Francesc Arroyo
Tardo un mes en convencer a los alumnos no ya de que lo que
explico es interesante, sino de que tiene sentido”. La afirmación es de un
profesor de filosofía de secundaria y refleja el desánimo de quien sabe que
parte de quienes asisten a sus clases lo hacen por obligación, sin interés por
la materia o, lo que es peor, convencidos de que lo que allí se explica no
tiene nada que ver con el mundo. Para algunos, la continuidad de la asignatura en los
planes de estudio garantiza horas de clase y el sustento.
El resultado es una tribu de resentidos que, cuando oyen la palabra filosofía simplemente desconectan, convencidos de que detrás solo hay una jerga incomprensible que pretende describir el ser y se queda en nada.
El resultado es una tribu de resentidos que, cuando oyen la palabra filosofía simplemente desconectan, convencidos de que detrás solo hay una jerga incomprensible que pretende describir el ser y se queda en nada.
Y, sin embargo, otra filosofía es posible. Lo saben bien
autores que gozan de no pocos lectores, como Fernando Savater o Jesús Mosterín.
Y lo demuestra el hecho de que la filosofía encuentre acomodo en la televisión
—Pienso, luego existo, en La 2— o en la radio —Manuel Cruz, en La Ventana
(cadena SER; Javier Sádaba en No es un día cualquiera (RNE)—. Y hay más: varias
editoriales se lanzan a encontrar lectores fuera del ámbito académico. Ahí está
la colección Great Ideas (Taurus), con textos de Kant, San Agustín o Trotski,
que intentan divulgar “las ideas que cambiaron el rumbo de nuestra historia”.
Errata naturae publica Los Pequeños Platones, serie de volúmenes dirigidos a
despertar el interés de los más jóvenes. La editorial Herder difunde obras tan
clásicas del pensamiento como El Príncipe, de Maquiavelo, o Así habló
Zaratustra, de Friedrich Nietzsche, nada menos que empleando los métodos
narrativos del manga.
Que hay un renovado interés por la filosofía, más allá de
los muros de la academia, se puede comprobar, además de con lo antedicho,
asistiendo a las charlas que organiza la Fundación March, en Madrid, cuyo
director, Javier Gomá, publica ahora Todo a mil (Galaxia Gutenberg / Círculo de
Lectores), un volumen que recoge artículos publicados en las páginas de EL PAÍS
y que él mismo subtitula como ‘Microensayos de filosofía mundana’.
“La filosofía es la
única disciplina que se plantea las grandes preguntas que afectan a todo el
mundo”, dice Victoria Camps
Autores y editores coinciden en afirmar que la gente busca
en la filosofía “herramientas para entender lo que pasa”. Durante los últimos
siglos, dice Gomá, la filosofía ha cumplido una función fomentando “un aumento
de la autoconciencia”, una cultura de la liberación que culmina en los años
sesenta y setenta. Pero hoy, lo que acucia a los ciudadanos es diferente: “El
problema no es ser yo mismo sino cómo vivir juntos. Cómo ser libres juntos”. Y
para esto, la filosofía tradicional, cree, no da respuestas claras. De ahí que
el público busque otras vías. “Hay una demanda social que la academia no
satisface”, sostiene, porque “la universidad es fuente de conocimiento, pero no
de sabiduría. No resuelve los problemas éticos”. Además, la filosofía académica
se presenta, con frecuencia, como una jerga oscura y, a veces, banal.
“Hay una demanda más allá de la academia de herramientas
para comprender el mundo”, coincide incluso en las palabras Manuel Cruz,
catedrático de Historia de la Filosofía en la Universidad de Barcelona y
habitual en la cadena SER. “Tenemos la sensación de que el mundo es cada vez
menos comprensible. Hasta hace una década, la academia podía criticar la idea
de progreso, pero la gente tenía asumido que se iba mejorando. La crisis abre
una nueva perspectiva. El progreso invita a mirar hacia el futuro; la crisis
nos pide que miremos hacia atrás para ver cuándo nos hemos equivocado”. Y se
acude al filósofo porque es quien “levanta acta del sentido del mundo”. Aunque
él mismo no deja de añadir: “Porque tiene sentido, ¿no?”.
“La filosofía es la única disciplina que se plantea las
grandes preguntas que afectan a todo el mundo. Las demás no se hacen cargo de
la totalidad. Ni siquiera la religión, y menos ahora que ya no es hegemónica”,
dice Victoria Camps, que acaba de jubilarse de la Universidad Autónoma de
Barcelona y prepara una breve historia de la ética para un público amplio. Con
todo, añade, siempre ha habido filósofos que se hacían entender y otros que
resultaban “crípticos o abstractos”. La característica de los primeros y de los
textos destinados al gran público es que no pierden “la conexión con la vida
real” y son capaces de hacerla evidente para el lector.
Hay una palabra que citan todos los autores y editores
consultados: claridad. Camps no duda en citar a José Ortega y Gasset: “La claridad
es la cortesía del filósofo”. Fernando Savater es autor de varios títulos con
gran acogida de público. El que más, Ética para Amador, que cumple ahora 21
años. “La filosofía habla de cosas interesantes, pero a veces se presenta de
forma que intimida y que resulta incomprensible”. La idea del libro se la dio
una amiga, profesora en un instituto de Barcelona. “Hoy tal vez no me habría
atrevido”, apunta. Que funciona lo sabe él bien, por las ventas y por los
encuentros que desde entonces ha mantenido y mantiene con estudiantes de
secundaria. “Los jóvenes están en la edad de la filosofía y ese interés se
recupera en la vejez”, dice. Pero para llegar a ellos hay que empezar por
apearse de la tradición académica: “Las citas de autoridad no sirven. No se
puede empezar apelando a la historia de la filosofía. En cambio, se interesan
por los temas: la muerte, la verdad, la justicia, la naturaleza. Son
importantes la agilidad y el humor”, cuenta. Temas como los que cita el
pensador donostiarra y otros como los derechos humanos o la inmigración son los
que trata el novelista y profesor de bachillerato Ismael Grasa en La flecha en
el aire. Diario de la clase de filosofía (Debate). “Savater se adelantó 20 años
a la actual demanda de filosofía para el gran público”, dice Francisco
Martínez, responsable de Ariel, la editorial que tiene en su catálogo Ética
para Amador. Martínez añade que está convencido de que hoy hay “una exigencia
de herramientas para la reflexión”, a la vez que de “claridad”.
“Los jóvenes están en
la edad de la filosofía y ese interés se recupera en la vejez”, afirma Fernando
Savater
Si una amiga fue la musa de Savater, la idea para la serie
de libros de bolsillo de Jesús Mosterín que narra la historia del pensamiento
(Alianza) le vino de un texto previo. “Tuve la inspiración a partir de la
Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell. Me enteré de que él
había vivido una época de los derechos de esa obra a la que siempre tuve gran
simpatía. Cuando me pidieron un prólogo para la edición castellana lo escribí y
luego me puse a redactar mis textos”, recuerda. Una colección que —tras
ocuparse del pensamiento griego, indio o chino— termina ahora con el volumen
dedicado al islam. “Este tipo de escrito exige mucha claridad, mientras que en
algunos círculos filosóficos hay cierta tradición de oscuridad”. Pero si la
claridad es una virtud para el lector, la libertad es un premio para el autor:
“Al ser textos fuera del programa académico, tengo gran libertad en el
tratamiento y en la selección de temas y autores. En el caso del islam, he
elegido algún poeta, astrónomo y matemático y le dedico bastante espacio porque
creo que así se entiende mejor todo y eso no podría hacerlo si tuviera que
ceñirme al temario de una asignatura”.
La libertad en el tratamiento es también clave en las nuevas
colecciones. Si hace dos décadas el noruego Jostein Gaarder adoptó la narrativa
en El mundo de Sofía (Siruela), la serie Los Pequeños Platones, dirigida a
niños de entre 9 y 13 años, abandona el ensayo, tradicional en el pensamiento,
para optar por la ficción. “Hay que buscar caminos para transmitir las ideas a
los niños y esta colección se inclina por dos elementos: la asociación de las
ideas con la vida del personaje y el recurso a la imagen”, explica el director
de errata naturae, Rubén Hernández. Él compró los primeros títulos de la
edición francesa hace un par de años. “Mi intención no era publicarlos, sino
leerlos”. Y al hacerlo empezó a pensar en la posibilidad de que hubiera un
público que los acogiera, de modo que decidió adquirir los derechos y
traducirlos al castellano. “Es un proyecto con algún nivel de riesgo, ahora que
la filosofía se retira hasta de las escuelas, pero creemos que hay un público
dentro y fuera de los colegios. Sabemos que se venden más los libros de piratas
y princesas; el público del ensayo es minoritario en general, no solo entre los
jóvenes”. De momento están en las librerías los textos dedicados a Kant y a
Diógenes el cínico y está casi listo el dedicado a Karl Marx.
La libertad en el tratamiento es, también, el hilo conductor
de las obras que publica la colección Manga de Herder. Obviamente, con dibujos
de este estilo. El origen es, en este caso, Japón, y de momento han salido dos
títulos filosóficos (Así habló Zaratustra y El Príncipe) además de La divina
comedia, de Dante. Los editores llevarán la colección al próximo Salón del
Manga de Barcelona, al tiempo que presentan las obras en los centros de
enseñanza. “En los institutos, por supuesto, pero también en la universidad”,
explica un portavoz de la editorial. Hace unos días, entregaron la edición del
texto de Maquiavelo a la profesora de filosofía del Renacimiento de una
universidad catalana, quien lo llevó al aula y lo mostró a los estudiantes.
“Nos dijo que lleva libros a clase con frecuencia, pero que era la primera vez
que un volumen había pasado por las manos de todos los alumnos”. La colección
cuenta también con un blog (losmangasdeherder.com) que acoge los comentarios de
los lectores.
Mucho más fiel a los textos originales es la colección Great
Ideas, de Taurus, con siete títulos en la calle. El origen es también foráneo,
en este caso la editorial inglesa Penguin. Pero los editores españoles piensan,
además de traducir títulos, en introducir otros de producción propia dedicados
a autores españoles e hispanoamericanos. El primero, Ortega y Gasset, explica
Inés Vergara, responsable del proyecto. En estos momentos están negociando con
sus herederos los derechos correspondientes. “Los volúmenes son fieles al texto
original, pero el lenguaje es más claro, se han eliminado las notas y se ha
seleccionado lo esencial”. Se trata, explica, de “dar a conocer al lector la
obra de cada autor partiendo del respeto al texto, de modo que sirva como una
introducción que genere ganas de seguir leyendo”. La selección de autores no se
limita, en este caso, a pensadores catalogados tradicionalmente en el campo de
la filosofía. También los hay procedentes de la política (Trotski), la
literatura (Proust, Shakespeare y Tagore) y la ciencia (Darwin).
Jesús Mosterín: “Este
tipo de escritos exige claridad, mientras que en algunos círculos hay tradición
de oscuridad”
“Abrir puertas al pensamiento” es la expresión que emplea
Lluís Carrizo, director del programa Pienso, luego existo, con una primera
serie emitida en La 2 —puede verse en Internet:
www.rtve.es/alacarta/videos/pienso-luego-existo— y una segunda en preparación.
“El esquema es la biografía intelectual, apoyada en aportaciones de sus
contemporáneos”, dentro de un programa dirigido al gran público pero tratando,
como en el caso de los textos de Taurus, de no desvirtuar el discurso del
autor. El resultado, concluye, “es que se abren más puertas que se cierran y
que las respuestas de los entrevistados contribuyen a generar nuevas
preguntas”.
La biografía intelectual, recuerda Victoria Camps, es un
modelo frecuente para la divulgación y cita a Rüdiger Safranski y sus libros
sobre Heidegger o Schopenhauer (en Tusquets). En el mismo saco cabrían otros
textos como El atizador de Wittgenstein (Península), de David J. Edmonds y John
A. Eidinow, que reconstruye un encuentro entre el autor austriaco y Karl
Popper. No obstante, Camps distingue entre el empleo de un lenguaje claro y los
casos extremos de vulgarización. “Filósofos claros los ha habido siempre. Por
citar algunos: Russell, Montaigne o Stuart Mill”. Cruz, por su parte, elige a
Ortega, Unamuno y Savater entre quienes son capaces de llegar al gran público
sin perder contenido. El documental televisivo, en cambio, es algo diferente,
opina Camps: “La televisión da prioridad a la imagen, lo que conlleva cierta
simplificación, cierta superficialidad y la exigencia de brevedad, reñida con
el pensamiento reflexivo. Porque esta brevedad no tiene nada que ver con otros
esquemas, como el aforismo, que ha dado mucho juego en filosofía”.
Claridad y atención al mundo real. Esas son las dos
principales características de la nueva oleada filosófica, fuera de los muros
de la universidad. Pero también cabe la posibilidad de profundizar. Los seminarios
de la Fundación March, señala Gomá, se componen de dos tipos de sesiones. En
una, la persona invitada, que normalmente está trabajando en un libro, imparte
una charla para un público amplio. Se trata de un acto abierto a todo el que
quiera asistir. Al día siguiente, se celebra una segunda sesión con el autor y
unos pocos elegidos, previamente pactados con él, a quienes se han entregado
las ideas generales de la futura obra. El objetivo es discutirlas, “anticipar
el momento de la crítica”, en expresión de Gomá, quien está especialmente
interesado en que el pensamiento se difunda, “impresionado”, dice, por la
experiencia vivida en Estados Unidos donde hay profesores universitarios que
escriben textos cuyo destino más seguro es el anaquel de una biblioteca. “Son
solo para colegas”. Frente a ello, propone un discurso que sirva “para
cualquier hombre”, que satisfaga la “demanda de sentido”. Con todo, esa
atención al mundo real no debería llevar a perder de vista que hay “una
diferencia importante entre el tiempo periodístico” atento a veces a lo
efímero, y “el tiempo filosófico” que tiene una especie de “consistencia
geológica” y cuya palabra puede “fecundar a los hombres cultos de su tiempo”.
La colección "Los
Pequeños Platones" mezcla la biografía, la imagen y la ficción narrativa
Coincide en parte con Jesús Mosterín, para quien hay “un
cierto nacionalismo del presente. Una obsesión por el hoy, aunque resulte
trivial”; de ahí que defienda, desde el punto de vista intelectual, la
conveniencia de “ampliar el horizonte y dirigir la curiosidad a otras épocas
que no eran menos interesantes desde la perspectiva del pensamiento. Viene bien
no ser prisionero del presente y permitir que la vida espiritual se desparrame
en el tiempo”.
Claroscuros
La acusación de oscuridad hacia los filósofos no es una
novedad. Ya Heráclito fue apodado el oscuro. Y, por supuesto, Hegel. Este
último fue calificado así por los filósofos de la Escuela de Fráncfort. Entre
ellos, Theodor Adorno, quien no pasará a la historia por su claridad
expositiva. Los textos de Platón, en cambio, son diáfanos y Eugenio Trías ha
destacado la coincidencia entre algunas de las fórmulas narrativas de este
autor y de la tragedia griega. No son tan claros los escritos de Aristóteles.
Al menos, los que han llegado hasta nuestros días, arropados por una aureola de
misterio. Dice la tradición que Aristóteles escribió dos tipos de textos: los
exotéricos, destinados a ser difundidos en público y hoy perdidos, y los
esotéricos, que son los que han sobrevivido. Algunos de los primeros eran
diálogos al estilo de Platón y de gran belleza compositiva. Nada que ver con la
aridez de algunos de los tratados disponibles, que tras unos años ocultos
fueron reordenados por Andrónico de Rodas. Epicuro es clarísimo, como
corresponde a alguien que dejó escrito que todo hombre es filósofo. Las
críticas más duras hacia el estilo de un filósofo son las que hicieron algunos
pensadores del Círculo de Viena a Martin Heidegger. Tras establecer un rígido
criterio sobre cómo debe ser una oración para ser considerada significativa,
afirmaron que muchas de las de Ser y tiempo no son ni verdaderas ni falsas,
simplemente, carecen de significado.
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