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@ Roberto Weigand |
Todos somos intelectuales. Discurrimos y creamos, nos
expresamos e intervenimos en la sociedad. Son intelectuales quienes cumplen esa
función y quienes se comprometen públicamente, analizando y exponiendo sus
resultados. En principio, no todas las personas desempeñan dichas tareas.
En realidad, cada una puede hacerlo: si de lo que se trata
es de pensar y juzgar, la convocatoria es común. Hacen falta voluntades y
razones, gentes decididas a pensar por sí mismas, decididas a intervenir y a
comunicarse. Eso nos pone en un compromiso: es decir, nos compromete.
Antonio Gramsci fue un filósofo italiano, un intelectual
antifascista. Pero fue también un hombre corriente. Murió en 1937, tras años y
años de cárcel. En la celda no dejó de pensar y juzgar el mundo terrible que le
tocó vivir: razonó, escribió y anotó sin acobardarse.
Sus cavilaciones siguen siendo actuales y nos ayudan a
evaluar nuestro propio mundo. ¿Quién piensa por nosotros? ¿Quién nos impone la
visión y la versión de las cosas? Gramsci vuelve para proclamar la autonomía
del pensamiento y el compromiso de la razón. Necesitamos observadores críticos:
necesitamos observar críticamente.