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@ Carl Hammoud |
Especial para Gramscimanía |
Como es bien sabido, la civilización surgió cuando una o
varias personas consiguieron perpetuarse en el poder. Es decir, poder personal
y ambición están en el origen de la civilización y, por tanto, de lo que hoy
llamamos mundo civilizado. Justo en ese momento aparecieron los grandes
imperios que pretendían expandir su poder a costa de los pueblos calificados
por ellos mismos como bárbaros. La dinámica del auge y de la decadencia de los
imperios ha generado muchas teorías. Una de las más plausibles sostiene que
todo imperio necesita una fuerte inversión en materia militar para mantener sus
dominios.
Cuando estos gastos bélicos superan a los ingresos se produce un debilitamiento que a la postre provoca su propia autodestrucción. Así ocurrió con imperios tan consolidados y extensos como el romano en la antigüedad o el de los Habsburgo en la Edad Moderna.
Cuando estos gastos bélicos superan a los ingresos se produce un debilitamiento que a la postre provoca su propia autodestrucción. Así ocurrió con imperios tan consolidados y extensos como el romano en la antigüedad o el de los Habsburgo en la Edad Moderna.
Los imperios y el imperialismo han dado lugar a un sinnúmero
de genocidios, que comienzan con la expansión acadia y continúan en la
actualidad con el exterminio directo o indirecto de decenas de grupos indígenas
en el Amazonas por las grandes empresas explotadoras de sus recursos naturales.
La crudeza del siglo XX, especialmente durante las dos Guerras Mundiales, ha
superado por goleada a la ocurrida en cualquier otra época de la Historia. Y
aunque sólo nos fijamos en el holocausto nazi lo cierto es que éste fue tan
solo la punta del iceberg de todo un rosario de dramáticos episodios que se
reparten a lo largo de toda la centuria como, por ejemplo, las purgas
estalinistas, el genocidio ruandés entre hutus y tutsis, los crímenes de la
antigua Yugoslavia, las matanzas de armenios y kurdos a manos de los turcos, la
invasión estadounidense de Vietnam, etcétera. Y la pregunta clave sería: ¿Por
qué el mundo se escandaliza tanto del holocausto nazi pero tolera otros
genocidios ocurridos en distintos lugares del mundo? El escritor Aimé Césaire
responde de manera contundente: lo que nadie le ha perdonado nunca a Hitler es
que usara contra el hombre blanco, los mismos métodos que habitualmente, con la
connivencia de algunos y el silencio de la mayoría, se usaban contra árabes,
indios o negros. Y es que no debemos olvidar que, durante siglos, la opinión
pública ha tolerado las atrocidades cometidas en los pueblos colonizados, si se
dirigían a favorecer la supuesta expansión de la civilización. Se conocían
algunos de los salvajes atropellos perpetrados por los conquistadores en la
América del siglo XVI así como los cometidas por los distintos imperios
coloniales en el siglo XIX, pero si éstos ponían en entredicho la labor
civilizadora de los imperios, entonces se negaban. Y lo peor de todo, este
sentimiento de tolerancia ha pervivido desgraciadamente en una buena parte de
la opinión pública. Actualmente vivimos las llamadas guerras de cuarta
generación que incluyen los conflictos llamados preventivos que tan asiduamente
practican Estados Unidos y sus aliados, así como las acciones contra el
terrorismo internacional. Y todo con la connivencia o el silencio de una gran
parte de la población. ¡Cuánta razón asistía a Martin Luther King, cuando dijo
que la peor lacra de nuestro tiempo no eran tanto los crímenes de los
perversos, como el estremecedor silencio de los bondadosos!
Cuando la descolonización parecía anunciar el fin de los
imperios y del sufrimiento que estos conllevaban, ha aparecido con gran fuerza
un pernicioso neocolonialismo. Un nuevo tipo de dominación que se caracteriza
por no necesitar colonos; son las grandes multinacionales las que continúan
explotando los recursos de esos países, con la complacencia de las élites
locales, y a costa de perpetuar las desigualdades sociales.
La gran mentira de la historia oficial consiste en asociar
imperialismo con civilización y civilización con bienestar. La actual
globalización contribuiría a expandir los beneficios de la civilización y del
bienestar por el mundo. Todo forma parte de una gran mentira, de lo que yo
llamo la gran mentira de Occidente. Ésta dio comienzo básicamente con la
civilización grecolatina que se nos presenta como el origen del Derecho y de la
civilización. Obviamente se trata de una visión manipulada y empobrecedora
porque nadie puede obviar que el mundo grecorromano bebió del acervo
civilizatorio oriental, especialmente de los egipcios quienes a su vez habían
incorporado muchísimos elementos mesopotámicos. Las primeras grandes
civilizaciones fueron orientales, pero incluso los pujantes imperios
occidentales incorporaron infinidad de elementos tomados de oriente. Y todo
ello, sin contar con otras culturas orientales milenarias como la china o la
hindú. Sin embargo, Occidente ha pretendido borrar de un plumazo cualquier
origen oriental y no cristiano de la civilización. Como ha escrito José María
Ridao se ha silenciado la extensa pluralidad cultural del mundo grecorromano
que bebió de influencias babilónicas, caldeas y egipcias. Y todo esto no es una
cuestión baladí porque la supuesta superioridad cultural y ética de occidente
se sustenta falsamente sobre la apropiación del origen de la civilización.
Creo que en pleno siglo XXI, es conveniente destapar las
trampas de la historia oficial. Para ello sería fundamental replantear la
ciencia histórica que actualmente está por lo general al servicio de los
intereses de los grandes poderes mundiales. Un replanteamiento de las fuentes y
del método que nos permita conocer la verdad pasada y presente, y no la
historia de los vencedores, de los imperialistas y de los capitalistas.
Descubierta la verdad, todavía no es tarde para superar esas grandes lacras de
la humanidad que han sido los nacionalismos y los imperialismos políticos y
económicos, cuyo brazos ejecutores son en la actualidad las multinacionales.
El capitalismo se ha empeñado en hacer creer a todos que no
hay alternativa viable. Pero eso no es cierto; la historia demuestra que otros
sistemas con más siglos de antigüedad, como el esclavista o el feudal,
acabaron, dando paso a nuevas formas de organización. De lo que deberíamos ser
conscientes es que no sólo es posible un mundo sin capitalismo sino también
deseable. Y en estos momentos que el capitalismo parece atravesar una crisis
profunda sería un buen momento para ir repensando un posible recambio. Menos
nacionalismo, menos imperialismo y menos capitalismo que son ideologías que
solo han traído sufrimiento, drama y guerras, y más cosmopolitismo y ecosocialismo.
Urge un decrecimiento sostenible y una redistribución de la riqueza. Cambiar
cambiaremos porque, como afirma el filósofo Juan Pedro Viñuela, el propio
agotamiento del planeta así como la inviabilidad del capitalismo y del
liberalismo nos llevarán a una modificación forzosa de nuestra forma de vida.
Lo que no sabemos todavía es cuánto tiempo nos va a costar este cambio y cuánto
sufrimiento más deberá soportar la humanidad y el planeta. ¡Suerte!
Bibliografía
CÉSAIRE, Aimé: Discours sur le colonialismo. París,
Présence Africaine, 1955.
FERRO, Marc: “El colonialismo, reverso de la
colonización”, en El Libro negro del colonialismo. Madrid, La Esfera de
los Libros, 2005.
KENNEDY, Paul: Auge y caída de las grandes potencias.
Barcelona, Plaza & Janés Editores, 1989.
LOZADA, Martín: Sobre el genocidio. El crimen
fundamental. Buenos Aires, Capital Intelectual, 2008.
MERLE, Marcel: “El anticolonialismo” en Marc Ferro
(Dir.): El Libro negro del colonialismo. Madrid, La Esfera de los Libros,
2005.
MIRA CABALLOS, Esteban: Conquista y destrucción de las
Indias. Sevilla, Muñoz Moya, 2009.
RIDAO, José María: La paz sin excusa. Sobre la
legitimación de la violencia. Barcelona, Tusquets Editores, 2004.
VIÑUELA, Juan Pedro: Pensamientos contra el poder.
Villafranca de los Barros, Imprenta Rayego, 2010.