesta Comizi d’amore (1965)
es uno de los favoritos de esta casa. Mientras buscaba localizaciones para
rodar El Evangelio según san Mateo, Pasolini aprovechó para conocer,
micrófono en mano, la opinión de los italianos (paseantes, intelectuales,
estudiantes, obreros...) sobre el sexo, el amor, el matrimonio, la
homosexualidad o el papel de las mujeres. El resultado, fascinante y divertido,
da una imagen compleja del rostro de un país que poco tiene que ver con la
Italia oficial del milagro económico.
La burguesía se
consume
El primero de una serie de filmes más ‘difíciles’,
indigestos y no consumibles para el mercado que inicia Pasolini en 1968.
Teorema, adaptación de una de sus novelas, versa sobre un misterioso joven que
irrumpe en el seno de una familia burguesa y va conquistando uno a uno a cada
uno de sus miembros, física y emocionalmente. Este filme sobre la esterilidad
de los valores burgueses, que ha sido comparado con El ángel exterminador,
de Buñuel, tendrá problemas con la censura y no se estrenará hasta 1970.
‘Saló’, el poder
sobre los cuerpos
Adaptación del marqués de Sade, Saló (1975) supone
una abjuración del optimismo que propugnaban sus tres películas anteriores: es
una representación del ejercicio del poder sobre los cuerpos, objetualizados y
convertidos en cosas. De la celebración del cuerpo como territorio de libertad,
Pasolini pasa a concebirlo como un terreno abonado para el ejercicio del poder.
Esta última obra expresa el convencimiento de que no existe un afuera del poder
y del capitalismo, que Pasolini había querido encontrar en las borgate y
el modo de vida campesino.
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