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Judith Butler @ Luca del Baldo |
Leticia Sabsay
1. Butler y su giro
copernicano
Ese giro se produce en torno del género y marcó la evolución
de las concepciones que se venían teniendo al respecto dentro del feminismo.
Cuando en 1990 publica El género en disputa, las ideas se dividían a grandes rasgos entre las que entendían al género como la interpretación cultural del sexo y aquellas que insistían en la inevitabilidad de la diferencia sexual. Ambas presuponían que el “sexo”, entendido como un elemento tributario de una anatomía que no era cuestionada, era algo “natural”, que no dependía de las configuraciones sociohistóricas.
Cuando en 1990 publica El género en disputa, las ideas se dividían a grandes rasgos entre las que entendían al género como la interpretación cultural del sexo y aquellas que insistían en la inevitabilidad de la diferencia sexual. Ambas presuponían que el “sexo”, entendido como un elemento tributario de una anatomía que no era cuestionada, era algo “natural”, que no dependía de las configuraciones sociohistóricas.
Butler plantea que el “sexo” entendido como la base material
o natural del género, como un concepto sociológico o cultural, es el efecto de
una concepción que se da dentro de un sistema social ya marcado por la
normativa del género. En otras palabras, que la idea del “sexo” como algo
natural se ha configurado dentro de la lógica del binarismo del género.
2. Judith en el
principio de los movimientos queer
Este planteamiento, a partir del cual el sexo y el género
son radicalmente desencializados, desestabilizó la categoría de “mujer” o
“mujeres”, y obligó a la perspectiva feminista a reconcebir sus supuestos, y
entender que “las mujeres”, más que un sujeto colectivo dado por hecho, era un
significante político. Al mismo tiempo, esta aguda desencialización del género,
la idea de que las normas de género funcionan como un dispositivo productor de
subjetividad, sirvió de fundamento teórico y dio argumentos y herramientas a
una serie de colectivos, catalogados como minorías sexuales, que también, junto
a las mujeres, eran (y continúan siendo) excluidos, segregados, discriminados
por esta normativa binaria del género. En este sentido, el giro copernicano de
Butler ayudó mucho al impulso y la expansión de los movimientos queer, y
también trans e intersex.
3. Y el sexo...,
¿dónde está?
La impronta de Michel Foucault, y en particular su trabajo
en la Historia de la sexualidad, es evidente. Ahora bien, si en el caso de
Foucault el dispositivo de la sexualidad no tiene en cuenta el género, para
Butler es esencial. A partir de Butler el género ya no va a ser la expresión de
un ser interior o la interpretación de un sexo que estaba ahí, antes del
género. Como dice la autora, la estabilidad del género, que es la que vuelve
inteligibles a los sujetos en el marco de la heteronormatividad, depende de una
alineación entre sexo, género y sexualidad, una alineación ideal que en realidad
es cuestionada de forma constante y falla permanentemente.
Es importante insistir en que Butler no quiere decir que el
sexo no exista, sino que la idea de un “sexo natural” organizado en base a dos
posiciones opuestas y complementarias es un dispositivo mediante el cual el
género se ha estabilizado dentro de la matriz heterosexual que caracteriza a
nuestras sociedades. Puesto en otros términos, no se trata de que el cuerpo no
sea material, no se trata de negar la materia del cuerpo en pos de un constructivismo
radical, simplemente se trata de insistir en que no hay acceso directo a esta
materialidad del cuerpo si no es a través de un imaginario social: no se puede
acceder a la “verdad” o a la “materia” del cuerpo sino a través de los
discursos, las prácticas y normas.
4. El género como
performance
Antes que una performance, el género sería performativo.
Esta diferencia entre pensar al género como una performance y pensar en la
dimensión preformativa del género no es trivial. Decir que el género es una
performance no es del todo incorrecto, si por ello entendemos que el género es,
en efecto, una actuación, un hacer, y no un atributo con el que contarían los
sujetos aun antes de su “estar actuando”. Sin embargo, en la medida en que este
performar o actuar el género no consiste en una actuación aislada, “un acto”
que podamos separar y distinguir en su singular ocurrencia, la idea de
performance puede resultar equívoca. Hablar de performatividad del género
implica que el género es una actuación reiterada y obligatoria en función de
unas normas sociales que nos exceden. La actuación que podamos encarnar con
respecto al género estará signada siempre por un sistema de recompensas y
castigos. La performatividad del género no es un hecho aislado de su contexto social,
es una práctica social, una reiteración continuada y constante en la que la
normativa de género se negocia. En la performatividad del género, el sujeto no
es el dueño de su género, y no realiza simplemente la “performance” que más le
satisface, sino que se ve obligado a “actuar” el género en función de una
normativa genérica que promueve y legitima o sanciona y excluye. En esta
tensión, la actuación del género que una deviene es el efecto de una
negociación con esta normativa.
5. Poderes y
políticas
Hablar de género es hablar de relaciones de poder. Hay que
tener muy en cuenta que en esta negociación, el no encarnar el género de forma
normativa o ideal supone arriesgar la propia posibilidad de ser aceptable para
el otro, y no sólo esto, sino también, incluso, supone arriesgar la posibilidad
de ser legible como sujeto pleno, o la posibilidad de ser real a los ojos de
los otros, y aun más, supone en muchos casos arriesgar la propia vida. En este
sentido, la oportunidad política a la que abren los señalamientos de Butler se
debe a que si el género no existe por fuera de esta actuación, y las normas del
género tampoco son algo distinto que la propia reiteración y actuación de esas
mismas normas, esto quiere decir que ellas están siempre sujetas a la resignificación
y a la renegociación, abiertas a la transformación social. Estas normas que son
encarnadas por los sujetos pueden reproducirse de tal modo que la normas
hegemónicas del género queden intactas. Pero también estas normas viven
amenazadas por el hecho de que su repetición implique un tipo de actuación que
pervierta, debilite o ponga en cuestión esas mismas normas, subvirtiéndolas y
transformándolas. Esta inestabilidad constitutiva de las normas es una
oportunidad política.
6. La aparición de la
homosexualidad
En paralelo con otras autoras que también han revisado el
hecho de que las ideas que conlleva el género han sido tributarias de la matriz
heterosexual –como por ejemplo Monique Wittig, Adrienne Rich o Gayle Rubin– los
planteamientos de Butler apuntan a señalar que los ideales de masculinidad y
feminidad han sido configurados como presuntamente heterosexuales. Si desde el
esquema freudiano, por ejemplo, se parte de la idea normativa de que la
identificación (con un género) se opone y excluye la orientación del deseo (se
deseará el género con el cual no nos identificamos) –identificarse como mujer
implicaría que el deseo debería orientarse hacia la posición masculina, y
viceversa–, Butler planteará que esto no es necesariamente así. (Este es el
prejuicio que permite entender el hecho de que históricamente se haya pensado
en la idea de que un hombre que desea a otros hombres tenderá a ser
necesariamente afeminado, y lo mismo en el caso de las mujeres, que si desean
lo femenino, esto deberá asociarse con la identificación con lo masculino)
7. La ley del deseo
Desde el punto de vista de Butler, deseo e identificación no
tienen por qué ser mutuamente excluyentes. Y aún más, ni siquiera, ni tampoco,
éstos tendrían por qué ser necesariamente unívocos. No hay ninguna razón
esencial que justifique que una debe identificarse unívoca e inequívocamente
con un género completa y totalmente. Asimismo, tampoco habría ninguna necesidad
en que una deba orientar su deseo hacia un género u otro. Tal es el caso por
ejemplo de la bisexualidad.
En tanto ideales a los que ningún sujeto puede acceder de
forma absoluta, masculinidad y feminidad pueden ser –y de hecho son–
distribuidos, encarnados, combinados y resignificados de formas contradictorias
y complejas en cada sujeto. Y no hay encarnaciones o actuaciones de la
feminidad o de la masculinidad que sean más auténticas que otras, ni más
“verdaderas” que otras. Lo que habría, en todo caso, son formas de negociación
de estos ideales más sedimentados, y por ende naturalizados o legitimados que
otros, lo que consecuentemente los vuelve “más respetables” de acuerdo con un
imaginario social que continúa siendo primordialmente heterocéntrico.
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Leticia Sabsay |
Leticia
Sabsay es socióloga de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y doctora por la
Universidad de Valencia, España. Sus temas de investigación abordan la
articulación de los conceptos de género, subjetividad y ciudadanía en la teoría
feminista contemporánea. Participó con Judith Butler en el dictado del
Seminario de doctorado “Performatividad, género y teoría social: la revisión de
la categoría de sujeto”, que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias Sociales de
la UBA.
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http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/butler |