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Foto: José Manuel Hernández (a) El Mocho |
Especial para Gramscimanía |
De sus primeros años de actividad política se sabe poco, sólo que se casó y tuvo sólo un hijo; enviudó, estuvo en la cárcel y se vio obligado a huir de Caracas. De aquí en adelante su vida fue una serie de aventuras. En el interior del país y algunas islas de las Antillas trabajó como carpintero, y en La Habana de repartidor de pan. De regreso a Venezuela, estuvo preso varias veces por oponerse al régimen guzmancista.
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Foto: Calle de Valencia |
El Mocho
Hernández atravesaría por una larga y vertiginosa carrera de caudillo: lidera
movimientos de protesta e insurgencia en las minas de oro del Callao; se opone
al régimen de Raimundo Andueza Palacios; se une al movimiento crespista y
organiza la Revolución Legalista en Guayana, alzándose en abril de 1892; es
electo diputado en 1893, cargo desde el cual censura en el Congreso el proyecto
de Constitución propuesta por Joaquín Crespo, hecho que causa su
distanciamiento con el sector oficial; pasa unos años en Estados Unidos; en
septiembre de 1897, el Partido Liberal Nacionalista, organizado por Alejandro
Urbaneja, decide lanzar la candidatura presidencial del Mocho. Durante el año
1897, el Mocho Hernández recorre casi todo el territorio nacional, celebrando
mítines, y pronunciando discursos como los que había observado en los Estados
Unidos. Dado la intensa campaña electoral desarrollada por José Manuel
Hernández y su creciente popularidad, se daba como un hecho su triunfo en los
comicios de septiembre de 1897. No obstante, el 1° de septiembre, día de las
elecciones, el Gobierno de Joaquín Crespo mandó a ocupar las mesas de votación
e impuso posteriormente la elección del candidato oficial Ignacio Andrade. Ante
el fraude, Hernández decide alzarse en la hacienda de Queipa, cerca de Valencia
(2 de marzo de 1898). En su rol de alto jefe militar, Crespo sale personalmente
a sofocar la rebelión, pero cae (alcanzado por una bala "enemiga")
muerto en el combate de la Mata Carmelera (estado Cojedes, el 16 de abril de
1898). El historiador Gustavo Machado, en su obra Historia gráfica de la Guerra Federal en Venezuela (2002), ofrece clara información acerca del comienzo de la
Revolución de Queipa:
El General Hernández logró escaparse de Caracas y marchó a Valencia el 24 de febrero de 1898 y refugiarse en la finca Queipa en la montaña del Socorro, limítrofe con la Sierra Occidental de Carabobo, propiedad de su amigo Don Evaristo Lima. Allí preparó los detalles del alzamiento y a los pocos días de haber asumido la Presidencia el General Ignacio Andrade, publicó una proclama fechada el 2 de marzo de 1898, dándole el nombre de Revolución de Queipa al levantamiento armado. (Machado, 2002: 341-342)
Y allí
comenzó la travesía. Dice la conseja que al general Hernández lo alumbraban en
los altares y le ponían flores en las ventanas de las casas al pasar por los
pueblos, pues era el representante de una obsesión de triunfo y cambio en el
alma nacional. De pueblo en pueblo, de caserío en caserío, arrebañando tropa,
voluntaria toda, deslumbrada por el discurso del Mocho y, aunque no tenían
suficientes armas, los hombres entusiasmados y las mujeres prodigadas lo
seguían con devoción. En el camino, se iban armando con escopetas, tercerolas,
antiguos trabucos aparecidos como por encanto, y hasta lanzas de la
Independencia, herrumbrosas y afiladas de improviso. El Dr. Ramón J. Velásquez,
en su obra La caída del liberalismo amarillo (1973), hace mención a los
movimientos y guerreros que progresivamente se van incorporando a las fuerzas
del Mocho:
“…empiezan a brotar guerrillas en la llanura y en la Sierra: Pedro Conde, en Bejuma; Eustaquio Rodríguez en Sedeño; Antonio Quintero en Cerro Azul; el italiano Antonio Vita, en Santa Rosa; Francisco Lucena en Nirgua. Peones y amigos los siguen y aumentan las filas de la Revolución. El ejército nacionalista se compone de 700 hombres de los cuales 400 son infantes y 300 jinetes.” (Velásquez, 1973: 178)
Durante
estas semanas, las fuerzas mochistas siguieron moviéndose intensamente por tierras
carabobeñas y del sur de Cojedes hacia territorio portugueseño, con las tropas
de Crespo siguiéndoles las huellas a considerable distancia, debido a que no
contaban con la caballería. El 15 de abril, los revolucionarios estaban en el
hato El Carmelero, en Cojedes, en donde decidieron esperar al enemigo.
Aparentemente, las fuerzas del general Crespo llevaban la ventaja, tanto por el
factor numérico como por la superioridad de sus armas, lo cual auguraba una
segura derrota para las tropas mochistas. Sin embargo, el destino le habría de
deparar un resultado distinto ese día al el general Crespo. Así lo confirma
David Ruiz Chataing, en La revolución de Queipa: entre el fracaso del civilismo
y las pugnas caudillistas (2004):
“Pero la mudable fortuna le tenía reservado otro destino a Crespo que el del glorioso triunfo militar. El 16 de abril de 1898, en el sitio denominado “La Mata Carmelera”, mientras disponía a sus tropas para el combate, unas balas le parten el pecho. A francotiradores mochistas, instalados en las “matas” seculares del lugar, se les atribuyen los disparos. A la negligencia de un oficial subalterno que debió “limpiar” el sitio de enemigos o hasta una posible traición, se les ha atribuido la responsabilidad de este fallecimiento. (Ruiz Chataing, 2004: 15)
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Foto: Plaza Bolívar de Valencia |
Posterior
a la muerte de Crespo, las tropas del Mocho iniciaron un permanente desandar,
en marchas y contramarchas, lo cual le permitió a las fuerzas gubernamentales
rehacerse del impacto ocasionado por la pérdida del caudillo guariqueño y
retomar la ofensiva militar, hasta culminar con la derrota de los
revolucionarios. Durante los meses de mayo y junio de este año 1898, la guerra
se mantuvo activa y prosiguieron librándose algunos combates en la región
central del país. Hasta que el 12 de junio, el Mocho Hernández fue hecho
prisionero en El Hacha, estado Yaracuy, desde donde fue conducido a la prisión
de La Rotunda, en Caracas, en la cual permanecerá hasta octubre de 1899, cuando
llegan los andinos, comandados por Cipriano Castro y “El Bagre” Juan Vicente
Gómez. Cuando las mesnadas hacen su
entrada triunfal a Caracas, el 23 de octubre Cipriano Castro libera al Mocho Hernández y lo designa Ministro de
Fomento en su gabinete. Sin embargo, tres días después el caudillo se rebela,
por considerar que el gabinete constituido por Castro no respondía a las
necesidades reales del país, ya que estaba integrado por los liberales del
continuismo anduecista: el mismo
Raimundo Andueza Palacios, Juan Pablo Rojas Paúl y Guillermo Tell Villegas
Pulido, entre otros. El caudillo, entonces, vuelve a asumir su papel combativo
al frente de los nacionalistas.
De nuevo
la región central va a ser testigo del paso de los conjurados. Fueron días de
gran agitación y los estados Aragua, Miranda, Guárico, Carabobo y Cojedes
constituyeron el escenario propicio para los levantamientos armados. Las
fuerzas mochistas contaban con fuerte
apoyo popular en Carabobo y Cojedes. Durante meses los insurrectos ponen en
jaque al nuevo gobierno andino y reciben el respaldo de nuevos partidarios. El
mochismo cuenta con sobrado apoyo y complicidad en la población. Detalle
interesante de este contubernio es la comunicación enviada a Castro desde
Valencia el 7 de noviembre por Francisco González Guinán, conocido abogado
valenciano, escritor, periodista y uno de los historiadores más destacados del
siglo XIX (pues había sido Miembro Fundador de la Academia Nacional de la
Historia en 1888), carta pesquisada en el Boletín del Archivo Histórico de
Miraflores No. 22, de 1963, en la cual se queja de la parcialidad de los
carabobeños hacia el Mocho Hernández. Allí, entre otras consideraciones, le
expone a Castro:
“Carabobo ha sido siempre el Estado donde los conservadores han hecho sus más grandes esfuerzos a favor de su causa política. Por el Mocho Hernández han caído en el delirio, y probablemente llegarán a la ruina yendo en pos de un caudillo sin condiciones militares y sin dotes de hombre de estado. En los distritos occidentales dominan las guerrillas mochistas; igual cosa sucede en distintas parroquias foráneas de Valencia.” (González Guinán, en BAHM, 1963: 110)
En estos
días de finales del siglo, los inveterados insurgentes comienzan su
declinación. La derrota se cierne sobre ellos. La desorganización, su cada vez
más penosa carencia de pertrechos, las numerosas defecciones que experimentan a
cada paso y el enfrentamiento y la rivalidad de los caudillos, decretan su fracaso. El Mocho Hernández, luego
de numerosos reveses por los predios cojedeños, será capturado por fuerzas del
gobierno el 27 de mayo del año 1900 en Tierra Negra, un caserío cercano a El
Pao. Vuelve entonces el caudillo a la prisión de la Rotunda, de donde será
liberado en 1902 por un decreto de amnistía. Después de varias peripecias,
decidió apoyar a Castro, lo que le valió un cierto desprestigio. Nombrado
ministro Plenipotenciario en Washington en julio de 1903, realizó duras
críticas contra el gobierno y acabó renunciando a su cargo en 1904. Permaneció
exiliado en Estados Unidos hasta 1908, cuando se produjo la caída de Castro. De
regreso a su país, entró a formar parte del Consejo de Gobierno entre 1909 y
1911, fecha en la que rompió con el nuevo presidente, Juan Vicente Gómez. En
1913 sale exiliado a Puerto Rico, Cuba y finalmente Estados Unidos, donde
permaneció hasta su muerte en Nueva York, el 25 de agosto de 1921.
Estos
últimos estertores del caudillismo (aunque todavía habría de ocurrir en los
albores del nuevo siglo la denominada Revolución Libertadora, encabezada por el
banquero y general Manuel Antonio Matos, la cual habría de ser la última guerra
civil venezolana) constituyen las postreras acciones de los viejos caudillos
contra el Estado moderno, representado por Cipriano Castro y, luego, por Juan
Vicente Gómez. En estos años crepusculares del siglo XIX, los ancianos adalides
que no habían sido aniquilados se dispersan, camino de sus respectivos feudos,
en donde serían fácilmente sometidos. Parece oportuna, entonces, la expresión
de la historiadora Inés Quintero, quien, en su ensayo La muerte del caudillismo
en tres actos (1990), afirmaría:
"Después de este escandaloso fracaso, los caudillos enfrentan una situación donde, cada vez más, son parte decorativa del escenario y no protagonistas estelares del drama político. Asisten al último acto, el de su extinción definitiva." (Quintero, 1990: 43)
Referencias bibliográficas
- Arcaya,
P. M. (2003). Estudios sobre personajes y hechos de la historia venezolana.
Caracas: Tipografía Cosmos.